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En busca de la Tercera República

Fuentes: Rebelión

O los retos del movimiento republicano para que la Tercera República española deje de ser una utopía y se convierta algún día en una realidad

Teniendo clara la necesidad de la República en nuestro país, como mejor garantía del imprescindible proceso de «regeneración democrática», lo siguiente que se nos plantea es cómo conseguir traer la República teniendo en cuenta la realidad actual de nuestra sociedad y las experiencias del pasado.

 Está claro que el movimiento republicano está en auge en España. Cada vez se ven más banderas tricolores en la calle, proliferan las plataformas ciudadanas por la Tercera República (Club Republicano por la Tercera República, Ciudadanos por la República, Foro de Republicanos de Izquierdas, Unidad Cívica por la República, Movimiento por la Tercera República, Foro por la Tercera República, etc.), proliferan actos simbólicos contra la monarquía actual, algunos medios de la prensa «oficial» empiezan a atreverse tímidamente a denunciar las «carencias» de la Casa Real (la prensa libre hace tiempo que lo lleva haciendo, prensa alternativa en claro auge), dentro de la propia clase política dominante (por ahora sólo Izquierda Unida) la causa republicana ha entrado en agenda (Red de Municipios por la Tercera República), proliferan las denuncias públicas contra el actual Rey (el alcalde de Puerto Real José Antonio Barroso se ha atrevido a denunciar públicamente la naturaleza corrupta de la institución monárquica, el coronel Amadeo Martínez Inglés ha denunciado públicamente al Rey y ha pedido una comisión parlamentaria para investigarlo, etc.), incluso en las bases del PSOE (y a pesar de sus dirigentes) la causa republicana parece estar empezando a «despegar» tímidamente, proliferan actos de memoria histórica de la Segunda República, proliferan los actos en los focos de debate social de base como los ateneos, etc.

Sin embargo, la censura Real que aplican los medios de comunicación de masas más conocidos impide que este auge sea percibido por la mayor parte de la población, que sigue considerando (aparentemente) este tema como algo secundario y del pasado. Por tanto, cabe preguntarse si en las condiciones actuales (en las que los medios obvian sistemáticamente el movimiento por la Tercera, en la que los principales partidos están dominados por dirigentes que impiden cualquier debate o planteamiento de esta cuestión, en la que el pueblo permanece aparentemente «adormecido» en una especie de «amnesia semiconsciente») tiene realmente futuro este movimiento o sólo representa una «lucha idealista» perdida de antemano. Cabe preguntarse cómo hacer más efectiva esta lucha, cómo evitar todos los obstáculos que intentan obviarla.

Toda lucha social que pretenda ser exitosa y transformadora debe siempre marcarse un objetivo claro a alcanzar que podrá ser más o menos utópico, más o menos ambicioso (debe ser más o menos idealista), debe tener en cuenta la situación inicial de la que se parte (debe ser más o menos realista), y debe marcarse un camino o estrategia para alcanzarlo (debe ser más o menos pragmática). Si no se cumplen estos tres requisitos es muy poco probable que dicha lucha pueda tener algún día el éxito buscado. Toda lucha más o menos utópica implica siempre realizar un camino más o menos largo, más o menos difícil. Si se es poco idealista (poco ambicioso) entonces el camino es más corto pero el destino alcanzado está tan cerca del origen del camino, que a lo mejor no merecía la pena iniciarlo. Si se es demasiado idealista entonces el camino es demasiado largo y difícil con lo que es muy poco probable alcanzar el destino. Si no se es nada idealista o no se tiene claro el objetivo, el camino no tiene destino o éste es confuso y cambiante y por tanto por mucho que se ande, no se avanza, simplemente se da vueltas sin rumbo o bien se llega a una estación intermedia muy alejada del destino final. Si se es poco realista se avanzará muy poco en el camino e incluso quizás ni se iniciará la marcha por mucho esfuerzo que se haga. Si se es demasiado realista entonces cunde el desánimo y no se inicia la marcha. Si se es poco pragmático (si no se hacen pequeñas paradas, si no se cogen ciertos atajos, si no se tiene en cuenta el terreno) el camino puede ser tan largo y dificultoso que tarde o pronto se deje de recorrer. Si se es demasiado pragmático (si se hacen demasiadas paradas, si se cogen demasiados atajos, si se tiene demasiado en cuenta el terreno) entonces el camino es menos dificultoso pero se alarga tanto en el tiempo que incluso se llega a olvidar cual era el destino. Los tres requisitos son todos igual de fundamentales para alcanzar el destino y todos requieren un cierto «equilibrio» para no afectarse mutuamente, para conseguir recorrer el camino en un tiempo prudencial, con un esfuerzo asumible y con una probabilidad razonable de alcanzar el destino.

