Traducido para Rebelión por LB
Hace unas semanas el Jewish Chronicle publicó la lista de los diputados judíos del Parlamento del Reino Unido. Había un total de 24, de los cuales 12 eran conservadores, 10 laboristas y dos demócratas liberales. El autor y activista por la paz Stuart Littlewood indagó en la cifra y presentó el siguiente análisis:
«La población judía en el Reino Unido es de 280.000 personas, es decir, representa al 0,46% de la población del país. La Cámara de los Comunes tiene 650 escaños, de modo que, proporcionalmente, a la comunidad judía le corresponderían 3 escaños. La conclusión es bastante obvia. Con 24 escaños, los judíos están representados ocho veces más de lo que les corresponde. Eso significa, por supuesto, que otros grupos, incluidos los musulmanes, están infrarrepresentados (…) Si los musulmanes, por ejemplo, tuvieran una sobrerrepresentación equivalente a la que tienen los judíos (es decir, ocho veces mayor de la que les corresponde), tendrían 200 escaños. Una cosa así provocaría una revuelta».
Llegados a este punto cabe preguntarse lo siguiente: ¿por qué los judíos están abrumadoramente sobrerrepresentados en el Parlamento británico, en los grupos políticos de presión británicos y estadounidenses, en las colectas políticas de fondos y en los medios de comunicación?
Haim Saban, el multimillonario magnate de los medios israelo-estadounidense nos da la respuesta. El diario The New Yorker informó esta semana que en una conferencia celebrada el pasado otoño Saban describió su fórmula pro-israelí, subrayando «tres formas de tener influencia en la política estadounidense (…) hacer donaciones a partidos políticos, crear grupos de reflexión (think tanks), y controlar los medios de comunicación«.
Como ya he dicho muchas veces, la conspiración judía no existe. Todo se hace abiertamente. Delante de las cámaras de televisión de todo el mundo, el propagandista proisraelí y ministro de Exteriores británico David Miliband dio a los israelíes luz verde para lanzar la operación Plomo Fundido al sugerir en [la ciudad israelí de] Sderot que «Israel debería sobre todo tratar de proteger a sus propios ciudadanos«. En la práctica, Miliband nos hizo a todos cómplices de un colosal crimen de guerra cometido por Israel. El fiel sionista Lord Levy financió al partido Laborista cuando éste inició una guerra criminal para exterminar el último reducto de resistencia árabe al sionismo. Tampoco mostró el más mínimo recato sobre el asunto. En los medios de comunicación, los descarados escritores del Jewish Chronicle David Cohen y Nick Aaronovitch defendieron con entusiasmo la misma guerra criminal en nombre del «intervencionismo moral». Nick Cohen también fundó el think tank `Manifiesto de Euston’ para apoyar dudosas ideologías «neocon» a este lado del charco.
Levy, Cohen, Aaronovitch y Miliband están todos de acuerdo con la fórmula de Saban: influencia, donaciones, think tanks, medios de comunicación. Sin embargo, no necesariamente conocen a Saban, y hasta es posible que nunca hayan oído hablar del magnate sionista de los medios. No es necesario. El hecho es que Saban no inventó nada por sí mismo. Su fórmula hunde sus raíces en la tradición religiosa judía, en la cultura y en la ideología judías.
Unidos contra el Purim
El Libro de Ester es un relato bíblico sobre el que se fundamenta la celebración del Purim, la fiesta judía más alegre. El libro cuenta la historia de un intento de judeicidio, pero también cuenta una historia en la que los judíos logran cambiar su destino a través de la influencia política. En la historia, los judíos se las arreglan para rescatarse a sí mismos e incluso para ejecutar venganza, todo ello infiltrándose en los pasillos del poder.
[La historia] se sitúa en el tercer año de Asuero, y el gobernante es un rey de Persia que se suele identificar con Jerjes I. Es la historia de un palacio, de una conspiración, de un intento de judeicidio y de una hermosa y valiente reina judía (Esther) que encuentra la manera de salvar al pueblo judío en el último minuto.
En la historia, el rey Asuero está casado con Vasti, a quien repudia cuando ella rechaza su exigencia de ‘visitarlo’ en el transcurso de una fiesta. Esther es seleccionada entre varias candidatas para ser la nueva esposa de Asuero. A medida que la historia progresa, el Primer Ministro de Asuero, Amán, conspira para hacer que el rey mate a todos los judíos, sin saber que Esther es en realidad judía. Esther, ayudada por su primo Mordejai, salva a su pueblo. Esther advierte a Asuero del complot homicida que Amán trama contra los judíos. Amán y sus hijos son ahorcados en la horca de cincuenta codos que había construido originalmente para el primo Mordejai. Finalmente, Mordejai ocupa el puesto de Amán y se convierte en Primer Ministro. El edicto de Asuero decretando el asesinato de los judíos no puede ser anulado, de modo que dicta otro autorizando a los judíos a tomar las armas y a matar a sus enemigos, cosa que obviamente hacen.
