Si el sionismo nace a fines del siglo XIX; una importante escisión se produce en su seno hace 80 años. Una nueva corriente que se llama a sí misma «revisionista» aparece. Su principal animador se llama Vladimir (Ze´ev) Jabotinsky. El «transfert»: un viejo proyecto Hasta entonces, los inmigrantes sionistas instalados en Palestina bajo mandato británico, […]
Si el sionismo nace a fines del siglo XIX; una importante escisión se produce en su seno hace 80 años. Una nueva corriente que se llama a sí misma «revisionista» aparece. Su principal animador se llama Vladimir (Ze´ev) Jabotinsky.
El «transfert»: un viejo proyecto
Hasta entonces, los inmigrantes sionistas instalados en Palestina bajo mandato británico, tenían tendencia (como la mayor parte de los colonialistas) a ignorar la existencia misma del pueblo autóctono. Israel Zangwill había proferido la mentira fundadora afirmando que había que encontrar «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra» y que esa tierra sería Palestina. David Ben Gurion había señalado claramente que el país estaba poblado. Pensaba (con razón) que esos «fellahs» eran los descendientes de los hebreos. Pero, fingiendo ignorar la realidad colonial, imaginaba que esos «fellahs» se integrarían en el proyecto sionista. La revuelta palestina de 1929 (en Hebrón) y sobre todo la insurrección de 1936 iban a desmentir esos sueños. A partir de ahí, para Jabotinsky (admirador del fascismo italiano) y sus discípulos, la vía a seguir es clara. Puesto que está claro que los palestinos son valerosos y están dispuestos a resistir con determinación, hay que expulsarlos más allá del Jordán. Desde el fin de los años 1930, el terrorismo de la derecha sionista se desarrolla, atacando tanto a palestinos como a británicos. Para la mayoría sionista que se reivindica del socialismo, la derecha es intratable y los «socialistas» no dudan en calificarla de racista y de terrorista, incluso de fascista. Sin embargo, desde el comienzo, «izquierda» y derecha sionistas están de acuerdo en lo esencial: privilegiar a cualquier precio la construcción del futuro estado judío en detrimento de cualquier otra consideración. Dos actitudes complementarias
En 1933, los judíos americanos decretan un bloqueo económico contra la Alemania en la que Hitler acaba de llegar a canciller. Ben Gurion se opone a ello y el comercio entre el Yichuv (comunidad judía de Palestina antes de la creación del estado de Israel) y la Alemania nazi proseguirá. En la derecha, el grupo Stern se ha lanzado a una guerra total contra los palestinos y los británicos. Su facción más dura dirigida por el futuro primer ministro Itzhak Shamir asesinará soldados británicos y tomará contactos con el régimen hitleriano cuando el genocidio nazi está en su apogeo. Ese mismo grupo asesinará al conde Bernardotte durante la guerra de 1948 para significar claramente que el nuevo estado de Israel no respetará el derecho internacional. Con la apertura de los archivos, los historiadores israelís han confirmado lo que los palestinos decían desde hace mucho. La «Naqba» (catástrofe), es decir, la expulsión de 800.000 palestinos de su propio país era premeditada y había comenzado en gran medida en el momento de la entrada en guerra de los países árabes vecinos en mayo de 1948. Los grupos terroristas de extrema derecha y el ejército regular dirigido por la «izquierda sionista» (la Haganah, el Palmach) jugaron papeles complementarios. Así en Deir Yassine, un grupo terrorista, el Irgun, dirigido por el futuro primer ministro Menahem Begin masacró a la población, pero fue el ejército regular el que ocupó el pueblo. Deir Yassine no existe ya, se ha convertido en el barrio de Giv´at Shaul y el tunel de la carretera que pasa por debajo lleva el nombre del asesino: Menahem Begin.
