Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Caty R y revisado por Juan Vivanco.
«Nuestro aliento es más largo que esta larga estancia en medio de la nada»
Tawfiq Zayyad [1]
Elementos para un análisis sistémico e interdisciplinario del conflicto entre Israel/Occidente y Palestina/mundo árabe.
1ª Parte: De la Reforma protestante a Theodor Herzl. Del nacimiento de Estados Unidos a la Declaración Balfour.
Al contrario del reduccionismo metodológico, nuestra aproximación al conflicto entre Israel y Palestina reposará en un análisis de tipo sistémico: se trata de prestar menos atención a los objetos que a las relaciones. El sentido de un hecho no sólo reside en sus características escuetas sino también en la trama de las relaciones que se tejen alrededor y a través de él.
En este análisis, el conflicto entre Israel y Palestina forma y constituye un sistema que sólo es inteligible si lo inscribimos en un metasistema constituido por la relación conflictiva entre Occidente y el mundo árabe y musulmán. Esta misma relación se puede articular con la relación conflictiva entre el norte y el sur (o, con otra imagen, entre el centro y la periferia).
Estos ensanches sucesivos no sólo son espaciales. La profundidad temporal también está implícita y conviene, para no reducir la comprensión del conflicto Israelo-palestino a su temporalidad inmediata, observar el contexto del conflicto teniendo en cuenta su larga historia. Aquí queremos rebatir la extendida idea que lo sitúa en Theodor Herzl y su proyecto colonial de finales del siglo XIX y principios del XX.
En realidad queremos subrayar que este conflicto no es inteligible si no tenemos en cuenta los supuestos de una dinámica concreta, social e histórica que es la de la Reforma protestante en los siglos XVI y XVII. En efecto, queremos recordar que la génesis del proyecto colonial sionista procede de una innegable teología cristiana protestante.
Este análisis sistémico particular debe ser también interdisciplinario porque por sí solos, los recursos de la ciencia política o del derecho internacional no son suficientes. Hay que tener en cuenta también la teología y la antropología cultural. Pero la interdisciplina no se ciñe exclusivamente a la esfera de la razón académica y en nuestra comprensión de este conflicto también queremos convocar las fuerzas de la intuición.
Habitualmente los occidentales, a través de sus medios de comunicación, sus intelectuales y sus dirigentes políticos, consideran que la paz entre israelíes y palestinos requiere la intervención de un tercero neutral o, en todo caso, de un tercero que no tenga responsabilidades directas en la causa del conflicto. Conflicto entra «judíos y árabes», entre «judíos y musulmanes», entre «hijos de Israel e hijos de Ismael»… las lecturas esquemáticas son muchas.
El punto común entre ellas, además de su esencia, es que Occidente pretende exonerarse de todas sus responsabilidades originales. Los occidentales incluso consideran que apuestan por la paz criticando a unos y otros, denunciando los «excesos» de la política israelí y el «extremismo» de la posición palestina. De hecho, aunque la tierra palestina es el lugar donde se produce, donde se manifiesta explícitamente el conflicto israelo-palestino, su esencia, sus causas profundas, radican en la propia historia de occidente, desde la Europa nacida de la Reforma hasta [su implantación en] Estados Unidos. El proyecto sionista en Palestina (es decir la instalación de los judíos en tierra palestina) no surge mecánicamente del judaísmo como pretenden muchas personas, sino de una cuestión político-teológica que se remonta al cristianismo protestante.
¡Sola scriptura! ¡Únicamente la Escritura! Este principio es uno de los ejes fundamentales de la Reforma protestante iniciada por Lutero (1488-1546), que afirma que la Biblia (el Antiguo y Nuevo Testamentos) es la última referencia de la fe cristiana. Mientras que la versión latina de la Biblia (San Jerónimo, siglo V), de facto, está monopolizada por las elites religiosas e intelectuales de la Europa cristiana, la Reforma democratiza en cierto modo el acceso a las santas escrituras. Se propagan las traducciones a las lenguas vernáculas y los protestantes desempeñan un papel esencial en este proceso religioso y cultural (la traducción de Lutero al alemán).