La moraleja de la historia bíblica es bastante clara. Si los judíos quieren sobrevivir, lo mejor que pueden hacer es abrirse camino por los pasillos del poder. Más les vale unirse a los gobernantes del mundo. Con Esther, Mordejai y Purim en mente, el AIPAC, Levy, La ADL (Liga Antidifamación), David Milliband, Saban y la noción de «poder judío» aparecen como la encarnación de una profunda ideología bíblica, tribal y cultural.
Sin embargo, aquí está el quid de la narración: aunque la historia se presenta como un relato histórico, la exactitud histórica del Libro de Esther está ampliamente cuestionada por los más modernos académicos e historiadores bíblicos. La ausencia de una clara corroboración de cualquiera de los detalles de dicha historia a la luz de lo que sabemos de la historia persa por fuentes clásicas es lo que ha llevado a los estudiosos a la conclusión de que la historia es en gran parte, si no completamente, apócrifa.
En otras palabras, aunque la moraleja judía es clara, el intento de genocidio es ficticio. Al parecer, el Libro de Esther instala a sus seguidores (judíos) en un estado de estrés colectivo pre-traumático. Transforma una fantasía ficticia de «destrucción» en una vívida «ideología de supervivencia». Y, de hecho, algunos leen la historia como una alegoría de judíos quintaesencialmente asimilados que descubren que son víctimas de antisemitismo pero que están en condiciones de salvarse a sí mismos y a sus compañeros judíos.
El Libro de Esther existe para formar una coherente identidad tribal de exilio. Está ahí para generar estrés existencial. Introduce la mentalidad del Holocausto. Además, fija las condiciones que convierten el Holocausto en realidad. En términos hermenéuticos, el texto da forma a la realidad. En la práctica, es la mente temerosa que se autoinstala en una trampa trágica de profecía auto-cumplida. La ideología de la Shoa madura para transformarse en un hecho real.
Curiosamente, el Libro de Ester (en la versión hebrea) es uno de los dos únicos libros de la Biblia que no mencionan directamente a Dios (el otro es el Cantar de los Cantares). Como en el caso de la ideología sionista laica y de la religión del Holocausto, en el Libro de Esther son los judíos los que creen en sí mismos, en su propio poder, en su excepcionalidad, en su sofisticación, en su capacidad de influencia, en su capacidad para hacerse con el control de reinos y en su capacidad para salvarse. El tema del Libro de Ester es el empoderamiento. Contiene la esencia y la metafísica del poder judío según lo describe Haim Saban y lo practica el AIPAC.
Sionismo y Democracia
Los sionistas parecen amar la democracia. El Estado judío escandalosamente se autoproclama como «la única democracia de Oriente Medio«. Los partidarios de Israel de todo el mundo propugnan también conflictos en nombre de la «democracia». ¿Por qué les gusta tanto la democracia? Sospecho que la respuesta es devastadoramente simple. La democracia es la plataforma política ideal para el mercader sionista de influencias.
La democracia en su estado actual, sobre todo en el mundo de habla inglesa, es un sistema político especializado en situar en puestos directivos a personajes inadecuados, poco cualificados y dudosos. Dos líderes democráticamente elegidos desencadenaron la ilegal guerra de Iraq. Dos líderes democráticamente elegidos llevaron a Occidente al desastre financiero.
Gobernar un Estado no es tarea fácil. Sin duda alguna se necesita algo de talento y de formación. En el pasado, nuestros líderes electos eran experimentados políticos que habían logrado algo en la vida, ya fuese en la academia, en la industria, en la milicia o en el mundo de las finanzas. En el pasado, nuestros candidatos a primer ministro tenían un curriculum vitae para compartir con nosotros. No parece que ése siga siendo el caso. Una y otra vez nos enfrentamos a una «elección democrática» para dar nuestro voto a alguna joven y ridícula nulidad. Una y otra vez asistimos al ascenso de «estrellas» políticas, de gente que no ha logrado realmente nada en la vida y que ni siquiera está cualificada para gestionar una tienda de barrio, no digamos ya un Estado.
