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Hemeroteca: un texto esencial de 1969

El sionismo es el culto de un estado totalitario, una forma de nazismo, la version judia del nacionalismo aleman

Fuentes:

Estos fragmentos forman parte del libro «Judaismo contra sionismo» del filósofo francés de origen judío Emmanuel Lévyne, publicado originalmente en 1969 por la editorial Herytem. Rebelión los ha tomado de la obra de S. Chedid «Palestina o Israel», de la editorial Canaan (2007).

A fines de la segunda guerra mundial, pensábamos que el sionismo nos llevaría a un «reino de justicia», es decir que nos permitiría conocer una vida totalmente opuesta a esa que acabábamos de llevar en Europa. Nos imaginábamos que el sionismo nos haría construir un mundo nuevo, un mundo que respondiera a nuestras aspiraciones más profundas; nuestras aspiraciones judías y nuestra actitud crítica respecto del mundo occidental en el que nos sentíamos sofocados.

El sionismo es una tragedia occidental. El sionismo trasplanta el drama, la crisis y el carácter opresivo de la civilización occidental al Medio Oriente. Siendo sionista yo trataba de huir de esa civilización, pero me dí cuenta a tiempo de que iba a suceder exactamente lo contrario.

A bordo de un barco, el «Exodus», descubrimiento de la opresión sionista (1)

Al embarcarnos en el «Exodus» todos nosotros deseábamos, en realidad, ir a Palestina para vivir «naturalmente», es decir cmo todo el mundo, volvernos campesinos y poseer un pedazo de tierra. Y más adelante mi mujer y yo hubiéramos podido hacer carrera y llevar una vida burguesa. ¿Pero cómo vivir como «todo el mundo» después de Auschwitz y Treblinka?

En Haifa el puerto estaba lleno de soldados ingleses y policías árabes. En general, los barcos clandestinos eran enviados a Chipre por los ingleses.

Pero el «Exodus»regresó a Francia.

En ese momento, mi visión mística de Palestina empezó a dejar de parecerse a lo que yo experimentaba objetivamente. Antes, sabíamos por los diarios que había algunos incidentes entre judíos y árabes, pero no éramos conscientes de lo que ello significaba. Nuestra visión mística nos impedía oír las escasas informaciones que podían llegar a nosotros; no teníamos absolutamente ninguna conciencia del problema palestino.

La opresión sionista se reveló ante mí, en primer término, como una opresión dirigida contra los judíos. En tanto creíamos ir hacia la justicia y la paz, a bordo del «Exodus» desperté de mi sueño. Comprendí que se trataba de algo radicalmente distinto de la posibilidad de hacer realidad mis sueños. Antes que nada descubrí el autoritarismo y el militarismo sionistas.

A bordo de esa nave-prisión conocí una realidad tanc cruel como la que habíamos sufrido durante la guerra. Ese barco era una cáscara de nuez, una embarcación que no aguantaba los embates del mar.

Los sionistas habían amontonado allí a millares de personas y nos hacían viajar a Palestina como los nazis habían despachado a los judíos hacia los campos de la muerte. Eramos llevados hacia un suicidio colectivo. Desde el momento que estuvimos a bordo del navío, las autoridades, por otra parte, nos hicieron comprender que esta vez las cosas no iban a salir como siempre y que íbamos a ser sacrificados porque ello era necesario.

Entonces me dí cuenta del carácter inhumano del sionismo: nos consideraba como objetos. Era preciso conmover a la opinión pública mundial y para conmoverla había que crear mártires. Todo había sido previsto para que se produjera una catástrofe con el objeto de impresionar a la opinión pública y así ganarla para la causa del Estado judío. Esos 7 500 pasajeros eran conducidos a la muerte, sacrificados de antemano a los intereses del sionismo. Me sentí herido hasta en mis propias ideas judías.

Ya de regreso, una vez llegados nuevamente a Port-de-Bouc, todo el mundo se disponía a desembarcar en Francia. Pero la policía sionista nos prohibió descender. Los agentes del sionismo, que estaban entre nosotros, instalados en las diferentes bodegas del «Exodus», dieron la orden formal de permanecer a bordo. Semejante decisión me sublevó: los sacrificios humanos continuaban.

Quienes manifestaron la intención de transgredir la prohibición fueron amenazados con ser incluidos en listas negras. Yo ignoré la orden porque había comprendido que para ser sionista era necesario vaciarse de su sustancia judía. El sionismo es el culto de un Estado totalitario, es una forma de germanismo e incluso, digámoslo claramente, de nazismo: es la versión judía del nacionalismo alemán.

Era un crimen de lesa humanidad obstinarse y preferir que fuéramos deportados a Alemania en lugar de aceptar ser recibidos en Francia. El «Exodus» nos llevaba a Alemania…¿Quién comprendía el significado terrible e insoportable de ese símbolo? Mi único escrúpulo fue abandonar a mis queridos amigos como si fueran hermanos míos y abandonar a todos esos pobres judíos que eran víctimas e instrumentos en manos de los políticos sionistas. Juntando mis últimas energías, en el puente de la nave prisión, me puse a aullar como un loco, para advertir a todo el mundo que éramos llevados al infierno, que había que rebelarse y negarse a seguir a los jefes sionistas, quienes empleaban los métodos nazis. Y me sentí tambalear, caí desplomado, con plena conciencia de que, en última instancia, todo había terminado. Para mi padre eso había ocurrido en Auschwitz; para mí, Auschwitz era el «Exodus». Y la gestapo, los s.S. no eran los inglese, sino los jefes sionistas que nos trataban como si fuéramos gando destinado al matadero, mientras que los soldados y marineros británicos se comportaban lo más humanamente posible.

