Traducciòn del sueco para Rebelión de Luis E. Sabini Fernández.
La consigna del sionismo «una tierra sin hombres para hombres sin tierra» ha vertebrado la colonización judía de Palestina desde hace más de un siglo. La realización de un «estado judío», el objetivo del sionismo, presupone una fuerte mayoría de población judía y una limpieza étnica de los que estaban allí desde mucho antes. Israel es por ello una construcción racista. La supremacía judía se asegura mediante una sistema de apartheid constituido sobre la base de leyes, normas administrativas y mandatos religiosos. Al día de hoy todavía, falta en Israel una constitución con fronteras fijadas, lo cual está totalmente en consonancia con las exigencias expansionistas del sionismo.
Una constitución de 1985 y una ley de partidos del año 1992 no acepta ningún partido político que se oponga abiertamente en su programa a «la existencia del estado de Israel como el estado del pueblo judío». Israel no es entonces ni siquiera una democracia para los mismos judíos. La ley de retorno le da a los judíos fuera de Israel el derecho a inmigrar y convertirse en ciudadanos judíos en tanto que a los palestinos expulsados se les niega ese mismo derecho consagrado por la justicia internacional. Esa ley es parte fundamental del sistema de apartheid y convierte a todos los judíos en enemigos potenciales de los palestinos.
El documento de identidad israelí no señala «israelí» como nacionalidad sino «judía», «árabe», etcétera. Los ciudadanos no judíos no pueden casarse con judíos dentro de Israel o gozar del suelo. Muchas aldeas árabes carecen de estatuto legal como áreas habitacionales y con ello no tienen derecho alguno a servicios públicos y generales como energía o agua. Los árabes israelíes no pueden hacer el servicio militar (con contadísimas excepciones), lo cual conlleva una clara discriminación en el usufructo de derechos sociales, estudios, etcétera.
De la Palestina original hay ahora un 10% que está ocupada, el resto ha sido totalmente robada. Toda la vida y la actividad palestina ha sido estrangulada, y ahora, desde enero de 2006, con la ayuda de la llamada comunidad internacional existe el empeño en acabar con los palestinos por el hambre y las privaciones. Se trata de una política genocida, si seguimos la definición de la convención sobre genocidio de la ONU, en la medida en que su objetivo es ‘amenazar destruir total o parcialmente a la población palestina’. Israel viola permanentemente derechos que la ONU asigna a cada pueblo y no existe ningún otro estado en el planeta que haya ignorado tantas resoluciones de la ONU vinculadas con esa cuestión. Israel es un gran poder militar, nuclear. El último ataque sobre El Líbano, así como la amenaza de descargar bombas atómicas sobre Irán ponen al descubierto las ambiciones israelíes de desestabilizar y destruir a los vecinos de su región. No hay que olvidar los ataques anteriores sobre Egipto y El Líbano.
La colonización de Palestina sigue su curso en Cisjordania (Gaza ha sido convertida en un gueto). Todo ello siguiendo el plan que Theodor Herzl presentara en su libro El estado de los judíos (1896) que se adoptó cuando el primer congreso sionista, en 1897. Uno de los puntos de partida principales del sionismo es que la asimilación de los judíos no sirve contra el antisemitismo. La «raza» judía es vista como un pueblo con derecho a un estado propio en Palestina, donde está el monte Sion. El objetivo es una utopía socialista; un estado modélico.
El fundamento del sionismo, sin embargo, fue conformado algo antes por Moses Hess, denominado rabino comunista. Fue unos de los primeros socialistas significativos de Alemania, así como uno de los mentores de Karl Marx. Es considerado por los sionistas como el primero y escribió Roma y Jerusalén (1862) que tiempo después Herzl iba a considerar como el libro que decía todo lo que era necesario decir sobre sionismo. En esa obra Hess realza el concepto de «raza» judía, su superiodad así como su carácter de pueblo elegido, en tanto ve a la religión judía como la mejor garantía para la nacionalidad judía.
El proyecto sionista se desarrrolló asimismo a manos de Ber Borochov, marxista, sobre la base de una «concentración territorial» como solución para la cuestión judía. Fundó Poale Zion, un partido sionista marxista que apoyó la revolución rusa de 1917. Uno de sus miembros fue David Ben Gurion -el padre del Estado de Israel- que llegó a Palestina a principios del s. XX. Ben Gurion se consideraba a sí mismo como un bolchevique y era partidario de la dictadura del proletariado en todos los países salvo en Palestina, donde aplicó directamente la dictadura del sionismo.
Poale Zion se fracturó y la rama socialista con Ben Gurion como líder fue durante largo tiempo la corriente dominante dentro del sionismo. La colonización se hizo en nombre del socialismo y de la cultura de la ilustración occidental. Por eso mismo, se hizo a pasos y con tratativas con los palestinos. La fundación del estado judío iba a esperar. Porque primero había que forjar un ejército capaz de golpear con contundencia (Haganá), que estuviera en condiciones de expulsar a los palestinos, así como crear y defender una buena mayoría de judíos en la mayor parte del territorio palestino. Esta estrategia fue, como sabemos, muy exitosa, así como, más adelante lo fueron los llamados Acuerdos de Oslo, después de los cuales más que se duplicó el número de los asentamientos judíos en Cisjordania.