¿En qué medida este principio «Sola scriptura» interviene en nuestro planteamiento inicial, a saber, la colusión original entre el protestantismo y el proyecto sionista en Palestina? De hecho, esta democratización del acceso a los textos bíblicos y la elevación de la Biblia al nivel de piedra angular de una identidad cristiana centrada en Cristo, se realizó en un contexto histórico particularmente conflictivo. Recordemos para nuestro propósito, que durante los siglos XVI, XVII y XVIII, la Europa romana se lanzó a un proceso de «reconquista» religiosa con el fin de oponerse la Reforma. En la estela de esta Contrarreforma, o «Reforma Católica», los protestantes sufren innumerables persecuciones.
Esta vivencia debió de dejar sobre la conciencia protestante una impresión singular y, en el contexto de la generalización de la Biblia, favorecía una identificación con los hebreos perseguidos en el Egipto de los faraones. Podemos considerar legítimamente esta teología identificativa como una de las fuentes de la solidaridad entre civilizaciones que cohesiona el mundo occidental y el Israel moderno creado en 1948.
La teología protestante que identifica a los reformistas perseguidos de los siglos XVI, XVII y XVIII con los hebreos de la antigüedad, va a encontrar en América del Norte una tierra de acogida. En muchos aspectos, la relación entre Estados Unidos e Israel, lejos de reducirse a una simple alianza político-militar coyuntural, está arraigada en la historia antropológica del país.
En sus memorias, el ex presidente de USA Jimmy Carter, afirma que la herencia baptista sudista le había dado una «afinidad» con Israel, cuya creación había sido «ordenada» por Dios: «el establecimiento del Estado moderno de Israel es el cumplimiento de la profecía bíblica.» (Citado en «La dimension théologique du lobby israélien aux Etats-Unis», Marwan Bishara, Le Débat Stratégique, n.° 30, enero de 1997). En otro punto, el célebre promotor de «la ideología de los derechos humanos» declaraba: «Israel y Estados Unidos se han formado con pioneros. Mi país también es una nación de emigrantes y refugiados, integrada por pueblos venidos de varios países… Compartimos la herencia de la Biblia.» (Jerusalem Post, marzo de 1979, citado en «Les origines lointaines de la colonisation de la Palestine», Ahmed Taleb, Nedjma, n.° 19, abril de 1989, p. 23).
Esta «afinidad» sólo tiene sentido en el marco del sionismo cristiano de la cultura político-religiosa estadounidense. Sin esta base antropológica, la eterna solidaridad de Estados Unidos con el estado israelí y el movimiento sionista permanece ininteligible. El caso es que hay, en efecto, una simetría entre ambos.
Los americanos del norte no hicieron otra cosa que revivir su propia experiencia «histórico-divina» de la conquista del continente a través de la nueva experiencia sionista israelí. El colono que desafía el «desierto», echando al «salvaje» para fundar un kibbutz, se parece mucho al colono de la «conquista» del oeste. «El israelí es un hombre de la frontera como lo fue el estadounidense. Ambos tuvieron que pelear contra una población indígena hostil» escribe Ferdynand Zweig (citado en Israël et les Etats-Unis ou les fondements d’une doctrine stratégique, Camille Mansour, Armand Colin, 1995, pp. 246-247).
En cierto modo, la expansión y el colonialismo específicos del sionismo judío dan una legitimación a la experiencia sionista cristiana de Estados Unidos. Por otro lado, hay que subrayar que el punto de anclaje más importante de esta «afinidad» reside en el hecho de que ambos sionismos se presentan como las reencarnaciones modernas de la historia de los hebreos de la antigüedad. La Biblia es aquí la matriz conceptual de justificación de la experiencia social concreta. En el caso de Estados Unidos es tanto más cierto en cuanto que el sistema de representación que presidió la creación y el desarrollo de esta nueva entidad política [USA] se apoyaba también en la memoria de la Biblia.
