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En recuerdo de todos los niños asesinados por el ejército de ocupación en Líbano y Palestina

El vuelo de la paloma

Fuentes: Aloufok. Net

Traducido por Caty R.

Samir es un chico prodigioso. Dibuja todo lo que aparece ante sus ojos. Y como la naturaleza viva no le basta, también dibuja la naturaleza muerta. Dispone los objetos ante sí y los dibuja. Los coloca de diferentes maneras, los ilumina de formas distintas y los vuelve a dibujar. Dice que al disponer los objetos de maneras diferentes y modificar la iluminación cambian de colores y formas. Ya no es el mismo objeto. Dice que con un lápiz negro y un papel blanco él debe traducir todas las luces y todas las formas. Dice que quiere mostrar la realidad desde todos los ángulos. Que hay lo que aparece, lo que está visible, y lo que debe aparecer y no es visible a priori. Dice que cada persona ve cosas diferentes en un objeto y él quiere ver lo que es capaz de ver cada uno de los demás.

Con la escuela cerrada por el toque de queda decretado por el ejército de ocupación, tiene todo el tiempo. En una semana, la prohibición sólo se levanta durante algunas horas. Es así desde hace más de tres meses.

Los habitantes de Nablús resisten. Lo consiguen gracias a la enorme solidaridad que han establecido entre ellos. Entre los individuos, familias, barrios, gremios, niños, adultos, mujeres, hombres… Las solidaridades pequeñas o grandes, ocasionales o duraderas, triviales o profundas; solidaridades que una tras otra forman una sólida red que ningún ejercito del mundo, por mucha fuerza que tenga, puede romper.

En las calles el ocupante pasa y vuelve a pasar en sus orugas blindadas destrozando todo por el camino; derriba las casas, dispara por las ventanas abiertas, a los balcones, a los tejados. Dispara contra todo lo que se mueve a su paso. Pero las solidaridades se le escapan. Son invisibles para él. Escapan a sus prismáticos, son más fuertes que las armas más sofisticadas. Suavemente le rodean, le asfixian. Un día, sin duda, triunfarán sobre él.

Samir sólo necesita para dibujar papel y un lápiz. Nunca le han faltado. Tiene cajas de cartón llenas de papel perforado para impresoras del que se usa en informática. Dibuja en el reverso. Pero llega a rebasar ese marco convencional y dibuja en las paredes de su habitación, del salón, de la cocina. Sus dibujos están por toda la casa. Los hay de todo tipo: retratos, paisajes, naturalezas muertas. Los rostros conocidos de su familia, su padre, su madre, los abuelos, primos, amigos, vecinos… Y también las caras más famosas: Picasso, Dalí, Einstein, Darwish… Incluso hay retratos de Lenin y Marx. Esos dos, recuerda, los hizo para un cumpleaños de su padre, miembro activo del Partido del pueblo palestino (ex comunista) y militante altamente considerado en toda la ciudad y más allá. Reconocido por su activismo, su honradez, su dedicación, su abnegación, su acción constante en favor de los más necesitados, de los más pobres, de los parados. Un auténtico artesano de las solidaridades que hacen la fuerza de todos.

Nazem comprendió muy pronto la importancia de la solidaridad. El papel esencial que ésta puede desempeñar en el conjunto de las víctimas de la ocupación, es decir, la inmensa mayoría de la población. También comprendió todo su alcance político. La ocupación crea necesidades a las que hay que responder absolutamente. Necesidades de carácter material y también económico, social, cultural y político.

Nazem milita para que la organización del partido pueda responder a todas esas expectativas. Se ocupa de la más mínima falta, el menor fallo, el más pequeño retroceso, la duda más insignificante, el retraso más nimio. Dice que el pueblo palestino tiene que contar consigo mismo. Todo lo que pueda venir del exterior es un suplemento. No tiene ningún problema para hacerse comprender por la gente cuando critica los regímenes árabes reaccionarios, la corrupción de la Autoridad nacional y su falta de estrategia y perspectiva políticas, a los integristas de todos los lados. La gente le entiende cuando explica que todo eso beneficia al invasor.