Una línea minoritaria dentro del sionismo fue la representada por Zeév Jabotinsky, partidaria de la acción inmediata. Fundó en 1925 un partido sionista revisionista que reclamaba la formación de un Gran Israel que abarcara no sólo toda Palestina sino también Transjordania, partes de Siria y El Líbano, y hasta el río Éufrates. En el texto «La muralla de hierro» de 1937 sostiene que todos los nativos incluidos los palestinos están en contra de los colonialistas por lo cual hay que mostrarles con firmeza que toda resistencia es insensata.
En tanto Ben Gurion guardaba simpatía con el marxismo y más tarde con la socialdemocracia, Jabotinsky depositaba la suya en el fascismo de Mussolini. Fundó el grupo terrorista Irgún que llevó a cabo los peores atentados para la expulsión de los palestinos. Un grupo a su vez escindido de ellos, el Stern, llevó a cabo el asesinato premeditado de Folke Bernadotte, en 1948, enviado oficial de la ONU de origen sueco en el territorio y mediador entre sionistas y árabes palestinos. Los líderes de estos últimos agrupamientos, terroristas, Menachem Begin y Yitzak Rabin, fueron con el tiempo, sucesivamente, jefes de gobierno en Israel. La política simbolizada en La Muralla de Hierro ha sido consumada por el penúltimo jefe de gobierno, Ariel Sharon, y el actual sucesor, Ehud Olmert, la ha afianzado con poderes militares ampliados. Es la política que representaban Begin y Rabin. Fueron sin embargo gobiernos socialdemócratas los que llevaron a cabo las enormes ampliaciones de las colonizaciones judías tanto en Cisjordania como en la Franja de Gaza. Esa «izquierda» socialista nacional o nacionalsocialista a la que Sharon perteneció originariamente.
Los marxistas europeos orientales le imprimieron su impronta a la colonización de Palestina durante la primera mitad del siglo XX. Se llevó adelante con trabajos colectivos en el campo, el kibutz fue su punta de lanza. Se trataba de organizaciones de democracia directa, experimentos de sociedad socialista, las más de las veces seculares, laicos. No corría el dinero dentro de la comunidad y la crianza de los niños era sí o sí colectiva. Únicamente los judíos podían participar de ello. Los kibutzim, que de ese modo resultaban bastiones racistas, desempeñaron un papel importante en la conquista militar y en la defensa del territorio conquistado. Hoy en día, los colonos de la Margen Occidental o de las alturas de Golan cumplen exactamente la misma función, aunque ahora se trate de nacionalistas religiosos ortodoxos. Después de 1967 la influencia religiosa ha crecido y cada vez resulta más insensato hablar de izquierda o derecha en la política israelí. Los motivos religiosos en el sionismo han sido siempre importantes. Hoy en día la política y la religión se han fusionado en Israel.
Moses Hess vinculó raza, pueblo, nación y condición de pueblo elegido en un socialismo nacional erigido en una configuración colonial. Fue lo que se denominó sionismo. Más tarde apareció el socialismo nacional alemán, que se componía de los mismos elementos.
«Creo, como Hitler, en la idea del poder de la sangre.» Así escribe Chaim Nachman Bialik en «La hora del presente» (1934). Está considerado el poeta nacional israelí.
Las organizaciones judías y los agrupamientos judíos fuera de Israel están hoy en día dominados por el sionismo. Su apoyo al estado judío es un presupuesto para que sigan existiendo, aunque se contradiga flagrantemente con las libertades públicas y los derechos democráticos que quieren gozar en los países en que viven. Con esta doble moral los propios judíos incrementan un odio al judío.
Hay que agregar que la solución de dos estados según el modelo de los tratados de Oslo, que preserva un «estado judío», significa una perversión de los derechos de los pueblos, puesto que legalizaría el robo de tierras y la limpieza étnica. El estado sionista de apartheid debería ser transformado en una democracia en la que rijan iguales derechos para todos sus ciudadanos, al margen de la pertenencia religiosa o la etnicidad de sus miembros. Los campesinos expulsados tienen que tener el derecho de retorno. Así desaparecería el basamento para la ocupación de Cisjordania o las alturas de Golán, así como el Muro. Una solución de este tipo, «sudafricana», posibilitaría quedarse también a los colonizadores. En Argelia los colonizadores tuvieron que abandonar el país porque sus aliados occidentales se aferraron en no querer ceder ni un ápice. Ese desenlace tendría que ayudar a reflexionar en la situación Palestina/Israel.
Lasse Wilhelmsson es periodista, exmiembro de las autoridades políticas del municipio de Täby, provincia de Estocolmo, Suecia. Ha sido residente en Israel durante algunos años en la década de los ’60.
Su texto proviene del año 2006, después del ataque generalizado a la Franja de Gaza (y al Líbano) por parte del Estado de Israel.