Las responsabilidades de la «izquierda sionista»
«Izquierda» y sionismo, es un oximoron. Si la derecha sionista ha reivindicado siempre la necesidad de la limpieza étnica (algunos lamentan hoy que no se hubiera terminado la guerra de 1948 y que queden «árabes» en Israel), la izquierda lo ha practicado sin vergüenza. De hecho, la «izquierda» sionista está comprometida en todos los crímenes cometidos contra el pueblo palestino. En 1948, la «izquierda» estaba en el poder durante la guerra. No solo planificó la expulsión, sino que confiscó las tierras de los expulsados y se opuso a todo retorno de los refugiados desde la firma del armisticio. La idea del país «de izquierda» ayudado por la URSS con kibutz y pioneros que trabajan su país para hacer de él un jardín, es falsa desde el comienzo: este país nació de una limpieza étnica. En 1956, la «izquierda» estaba en el poder cuando el ejército israelí, aliado a los imperialistas franceses e ingleses, conquistaba el Sinaí. El mismo año, 49 palestinos de Israel eran masacrados en Kafr Kassem. Protestaban por el robo de sus tierras. En 1967, se sabe ahora que la crisis sobre el estrecho de Tiran era un pretexto. La conquista era premeditada y desde el verano de 1967, la colonización estaba decidida. Es un ministro «de izquierdas» Yigal Allon, jefe de un pequeño partido «socialista» (el Ahdut Ha´avoda) el que organiza la colonización de Cisjordania. Como no tiene el personal político para colonizar, va a reunirse con la única corriente religiosa sionista, la de los discípulos del rabino Kook. Les ofrece millones de shekels para que vayan a colonizar. Hoy, esta corriente nacional-religiosa, apoyada al comienzo por la «izquierda», representa la cuarta parte de la sociedad israelí y una buena parte de los 500.000 israelíes instalados en los territorios conquistados en 1967 se reclama de ella. Por supuesto, la llegada al poder de los discípulos de Jabotinsky en 1977, con la derrota electoral de la «izquierda» frente a Begin, parece un giro histórico. Es uno porque, por primera vez, el electorado sefardí sanciona a los fundadores del estado de Israel a la vez que hace el juego de la derecha racista. En 1987, Yitzhak Rabin es ministro de Defensa cuando la primera Intifada es reprimida con una gran brutalidad. En 1993, esta misma «izquierda» parece haber aceptado la idea de «la paz por los territorios» al firmar los acuerdos de Oslo. Durante los pocos meses que separan esos acuerdos del asesinato de Rabin, 60.000 nuevos colonos son instalados. ¿Por qué? El episodio de Simón Peres en el poder antes de su derrota frente a Benjamin Netanyahu es una sucesión de crímenes destinados a relanzar la guerra: masacre en el pueblo de Cana en el Líbano, asesinato en Gaza de Yahia Ayache, «artificiero» de Hamas (según Peres) en pleno período de tregua (1996). A partir de este período, la «izquierda» sionista participa en numerosos gobiernos de coalición. Es un ministro «de izquierdas» (Fouad Ben-Eliezer) quien está en el origen del muro que corta Cisjordania (llamado cierre de separación en el novlenguaje). Es un ministro laborista supuestamente sensible a las cuestiones sociales (Amir Peretz) quien, como ministro de defensa, organiza el ataque contra el Líbano en 2006. Y es otro ministro «de izquierdas», Ehud Barak quien dirige la carnicería que acaba de ser cometida en Gaza. Hay tan poca diferencia entre «izquierda» y derecha sionistas que, cuando Ariel Sharon (un puro discípulo de Jabotinsky), más clarividente que sus antiguos compañeros, decide evacuar Gaza (para mejor poder destruir esa región), una parte de los laboristas (con Simón Peres a la cabeza) se une a él en el partido Kadima.
