El mes pasado, el gobierno egipcio demolió las casas de los beduinos en la aldea de Tarabin en el sur del Sinaí, alegando que no eran propiedad «legal». Tarabin se encuentra en Nuweiba, a lo largo de la orilla noroeste del Golfo de Aqaba, donde la espectacular cadena montañosa y las destartaladas cabañas en la […]
El mes pasado, el gobierno egipcio demolió las casas de los beduinos en la aldea de Tarabin en el sur del Sinaí, alegando que no eran propiedad «legal».
Tarabin se encuentra en Nuweiba, a lo largo de la orilla noroeste del Golfo de Aqaba, donde la espectacular cadena montañosa y las destartaladas cabañas en la orilla del agua han atraído a los viajeros desde hace mucho tiempo.
Más allá de los campamentos esparcidos por la costa y que atraen a las multitudes, el Sinaí tiene un punto débil conocido por la población local, pero tal vez no por estos turistas. En aumento desde el golpe de Estado de 2013 y el ascenso de Al-Sisi al poder, nos encontramos ante la represión sistemática de los beduinos.
La ley egipcia impone restricciones estrictas a la propiedad en el Sinaí y el gobierno ha pedido a los residentes y a las empresas en la península que demuestren que poseen casas para septiembre -un plazo flexible sujeto a cambios- o de lo contrario se considerará que ocupan ilegalmente tierras de propiedad estatal.
Sólo en el norte del Sinaí se han heredado alrededor de 40.000 parcelas a través de la práctica de wad al-yad, lo que significa que las casas, tierras de cultivo y negocios se han pasado de generación en generación sin documentos oficiales que prueben la propiedad.
Sólo los egipcios nacidos de padres egipcios pueden poseer tierras, pero demostrar de dónde son sus bisabuelos no es fácil dado que los beduinos generalmente no tienen certificados de nacimiento o documentos de identidad.
Incluso si pudiesen, registrar sus tierras es un proceso costoso y esto es antes de haber pagado un abogado, gastos de viaje y honorarios oficiales.
Para aquellos que no pueden cumplir con los requisitos, su propiedad cumple el mismo destino que los edificios en Tarabin: décadas de historia familiar se destruyen en cuestión de horas.
Esta práctica es contraria al artículo ocho del acuerdo fronterizo egipcio-otomano de 1906, que estableció la frontera entre el Sinaí y las provincias otomanas de Hiyaz y Jerusalén (que más tarde se convirtió en la frontera entre Egipto y Palestina obligatoria), que manifiesta que los «nativos y árabes» que viven en ambos lados continuarán manteniendo la propiedad de aguas, campos y tierras.
También contradice el Convenio número 107 sobre poblaciones indígenas y tribales, que protege a los pueblos indígenas de la discriminación, pero esto importará bien poco a las autoridades egipcias, que han demostrado una y otra vez que las convenciones y las leyes son una molestia, en lugar de algo que hay que cumplir.
La destrucción de casas en el Sinaí se ha centrado en gran medida en el norte, hogar de las tribus más grandes de Sawarka, Remikat y Taraben, que durante mucho tiempo han pedido al gobierno central que respete sus derechos, según cuenta el periodista Massaad Abu Fajr, del norte del Sinaí y cuya casa ha sido destruida por el gobierno egipcio. Con este fin, en 2007 los residentes fundaron el movimiento Wedna Neaish («Queremos vivir»), pero en lugar de respetar sus demandas, las autoridades arrestaron a varios de sus destacados miembros.
La versión oficial del gobierno es que está librando una guerra contra el terrorismo, pero dado que un informe del Instituto Tahrir de 2018 calculó que había 1.000 militantes en el Sinaí en todo momento, el hecho de que 100.000 personas ya hayan sido desplazadas indica que la campaña de seguridad es completamente desproporcionada a la amenaza que representa.
Los lugareños creen que en realidad es una guerra contra los civiles y que estas medidas punitivas están diseñadas para obligar a los beduinos del Sinaí a emigrar. Es una limpieza étnica, dice Fajr.
Históricamente, el estado egipcio siempre ha dudado de la lealtad de los beduinos. El conocido periodista egipcio Muhammad Hassanein Heikal advirtió a su amigo Gamal Abdul Nasser que las tribus del Sinaí son un problema. Desde entonces, la discriminación se ha transmitido a través de los sucesivos gobiernos.
Los beduinos han sido excluidos de las lucrativas ganancias que genera el turismo en el sur de la península -un tercio de los ingresos del país proceden del turismo- y se les ha subestimado en cuanto a trabajar en la industria en favor de los egipcios, principalmente del Valle del Nilo, que fueron alentados a emigrar allí para debilitar a la población local.
A los beduinos no se les permite unirse al ejército o la policía y se les impide ocupar puestos importantes en el gobierno. Las autoridades pasan más tiempo demonizándolos como traficantes de drogas, en lugar de implementar reformas urgentemente necesarias para integrar y desarrollar a la comunidad.
Cuando el caso llegó a la mesa de Al-Sisi, lo llevó a un nuevo nivel y decidió destruir por completo la existencia de los beduinos, dice Fajr. La península ha cambiado completamente a manos del general que se convirtió en presidente.
Según los términos del tratado de paz de 1979 con Israel, el Sinaí era en realidad una zona desmilitarizada y las fuerzas armadas estaban estrictamente limitadas. Ahora el ejército egipcio está en todas partes. Los puestos de control han aparecido a lo largo de la costa y evitan que los residentes entren a la playa, a menos que tengan un permiso que indique que tienen un negocio allí.
El gobierno ahora ha decidido implementar un decreto presidencial de 2016 para transferir dos kilómetros a cada lado de ciertas carreteras en el norte de Sinaí al Ministerio de Defensa, que desplazará a más del 80 por ciento de la población de Al-Arish.
La casa de la familia de Fajr estuvo una vez en Rafah, una ciudad ahora arrasada a lo largo de la frontera oriental de la asediada Franja de Gaza. En los primeros tres meses de la «Operación Sinaí» de Al-Sisi, 3.000 casas fueron demolidas aquí para crear una zona neutral a lo largo de la frontera.
El territorio demolido es una víctima de las esperanzas y aspiraciones de Egipto de encontrar un camino hacia una parte del país que durante mucho tiempo ha estado fuera de sus tanques. Ofrecieron ayudar a Israel a proteger su frontera y, a cambio, Israel permitió el acceso de los soldados y ha llevado a cabo su propia campaña aérea secreta en el Sinaí.
Se tarda aproximadamente ocho horas conduciendo desde los desiertos del Sinaí hasta la capital egipcia, una distancia geográfica que simboliza el aislamiento político de los beduinos. Aquí, en la Cámara de Representantes del parlamento con aire acondicionado, los parlamentarios se reunieron recientemente para enmendar la legislación que regula la nacionalidad egipcia y la residencia de los extranjeros en el país.
Según la ley, el primer ministro tiene derecho a otorgar la ciudadanía a cualquier extranjero que compre bienes inmuebles propiedad del estado o deposite siete millones de libras egipcias (420.000 dólares) en el país, en un intento por impulsar la inversión extranjera y resolver la crisis económica.
Tanto el emir de Kuwait como el rey de Bahréin han obtenido el derecho de comprar tierras en Egipto. En 2016, Hamad Bin Isa Al Khalifa se convirtió en ciudadano egipcio y pudo comprar dos villas en el sur del Sinaí, una medida que agrava la opinión del gobierno sobre los pueblos indígenas de la península del Sinaí: los extranjeros ricos son más bienvenidos en Egipto que sus autóctonos beduinos.