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Elecciones bajo asedio

Fuentes: Al Ahram Weekly

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Si las facciones de la resistencia palestina llegan a aceptar el acuerdo de reconciliación auspiciado por Egipto, el Cuarteto (EEUU, Rusia, la UE y Naciones Unidas) debe prometer respetar los resultados de las elecciones, independientemente de quién gane, y también que no someterá al pueblo palestino a otro bloqueo si gana Hamas. Esta condición no se refiere a Egipto. Ni tampoco sugiere que el acuerdo propuesto deba ser reabierto para someterlo a discusión. Significa, sencillamente, que a menos que las partes internacionales relevantes la acaten, el acuerdo no representará más que un intento de eliminar, mediante su aprobación, a la resistencia.

Aunque el pueblo palestino pase por alto la cuestión de que se celebran elecciones bajo ocupación como vía para marginar la lucha por la independencia y desviar sus energías en una batalla interna, sigue teniendo derecho a exigir un compromiso internacional con la condición arriba mencionada. Después de todo, ya han celebrado elecciones bajo control internacional y se les castigó colectivamente por los resultados. Además, las próximas elecciones tendrán lugar bajo una situación de bloqueo económico y de rechazo a reconstruir todo lo que resultó dañado durante la guerra de Israel contra Gaza; es decir, y resumiendo, bajo amenaza.

Si el Cuarteto, responsable del bloqueo, no se compromete con la condición arriba mencionada, estará trasladando al pueblo palestino lo siguiente: «Debéis votar por el equipo de Oslo y concederle vuestra confianza para que negocie en vuestro nombre. Y no porque se merezca vuestra confianza por razones nacionales, morales o políticas, o porque os parezcan bien los acuerdos de coordinación en materia de seguridad con Israel, o porque valoréis en algo al equipo de Oslo. Le votaréis porque, si así no lo hacéis, os vamos someter a un bloqueo implacable e inmisericorde que el orden árabe oficial no hará nada para impedir y puede que, en cambio, contribuya a que se perpetúe. Nuestra directiva principal será permitir que prosiga el bloqueo que lleva varios años estrangulando Gaza».

No esperamos que aquellos que siguen el juego electoral, mientras las espadas de los enemigos de Palestina penden sobre las cabezas de los votantes palestinos, se sientan incómodos o avergonzados. Eso sería pedir demasiado en esta coyuntura. Sin embargo, sí les pedimos que no nos vengan a predicar demasiado sobre democracia. Estas no son elecciones. Tan sólo son un medio para obtener una promesa de fidelidad a golpe de pistola, pistola que apunta no sólo hacia los votantes sino también hacia sus niños, que son totalmente inocentes. La razón de que los movimientos de resistencia no pongan el voto por delante de la independencia o por delante de la derrota de la ocupación es algo inmanente. ¿Por qué debería el pueblo emitir sus votos por un movimiento de independencia mientras una ocupación extranjera les pone una pistola contra la sien? La resistencia exige sacrificios de los combatientes de la resistencia, pero no necesita, por lo general, que la gente de a pie tenga que elegir, en un proceso electoral, entre la resistencia y alimentar a sus familias.

El propuesto acuerdo de reconciliación contiene otro punto importante que se repite en cada sección, que es el de que el presidente de la Autoridad Palestina (AP) tiene que ser la indiscutible autoridad suprema. En función de la propuesta, esto le convierte en la autoridad con poder sobre la comisión electoral, sobre el comité de reconciliación nacional y sobre la junta suprema de seguridad. El presidente de la AP es uno de los símbolos principales del enfrentamiento que ha sacudido al pueblo palestino. En efecto, hasta resulta evidente dentro de ese puñado de personalidades que son las más impopulares y más provocativas de la política palestina. Al menos simbólicamente, la disposición que establece su autoridad resulta inapropiada en la actual coyuntura tras su escandalosa conducta en Ginebra.