En el origen del consenso
Justo antes de atacar Gaza, Tzipi Livni consultó al conjunto de los partidos sionistas y todos le dieron su acuerdo, incluso el Meretz, varios dirigentes del cual estaban en el origen de los acuerdos de Oslo. El antiguo movimiento de masas Shalom Arshav (La Paz Ahora) se ha convertido en un apéndice del partido laborista. Los grandes escritores considerados como conciencias morales (Amos Oz, Avraham Yehoshua, David Grossmann) han aprobado la agresión contra Gaza tras haber aprobado la del Líbano dos años antes. Michel Warschawski ha considerado siempre que la minoría anticolonialista en Israel es una pequeña rueda. En 1982, esta pequeña rueda había arrastrado a una grande y centenares de miles de manifestantes habían denunciado la invasión del Líbano y las matanzas de Sabra y Chatila. Se acabó. Las manifestaciones contra la carnicería en Gaza (al margen de las organizadas por los palestinos de Israel), no reunieron más que 10.000 participantes. La frontera no pasa en Israel entre «izquierda» y derecha. Separa a los sionistas de los no sionistas o antisionistas. El «complejo de Massada» ha logrado convencer a la mayoría de la población israelí de que está en peligro, que se la quiere destruir, que las víctimas son los judíos, que no hay socios para la paz y que los palestinos prosiguen el proyecto de aniquilación nazi. Hezbolá y Hamás han sido hábilmente erigidos en espantajos intratables. Puesto que el enemigo es monstruoso, el permiso de matar existe y no hay que hacerse preguntas. El discurso de los fanáticos religiosos («los palestinos son amalecitas, la Torah dice que está permitido matarles así como a sus mujeres, sus hijos, sus rebaños) se ha convertido en el discurso dominante. Por otra parte, el rabinato militar ha oficializado este discurso racista e integrista excusando por adelantado todos los crímenes de guerra cometidos en Gaza. Las barreras morales se han hundido. Los electores han preferido el original a la copia
Las últimas elecciones en Israel, significan un poco como si la OAS hubiera ganado la guerra de Argelia y las elecciones francesas se decidieran entre Philippe de Villiers, Bruno Mégret y Jean-Marie Le Pen. Sin duda el antiguo gobierno Livni-Barak tenía pensamientos electorales en mente cuando atacó Gaza e imaginaba ganar así votos. Es sintomático ver que los tres partidos que han llegado a la cabeza en las últimas elecciones israelís son tres «herederos» diferentes de Jabotinsky. El que aparece más intratable ha sido matón en una discoteca en Moldavia. Avigdor Lieberman, como un cierto político célebre en Francia, tiene la reputación de decir bien alto lo que una buena parte de la opinión pública israelí piensa en bajo. Ha propuesto, hace algunos años, que se lanzara una bomba atómica sobre Teherán o que se bombardeara la presa de Asuán. Este «diplomático» un poco particular es hoy ministro de Asuntos exteriores. Su éxito electoral ha venido de una idea más que centenaria, la que ha estado en la base de todos los nacionalismos asesinos: un estado étnicamente puro. Propone sin reír que el millón y medio de palestinos de Israel se declaren vasallos del dios sionismo, y que en caso de negativa, sean desprovistos de su nacionalidad y expulsados. No se dice opuesto a un estado palestino si Israel guarda lo esencial, es decir, las colonias. Su éxito era previsible en el electorado rusófono, su discurso seguritario (que ha estado a punto de acabar en la prohibición de los partidos políticos de los palestinos de Israel) le ha permitido enormes progresos, en las colonias o en Sderot. Es cómico oír a los medios franceses preguntarse si su llegada al ministerio no va a «suponer un frenazo al proceso de paz». ¿Qué frenazo? ¿Qué proceso? ¿Qué paz? El heredero «legítimo» de Jabotinsky, Begin y Shamir, es Netanyahu. No ha cambiado, sigue siendo hostil a cualquier estado palestino. Frente