Traducido para Rebelión por Caty R.
Un año de poder ha roto el sueño largo tiempo acariciado de un IV Califato, que habría tenido como sede Egipto, la cuna de los Hermanos Musulmanes, abatido por la evicción brutal del primer presidente miembro de la Cofradía, la tumba del islamismo político.
El Califato es una falacia si pensamos en todas las bases occidentales diseminadas en las monarquías árabes que convierten al mundo árabe en la mayor concentración militar atlantista fuera de de Estados Unidos.
En un contexto de sumisión al orden hegemónico israelí-estadounidense, la lucha contra la presencia militar atlantista parece prioritaria con respecto a la instauración de un califato. Y el califato en su versión moderna debería tomar la forma de una amplia confederación de los países de la Liga Árabe con el añadido de Irán y Turquía, es decir, 500 millones de personas, reservas energéticas baratas y mano de obra abundante. En una palabra, un umbral crítico con capacidad de influir en las relaciones internacionales. A falta de un proyecto semejante y con la omnipresencia de las bases de la OTAN, el proyecto de restauración del califato se muestra como una superchería y un tráfico de religiones.
I. La implosión de Mursi.
Egipto, epicentro del mundo árabe, es variado. El primer presidente neoislamista elegido democráticamente debería haberse empapado de esta realidad en lugar de llevar a cabo una política sobre una base sectaria. Los Hermanos Musulmanes no han sabido aprovechar su salto al poder proponiendo un proyecto de superación de las divisiones anteriores, Mursi nunca debería olvidar el conflicto de legitimidad histórica que enfrenta al ejército con los Hermanos Musulmanes desde Nasser (1952). Hoy el presidente derrocado paga el precio de su tardía adaptación al principio de realidad y de las relaciones de fuerza.
El estallido contestatario popular fue un hecho de sectores de la sociedad árabe informal, los Hermanos Musulmanes lo subvirtieron debido a su disciplina y sus considerables medios económicos. Debieron tener en cuenta la diversidad de la población egipcia y no imponer a una población contestataria una concepción rigurosa de la religión. Al doblarse bajo el peso de la inflación y la penuria, sin perspectivas de futuro, sin la menor penetración política, a remolque de la diplomacia islámica-atlantista y con el temor a la amenaza del proyecto de perforación de un canal israelí competidor del canal de Suez -el canal Ben Gurion-, por segunda vez en tres años y contra todo pronóstico el pueblo egipcio, en particular los universitarios catódicos, dio la campanada sacando del palacio presidencial al presidente neoislamista. Con el consentimiento y el apoyo activo del ejército y sobre todo de las principales autoridades religiosas musulmanas y cristianas del país.
Egipto es diverso: hace dos siglos, con los fatimides, fue chií. La de los coptos, los árabes cristianos, es una población consustancial a la historia del país. La historia, como la población, se construye por sedimentación. En la actualidad la gran mayoría de la población es musulmana suní, pero eso no basta para hacer una política. No existe una política suní propiamente dicha. Se hace en función de la herencia nacional. Sería un insulto a la inteligencia de este pueblo reducirle a la expresión básica de un Islam riguroso.
Egipto es el país de Nasser, de Um Kalzum, pero también de Cheikh Imam y de Ahmad Fouad Najm, de Alaa al-Aswany , las personalidades contestatarias. En vez de promover una política de concordia nacional, Mohamed Mursi practicó una política revanchista. No es Mandela quien quiere serlo. Sin embargo no hace falta ser mago para comprender que solo una política de unión, no de división, tenía posibilidades de triunfar.
A riesgo de ofender, los derrocadores de Mursi son en primer lugar Arabia Saudí y Estados Unidos, los dos elementos que le sirvieron de muleta durante medio siglo. Las manifestaciones fueron la excusa. Los padrinos históricos de los Hermanos Musulmanes dieron las gracias a Mursi, pero este ya no respondía a sus expectativas. Su caída se produjo diez días después de la abdicación del emir de Catar. Arabia no podía tolerar dos teocracias, en su flanco norte Irán, con un reformista elegido democráticamente pero chií, y Egipto en su flanco sur, con un islamista elegido democráticamente pero, todavía más grave, suní; la negación de todo el mecanismo de la dinastía wahabí basada en la herencia y la ley de la primogenitura.