Posiblemente, los dirigentes de la AP aprobarán la propuesta de reconciliación nacional sin necesidad ni de verla, aunque fuera un tomo de 1.000 páginas en lugar de un documento de 28 hojas e incluso aunque detallara extensamente las vías y medios para liberar Palestina. Para estos dirigentes, el acuerdo es sólo un preámbulo de una cosa: elecciones. Estas se han disuelto en un almíbar de frases endulzadas que incluyen no sólo la «unidad nacional» sino también la «preservación del brazo de la resistencia». Pero no es un acuerdo de reconciliación. Para empezar, no hay un clima apropiado para reconciliarse con el «emirato del mal», como el ilustrado presidente de la AP lo denominó. Lo que se propone es un instrumento para recoger los frutos del bloqueo y la guerra contra Gaza. Sin embargo, aceptará el acuerdo de reconciliación porque le proporcionará los instrumentos para eliminar a Hamas por otra vía.

La razón por la que al AP aprobará el acuerdo sin discutirlo seriamente, incluso aunque desapruebe gran parte del mismo, se debe a dos disposiciones, considerando todo lo demás como meras palabras. La primera es la reconstitución de las agencias de seguridad en Gaza según estaban antes de las últimas elecciones. La segunda es la de celebrar nuevas elecciones antes de levantar el bloqueo contra Gaza y reparar la destrucción perpetrada por la guerra de Israel. El propósito de unas elecciones en tales condiciones no es la reconciliación y la concordia sino la «eliminación de los efectos del infame golpe» asestado por Hamas.

Naturalmente, el equipo de Oslo no va a sentirse muy feliz si las próximas elecciones se celebran bajo las mismas condiciones que las que rigieron las de 2006. Son un grupo de elementos que se negaron a celebrar nuevas elecciones presidenciales cuando el mandato de su titular llegó a su fin y cuya petición de aplazar las elecciones presidenciales contó con la confirmación de una resolución de la Liga Árabe. Pero ahora están deseando elecciones no porque sean partidarios, en principio, de los procesos electorales sino porque están contando con dos factores críticos. El primero son los efectos del bloqueo sobre Hamas y el gobierno de unidad nacional, agravado por los efectos de la guerra de Israel. El segundo es la existencia de un gobierno en Ramallah que no ha estado sometido al desgaste del asedio económico y que, muy al contrario, está recibiendo apoyo financiero de EEUU y de Europa, a pesar del hecho de que ese gobierno no fue elegido por el pueblo y es ilegítimo. Ellos creen que la combinación de estos dos factores va a ser suficientes para hacer que los votantes palestinos decidan a quién van a entregar su papeleta de voto.

Las elecciones propuestas no son más que un intento masivo de falsificar la voluntad del pueblo palestino. Así es, en efecto, y sólo hay una forma para que las facciones de la resistencia puedan enfrentarse a eso, y es insistir en el compromiso internacional de respetar y confirmar los resultados de las elecciones y, de forma simultanea, adherirse a los principios nacionales y al derecho a resistir mientras exhiben una adecuada conducta democrática. Sin embargo, esto va a requerir de algunos cambios fundamentales en los comportamientos que han prevalecido en la autoridad gobernante en Gaza. Por otra parte, si Hamas rechaza firmar el acuerdo de reconciliación y las elecciones siguen adelante «unilateralmente», como ha amenazado ya el equipo de Oslo, esto no va conseguir más que ahondar aún más la división entre Cisjordania y Gaza, ya que Ramallah no puede forzar los resultados de tales elecciones en Gaza. Unas elecciones unilaterales sólo confirmarán que el objeto del equipo de Oslo no es la reconciliación.

EEUU y Europa, desde luego, saben qué significan unas elecciones «normales» y temen que su silencio en cuanto a la propuesta egipcia se considere como un asentimiento. Por tanto, George Mitchell se expresó sin rodeos. EEUU no ha aprobado la propuesta egipcia e insiste en las tres condiciones del Cuarteto: acabar con la violencia, compromiso hacia los acuerdos anteriormente firmados y reconocimiento de Israel. Esto significa que las condiciones del bloqueo siguen prevaleciendo y que EEUU, a través del comunicado de un alto funcionario, ha informado de sus intenciones al electorado palestino. Al menos, han hecho pública una advertencia.