a la cuestión demográfica (5 millones y medio de judíos y 5 millones de palestinos entre el Mediterráneo y el Jordán), su estrategia es el Gran Israel y el Apartheid: confinar a los palestinos en zonas cada vez más restringidas, empujarles a irse, instalar 300.000 nuevos colonos. No teniendo nada que proponer a los palestinos, ni siquiera algo que podría hacer que se recuperara la Autoridad Palestina, desvía la atención proponiendo un ataque «preventivo» contra Irán. Esta idea es popular en Israel donde se ha preferido siempre ahogar la cuestión palestina en un universo más grande: el del choque de civilizaciones y de la guerra del bien contra el mal. Heredera de Jabotinsky y de Sharon, calificada de «centrista» por los medios, Tzipi Livni (antigua miembro del Mosad donde organizó atentados contra los palestinos) está en el origen de la carnicería de Gaza. Sin duda, Barack Obama habría preferido que ella ganara las elecciones para mantener la ficción de posibles negociaciones. Los Estados Unidos intentarán seguramente llevarla al poder de aquí en algún tiempo. El partido Kadima no se dice hostil a un estado palestino a condición de que Israel se quede con Jerusalén Este, Maale Adoumim, Airel, los bloques de colonias, el valle del Jordán… En definitiva, habría bantustanes dispersos, no viables, ligados por túneles y se llamaría a eso el estado palestino.
Una clase política nula
¿Y los demás partidos? La prisa de Ehud Barak por unir el partido laborista a la extrema derecha no tiene nada de sorprendente. Nada les opone en el fondo.
Es Barak quien ha impuesto la idea de que no hay interlocutor para la paz y que no hay ninguna alternativa al aplastamiento de Hezbolá o de Hamás. Es Barak quien ha convencido a los dudosos de la idea de una guerra sin fin. Su alianza recuerda los peores momentos de la guerra de Argelia cuando los «socialistas» Guy Mollet, Robert Lacoste, Max Lejeune hacían causa común con los militares «pacificadores» (los generales Massu y Bigeard), los adeptos de la tortura o los futuros dirigentes de la OAS. El partido socialista francés necesitó 20 años para recuperarse de ello. Muy disminuido en las últimas elecciones, el partido laborista israelí corre el riesgo de sufrir la misma suerte. A su izquierda, el Meretz está en un callejón sin salida. Preso del sionismo, ha fracasado en la idea de un «sionismo de rostro humano» que aceptaría grosso modo una retirada a las fronteras de antes de 1967. De todas formas, esta frontera internacionalmente reconocida (la línea verde) ya no existe. No figura en ningún mapa israelí. La anexión no es ya rampante, se ha hecho todo lo posible para hacerla definitiva. La autovía Tel-Aviv/Jerusalén atraviesa los territorios ocupados en Latrun. Gigantescas empresas se instalan en Cisjordania ocupada. Las ruinas de Herodion o de Qumran (Cisjordania) se han convertido en parques nacionales israelíes, la mayor parte de Jerusalén-este ha sido transformada en extrarradios residenciales. Las carreteras de circunvalación han redibujado el mapa de Cisjordania. Para que la solución de «dos pueblos, dos estados» sobre la base de la línea verde exista, sería necesario que los 500.000 colonos partieran o aceptaran convertirse en ciudadanos palestinos. Tanto lo uno como lo otro se han convertido en más bien irrealistas. Por no haber planteado las cuestiones esenciales (el colonialismo, la igualdad de derechos), el Meretz no tiene ya nada que proponer. Del lado de los religiosos, los que han conservado desconfianza o aversión hacia el sionismo (como el grupo Netouré Karta) son hoy muy minoritarios. Lo que tiene el viento de popa se basa en una síntesis entre mesianismo fanático («Dios dio esta tierra al pueblo judío»), nacionalismo guerrero y racismo. Así, el jefe espiritual del Shass (partido sefardita religioso que tiene 11 diputados), el rabino Ovadia Yossef, declaró que los palestinos eran todos serpientes y que la Shoah era un castigo divino contra los judíos que se habían portado mal. El franco palestino Salah Hamouri está en la cárcel por sospechoso (sin pruebas) de haber tenido intenciones hostiles contra este jefe «espiritual» de otra época. Los partidos religiosos rivales no son mejores. Lo que unifica la clase política israelí es la corrupción