Los dirigentes sionistas, que no han sufrido personalmente la guerra -el territorio de Palestina no fue ni ocupado ni bombardeado por los alemanes-, han explotado mi sufrimiento para crearse un Estado y situaciones de privilegio, para tener acceso a cargos de ministros, embajadores, generales, etc… y es en mi nombre que han infligido a los árabes un trato que los alemanes habían reservado para mí. Y todo ello gracias, precisamente, a las astronómicas sumas de dinero que les entregan los alemanes. A cambio de lo cual ellos proveen a los alemanes de ametralladoras, probablemente para que, mañana ó pasado, cuando yo me niegue a trasladarme voluntariamente al campo de concentración que es el Estado judío que se han creado, los alemanes me liquiden como ayer liquidaron a mi padre.

Pero, a medida que los israelíes más matan y oprimen, dinamitan casas y deportan a sus habitantes árabes, menos les pertenece la tierra de Palestina. Un día cualquiera, tarde ó temprano, se verán obligados a irse de Palestina, es seguro.

En cambio, en el curso de estos años mi lucha antisionista me ha llevado a simpatizar, a unirme con los palestinos y, por eso mismo, a establecer un contacto extremadamente sólido y duradero con esa tierra, dado que renunció a poseerla. Son los judíos europeos, germanizados, ricos, quienes crearon el sionismo, y no los judíos palestinos que vivían consagrados al estudio de la Torah y no tenían ninguna intención de crear un «Estado judío».

Y he aquí la paradoja de mi situación antisionista: me siento judío palestino. Un judío que comprende a los árabes y a todas las naciones del Tercer Mundo, justamente a causa de su condición social y religiosa. Hoy tenemos que efectuar una conversión política y revolucionaria: de sionistas e israelíes aliados a los imperialistas norteamericanos, debemos transformarnos en palestinos aliados a los antiimperialistas del mundo entero, particularmente con los árabes, quienes sufren la más fuerte presión de parte de las fuerzas opresivas y explotadoras; los árabes, que están a la vanguardia del combate por la libertad y la dignidad del ser humano. La consigna es luchar contra el más duro bastión del imperialismo -contra el Estado sionista.

Personalmente, estoy convencido de que la lucha más eficaz que nosotros podemos llevar a cabo contra el Estado sionista -Israel- y contra el sionismo es la lucha ideológica. Debemos poner en evidencia que ese Estado fue creado para asegurar la defensa de esa civilización occidental que dio como frutos Auschwitz e Hiroshima. Las cámaras de gas, la bomba atómica, el judaísmo norteamericanizado por la vía del Napalm son tres realizaciones monstruosas de la misma civilización técnica. El Estado de Israel es un estado de Técnicos. Como ya dijimos, es la mayor realización, el más grande éxito de la política y la técnica occidentales.

El estado de Israel es la civilización occidental y técnica a la conquista de Oriente. Los pueblos pobres han emprendido la guerra tricontinental contra las naciones ricas, contra los gigantes industriales, para no ser aplastados por las botas y las máquinas, como insectos. Comprenden -y cada vez comprenderán más claramente- el papel capital jugado por el Estado sionista en la defensa de una inhumana civilización técnica. Todo revolucionario debe ver claramente que la destrucción del Estado sionista es el camino más corto a la revolución mundial.

El Estado sionista es el bastión capitalista e imperialista dotado de la más grande capacidad de resistencia, ya que dispone de un arma psicológica más eficaz que todas las bombas del mundo: la acusación de antisemitismo que lanza contra todos aquellos que lo atacan. El imperialismo judío es, de manera diferente, mucho más coriáceo que el imperialismo norteamericano: es por eso que éste último apoya al primero, quien le sirve de fachada moral. Y es por ello que todo revolucionario que no tiene el valor de ser antisionista, que teme pasar por antisemita, hace el juego al imperialismo y lo vuelve indestructible. No será posible destruir el imperialismo sin destruir el Estado sionista.

Asegurar el derecho a la existencia del Estado de Israel es asegurar el derecho a la supervivencia del capitalismo, del imperialismo, del colonialismo, de la tecnificación y la mecanización occidentales, que suprimen a la Humanidad, que la aplastan.

(1) El barco Exodus 1947, con 4.500 refugiados judíos a bordo, salió en julio de 1947 del sur de Francia hacia Palestina, administrada entonces por los británicos. Estos interceptaron el barco y lo destinaron a Haifa, en Palestina, y de allí al Puerto francés de Port-de-Bouc, donde estuvo anclado por más de un mes. Finalmente los británicos llevaron a los pasajeros del Exodus 1947 a Hamburgo, Alemania, y fueron obligados a retornar a los campos de refugiados.