Por otro lado, es obvio, que toda lucha que pretenda cambiar la sociedad debe aspirar a ser mayoritaria, debe aspirar a contar con la mayor parte de la población posible. No se puede cambiar la sociedad sin contar con la mayoría de ésta. Todo movimiento de transformación social debe ir «reclutando» a las masas para tener cierta posibilidad de éxito. Pero una vez más se requiere un «equilibrio» para que las masas no acaben ahogando a la minoría vanguardista promotora del cambio. Es decir, hay que ir CONVENCIENDO, CAMBIANDO a las masas para que el movimiento crezca y no al revés. No hay que caer en el error de ser mayoritario para dejar de ser transformador. Hay que buscar mayorías pero sin renunciar a los objetivos de la lucha. Hay que procurar que las masas se apunten al camino a recorrer y para ello hay que ir dónde están para TRAERLAS a nuestro lado, no hay que quedarse donde están para olvidar el camino. Por tanto, si una minoría con iniciativa pretende cambiar a la mayoría, lo primero que debe hacer es unirse para iniciar el camino juntos, para ir reclutando a las masas a medida que lo vaya recorriendo. Si iniciamos el camino de forma desunida, yendo cada uno hacia un destino distinto (aunque sean parecidos) o yendo hacia el mismo destino pero por caminos distintos, entonces será muy difícil convencer a las masas para que se unan a nuestra marcha. Sin embargo, si nos ponemos de acuerdo en qué destino común es razonable para todos los que iniciamos la marcha y para los que se unirán a ella en el futuro (es decir razonable para la mayoría de la sociedad) entonces es muy posible que la marcha sea cada vez más concurrida y por tanto aumenten sus posibilidades de éxito.

Por otro lado, tan importante como fijar el destino del camino a recorrer, es determinar la causa por la cual hay que iniciar la marcha. Mientras que el movimiento republicano no dé razones objetivas, claras y convincentes de los motivos por los que se hace necesaria la marcha, entonces difícilmente las masas se unirán a ella. Lo primero de todo es concienciar masivamente sobre la NECESIDAD de avanzar en democracia y sobre la conveniencia de que esto se haga mediante el establecimiento de una República. El movimiento republicano debe hacer un esfuerzo por concienciar a la población en general sobre los defectos de nuestra «democracia» actual (ver mi anterior artículo Los defectos de nuestra «democracia») y sobre la NECESIDAD de la República (ver mi anterior artículo La necesaria república) para corregir dichos defectos. La República puede ser el «catalizador» de la «regeneración democrática» de nuestro país. La gente debe ver la República como la mejor manera de avanzar en democracia. Debe asociar República a más democracia.