Sharon y sus hijos han tenido problemas con la justicia. También Ehud Olmert, implicado en el asunto de permisos de construcción pagados cuando era alcalde de Jerusalén, ha tenido que dimitir. El propio Netanyahu ha conocido momentos de eclipse. Lieberman está hoy con problemas con la justicia por desviación de fondos en la financiación de los partidos que podrían costarle el puesto. Hace dos años, una miembro de su partido, Eterina Tartman, mintió descaradamente sobre su titulación para poder convertirse en ministra de ciencias (en lugar de un «árabe» presentido para ese puesto). Fue empujada a la dimisión cuando apareció la verdad. En el momento del desencadenamiento de la guerra del Líbano, el general jefe del ejército Dan Halutz había cometido un delito de utilización de información privilegiada vendiendo todas sus acciones y precipitando la caída (el 8%) de la Bolsa en Tel Aviv. Cuando los dirigentes israelíes no son encausados por desviaciones de fondos, lo son por delitos sexuales como el antiguo presidente Moshé Katzav, acusado de acoso sexual y de tentativa de violación. No hay nada que esperar de esta clase política en la que el dinero y el individualismo se han convertido en los valores dominantes. Es poco probable que salga de esta clase alguien como el surafricano De Klerk, capaz de negociar un compromiso histórico y de pensar en el futuro. Rabin pagó con su vida el hecho de haber parecido serlo.
¿Qué esperanza?
Los palestinos han retenido de su trágica historia que hay que resistir, no volver a irse. Se está en la cuarta generación desde la Naqba. El loco sueño de los sionistas de que los palestinos desaparecerían fundiéndose en el mundo árabe de alrededor o que no estuvieran ya (a imagen de los amerindios de los Estados Unidos o de los aborígenes de Australia) en situación de reclamar sus derechos no es posible. Al mismo tiempo, ninguna paz justa será posible mientras el proyecto sionista esté en marcha porque ese proyecto se ha basado siempre y se basa en la negación de Palestina. ¿Entonces? Poco antes de la carnicería de Gaza, las elecciones municipales de Tel-Aviv habían dado un resultado sorprendente. La principal lista de oposición estaba dirigida por un joven miembro del Hadash (el partido comunista) que era refuznik (objetor de conciencia) y antisionista. Había palestinos de Jaffa en esta lista que obtuvo el 36% de los votos. Parece que los jóvenes hubieran votado masivamente por un refuznik (es un índice). Pero el resultado obtenido muestra una aspiración a vivir «normalmente» sin una guerra cada dos años, sin una movilización permanente, sin esta huida hacia delante criminal y suicida. Todo israelí que reflexiona sabe que la política actual de destrucción de Palestina y de crímenes repetidos no puede durar indefinidamente sin consecuencias muy graves para los israelíes. Si la sociedad israelí se tomara el tiempo mirar a su alrededor, tendría el tiempo de ver sus verdaderos problemas: la violencia, el ultraliberalismo, el borrado de las identidades, el militarismo, la segmentación, la pérdida de referencias y de valores. La superación del sionismo supone responder a estos desafíos. Pero ¿para cuando? El tiempo pasa, los crímenes se acumulan. Este cambio indispensable y esta ruptura del «frente interno» urgen.
9 de agosto de 2009
Pierre Stamboul es miembro del Secretariado Nacional de la UJFP (Union Juive Française pour la Paix)
Traducción: Alberto Nadal para VIENTO SUR
http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/index.php?x=2546