Arabia Saudí, que financió la construcción de una presa de agua en Etiopía privando a Egipto de una sustancial cantidad de agua del Nilo necesaria para el riego. Arabia Saudí, un país árabe, musulmán y riguroso como los Hermanos Musulmanes. La desestabilización de Mohamed Mursi gracias a Arabia Saudí es la prueba resplandeciente de que no podría existir una política propiamente suní. Miren a Turquía, la aliada estratégica de Israel. Por su parte Reccep Tayyeb Erdogan, el neo-otomano, debió de tener los mismos deseos en tanto que su ecuación es similar a la de Mohamed Mursi, lo mismo que Rached Ghannouchi. En efecto, no se puede reclamar que se criminalice la normalización con Israel y meterse bajo las faldas del AIPAC. La demagogia ya no cotiza. 60 años de oposición demagógica han llegado a su fin en el lamentable epílogo del mandato de Mursi. Lujo de refinamiento o de perfidia, sin duda para recalcar bien el mensaje, los contestatarios movilizaron a casi 20 millones de manifestantes, es decir, el número de votos que Mursi recogió en su elección presidencial.
II. La negación de la realidad, peligro mortal de los Hermanos Musulmanes
En vez de encerrarse en la negación de la realidad, Mohamed Mursi y los Hermanos Musulmanes deberían entregarse a una seria introspección de su aportación política y finalmente admitir que un movimiento que quiere ser un movimiento de liberación no puede ser un aliado de los occidentales, los protectores de Israel, porque se encontrará en un posicionamiento antinómico.
Otra obviedad es que no se puede pedir permanentemente ayuda a una superpotencia sin tener que pagar el precio algún día. Y que de manera general Mursi sin duda aprenderá la lección de que cuando los occidentales conceden su deseo a alguien es porque esa persona realmente ha renegado de sí misma de alguna manera. A Gadafi le cubrieron de elogios cuando reveló a los occidentales todo un sector de la cooperación secreta interárabe y después le dejaron caer sin contemplaciones.
En el poder, los Hermanos Musulmanes deberían haber tenido en cuenta las aspiraciones profundas de un pueblo rebelde que derrocó a la dictadura, así como el imperativo que exige la restauración de la posición de Egipto en el mundo árabe. Demostrar la innovación superando el conflicto ideológico que divide al país desde la caída de la monarquía, en 1952, en una especie de síntesis que pasa por la reconciliación del Islam con el socialismo. Dejar de aparecer como un engranaje de la diplomacia atlantista en el mundo árabe asumiendo la herencia de Nasser con la traducción milenaria egipcia y despojando a la Cofradía de sus dos muletas tradicionales que han dificultado su visibilidad y su credibilidad: la muleta financiera de las petromonarquías y la muleta estadounidense del ultraliberalismo.
Por otra parte, bajo la dirección de la Cofradía, finalmente Egipto debería haber tomado la iniciativa de la reconciliación con Irán, el líder de la rama rival chií del Islam lo que se ha callado de un conflicto de 15 siglos producido por la eliminación física de los hijos pequeños del profeta, Al-Hassan y Al-Hussein, sacrilegio total fruto si no del dogmatismo, al menos de la rigidez formalista.
Egipto se enfrenta a maniobras de asfixia (retención de agua del Nilo en Etiopía; el canal Ben Gurion, rival del canal de Suez), Mursi debería haber jugado el efecto sorpresa y volver la situación a su favor levantando el bloqueo de Gaza, un acuerdo que Egipto ni siquiera ratificó, y sobre todo normalizar las relaciones con Irán con el fin de atenazar tanto a Israel como a Arabia Saudí, las dos grandes teocracias del mundo.
Sobre un fondo de competencia con el movimiento rival salafista, esta prueba habría sido infinitamente más formidable que casi 60 años de oposición declamatoria a menudo con connotaciones si no demagógicas al menos populistas. ¿Los Hermanos Musulmanes estarán avisados para hacer un estudio crítico serie del Mandato de Mursi antes de lanzarse a una nueva aventura donde todo Egipto resultará perdedor? Y para mayor provecho de Israel y del islam wahabí saudí.
Es una mala idea lanzarse sobre las artimañas occidentales. Si Occidente tiene sus planes, lo importante es que los árabes no embistan a cualquier trapo rojo que agiten ante ellos. Piensen en el impasse de Hamás, que dejó Siria por solidaridad sectaria con el yihadismo errático, expulsado de Catar donde había encontrado refugio antes de perder su feudo egipcio a merced de un ataque de locura israelí.
Fuente: http://www.renenaba.com/egypte-le-reve-fracasse-du-califat/