Su esposa vive en una angustia permanente, siempre tiene miedo por él. «¿Qué le hice al buen Dios para tener un marido y un hijo semejantes?», repite continuamente, «un militante que quiere liberar Palestina y construir una sociedad nueva y un niño que quiere reinventar el mundo con sus dibujos. En el fondo se parecen mucho, ¡que Dios los proteja!».

Esta mañana, a pesar del toque de queda, Nazem sale avisando: «Volveré tarde esta noche, no me esperéis».

Su mujer protesta pero él ya está fuera. Samir se apresura a alcanzarlo para gritarle: «¡mi lápiz se acabará pronto, está muy gastado!».

Sin volverse, el padre le responde: «No te preocupes artista, tendrás uno nuevo esta noche», antes de desaparecer furtivamente tras la reja de la entrada.

Samir vuelve a la cocina junto a su madre. La abraza y la besa varias veces en el cuello.

«Me haces cosquillas», le dice ella.

«Te quiero» le responde él suavemente al oído.

La deja con sus ollas y su vajilla y va a instalarse al salón. Saca un paquete de papel, toma su lápiz gastado y esboza los primeros trazos de un dibujo que sólo él sabe qué será finalmente.

Samir no usa goma de borrar. Es un gran consumidor de papel. Cuando no está satisfecho de su trabajo tira la hoja, toma una en blanco y vuelve a empezar. Un dibujo puede requerir decenas de hojas. Vuelve a empezar diez, veinte, cien veces el mismo trazo, la misma curva, la misma sombra o iluminación. Recomienza y vuelve a empezar de nuevo.

Infatigablemente. Es un trabajador tenaz. Sabe que es el precio para conseguir el dominio perfecto de su mano, para dibujar las formas precisas que desea. En este punto está totalmente de acuerdo con su padre cuando al final le dice que solamente el trabajo es fuente de progreso y riqueza.

Su madre entra en el salón. «¿Qué estás dibujando?».

La mira y se ríe. «Sabes que me no gusta que me preguntes eso. Me dejo llevar, simplemente dejo correr la mano». Da la vuelta a la hoja. Ella se acerca, echa un vistazo por encima de su hombro y asiente «¡Una paloma!»

Él no responde. Sigue dibujando. El trazo es firme. Las curvas van formando el ave. En algunos sitios son finas, en otros amplias Son suaves y delicadas. La inocencia está aquí. Las alas son cortas y anchas. Envuelven y protegen la vida. El pico derecho. El ojo vivo. Curioso de todo lo que se mueve alrededor. Ávido de conocimiento. Samir añade trazos que acentúan cada detalle, cada carácter del dibujo.

De vez en cuando se detiene, se aleja, mira fijamente la obra como para memorizar el trabajo.

Cierra los ojos.

Va a buscar cada detalle en el fondo de sí mismo. Su paloma, la ve volar, posase en una rama, saltando por la tierra, encerrada en una jaula. La ve libre, prisionera, viva, herida, de pie, tumbada, muerta.

Abre los ojos.

Su dibujo se extiende ante él. Inacabado. Todavía está muy lejos de su idea. Entonces la mano se mueve, ajusta algunos trazos, añade otros, define las curvas, redondea unos ángulos y suprime otros. La obra se enriquece.

Samir lanza la hoja a la papelera. Su madre la recoge rápidamente y contempla al pájaro «¡Pero si es bella!, ¡muy bella!»

«Está muy lejos de lo que quiero. Tiene que ser lo más simple posible. Despojada de todo lo superfluo. Fácil de entender. Tiene que provocar deseos de tocarla, de acariciarla. Tiene que ser indestructible. Que inspire la confianza, la libertad, la paz…»

Samir no se da cuenta de que está gritando.

Su madre se vuelve a acercar a él. Le acaricia la cabeza para consolarlo. Samir tiene las mejillas húmedas. Hay lágrimas en sus ojos.

«¡Estás llorando! No, mi amor. No tienes que ponerte así. Tu paloma es perfecta. Tu dibujo es más real que la naturaleza».

