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Fuentes: Rebelión

Nablus es una ciudad romana, Flavia Neapolis, construida en el año 72 d. de C. por el emperador Tito en honor de su padre Vespasiano. Es una ciudad cuyo núcleo histórico ha sobrevivido a los siglos, junto con los baños, el acueducto y el teatro. Perseguidos por los bizantinos después de una revuelta en el […]

Nablus es una ciudad romana, Flavia Neapolis, construida en el año 72 d. de C. por el emperador Tito en honor de su padre Vespasiano. Es una ciudad cuyo núcleo histórico ha sobrevivido a los siglos, junto con los baños, el acueducto y el teatro. Perseguidos por los bizantinos después de una revuelta en el año 529 d. de C., los samaritanos viven aún en unas pocas aldeas en las montañas que rodean la ciudad, fósiles vivientes de una historia remota. Y la ciudad, árabe desde el año 636 d. de C., si se excluye el paréntesis cruzado que duró 86 años, es la más medio-oriental de Palestina, por su mercado, su hammam y el reticulado de callejuelas y vueltas de la medina. En el interior del cinturón urbano, un poco antes de un campo de refugiados palestinos, expulsados de su aldea cuando después de la guerra fue creado el Estado de Israel, entre las colinas de Samaria y el mar, encontramos el pozo de Jacob, cerca del que Cristo pidió agua para beber a una mujer samaritana (Juan 4 : 7). Justino, el único hermano greco ortodoxo que se ha quedado, ha hecho terminar la iglesia que guarda el pozo, que estaba inacabada desde el tiempo de los Cruzados, después de mil sufrimientos. «Los soldados tiraban granadas desde detrás de la tapia, nuestro patriarca murió así. Yo sobreviví a un hacha lanzada a la cabeza y decidí concluir, de una vez por todas, la edificación de la iglesia». Justino ha pintado también la cúpula y los iconos que adornan la nave y ha forjado la lámpara central, pero es muy modesto para alabarse. Los habitantes de Nablus, como él, hablan a media voz, con un tono de resignación contenida.

Es porque Nablus, que con sus 150.000-200.000 habitantes constituye la segunda ciudad palestina después de Jerusalén (Al-Quds), está sitiada desde hace mas de dos años. Y con ellos las piedras antiguas de la ciudad. Cada noche, los soldados bajan de las dos bases que dominan la ciudad, encerrada en un valle sin escapatoria, y disparan, o penetran en una vieja casa, secuestran a los inquilinos, y esperan el momento oportuno para ejecutar su objetivo, permaneciendo escondidos algunos días. Nablus es uno de los centros de la resistencia al sionismo desde el final de los tiempos del Mandato británico, y desde el inicio de la Intifada es una ciudad marcada, con tres puestos de bloqueo permanente que estrangulan la economía y dividen a las familias. Las colonias israelíes construidas al este de la ciudad, avanzadillas ilegales según el derecho internacional, impiden la expansión física e introducen un ulterior factor de inestabilidad, ya que solo hebreos fundamentalistas ortodoxos están dispuestos a instalarse en esa área que consideran «propiedad de los hebreos» por dictamen bíblico.

A algunos centenares de metros del pozo de Jacob, en medio del barrio de Balata, quedan solo las paredes derribadas de la tumba del patriarca José, destruida por los habitantes palestinos después de que los hebreos ortodoxos retrocediesen y los soldados hubiesen abandonado aquello que se habia convertido en un puesto militar candente en el interior de la ciudad. ¡Qué pena!, comento a un joven palestino que me acompaña al lugar. «Y, ¿qué podemos hacer?. Ellos nos destruyen las casas, y nosotros destrozamos esto que los representa»-contesta.

La tensión se respira en el aire y se ve en los ojos de los niños, que ya no saben distinguir. Yo también he recibido una de sus piedras en el mentón, mientras atravesaba la parte alta de la medina. Y con la tensión se respira también el olor áspero de la pólvora. Edoardo, que trabaja en una asociación napolitana para la paz, y tiene mucho cariño a una ciudad que lleva el nombre de la suya, me dice que pondrá en remojo sus zapatos tan pronto deje Nablus, pero no para liberarse del polvo en el que se disgrega la tierra seca, sino de la pólvora. «Si en el aeropuerto de Tel Aviv descubren restos de pólvora en los zapatos, estás perdido, porque significa que has estado en Gaza o en Nablus y te niegan el acceso al país durante cinco años»-dice.

Nablus, en efecto, está «off-limits» para los «internacionales», te niegan sistemáticamente el acceso a los checkpoints. La única explicación que me doy es que el ejército no quiere testigos, ni siquiera constructores de paz. Para entrar tuve que coger un taxi hasta un pueblo en mitad de la costa y resignarme a atravesar la montaña a pié, manteniendo la debida distancia a la colonia más cercana y esperando no cruzarme con un jeep militar. Nosotros habíamos tenido suerte y no los habíamos encontrado, pero ya teníamos preparada una excusa por si acaso. Cuando cruzas el último paso, después de una hora y media de marcha, dominas la ciudad, allá abajo, y comprendes de repente que su posición la condena a ser blanco fácil. Durante la noche, en la pensión donde me alojaba, me iba despertando por los silbidos largos de los disparos desde lo alto, y por los jeeps blindados que entraban en la ciudad. Entran en acción sobre las dos de la madrugada, a veces simplemente para aterrorizar. Pero ya no aterrorizan a nadie, y se limitan a destruir. Los combatientes que se esconden en la medina se cuentan ya con los dedos de una mano. Paseando entre muros de casas tapizadas de manifiestos con las fotos de los muertos- miembros de la resistencia con la metralleta en mano o niños con el rostro apagado- Manuel, voluntario suizo, me señala las manzanas de casas derribadas por los Apache o los baños turcos demolidos por los bulldozer, que hacen trizas piedras antiguas como nueces americanas. Solo el desayuno a base de uva, tomates, pepinos, pan, aceite y té ofrecidos por una familia hospitalaria te regala la sensación de la normalidad.

Pero, ¿qué es la normalidad? Ya no sé responder.

Quisiera preguntárselo a Fouad, aquel niño que tiene en la cabeza un proyectil de goma con un corazón duro de latón. Aquí no lo pueden operar para extraérselo, debe ir a Europa. ¿Pero cómo?.¿Con qué dinero?. Y, ¿con qué permiso?, ya que la autoridad israelí deciden cuando y como entrar y salir con absoluta arbitrariedad.

Así para Fouad la normalidad es esta: ir a la escuela por la mañana con una bala en la cabeza, esperando que el día en que su cerebro se rebele esté aún lejano.

P.D. Todos los nombres de las personas citadas han sido modificados.