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(E)Lecciones catalanas

Fuentes: Rebelión

Los números cantan, las nubes se levantan. Los recién celebrados comicios para la renovación de la Generalitat y el Parlamento Catalán (1-11-06) deberían suscitar una profunda reflexión plural, abierta y colectiva sobre el funcionamiento y los artificiales mecanismos de legitimación de esta «arquitectura democrática» que nos envuelve elevada a la categoría de estadio superior de […]

Los números cantan, las nubes se levantan. Los recién celebrados comicios para la renovación de la Generalitat y el Parlamento Catalán (1-11-06) deberían suscitar una profunda reflexión plural, abierta y colectiva sobre el funcionamiento y los artificiales mecanismos de legitimación de esta «arquitectura democrática» que nos envuelve elevada a la categoría de estadio superior de la organización social en tiempos como éstos. Y es que detrás de las estructuras de los partidos políticos, sus extrañas y oscuras financiones, sus curiosos mecanismos internos de elección vertical, su control de los medios de comunicación como elemento de consenso y «paz social» o su propia articulación como élite autosostenida, corporativa y retroalimentada, se esconden las carencias de un modelo social autorregulado en el que los propios ciudadanos y ciudadanas se convierten en mera anécdota cuantitativa en períodos temporales que ellos-as por supuesto no deciden. Ahora y más allá de la ya confirmada reedición de la fórmula tripartita (PSC,ERC,ICV) en los próximos cuatro años de gobierno, si es que no se producen «crisis» o novedades, me gustaría detenerme en las dos cuestiones en mi opinión más significativas de esta convocatoria electoral superado ya el «calor» de las valoraciones de urgencia: el elevadísimo índice de abstención. y la irrupción en el juego político de una nueva formación de nombre «Ciutadans-Partit de la Ciutadania» que ha obtenido unos sorprendentes resultados en su primera comparecencia electoral. Vamos por partes.

Las cifras están ahí: un 43,3% de los catalanes-as con derecho a voto han decidido no acudir a la llamada de las urnas (con los colegios electorales abiertos las preceptivas y flexibles doce horas de una jornada festiva) y otro 2% (es decir, cerca de 60.000 votantes) ha manifestado su rechazo a todas las listas propuestas expresando su desafecto mediante un activo voto en blanco. ¿Cuáles serían las razones que podrían explicar esta importante actitud de una buena parte de la ciudadanía catalana que, por ejemplo, sitúa el número de los no-votantes en 345.000 nuevos ciudadanos-as con respecto a la anterior convocatoria autonómica de 2003? Pero hay más: si repasamos detenidamente las cifras nos encontramos otro importante y silenciado elemento para la reflexión. En muchos de los municipios de las cuatro provincias, por cierto con realidades sociológicas absolutamente diferentes, la abstención ha superado claramente los votos introducidos en las urnas: Badalona, Badía del Vallès, Rubí o Santa Coloma de Gramenet en Barcelona; Lloret de Mar o Salt en Girona; Vielha en Lleida o Calafell y Cambrills en Tarragona… No han abundado, que yo sepa, las reflexiones, análisis y comentarios de los profundos articulistas y tertulianos mediáticos sobre esta cuestión. Eso sí: una pequeña valoración inicial al hilo de los «alarmantes» primeros datos y, con la tramontana, a sumergirse en los efectos, los pactos y las correlaciones obviando sistemáticamente el gran debate pendiente. Las nuevas mayorías se configuran en virtud de los ciudadanos-as ejemplares que sí han ejercido su derecho al voto porque, como señalan distintas voces, la perspectiva insoslayable en todo análisis electoral es «tener en cuenta que los resultados son, por encima de todo, la síntesis de las manifestaciones de voluntad de los ciudadanos-as que ejercen el derecho de sufragio acerca de la mayoría parlamentaria y del Gobierno que los ha dirigido en la pasada legislatura» (sic). Curiosa y limitada conclusión pero aceptémosla al menos por un momento y sin que sirva de precedente: según este «axioma», resultaría que un importantísimo número de votantes potenciales ha decidido mostrar su rechazo bien a la gestión o bien a la ceremonia del actual concierto niente moderato catalán no incluyendo una visita a los colegios electorales entre sus posibles actividades del pasado 1 de noviembre… ¿Y bien? ¿Asumimos su «automarginación» de la gran «fiesta democrática» situándolos en el limbo de la legitimadora y fluctuante «abstención técnica»? Creo que es un tremendo error. Si ante una convocatoria electoral cerca de la mitad de los votantes decide no participar, algo muy grave está pasando. El divorcio entre la clase política y la realidad cotidiana de sus entornos, entre una «partitocracia» con tan sólo treinta años de existencia legalizada pero que ha interiorizado ya todos los males de un modelo sustentado en la deslegimitización de la pluralidad social y sus cauces verdaderamente participativos, es un hecho. Y todo ello sin olvidar la baja estima social de una clase política que, tristemente, sigue priorizando mayoritariamente su autoconservación antes que ese llamado bien común que llena de eternas palabras sus discursos y proclamas… La «rebelión» de buena parte de la ciudadanía catalana es un claro ejemplo plural, diverso y no articulado de ese rechazo que, una vez más, es ninguneado por las estructuras del poder político institucionalizado y que, en todo caso y como señalaba al principio de este artículo, debería propiciar un debate en profundidad sobre el verdadero significado de esta «democracia delegada».

La otra gran novedad es, sin duda, la irrupción en claves electorales de una plataforma social que en los últimos meses venía a significar precisamente un contrapunto a la «política tradicional». «Ciutadans-Partir de la Ciutadania» surgía como el interesante y «novedoso» intento de abrir el espectro político a una realidad sociológica sustentada en la histórica «guerra de la lengua» como gran tótem referencial desde unos parámetros supuestamente transideológicos (es cierto que muy «lerrouxianos» en su propia concepción) y abiertamente anticatalanistas, más allá de la curiosa definición de alguno de sus inspiradores que sitúan el «movimiento» en las contradictorias aguas del «centro-izquierda» a caballo entre «la socialdemocracia y el liberalismo progresista», mientras otros hablan directamente de un no menos paradójico «anarquismo conservador y posmoderno». En fin. Extrañas definiciones para una tendencia electoral avalada por algo más del 3% de los votos (fundamentalmente obtenidos en el marco metropolitano de Barcelona) y que apoyada abiertamente por intelectuales, blogs diversos y al menos una conocida cadena de emisoras vinculada a la Iglesia católica y un periódico de tirada estatal especializado en revisionismos históricos y tramas diversas, tendrá que demostrar ahora su supuesta «independencia» más allá de los rumores fuertemente extendidos de contar con el apoyo abierto y no sólo testimonial de la conocida fundación FAES auspiciada entre otros por el siniestro José María Aznar. En fin, malos tiempos éstos para la lírica en los que no deja de ser curioso que la superación de la «partitocracia» genera fenómenos políticos de este tipo y que, sin duda, tendrá su próxima prolongación geográfica aquí mismo, en Euskal Herria, donde ya se puede prever, sin mucho margen de error, la pronta aparición de una plataforma de características similares sostenida por personajes «apolíticos e independientes» que, seguro, querrán renovar entre nosotros-as su particular «cruzada regeneradora» bajo la égida del siempre recurrente y apocalíptico «Santiago y cierra España». Cuestión de tiempo simplemente.

Joseba Macías ([email protected])