Jean Paul Mayer es experto en asuntos estratégicos. Trabajó como alto funcionario del Estado Mayor de la Marina y en la Delegación de los estudios generales del Ministerio de Defensa. Ha publicado Dieu de Colère. Stratégie et puritanisme aux Etats-Unis (Association pour le Développement et la Diffusion de l’Information Militaire, col. Esprit de Défense, 1995). Titula el primer capítulo de este libro, «El Israel americano de Dios» y escribe: «El título puede sorprender, pero así es como un gran número de ciudadanos de Estados Unidos bautizan a su país. Armados con la voluntad de construir una nueva sociedad ideal, los primeros estadounidenses creían que Dios había mantenido este continente vacío para acoger un día a los perseguidos. Los primeros colonos proclaman que van a construir sobre estas tierras nuevas el ‘Israel americano de Dios’, denominación que tendrá mucho éxito Afirman que su país será diferente de otros ya que Dios se lo reservó a los verdaderos creyentes para que edificasen la ciudad de Dios. Uno de ellos, el predicador John Eliot, incluso teoriza sobre un gobierno divino en su célebre The Christian Commonwealth (la comunidad cristiana) (…) El Dios de Calvino y de los puritanos en bastantes aspectos está mucho más próximo al Dios de majestad y cólera del Antiguo Testamento que al Dios de amor de la revelación cristiana; por eso a menudo se califica al puritanismo como ‘anglo-hebraísmo'» (pp. 14-15).
Los autores norteamericanos adquieren acentos proféticos para describir el futuro de su nueva patria: «será grande, una gran nación porque el Señor ha elevado a su Israel americano por encima de otras naciones en número, gloria y fama.» profetizaba Ezra Sitles en 1783 (pp. 20-21).
«The Pilgrim Fathers» (Los Padres Peregrinos) huyen de la restauración política y religiosa de los Estuardo de Inglaterra. Se exilian a Holanda, para embarcar después, el 16 de septiembre de 1620, a bordo de Mayflower; llegan a Plymouth, Nueva Inglaterra. Estos disidentes puritanos de la iglesia anglicana de Inglaterra atraviesan el Atlántico con un proyecto, el de construir la Ciudad de Dios, que es menos el Dios del Evangelio que el de los textos más guerreros de la Biblia hebraica.
En su libro, Les mythes fondateurs de la nation américaine. Essai sur le discours idéologique aux Etats-Unis à l’époque de l’Indépendance (1762-1800) (Bruselas, Complexe, 1992), la historiadora Elise Marienstras reconstruye muy bien el ambiente intelectual de la fundación [de USA] y «la aventura»: «La mayoría de las veces, el Atlántico se compara con el mar Rojo, la emigración de las sectas inglesas se identifica con la huida de los hebreos. La comparación, efectivamente, era útil en varios aspectos: el mar que se cierra tras el paso de los fugitivos es una barrera definitiva entre el pueblo elegido y sus opresores; pero también la travesía del mar Rojo pertenece a la historia providencial. Se trata de una historia fuera de la medida del tiempo convencional, que sitúa en un tiempo muy lejano el destino de la especie humana y el cumplimiento de la voluntad divina. Hizo falta que los hebreos atravesaran el mar Rojo para salir de la historia de Egipto; después de la travesía del desierto que permitió su gestación, se forma la nación judía y recomienza la historia según el plan divino» (p. 76).
En 1799, el pastor congregacionalista Abbot Abiel, publica una obra con el revelador título Rasgos de semejanza entre el pueblo de Estados Unidos de América y el antiguo Israel. Como en todos los sionismos, el tema de la elección es primordial. En la ideología estadounidense esta elección lo convierte en excepcional y así pretende encarnar, por el bien del género humano, lo universal:
«Pueblo elegido, los estadounidenses son un nuevo pueblo de Israel. La semejanza de los antiguos judíos con los estadounidenses se basa en tres rasgos esenciales:
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la ventura de Israel
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su diferencia con las otras naciones
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la causa de los dos puntos anteriores: el favor divino.»
Esta excepcionalidad de Estados Unidos viene acompañada de una misión divina, de una responsabilidad moral con respecto a los sectores de la humanidad que no tienen el privilegio de la elección. El presidente Theodore Roosevelt lo dice bien: «el colono duro y feroz que echa al salvaje de su tierra, se gana la confianza de todos los hombres civilizados.» «Le verdict de l’Histoire: Le cas des Cherokkes» Norman Finkelstein, Revue des études Palestiniennes n.° 5, otoño de 1995, pp. 32-33).