1) Seamos razonablemente idealistas 

Evidentemente la primera condición indispensable para iniciar el camino es tener claro el destino del mismo. Si dentro del movimiento republicano no nos ponemos de acuerdo en cuál es el objetivo entonces difícilmente podremos llegar a él. Esto implica necesariamente un debate interno (pero abierto a la sociedad) del movimiento republicano para fijar el mínimo común asumible por todas las corrientes del mismo, para fijar el objetivo común básico. Debemos aclararnos sobre qué modelo de República queremos para nuestro país. Es lógico (y bueno) que haya diferencias en los tipos de república defendidos por las distintas plataformas (república popular, federal, constitucional, etc.), pero si no llegamos a un acuerdo de mínimos sobre lo que debe ser la Tercera República entonces probablemente no habrá nada que hacer. Debemos priorizar lo que nos une sobre lo que nos separa. Si estamos todos de acuerdo en que lo verdaderamente importante es la República, es la democracia, entonces debemos aparcar (temporalmente) nuestras diferencias para iniciar el camino hacia un destino común (sin renunciar a nuestros respectivos ideales o destinos diferenciados una vez alcanzado el destino principal). Lleguemos primero a la «estación intercambiadora principal» para luego ir hacia nuestros respectivos destinos. Todos los destinos «secundarios» son legítimos mientras se defiendan de forma democrática. Y en todo caso, una vez alcanzada dicha «estación intercambiadora principal», si no nos ponemos de acuerdo sobre cuál debe ser la siguiente estación, siempre podemos recurrir al debate público y a la democracia para que sea la ciudadanía la que decida (como por otro lado es lo recomendable). Si estamos de acuerdo en que el objetivo fundamental es la democracia, entonces deberemos usar ésta escrupulosamente para alcanzarla y desarrollarla. El camino hacia la Tercera República debe hacerse con métodos estrictamente democráticos. En los medios está el fin. Como dijo Gandhi, El fin está contenido en los medios como el árbol en su semilla; de un medio injusto no puede resultar un fin justo. No podemos ni debemos alcanzar la democracia (la República es la forma que debe tomar ésta) de forma antidemocrática.

Por tanto el camino se puede dividir en dos etapas cuyos hitos serían:

1. Referéndum para que el pueblo elija entre República y Monarquía

2. Referéndum para que el pueblo elija el tipo de república que desea (en caso de que en el anterior referéndum haya sido aprobado el cambio de régimen), si las discrepancias son insalvables.

Por supuesto ambos referendos deben estar precedidos por un amplio debate público y deben realizarse en condiciones democráticas mínimas que permitan que dicho debate sea libre y plural (donde todas las opciones puedan ser defendidas públicamente en igualdad de condiciones). Evidentemente, el resultado final deberá ser la redacción de una nueva Constitución de la nueva República, que deberá ser ratificada en un nuevo referéndum. Es preferible consultar demasiado al pueblo que quedarse corto, no se puede construir una democracia sin que el pueblo intervenga (y cuanto más intervenga mejor), peor es el coste de no hacerlo que los costes económicos de hacerlo (costes que se pueden racionalizar si se evitan despilfarros innecesarios). En todo caso, en el segundo referéndum para elegir el tipo de república, en el fondo se podría elegir simultáneamente la Constitución correspondiente y podría ahorrarse el último referéndum de ratificación constitucional (siempre que se apruebe por mayoría absoluta). Se trata de encontrar alguna fórmula para que el proceso sea lo más democrático posible y a la vez lo más operativo posible. No es posible escudarse en razones «técnicas», en cuestiones «legalistas», en argumentos «económicos», para evitar la idea principal y prioritaria: dar al pueblo el máximo protagonismo posible en el proceso democratizador.

2) Seamos razonablemente realistas 

Para iniciar el camino, es imprescindible, una vez hayamos fijado un destino inicial común, que las distintas plataformas republicanas se unifiquen en una plataforma única general por la Tercera República. Esto no significa, ni mucho menos, la disolución de las plataformas actuales, simplemente significa su alianza estratégica para la consecución de un objetivo común e irrenunciable. La unión hace la fuerza. Pero la verdadera unión consiste en dar prioridad a los objetivos comunes, no en la renuncia de las legítimas diferencias, ni en la imposición de unas sobre otras. El matiz es muy importante. De esta crucial e inicial etapa de «negociación» depende el éxito de todo el proceso. Por supuesto, como en todo proceso transformador, aparecerán organizaciones supuestamente republicanas, que practicando la vieja táctica del «entrismo», del «divide y vencerás», procurarán sembrar la desunión y la confusión dentro del movimiento republicano. Sin embargo, en cuanto se fijen dichos objetivos comunes irrenunciables, en cuanto se hagan las cosas de forma escrupulosamente democrática y sin miedo al uso de la razón, dichos «entrismos» serán desenmascarados. Aquellas organizaciones que no se unan al carro común de la República y la democracia (siempre que dicho carro común esté tan bien construido que sea imposible no apuntarse a él si se tiene buenas intenciones) se delatarán por sí mismas o bien tendrán tarde o pronto que apuntarse a él para que no se pongan ellas mismas en evidencia.

