La visita del papa Francisco a Cuba (programada para el próximo día 20), su llamado a respetar los derechos de los refugiados y su promesa de abrir los archivos que guardan los secretos de las relaciones entre la alta jerarquía católica y la dictadura militar argentina, solo pueden ser decisiones trascendentes si forman parte de […]
La visita del papa Francisco a Cuba (programada para el próximo día 20), su llamado a respetar los derechos de los refugiados y su promesa de abrir los archivos que guardan los secretos de las relaciones entre la alta jerarquía católica y la dictadura militar argentina, solo pueden ser decisiones trascendentes si forman parte de un proyecto integral de transformación institucional.
Lo mismo se puede decir acerca del innegable papel de la Iglesia (y del pontífice como jefe de la misma) en las conversaciones de alto nivel entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos para la reapertura de relaciones diplomáticas.
La definición política
En el caso de las conversaciones entre Cuba y Estados Unidos, se alcanza a ver coincidencias sustanciales entre la visión del presidente Barack Obama y la del papa Francisco I.
«Vamos a seguir apoyando a la sociedad civil en Cuba. Agradezco el apoyo del papa Francisco», declara Barack Obama.
Para Obama, la sociedad civil es la mal llamada disidencia. Y tanto Obama como el pontífice han posado junto a miembros de esa «disidencia» a quienes han exhortado a seguir adelante en su activismo contra el avance político.
Barack Obama entiende que es posible revertir el proceso revolucionario manteniendo relaciones y dotando de una posición amistosa a los representantes de Estados Unidos en Cuba. La actitud del papa Francisco no es, en apariencia, distinta.
La visita papal a Cuba es una continuidad de la línea trazada por Juan Pablo II, quien mostró disposición a entenderse con el nazismo pero jamás con el socialismo.
Benedicto XVI, también derechista y ultraconservador, visitó Cuba y pronunció frases ambiguas que recuerdan el contenido de la encíclica Centesimus Annus (1991), en la cual su antecesor llamó a humanizar el capitalismo, pero condenó el socialismo.
Juan Pablo II tuvo con Ronald Reagan un nivel tan alto de coincidencia como el que muestra Francisco I con Obama.
Mientras Francisco I no demuestre que se propone romper con los sectores retardatarios, la interpretación más certera de su papel en el diálogo entre los dos gobiernos y de la inclusión de Cuba entre los países a visitar, es que actúa para dar apariencia de legitimidad al capitalismo, aunque critique acciones realizadas hace más de medio siglo y que han probado no ser efectivas.
Entre esas acciones figura el bloqueo contra Cuba, que el propio Obama califica como anacrónico.
Si Juan Pablo II fue aliado de Ronald Reagan (asesorado por estrategas yanquis como Alexander Haig y Vernon Walters) y colaboró en el desmonte de los regímenes socialistas en Europa del Este, Francisco I es aliado de Obama.
¿Avance o adaptación a la coyuntura? Han pasado más de tres décadas, y los cambios en el panorama político han determinado la reorientación del trabajo político.
La alianza de Juan Pablo II con Reagan y la de Francisco con Obama, se producen en coyunturas diferentes, pero tienen un origen común que es el objetivo de preservar el orden global.
Cuando las instituciones directoras del sistema entran en crisis, las diferencias entre la derecha y la ultraderecha se desdibujan.
Entre comillas la palabra cambio
La posición del obispo Jorge Mario Bergoglio (hoy papa Francisco) ante la dictadura militar argentina no fue de enfrentamiento.
Su elección como papa tras la renuncia (abdicación, dimisión o cualquier palabra nada elegante) de Benedicto XVI, generó comentarios diversos. Los medios de comunicación se hicieron eco de las declaraciones de que cientos de perseguidos fueron escondidos y protegidos por Bergoglio en ese período de la historia política argentina.
Sin embargo, no siempre fue idílica la relación de Bergoglio con los organismos de derechos humanos.