Los grandes escritores de la independencia establecen un paralelismo entre los colonos americanos blancos y los hebreos de la antigüedad: en A Discourse (1786) Enes Hitchkock escribe: «cualquiera que preste atención a los numerosos puntos de similitud que existen entre su historia [de los judíos] y la nuestra [de USA], no encontrará excesivo o artificial aplicar este pasaje (de la historia bíblica) a esta nación cristiana y a esta revolución cuya grandeza hoy reconocemos.» Benjamin Franklin también contribuye a este sionismo cristiano con su libro Comparación entre la conducta de los antiguos judíos y la de los antifederalistas de Estados Unidos. Y escribe: «yo también tendré necesidad del favor del Ser supremo en cuyas manos estamos y que condujo a nuestros antepasados, como lo hizo con el antiguo Israel, de sus tierras natales hacia este país que rebosa de todo lo que es necesario y útil para la existencia.» (Segundo discurso inaugural).
Sería falso creer que estamos allí, en el corazón de una memoria que no tiene actualidad, es decir que ya no tiene resonancias en la conciencia del cuerpo social estadounidense. Hasta hoy el sionismo cristiano representa una fuerza de primera importancia. Las cifras que dan los especialistas de esta corriente son impresionantes y demuestran claramente que, a pesar del movimiento de la contracultura de los años 60, el ideal del «Israel americano» sigue vivo: los protestantes, los más comprometidos en este movimiento, asumen la problemática evangélica del «segundo nacimiento», el renacimiento del espíritu, no solamente de la carne.
Son los Born Again, los «renacidos». Richard Landes, director de un centro de estudios sobre el milenarismo cristiano en Boston, precisa: «en Estados Unidos, el núcleo duro de los Born Again aglutina cientos de miles de fieles que tienen una influencia considerable sobre 50 millones de fundamentalistas. Gozan de numerosas relaciones políticas en Estados Unidos y en Israel.» (L’Oriente Le Jour, 19/6/98).
El analista palestino Camille Mansour en su estudio sobre Estados Unidos confirma esta cifra: «la identificación estadounidense con Israel está todavía más marcada en ciertos sectores, como los cristianos fundamentalistas y evangélicos, para quienes el estado de Israel cumple una función escatológica. La figura más célebre de estos cristianos fundamentalistas, cuyo número se elevaría 50 millones, fue durante los años 80 Jerry Falwell, dirigente de la ‘mayoría moral’, y cuyos sermones para la televisión batieron récords de audiencia» (Israël et les Etats-Unis ou les fondements d’une doctrine stratégique, París, Armand Colin, 1995, p. 247).
Por su parte, Claude Lévy, en un notable estudio consagrado al «lobby judío estadounidense», precisa el tipo de relación que existe entre los grupos de presión proisraelíes y los grupos sionistas cristianos: «En efecto, por sí mismos, los judíos norteamericanos serían completamente incapaces de modificar la política estadounidense en Oriente Próximo, ya que tradicionalmente el Departamento de Estado es favorable a las tesis árabes. Lo que proporciona la fuerza a AIPAC (el principal lobby proisraelí, n. del e.) es su capacidad de convencer a otros segmentos de la población estadounidense para apoyar su causa. AIPAC encuentra aliados especialmente en los sindicatos afiliados al AFL-CIO [2], así como entre millones de protestantes fundamentalistas que consideran a Israel esencial para la supervivencia política y espiritual de Estados Unidos. Su compromiso con Israel se funda en la creencia de que la creación del estado hebreo está escrita en la Biblia. Muchos de estos fundamentalistas consideran a los judíos el Pueblo Elegido y los milenaristas ven en ellos la recreación del Gran Israel, el precursor de la segunda llegada de Cristo. En Estados Unidos existen más de cincuenta millones de fundamentalistas entre los que hay treinta millones de evangelistas que, por razones religiosas, son favorables a las tesis sionistas y por eso se les denomina ‘sionistas cristianos’. Begin condecoró con la Orden Jabotinski a uno de los dirigentes de los evangelistas, Jerry Falwell» (Revue Française d’Etudes Américaines, n.° 63, febrero de 1995, p. 79).