Una vez conseguida la unión de todas las plataformas y organizaciones republicanas (o al menos de la mayor parte), incluidos aquellos partidos políticos que así lo deseen, sobre el objetivo común de la República, de la democracia, lo siguiente es plantear una estrategia realista de concienciación masiva sobre la NECESIDAD del cambio de régimen en nuestro país (por lo menos sobre la necesidad del debate público acerca del modelo de Estado, debate que hasta ahora no se ha producido). Es importante crear las condiciones mínimas de democracia para la celebración del primer referéndum que permita elegir entre República y Monarquía (para llegar a la primera etapa del camino). Ahora mismo no se cumplen esas condiciones. Tenemos «la pescadilla que se muerde la cola»: no habrá democracia hasta que haya República y no habrá República hasta que haya democracia. Hay que romper este círculo vicioso. Para ello la plataforma unificada republicana tiene que plantear una estrategia ACTIVA y UNIFICADA de concienciación en TODOS los frentes: en la calle, en Internet (participando en todos los foros posibles, tanto en los «amigos» como en los «hostiles»), en las instituciones (denunciando los defectos y contradicciones de nuestra «democracia»), en los medios de comunicación (tanto «oficiales» como «libres»), en los ateneos, etc. Hay que acudir donde está la gente, sin esperar a que venga a donde estamos nosotros, para convencerla de que se apunte a nuestra marcha. Hay que evitar los obstáculos que impone el sistema monárquico, hay que evitar la censura, hay que usar la originalidad y la imaginación para llamar la atención del pueblo y de los medios sobre la cuestión republicana, hay que realizar actos simbólicos que despierten simpatía (pero a la vez que no resten seriedad ni credibilidad), hay que realizar las movilizaciones simultáneamente en el mayor número posible de lugares (por ejemplo las manifestaciones del 6 de diciembre y de abril deberían realizarse en muchas ciudades y pueblos a la vez, junto con eventos culturales). Frente a las dificultades de hacerse oír hay que crecerse, hay que SIMULTANEAR muchos actos, hay que promocionarlos los días anteriores y hablar de ellos en los días posteriores (aprovechando para denunciar las censuras informativas que se hayan producido). Pero también es necesaria una actitud activa INDIVIDUAL y PERSONAL de todos los republicanos (tanto de los que forman parte de las plataformas como de los simples ciudadanos concienciados con el tema) para ir convenciendo poco a poco a sus vecinos, a sus parientes, a sus amigos, a sus compañeros de trabajo, etc. Hay que recurrir tanto a los medios tradicionales de activismo (como el boca a boca) como a los nuevos medios que nos brinda la tecnología de comunicación (el boca a boca «digital»). Como dijo Julio Anguita, en lo que empieza a convertirse en uno de los grandes lemas de esta larga marcha, la República hay que traerla, no vendrá sola.

Pero además, el discurso republicano debe ser realista, concreto y efectivo para llegar a ser convincente. No es suficiente con agitar las banderas tricolores, no es suficiente recurrir a actos simbólicos que a veces pueden parecer «fuera de lugar» y que muchas veces son utilizados por el «enemigo» para desprestigiar la causa, no es suficiente con hacer «tertulias de café acomodadas» entre personas que pensamos casi igual (y al mismo tiempo no acudir a debatir al «frente», donde no hay tantos correligionarios), no es suficiente con hacer merecidos actos de homenaje y recuerdo a los republicanos víctimas de la guerra civil y del franquismo, no es suficiente con hacer manifestaciones periódicas convertidas casi en «rutina semi-lúdica». Todo esto es necesario (más o menos necesario) pero no es suficiente.

