A todas luces, y a despecho de una suerte de inercia de la razón, las cosas en estos andurriales que llamamos planeta Tierra no están como para andar creyendo ver en todos los demás una lógica acorde a la condición humana, en lo individual, e incluso a lo más útil, en cuestiones de política. Y […]
A todas luces, y a despecho de una suerte de inercia de la razón, las cosas en estos andurriales que llamamos planeta Tierra no están como para andar creyendo ver en todos los demás una lógica acorde a la condición humana, en lo individual, e incluso a lo más útil, en cuestiones de política.
Y digo esto porque, si lo más atinado para el mundo sería evitar a toda costa una guerra de incalculables proporciones y ecos, en la actualidad el sentido común se tambalea por obra y gracia de una ambición, geopolítica, que ha alcanzado un signo claro en la aprobación por el Consejo de Seguridad de la ONU de nuevas sanciones contra Irán, país al que ciertas superpotencias, como en carnavalesco y repetido «paseo», suponen aviesos fines nucleares.
¿Cómo avenirse al pretexto de que la nación persa ha violado los principios del Tratado de No Proliferación Nuclear sin siquiera echar un vistazo a la sabia proposición conjunta de Ankara y Brasilia -hoy paradigmas de diplomacia- en el sentido de enriquecer en Turquía, en proporciones que impedirían la fabricación de armas de exterminio masivo, el uranio que utilizaría el programa de Teherán, que aceptó la sugerencia sin medias tintas? Ello, sin contar el hecho irrecusable de que esta última capital ha reafirmado su aquiescencia a una inspección que, eso sí, no vaya precedida por el chantaje de medidas coercitivas.
Sin duda alguna, la testarudez del Consejo, por lo general escorado hacia el lado gringo, trasluce una divisa entresacada de las enseñanzas de Maquiavelo, práctica del Imperio: el fin justifica los medios. Y como el fin es destruir al «régimen» de los ayatolas, que defiende a capa y espada su derecho inalienable al progreso estable, sostenible, en un orbe donde el petróleo escasea cada vez más y, por tanto, deberá ser paulatinamente sustituido, pues a olvidar asuntos de «poca» monta como el que si alguien necesita correctivo son precisamente aquellos que ni se han dignado a rubricar el famoso Tratado y se han convertido en la única superfortaleza nuclear de la región. ¿Tendremos que nombrarlos? El excluyente Estado judío.
¿A qué viene todo esto?, se preguntará un lector desavisado, si los hubiera. Ah, a que entre los posibles escenarios que habremos de concebir, en aras de plantearnos respuestas rápidas a los imponderables de la existencia, tendremos que otorgar prioridad al que el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro, acaba de reflejar en una de sus habituales reflexiones: la posibilidad real de un zarpazo contra el pueblo persa.
El aviso del Comandante
Fidel, quien pondera la actitud de quienes votaron en contra de la resolución -Turquía y Brasil; el Líbano se abstuvo-, advierte de que tanto Israel como los Estados Unidos y sus aliados con la inicua prerrogativa del veto -Francia y Gran Bretaña- querrían aprovechar el enorme interés que despierta el Mundial de Fútbol para tranquilizar a la opinión internacional -la socorrida cortina de humo-, indignada por la criminal conducta de las tropas élites hebras frente a la Franja de Gaza -la masacre cebada en la flotilla de ayuda al pueblo palestino-, de manera que la embestida podría dilatarse unas semanas, o más, en calculada y cínica espera de que las personas olviden los aires de tragedia segura.
A guisa de calzo factual de su tesis, Fidel pone en función del lector sus conocimientos de la naturaleza intrínsecamente agresiva del imperialismo, que en su momento colocó al Sha de Irán en el sitial de gendarme en el Asia Central, y que no ceja en justificar a otro socio de correrías, el régimen sionista, sus centenares de artilugios atómicos con el frágil ardid de que no ha rubricado el dichoso Tratado de No Proliferación.
Dejando asentada su admiración por el pueblo judío, sufriente de uno de los más grandes genocidios de la historia, el Comandante en Jefe de la Revolución asevera que el odio del Estado sionista hacia los palestinos es tal, que no vacilaría incluso en enviar al millón y medio de hombres, mujeres y niños de Gaza a crematorios similares a los del Tercer Reich. Precisamente esta animadversión y las apetencias a que aludíamos bien podrían confabularse para esa más que probable «etapa nueva y tenebrosa para el mundo» que parecen prefigurar las oportunas citas de las declaraciones de Barack Obama a la CNN aportadas por el articulista. Palabras, las del presidente de los Estados Unidos, en todo momento dirigidas a reforzar una supuesta intransigencia de los satanizados iraníes.
De modo que, teniendo en cuenta la naturaleza inmanente de los imperios, las «artes» demonizadoras de que estos echan mano para luego arremeter -no solo Yugoslavia, Iraq- y claro que la reputada luz larga de quien nos advierte del peligro, lo menos que podríamos hacer es prepararnos para lo peor. Y ojalá que la solidaridad que implica esta actitud logre conjurar el «zarpazo al acecho» que refiere Fidel.