Tal vez se pregunte usted qué cualificación tenían Blair o Bush antes de tomar en sus manos las riendas de sus respectivos países. ¿Qué experiencia tiene David Cameron para salvar a Gran Bretaña del desastre total en todos los frentes posibles (economía, Iraq, Afganistán, educación, Seguridad Social, etc)? ¿Qué experiencia aporta David Miliband para sustentar su candidatura a líder del partido laborista? La respuesta es ninguna. Nuestras vidas, nuestro futuro y el futuro de nuestros hijos están en manos de personajes absurdos que no saben por dónde les da el aire. Eso puede explicar por qué Gran Bretaña terminó con un «hung Parliament«(1). Ni un solo líder en este país pudo convencer a la opinión pública de que tenía el talento, la integridad o incluso sólo una pizca de auténtico liderazgo.
Pero aquí está la noticia. Por mucho que nuestros líderes elegidos estén totalmente desorientado, los Saban, los Lord Levy y los Wolfowitz saben exactamente lo que hay que hacer. La religión, cultura e ideología judías proporcionan a sus seguidores una narrativa que nos salva del limbo democrático. Los Saban de este mundo están lejos de ser aficionados o despistados; saben exactamente qué es lo que hay hacer. Lo han estado haciendo durante tres mil años. Son los seguidores de Mordejai y de Ester. Los Saban del mundo saben cómo traducir la moraleja de Purim a la práctica británica y estadounidense.
Stuart Littlewood parece preguntarse por qué los judíos están sobrerrepresentados. Con Purim en mente estamos en condiciones de sugerir una respuesta. Nos encontramos aquí con un entorno cultural de exilio que predica el cabildeo, la influencia y el control. Influir en la política, en los medios y en el pensamiento es el verdadero significado del Libro de Ester. Saban fue lo suficientemente sincero o estúpido como para admitirlo en público. Sin embargo, la ausencia de un Libro de Ester en el corazón de la cultura hindú o musulmana puede explicar por qué otros grupos inmigrantes marginales en Gran Bretaña están representados adecuada y proporcionalmente en la política y en los medios de comunicación británicos. Por otra parte, es poco probable que esta situación cambie pronto. A diferencia de la mayoría de las minorías e identidades marginales en Occidente, el judaísmo es una religión nacional de exilio y la identidad judía es un producto del adoctrinamiento tribal. Ello podría explicar por qué los judíos emancipados que viven en Gran Bretaña desde hace generaciones como seglares todavía operan dentro de parámetros políticos y sociales judíos y bajo estandartes políticos judíos.
No es un secreto que existen por ahí unos cuantos judíos muy bien dotados intelectualmente. También es bastante obvio que algunos judíos se encuentran entre los principales contribuyentes al discurso humanista y universal. Sin embargo, eso no es algo que se pueda decir de Haim Saban, quien abiertamente desea influir en la política exterior de Estados Unidos por medio de donaciones, grupos de reflexión y control de los medios de comunicación. Del mismo modo, David Milliband, que trató denodadamente de modificar la jurisdicción universal británica para que los criminales de guerra israelíes pudieran visitar su país con más facilidad, tampoco debe ser considerado como un gran humanista. Nick Cohen, el artífice del Manifiesto de Euston, un think tank que promueve los intereses sionistas dentro de la cultura intelectual británica, difícilmente puede ser considerado como un ícono ético. Sorprendentemente, todos ellos han actuado siempre a plena luz del día.
Si nos preocupan la paz y las futuras generaciones debemos ser lo suficientemente valientes como para conectar los puntos. Los Mordejais y las Ester que pululan en nuestros medios de comunicación, en nuestra vida intelectual y política, deben ser combatidos. Debemos unirnos en contra del Purim. Si el Partido Laborista alberga todavía algún sentido de la responsabilidad ética, debe poner a David Milliband en su sitio. Si nuestros partidos quieren que nos creamos sus programas, tendrán que aprender a decir «NO» al dinero sionista y a los donantes judíos vicarios. Si nuestros medios de comunicación quieren que creamos en su «imparcialidad», deberán identificar al enemigo que tienen dentro. ¿Cuántos iraquíes tendrán que morir antes de que se colme el vaso? ¿Cuántos activistas por la paz tendrán que morir en alta mar antes de que todos nosotros digamos «¡BASTA!»? ¿Cuántos trabajadores británicos tendrán que perder sus empleos, casas y esperanzas antes de que nos atrevamos a decir «¡NO!» a las guerras sionistas y a quienes las defienden entre nosotros?
NOTA:
(1) Hung Parliament: literalmente, ‘Parlamento ahorcado’. En el sistema parlamentario británico se denomina así a un Parlamento minoritario en el que ningún partido político tiene mayoría absoluta.
Fuente: http://www.gilad.co.uk/