Hay que usar una estrategia más cercana al pueblo y más convincente. Sin renunciar a la historia (y recuperándola cuando sea necesario desmontar argumentos antirrepublicanos basados en la distorsión interesada de lo que ocurrió durante la Segunda República), hay que presentar a la Tercera República como opción de futuro, como verdadera alternativa al régimen actual, como más democracia. La gente común tiene que ver la República no tanto como la reivindicación de un pasado más o menos «glorioso» sino como una reivindicación de un futuro NECESARIO de mayor democracia. Hay que evitar que la gente vea la República como fuente de inestabilidad, como la repetición de situaciones que ocurrieron hace ya muchos años. Hay que hacer comprender a la gente lo que realmente ocurrió en la Segunda República en su justa medida (sin negar los errores que indudablemente se cometieron pero dejando muy claro que, a diferencia de la dictadura franquista, el régimen republicano era la legalidad democrática y nunca fomentó la violencia ni la represión sistemática, en todo caso no pudo o no supo evitar la violencia social que se produjo debido a una situación muy inestable de bipolarización radical de la política española en esos tiempos). Hay que evitar que la gente vea al movimiento republicano como el revanchismo de la España «perdedora» (esto no impide reivindicar la historia o la memora histórica cuando sea preciso). Tenemos que conseguir que la gente sea consciente de la importancia de la democracia (en sus vidas cotidianas) y que asocie República a más democracia. Esta es la clave. Que la gente perciba que esto no es una lucha «nostálgica» sino una lucha concreta y realista por conseguir mejores condiciones de vida en el presente y en el futuro. Esto no significa olvidar el pasado (sería un gran error porque sino, como se suele decir, estamos condenados a repetir los errores cometidos) sino que significa centrarse sobre todo en el presente y en el futuro. Por otro lado, tampoco hay que caer en el error de «vender la moto». La República tampoco nos resolvería inmediatamente nuestros problemas cotidianos, pero sentaría las BASES para que eso fuera mucho más posible. Si el discurso del movimiento republicano suena demasiado idealista, demasiado utópico, demasiado «bonito», entonces a la gente le suena más a «cantos celestiales». Hay que «vender la idea» de que la República supondría un impulso importante hacia mayores cotas de democracia y sobre todo que representaría un «desbloqueo» de una situación totalmente estancada como la actual para permitir un avance CONTINUO de nuestra sociedad, no sólo PUNTUAL. Hay que «vender la idea» de que la República es NECESARIA, no es sólo que sea más «bonita», no es sólo que sea más conveniente, no es sólo que sea más lógica, no es sólo que en vez de un rey tendríamos un presidente de República elegido por el pueblo. Sólo cuando la ciudadanía se conciencie sobre dicha necesidad, es cuando realmente la República tendrá posibilidades de pasar de la utopía a la realidad. Por tanto hay que centrarse en esta idea de necesidad y para ello hay que denunciar claramente y concretamente los defectos de nuestra «democracia», hay que denunciar las graves deficiencias democráticas del sistema monárquico actual (Constitución que pone al jefe de Estado por encima de la ley, falta de separación e independencia de poderes, falta de libertad de expresión, existencia de tortura y malos tratos policiales, jefe de Estado sin ningún control, corrupción generalizada por falta de control y transparencia de los cargos públicos, justicia que protege a los poderosos y se ceba con los débiles, incumplimiento de los derechos sociales reconocidos por la Constitución, etc.), hay que hacer ver a la gente las causas por las que las cosas no funcionan. Hay que hacerle ver que «las ramas del árbol están podridas PORQUE el propio tronco lo está».