Exactamente en 1979, alrededor de este telepredicador evangelista, Jerry Falwell, se organiza la «mayoría moral» que pretende defender los valores puritanos y nacional-coloniales estadounidenses (5 millones de adeptos): es el despegue de la nueva derecha, expresión forjada por un católico de Texas, Richard Viguerie. La base social de esta derecha conservadora es el Biblia Belt o cinturón de la Biblia, el sur y suroeste de Estados Unidos. Impulsados por la mayoría moral, los fundamentalistas sionistas cristianos despliegan una actividad ilimitada en el universo televisivo y, en general, en el de las nuevas tecnologías de la comunicación. La influencia está a la altura de esta actividad. «Conocemos el enorme impacto de los telepredicadores de la iglesia evangelista como Jim Bakker o Jimmy Swaggart sobre cerca de 80 millones de estadounidenses, inmersos en una profunda crisis cultural generada por los años de la contracultura» (Histoire des Etats-Unis, Jean-Michel Laroix, París, Puf, 1996, p. 483).
Podemos concluir este estudio evocando el enlace entre las dinámicas sionistas cristianas y el lobby proisraelí. En la dirección central del AIPAC, que es uno de los principales componentes de este grupo de presión, existe un cargo cuya misión es mantener un lazo operacional permanente con las redes sionistas cristianas. Este atractivo de los proisraelíes para dinámicas religiosas e identificativas es subrayado por el investigador Marwan Bishara en su artículo sobre «La dimension théologique du lobby israélien aux Etats-Unis» que citábamos al principio de esta nota: «La novedad es la forma cada vez más ideológica, e incluso teológica, que reviste la acción de ciertos componentes del lobby judío en Washington. Esta novedad se debe a la conjunción de dos factores: el reforzamiento de los ortodoxos religiosos y de la extrema derecha en Israel y el papel más marcado del movimiento evangelista -tanto en el seno del partido demócrata como en el del partido republicano, sobre todo en el sur, pero también en el norte- y, de manera más general, el surgimiento del discurso teológico en la definición del papel universal de Estados Unidos en el siglo XX.»
Indiscutiblemente existe una dimensión mesiánica en la temática del «nuevo orden mundial» de Bush padre y Clinton (este último procede de la tradición baptista del sur), que nació en algún momento entre la destrucción del muro de Berlín y la destrucción de Iraq (como estado, nación y sociedad). Este nuevo orden -y éste es un elemento importante-, es la nueva versión del «imperio del bien» de Reagan y sus amigos sionistas cristianos de la mayoría moral frente al «imperio del mal». En este marco inscribimos la retórica guerrera de Bush Jr., especialmente desde el 11 de septiembre de 2001, con el tema del «eje del mal». En 1952, el teólogo protestante Rheinold Nieburgh exclamaba: «somos el Israel americano de Dios.» (Dieu de colère, p. 25). Con esta pretensión político-teológica, llegamos a una de las claves más importantes para hacer inteligibles los resortes de la solidaridad y la complicidad israelo-estadounidense.
Mohammed Taleb es historiador y filósofo. Trabaja desde hace varios años sobre las interferencias entre los parámetros antropológicos, culturales y teológicos para la comprensión del conflicto israelo-árabe. También se interesa por las posturas culturales de la globalización-occidentalización neoliberal y su impacto desorganizador sobre los pueblos y las sociedades del sur, tanto desde el punto de vista de la existencia social concreta como la de sus personalidades, su imaginario y sus representaciones del mundo. Su obra principal es «Visages du sionisme chrétien. Essai d’interprétation historique et théologique», París, Revue des études Palestiniennes, n.° 21 (otoño de 1999) y n.° 22 (invierno de 2000). Preside la nueva asociación Ishtar.
[1] Tawfiq Zayyad.- Uno de los grandes poetas palestinos de la resistencia. Nació en Nazaret en 1940. Es autor de las siguientes obras: Os estrecho las manos, (1968), Enterrad a vuestros muertos y alzáos (1969), Canciones de revolución y rabia (1970), Los prisioneros de la libertad y otros poemas prohibidos (1974), Circunstancias del mundo (1975). Cultiva también la novela y el teatro y es autor de un libro, Sobre literatura y literatura popular palestina. http://www.antorcha.net/index/hemeroteca/agustin/1_S.pdf
[2] http://es.wikipedia.org/wiki/AFL-CIO
Original en francés: http://oumma.com/spip.php?article2260
Caty R. y Juan Vivanco pertenecen a los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, la traductora y la fuente.