Ahora bien, si tuviéramos en cuenta algunas buenas intenciones, podríamos alegar que quizá EEUU no entiende las estratagemas de la oratoria de la política árabe. Quizá no se da cuenta de que lo que los políticos árabes se dicen uno a otro no significa mucho; o, siendo más preciso, que sus palabras significan mucho como instrumentos de influencia y maniobra, pero muy poco como textos vinculantes. Pueden escribir un acuerdo sellando la unidad y despertarse al día siguiente como si nunca hubiera existido, como Nuri Al-Maliki demostró recientemente en relación con el acuerdo de cooperación estratégica con Siria. Desde luego, es una cuestión diferente cuando hay implicadas potencias extranjeras, incluso las hostiles. Aquí los árabes se muestran tan fervientes en su dedicación a sus compromisos como relajados en su dedicación a sus compromisos entre sí, como es el caso de muchas otras cuestiones relacionadas con el respeto a los derechos, a otras culturas y a las interacciones internas entre clanes y sectas. Es un mundo diferente cuando hay sectas, clanes, tribus y reyezuelos asomando al fondo por detrás de las fachadas estatales y tratados formales; entran en juego grupos diferentes de normas.

Uno puede imaginar a un funcionario estadounidense preguntándole a su homólogo árabe o palestino: «¿Cómo puedes firmar un papel como ése, que contiene expresiones tales como ‘preservar el brazo de la resistencia’ y ‘el deber de las fuerzas de seguridad es resistir [¿a quién?, podría uno preguntarse]’ pero ninguna referencia a acatar los acuerdos cerrados con Israel o renunciar a la violencia, y mucho menos reconocer al tal estado?» Entonces podemos imaginarnos las sonrisas de suficiencia de árabes o palestinos ante la ignorancia estadounidense. «Todo eso no son sino palabras y fórmulas que tuvimos que pulir en largas conversaciones para poder conseguir un documento que firmar», dicen. «Lo que cuenta es reconstruir las agencias de seguridad y llegar al día de las elecciones. Después, que venga lo que quiera. Miren lo que está sucediendo con Hamas en Cisjordania, lo que le sucede a cualquiera que tenga la audacia de cuestionar a la AP y sus acuerdos con Israel».

La Autoridad Palestina en Ramallah fundó un régimen autocomplaciente que prosperó bajo la perpetuidad de la ocupación, la judaización de Jerusalén, la marginación de la causa de los refugiados palestinos y la coordinación en materia de seguridad con Israel. Es también un régimen de terror, a diferencia de cualquier régimen que los palestinos hayan conocido, incluso bajo la ocupación directa. Este régimen repite como papagayo los eslóganes liberales occidentales al igual que los comunistas y los nazis utilizaron los procesos democráticos para conseguir el poder y abolirlos después. El discurso se puso en marcha, en varias ocasiones, contra los movimientos islamistas hacia finales del siglo XX. Además del caso de Sudán (que ha demostrado, en efecto, las tendencias más peligrosas en el movimiento islamista como oportunista fue en la forma en que llegó y ejerció el poder), todo lo contrario de la advertencia estereotipada que ha sido la regla hasta ahora en los países árabes: los opositores de los movimientos islamistas se negaron a reconocer los resultados de las elecciones o impidieron que se celebraran dichas elecciones si presentían que esos movimientos tenían alguna posibilidad de ganar.

El caso palestino ofrece un ejemplo clásico de una victoria electoral obtenida por un movimiento islamista y el del perdedor que se niega a reconocer esa victoria. En este caso, las potencias extranjeras intervinieron para derrocar al ganador e impedirle levantarse de nuevo. Mientras tanto, el gobierno de Ramallah, que disfruta del reconocimiento árabe e internacional, no es un gobierno elegido. Es uno nombrado con la aprobación y facilidades ofrecidas por EEUU e Israel. La gente en ese gobierno tiene la poca vergüenza de proclamar que la resistencia islamista utilizará las elecciones para alcanzar el poder y después derrocar el proceso electoral cuando ninguno de ellos ha sido votado siquiera para llegar al poder. Además, asumieron ese poder con la ayuda de la intervención extranjera después de un proceso electoral internacionalmente reconocido como libre y justo, pero cuyos resultados no fueron de su agrado.

Fuente: http://weekly.ahram.org.eg/2009/970/op3.htm