Hay que hacerle ver que no puede esperarse justicia de un sistema cuya ley de leyes es profundamente injusta porque atenta contra el principio básico de igualdad ante la ley de TODOS los ciudadanos. Hay que hacerle ver que no podemos aspirar a tener trabajo o vivienda dignos si la estructura BÁSICA del Estado en que vivimos lo impide, si tenemos una Constitución que da prioridad exagerada a los derechos «secundarios» de unos pocos (como el derecho a la propiedad privada o a la libertad empresarial) frente a los derechos básicos de la mayoría (como la vivienda o el trabajo). Hay que hacer ver a la gente la relación entre las causas y sus efectos, a no perder de vista que las cosas ocurren por ciertas causas que pueden identificarse y por tanto corregirse (siempre que haya voluntad política para ello). Hay que hacerle ver que los grandes problemas no se resuelven, que son «crónicos», porque no tenemos suficiente democracia, porque el pueblo no tiene realmente el poder. Hay que hacerle ver que con más democracia aumentan las posibilidades de solucionar dichos problemas, aumentan las posibilidades de mayor bienestar para la mayoría del pueblo. Hay que hacer ver a la gente que el sistema lo hacemos entre todos y entre todos podemos y debemos mejorarlo (sin esperar PASIVAMENTE a que los causantes de sus deficiencias sean los que lo hagan). Por tanto, sin renunciar a lemas un tanto «inofensivos» como «No hay dos sin tres, República otra vez» o «A la tercera va la vencida» o «España mañana será republicana», es necesario usar lemas más contundentes, concretos y serios como «República es democracia» o «No a la monarquía antidemocrática» o «No a la monarquía franquista» o «Monarquía y democracia son incompatibles» o «No a la impunidad Real» o «Por la igualdad ante la ley: No a la monarquía» o «Por la libertad de expresión: No a la Monarquía» o «Lo llaman democracia y no lo es» o «Más democracia es mejor vida» o «No a la censura Real» o «Por la democracia, República» o «Por el derecho a elegir régimen» o «Por un referéndum para elegir entre República y Monarquía» o «Que el pueblo elija» o «La opción republicana es más legítima» o «Por la recuperación democrática: República», etc. Finalmente, si queremos convencer a las masas de la causa republicana, hay que huir de discursos sectarios e «ideológicos», hay que centrarse en conceptos «objetivos» que la mayoría de la población asume fácilmente (democracia, libertad, justicia, igualdad, bienestar social, etc.) y como consecuencia de la unidad de acción republicana hay que evitar en los lemas y en los discursos el uso de palabras que tengan que ver con las distintas corrientes o visiones o modelos de lo que debería ser la Tercera República (una vez pasada la primera etapa, entonces ya tendrá más sentido reivindicar los distintos tipos de república: popular, federal, constitucional, etc.). En una primera etapa, en la etapa inicial de conseguir la República, hay que evitar poner apellidos a ésta. Hay que reivindicar la República sin más. Hay que evitar los sectarismos y las divisiones que sólo pueden dar excusas al «enemigo» para «desprestigiar» la causa, para meter el miedo a la sociedad en el sentido de que a la monarquía actual sólo puede sucederle el «caos». La República no puede dar imagen de caos (esto no significa que deba ser un orden rígido, por otra parte muy peligroso).

En definitiva, la República debe ser vista por el pueblo como una NECESIDAD de avanzar en democracia (de desbloquear su desarrollo) y por tanto de mejorar sus condiciones de vida, como la sustituta de un régimen monárquico impuesto por una dictadura y con graves deficiencias democráticas. El movimiento republicano debe ser percibido como un movimiento democrático, popular, pacífico, tranquilo, realista, centrado en el presente y en el futuro (pero enraizado en el pasado), unido (pero diverso)..