Él se levanta bruscamente. «No, no está terminada. Está muy lejos del fin. Nunca lo conseguiré».

Su madre no comprende. «Pero tienes todo el tiempo del mundo, todavía eres un niño», le dice.

«No, el tiempo aprieta. Aún tengo que trabajar mucho. Todavía hay gestos que no controlo. No, no me queda mucho tiempo. Y además me asfixio en esta casa. Necesito salir, tomar el aire, ver el mundo, correr, gritar, perderme entre la muchedumbre…»

Va a la cocina.

Ahora es ella quien llora.

Por la calle pasa una columna de blindados del ejército de ocupación. Como monstruos, arrasan todo a su paso. Destrozan las aceras. Las paredes tiemblan. El olor del gasóleo infesta la atmósfera.

Alguien llama a la puerta. Es Bouthaina con su pequeña hija Hanane. «¿Puedo quedarme contigo Oum Samir?, tengo miedo».

«Pero por supuesto. Ven hija mía».

Hanane no tiene ni seis meses. Bouthaina todavía le da de mamar. Estallan los disparos. Un intenso tiroteo cae sobre la fachada del edificio. Los cristales explotan, las balas entran en el salón. El techo y las paredes se salpican de agujeros.

Rápidamente las dos mujeres se tiran al suelo. Bouthaina protege a su hija con todo su cuerpo. La niña llora. Oum Samir hace una señal a su joven vecina para que vaya bajo la mesa. Las dos mujeres se arrastran penosamente hasta allí. El tiroteo continúa más intenso todavía. Estallan más cristales.

«¿Y Samir?», pregunta Bouthaina.

«¡Samir, Samir…!» grita la madre. No hay respuesta. Sale de debajo de la mesa y corre hacia la cocina. La ventana está abierta de par en par, los cristales están rotos. Samir está de pie, curvada la espalda, la cabeza inclinada sobre el fregadero. El suelo está cubierto de trozos de vidrio.

«No te quedes ahí, es peligroso»

Samir no se mueve.

La madre va hasta él.

El fregadero está lleno de sangre y dentro la cabeza herida de Samir. La madre lanza un aullido de horror. Agarra a su hijo y sale de la cocina. Arrastra el cuerpo al salón y lo tiende en el sofá. Tiene las manos totalmente ensangrentadas. Se golpea el rostro y sigue aullando. Está de pie en medio de la sala y llama a su marido «¡Nazem, Nazem, Nazem…!»

Bouthaina está aterrada. Permanece en suelo con su hija, bajo la mesa. Su cabeza y su corazón estallan. Su estómago y sus intestinos se retuercen.

El tiroteo no cesa. Redobla su intensidad. La madre sale al balcón, alza hacia el cielo las manos manchadas con la sangre de su hijo y grita con todas sus fuerzas.

«Habéis matado a mi hijo»

«Asesinos, asesinos, asesinos…»

Una nueva ráfaga acribilla la fachada del edificio. Desde debajo de la mesa Bouthaina ve a Oum Samir derrumbarse en el balcón. Se estremece varias veces. Después nada más. El cuerpo se queda quieto.

Hanane llora todo el tiempo.

Bouthaina, con sus grandes ojos abiertos, la mirada extraviada, la cabeza vacía, desabrocha maquinalmente su blusa, saca un pecho y amamanta a su niña.

Repentinamente todo termina. Cesa el tiroteo. Los tanques se retiran, se alejan…

El toque de queda cumple su misión. El silencio es casi total.

De debajo de la mesa sobre la que yace el dibujo inacabado de la paloma, entre los dos cuerpos inertes se eleva una nana…

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Extracto del libro Quand on, on perd la vue.

Texto original en francés: http://www.aloufok.net/article.php3?id_article=17

Al Faraby es el responsable del sitio Internet: http://www.aloufok.net/ y promotor de la lista de difusión «Assawra», dedicada a la Intifada. Es autor del libro Quand on a peur, on perd la vue, La société des écrivains, 2005.

Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.