En el año 2007, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto (quien visitó el Vaticano junto a su nieto recuperado) declaró: «Por no hablar y mantener el silencio en este país tuvimos 30.000 desaparecidos y 560 nietos apropiados por represores». Y agregó: «Nosotros aún estamos esperando de la Iglesia haga una autocrítica sobre su actuación durante la última dictadura».
Habló en esos términos, porque el cardenal hacía silencio o hablaba a medias.
En el artículo sobre el tema que publicó en el año 2012 la periodista Ana Delicado, además de las declaraciones de Estela de Carlotto, hay una cita de Estela de la Cuadra, tía de Ana Libertad, una de las nietas recuperadas el año pasado.
De la Cuadra critica la posición que asumió el cardenal Bergoglio cuando recibió la solicitud de colaborar en la búsqueda de Ana, hija de Elena de la Cuadra, quien fue secuestrada con 5 meses de embarazo. » ¿Cómo es que Bergoglio dice que hace solo diez años sabe del robo de bebés?», preguntó Estela ante los tribunales. «Es la tercera vez que lo pido ante un tribunal: ¿lo vamos a citar para que declare o no lo vamos a citar para que declare?»
En más de un escrito (incluso un libro publicado), el papa Francisco ha explicado por qué guardó silencio. Lo que no podría explicar es por qué supone que actuó con apego a la justicia.
Es este personaje el encargado de mejorar la imagen de la Iglesia Católica, pero mejorar la imagen y transformar de manera sustancial no son expresiones sinónimas.
Si en 1958, después de las manifestaciones ultraderechistas del papa Pío XII era necesario llevar al asiento principal del Vaticano a un reformador, en el año 2013, debido a la rapidez con que se propagan los escándalos y a la magnitud de los líos financieros y sexuales en el seno de la Iglesia y al descrédito que en la línea ultraconservadora imprimieron las gestiones de los ultraconservadores de los cardenales Karol Józef Wojtyla (coronado después de la misteriosa y altamente sospechosa muerte de Juan Pablo I) y Joseph Aloisius Ratzinger, no fue posible esperar la muerte de este último para entregar el cetro a un obispo cuyo nombre pudiera asociarse a la palabra cambio.
¿Qué cambiará?
Los medios de comunicación más influyentes han liberado al papa del compromiso de hablar sobre su relación con la dictadura militar argentina.
Ángela Boitano, presidenta de la Asociación Argentina de Familiares de Desaparecidos, le preguntó cuándo serán abiertos los archivos del Vaticano, y él anunció: «Lo estamos haciendo».
Lo que queda claro es que él realiza su trabajo. La entrevista pudo tener como objetivo la realización de ese anuncio, pero aunque así no fuera, el beneficio a su propia imagen y a la de la Iglesia no está en cuestionamiento.
¿Se abrirán estos archivos sin cortapisas y sin manipulación? Ojalá. Se trata de un importante recurso documental.
Pero no solo esto se necesita para anunciar el inicio de una transformación real en el seno de la Iglesia Católica. Esto no alcanzaría para borrar una larga historia de complicidad con los represores.
Juan XXIII y Paulo VI fueron reformadores sin despojar a la Iglesia de su condición de organismo confesional del poder capitalista. Por eso, años después (abril de 1987), Juan Pablo II pudo posar junto a Augusto Pinochet en el balcón del Palacio de la Moneda. ¿Por qué había de negarse a bendecir a tan poderoso anticomunista?
Francisco I, hasta que pruebe lo contrario, es un reformador de la misma naturaleza que Juan XXIII y Paulo VI. Condena la guerra y el despojo, pero no retira su apoyo a quienes están a la cabeza del armamentismo y del saqueo.
Por eso la curia vaticana lo protege… Para lavar el prestigio de la Iglesia, sigue anunciando un cambio que no llega… Actúa en el nombre del padre capitalismo, de sus engendros que son las formas modernas de opresión, discriminación, neocolonialismo y explotación, y del espíritu capitalista que es su esencia saqueadora… El apego a la justicia y la moral revolucionaria obligan a no pronunciar en este escenario la palabra amén…
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.