3) Seamos razonablemente pragmáticos 

En el caso de que en el primer referéndum el pueblo elija la República como sustitución de la monarquía actual, es inevitable que se produzca un periodo transitorio de un régimen a otro. Este periodo es muy peligroso porque puede ser aprovechado por los enemigos de la República para conspirar contra ella, para evitar su proclamación (a la historia podemos remitirnos), para crear el caos, o bien puede ser aprovechado para que los partidos y poderes del antiguo régimen tomen posiciones para sobrevivir en el nuevo que se avecina (no sería raro que todos se declararan más republicanos que nadie), asumiendo un protagonismo que no les corresponde y que puede desvirtuar la causa (que puede interferir en el resto del camino a recorrer). Es muy importante que dicha transición sea lo más breve posible y que se haga con las mínimas condiciones de seguridad. Para ello es imprescindible que todo esté preparado y planificado con suficiente antelación. Y por tanto es muy aconsejable que el inevitable debate sobre qué tipo de república implantar esté ya «maduro» cuando se produzca públicamente. Esto significa que aunque las distintas plataformas unificadas usen un discurso «oficial» único para alcanzar la primera etapa, paralelamente debe producirse un debate en el seno de dicho movimiento sobre el modelo de la Tercera República, por lo menos para aclarar y afianzar posiciones. Debate «interno», que debe servir para preparar el terreno para el debate público que se produciría en el periodo de transición entre las dos etapas de nuestro camino, previo al segundo referéndum, pero sin interferir en la lucha por alcanzar la primera etapa de nuestra marcha. Por otro lado, en el periodo de transición hacia la nueva República, hay que evitar los errores del pasado, hay que evitar lo que ocurrió en la «transición» de la dictadura a la monarquía. Hay que conseguir que esta vez la transición no se haga a espaldas del pueblo, no se haga sin el protagonismo (entre otros) de las plataformas populares republicanas, no se haga traicionando los ideales iniciales. Dicha transición no tiene que volver a ser una «transacción» de intereses, debe ser más bien una negociación, aunque sobre todo debe ser un debate público para que sea el pueblo quien decida esta vez. Hay que conseguir que la democracia sea la metodología usada en TODAS las etapas del camino hacia la Tercera. Hay que conseguir que se redacte una Constitución de acuerdo con los principios republicanos, con el objetivo fundamental de aumentar el grado de democracia de nuestro país y sobre todo con la posibilidad abierta de mejorarla continuamente en el futuro. De esta manera cualquier «error» o inevitable «cesión» que se haya producido no tiene por que ser «eterna». La Constitución de la nueva República debe estar redactada lo mejor posible pero también debe ser abierta, no debe convertirse ella misma en un obstáculo para un posterior y continuo desarrollo democrático. Esto significa que inevitablemente cada plataforma republicana deberá ceder en mayor o menor medida en más o menos aspectos, en aras de conseguir en el menor tiempo posible el funcionamiento de la nueva República, por su propia seguridad. Además tampoco debe pretenderse resolver todos los problemas a la vez. No puede caerse en el error o la impaciencia de querer matar muchos pájaros de un solo tiro (no vaya a ser que nos salga el tiro por la culata). Los habrá que querrán resolver también la cuestión de los nacionalismos (para lo cual propondrán una República Federal), los habrá que querrán «imponer» la revolución por ley (para lo cual propondrán la República Popular), los habrá que querrán resolver de paso el problema de la unidad nacional (para lo cual propondrán la República Constitucional), los habrá que querrán seguir igual solo que bajo el disfraz de una República reducida a la mínima expresión (vete a saber lo que propondrán, pero seguro que intentarán que la nueva Constitución se parezca demasiado a la actual), etc. Todas estas visiones de lo que debe ser la República española son igual de legítimas o por lo menos todas deben ser respetadas por igual, todas deberán tener las mismas oportunidades de darse a conocer públicamente, pero inevitablemente no podrán hacerse todas a la vez, y en todo caso deberá ser el pueblo el que tenga la última palabra. Lo importante es implantar una República que siente las BASES para que todos estos problemas se puedan resolver en su momento, para que la democracia sea la que permita resolverlos. Esto no significa renunciar a los objetivos comunes más prioritarios (ni significa renunciar a los no comunes de por vida), la unidad del movimiento republicano no sólo es necesaria para llegar a la primera etapa de nuestro camino, sino que es también necesaria para la puesta en marcha de la nueva República, para la forma en que deben hacerse las cosas hasta la etapa final (independientemente de cual sea ésta). La unidad debe ser en cuanto a cuál debe ser la etapa inicial a alcanzar y en cuanto a la METODOLOGÍA a usar en TODO el camino. Dicha metodología debe ser inexcusablemente la democracia y el debate público. Por tanto, el camino para ir de la primera etapa al destino final debe estar claro desde el principio de la marcha. De esta manera, cuando llegue el momento, nada será producto de la improvisación y por tanto del desorden ni del caos. Por esto hay que ser también razonablemente pragmáticos, tenemos que conocer el terreno para evitar sus obstáculos, para evitar que todo el esfuerzo haya sido inútil, y para ello debemos proveernos de los mapas necesarios para que no nos pillen desprevenidos dichas dificultades. En este aspecto sería muy útil que a lo largo del camino, desde el principio, en el debate «interno» del movimiento republicano, se llegue a un acuerdo sobre una redacción mínima consensuada de la nueva Constitución, identificando claramente los aspectos de coincidencia básica (que deberán ser irrenunciables y defendidos conjuntamente por las distintas plataformas republicanas en el periodo de transición) y los aspectos de discrepancia que deberán ser debatidos públicamente para que el pueblo sea el que decida.. Básicamente se trata de tener todo lo más preparado posible para que el periodo transitorio sea lo más corto, tranquilo y seguro posible. Hay que evitar la improvisación, no seamos nosotros mismos los peores enemigos de la implantación de la Tercera República. Si tenemos las ideas claras, si estamos unidos en lo esencial, si lo tenemos todo preparado y planificado y si tenemos claro que ante las discrepancias tiene que ser el pueblo el que decida democráticamente, entonces tenemos muchas posibilidades de que si llega el momento, la República pueda instaurarse con ciertas garantías de supervivencia.

