Traducido para Rebelión por Felisa Sastre
Muchos palestinos presumen de que pronto van a disfrutar de las elecciones más libres y democráticas del Mundo Árabe. El único problema es que la elección de un Presidente palestino mientras se sigue bajo las botas de los ocupantes es un contrasentido. La soberanía y la ocupación son recíprocamente excluyentes. El mundo, incluidos muchos lectores bien informados, parece creer que el pueblo palestino va a ejercer realmente la máxima forma de soberanía al elegir libremente a su presidente. Idea que ha sido extrapolada con facilidad a las mentes de mucha gente para que piensen que los palestinos van por el buen camino. Así que ¿qué es eso de hablar de la ocupación? Véase, por ejemplo, la poca atención que muestran ahora los medios de información hacia los prácticamente diarios asesinatos de civiles palestinos llevados a cabo por las fuerzas de ocupación israelíes. Por supuesto, lo que importa es quién manda y quién no; qué es lo que Mahmud Abbas podría estar intentando decir; o lo que Marwan Barguti podría haber hecho. La demolición de casas en Rafah, la expansión de las colonias en Hebrón y el asesinato de niños inocentes en Beit Lahya son sólo una monserga, historias marginales, asuntos normales en medio de unas elecciones extraordinarias.
Pero hay algunas perspectivas equivocadas en ese panorama, la mayor parte del cual es falso.
En primer lugar, algunos hechos. Este domingo, los palestinos de Cisjordania y Gaza elegirán al presidente de la Autoridad Palestina (AP), no al presidente del pueblo palestino. La AP es un órgano creado en aplicación de los Acuerdos de Oslo entre la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y el Gobierno de Israel, según los cuales la AP no podía hacer otra cosa que gestionar los servicios educativos, de salud e impuestos. Además, debería hacer todo lo posible para proporcionar seguridad a Israel, principalmente mediante la adopción de fuertes medidas contra las grupos armados de la resistencia.
Israel y Estados Unidos ayudaron al establecimiento de la AP específicamente para controlar los territorios ocupados- mientras mantenían, por supuesto, las bases de la ocupación- y estarían dispuestos a firmar algún tipo de acuerdo de «paz» que exonerara a Israel de sus responsabilidades morales y legales de permitir la repatriación y compensación a los refugiados palestinos y de la retirada completa de su entramado colonial en Cisjordania y Gaza- no sólo de la retirada de su ejército sino del desmantelamiento de todas las colonias judías- ilegales según las leyes internacionales- y de dar fin al sistema de discriminación racial contra sus ciudadanos palestinos.
Irónicamente, la AP, en el mejor de los casos, representa a una minoría del pueblo palestino: los que viven en los territorios ocupados de Cisjordania y la franja de Gaza. La mayoría de los palestinos, refugiados y ciudadanos de Israel, no están representados por la AP. Aquí es donde radica la auténtica paradoja: ¿Cómo puede una institución que sólo representa no más de un tercio del pueblo de Palestina esperar que se la considere significativa para defender los derechos de los dos tercios restantes? Pues muy fácilmente: mediante la redefinición de quienes son los palestinos, excluyendo a las dos terceras partes que restan. Desde Oslo, los principales medios de información occidentales, y también los medios árabes marionetas, es exactamente lo que han hecho. Han utilizado el término palestinos exclusivamente para denominar a los residentes en Cisjordania y Gaza. ¡Problema resuelto!
Bueno, no exactamente. Esos dos tercios no pueden ser borrados con facilidad de la historia y de la identidad de Palestina ya que se están convirtiendo cada vez más en grupos bien organizados y políticamente activos que han desarrollado sus propios canales de expresión, cuando no sus propios marcos de representación. Más aún, muchos palestinos en los territorios ocupados son ellos mismos refugiados que anhelan regresar a Haifa, Jaffa, Lidda, Majdal y Acre, ciudades que se encuentran en lo que hoy es Israel. En todos los sondeos de opinión, el asunto que ocupa el primer lugar del interés político entre los palestinos de Cisjordania y Gaza sigue siendo el del derecho al retorno de los refugiados. De manera que parece que el proyecto de Autoridad Palestina puede que no tenga los resultados previstos por los esfuerzos israelí-estadounidenses.
Habida cuenta de este panorama, para que los palestinos pudieran conseguir su independencia de Israel ¿podría ayudarles cualquier forma de soberanía, aunque fuera limitada? Ese es precisamente el problema. Los palestinos no son libres; y no deberían ofrecer al mundo la imagen de que sí lo son. Son una nación sometida a una real y brutal ocupación que comete crímenes con total impunidad y con una arrogancia colonial del pasado. Deberían recordar al mundo entero a cada momento que la única solución justa y duradera para el conflicto en la zona se alcanzará con el fin de la opresión israelí- en sus tres formulaciones anteriormente expuestas- no por cambiar la percepción palestina que se tiene de ella. Deberían intentar reavivar las estructuras moribundas de la OLP, la única organización que ha representado siempre a todos los palestinos. Las tres fracciones del pueblo palestino necesitan con urgencia un grupo de personas único y democráticamente elegido que represente sus intereses y asuma la responsabilidad de su destino. Y esta tarea trasciende a la habilidad, a las tareas encomendadas o a las mejores intenciones de la AP.
Diez años después de Oslo, las funciones políticas de la Autoridad Palestina parecen haber quedado reducidas a actuar como si fuera un apéndice del gobierno colonial, lo que permite a Israel mantener su opresión mientras se muestra ante el mundo comprometida en algún tipo de proceso de paz. Desde Oslo, se han abierto para Israel puertas anteriormente cerradas: en Europa, África, Asia e incluso en el corazón del Mundo Árabe. El que en una época fue un formidable boicot árabe de Israel se ha derrumbado permitiendo a los empresarios israelíes sacar enormes beneficios, llevando a la economía israelí a un índice de crecimiento record, justo antes de que estallara la segunda Intifada. En efecto, la única paz que el proceso de Oslo ha conseguido ha sido la del silencio mortal de los oprimidos mientras los opresores continúan con sus negocios habituales.
Unas elecciones presidenciales en tales circunstancias sólo pueden ayudar a Israel a ocultar su excesivamente rápida colonización de lo que queda de Palestina, mientras los palestinos de Cisjordania y Gaza están ocupados en celebrar su «democracia» óptima.
Cuando los esclavos se distraen con las elecciones «libres» de los carceleros de sus diputados, los dueños no pueden sino sentirse alborozados.
Omar Barguti es un palestino que hace análisis político independiente. Su artículo «9.11 Putting the Moment on Human Terms» fue elegido entre los «mejores de 2002» por el periódico The Guardian. Su dirección de correo electrónico es [email protected]