Conclusión 

El camino hacia la Tercera República será largo y difícil. Es imprescindible que a esta marcha se vaya uniendo progresivamente la mayoría de la población. Para ello es necesaria la unidad de acción republicana, sobre la base de que la República debe suponer más democracia y sobre la base de que el camino a recorrer debe hacerse usando la propia democracia como herramienta fundamental. Si el camino lo iniciamos para tener democracia, debemos ser coherentes y ejemplares exigiendo que el destino se alcance democráticamente. Para iniciar el camino y para convencer a las masas es imprescindible dar a éstas razones convincentes, objetivas y concretas. Es necesario concienciar masivamente al pueblo sobre la NECESIDAD de avanzar en democracia, sobre la NECESIDAD de hacerlo mediante la instauración de una República. Ésta puede suponer un avance importante, pero no tanto por la magnitud del paso dado (que también) sino sobre todo por el hecho de dejar de estar parado, por el hecho de iniciar un camino continuo hacia la democracia plena, por el hecho de desbloquear el desarrollo democrático actualmente «estancado». El verdadero avance es empezar a avanzar, es dar un PRIMER paso para posteriormente seguir andando. Para ello es imprescindible que el movimiento republicano sea idealista (pero no en exceso), realista, pragmático, responsable, coherente, inteligente, claro, contundente, imaginativo, activo, serio (pero a la vez alegre, por qué no), respetuoso (las formas deben ser «exquisitas»), insistente, esforzado, unido (a la vez que diverso) y sobre todo ejemplarmente democrático. Hay que evitar los errores del pasado y para ello es crucial tener toda la «hoja de ruta» preparada hasta el más mínimo detalle posible, previendo los posibles obstáculos (aún así serán inevitables las dificultades imprevistas pero hay que preparar hasta el máximo previsible las contingencias del camino) de la larga marcha hacia la Tercera República, hacia la verdadera democracia.

Ante las enormes dificultades que seguro tendremos, deberemos usar nuestras firmes convicciones y nuestra inquebrantable determinación como «combustible» para que la marcha no se detenga y deberemos usar nuestra inteligencia y astucia como «volante» para sortear los obstáculos que surjan. Como dijo Einstein, Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad.

¡¡Todos juntos y unidos a por la Tercera!! ¡¡Hagamos de la utopía una realidad!!

Este artículo es un extracto realizado por José López de su libro «Rumbo a la democracia», disponible para descargar libremente en diversos sitios de Internet.