Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Acababan de nombrarme profesor titular del Instituto de Educación Superior Markfield, Reino Unido, en el otoño del 2000, cuando el nuevo director, el Dr. Zaghlul Al-Najjar, me convocó a su despacho. Pasaba los primeros días de su permanencia en el puesto familiarizándose con el personal académico. Y era mi turno aquel día.
Tras unos cuantos comentarios iniciales, me entregó una copia de mi curriculum vitae y me dijo: «Quiero que corrijas los errores que aparecen en él y me lo traigas de nuevo». Con curiosidad, estuve hojeando las pocas páginas del CV y vi que había señalado con tinta roja cada frase escrita sobre «Oriente Medio». Educadamente, le pregunté: «Pero, ¿qué pasa con Oriente Medio?» Me dijo: «Que no existe, que nunca ha existido».
Eso, en aquel momento, me pareció una broma. ¿Cómo podía cambiar el título de mi libro «Islam y laicismo en Oriente Medio» o cambiar los títulos de algunos de mis artículos, así como las muchas conferencias y seminarios que he organizado o a los que he asistido? Sin embargo, el sentimiento de rechazo expresado por el Dr. Al-Najjar, que de todos modos no es científico político, es compartida por muchos activistas e intelectuales de su generación que consideran que el Oriente Medio es una invención colonial. Ellos creían que expresaba la visión de las potencias coloniales de una región que fue, durante siglos y hasta el comienzo del colonialismo, el corazón mismo de la Ummah, la comunidad global musulmana.
La lucha para deshacer los hechos del colonialismo
En la medida en que la creación de Oriente Medio fue producto de un cambio en los equilibrios mundiales y regionales de poder, otro cambio histórico podía, en efecto, llevar a la desaparición de esta categoría y a la aparición de una nueva realidad.
La lucha por deshacer lo que el colonialismo hizo en esta región no ha cesado nunca. Sin embargo, los proyectos de reforma y liberación nacional que intentaban cumplir este objetivo han llegado, en su gran mayoría, a un callejón sin salida. Revertir el proceso que vio la creación y consolidación del mosaico de modernos Estados territoriales por toda la región demostró ser una tarea formidable, casi imposible.
Las elites que gobiernan esos Estados-territorios parecían heredar de las potencias coloniales su desprecio hacia las poblaciones bajo su gobierno. La mayor parte de estas entidades poscoloniales, a pesar de sus pretensiones de independencia, terminaron siendo una especie de propiedades feudales que eran propiedad exclusiva de las mafias, ya fueran en forma de dinastías o juntas militares, que se hicieron con el control absoluto de casi todos los recursos humanos y materiales.
Mientras las clases gobernantes se enriquecían cada vez más, los gobernados, especialmente en los Estados densamente poblados, eran cada vez más pobres. La discrepancia, o la mera crítica, eran siempre suprimidas y brutalmente castigadas. La mayoría de las poblaciones carcelarias estaban formadas por activistas políticos y opositores. Los dos rasgos más comunes en gran parte del despótico Oriente Medio árabe eran la corrupción y la falta de respeto por los derechos humanos más básicos.
Cuando triunfó el levantamiento árabe de 2011 derrocando a cuatro dictadores que durante décadas habían estado atormentando a sus poblaciones en Túnez, Egipto, Libia y el Yemen, y parecía amenazar a otros muchos, aumentaron las esperanzas en que quizá un nuevo orden estaba en ciernes. Masas jubilosas tomaron las calles en otros muchos lugares con la esperanza de conseguir cambios similares en sus propias comunidades, haciendo sonar las alarmas en los palacios de horrorizados reyes y presidentes. Un nuevo Oriente Medio parecía estar en marcha.
¿Cómo hubiera sido ese nuevo Oriente Medio?
Bien, para empezar, los gobiernos habrían sido representantes del pueblo y las funciones e instituciones del gobierno habrían sido supervisados y controlados por los parlamentarios electos, ante quienes tendrían que rendir cuentas. No había necesidad alguna de reinventar la rueda; la democracia representativa había estado ya en funcionamiento, y bastante bien, durante siglos en Occidente. En efecto, ahí era donde Egipto y Túnez se dirigían. Si la transición democrática en esos dos países hubiera tenido éxito y se hubiera completado, otras entidades de la región habrían seguido su ejemplo con entusiasmo.
Imaginen por un momento lo que habría sucedido si los tres países vecinos, Egipto, Libia y Túnez que acababan de librarse de sus dictadores, fueran totalmente democráticos. El pueblo de Argelia en la puerta de al lado, seguido probablemente por Marruecos y Mauritania, no se habría conformado con menos. Es fácil imaginar que a partir de ese momento, los pueblos de esas «democracias» habrían querido que sus gobiernos representativos eliminaran los obstáculos puestos en marcha por las dictaduras desaparecidas que durante tantas décadas limitaron la libertad de movimiento, dividiendo con líneas artificiales trazadas en la arena por las viejas potencias coloniales a un pueblo que en gran medida hablaba la misma lengua, compartía la misma herencia, procedía de la misma ascendencia y seguía la misma religión. Uno podría fácilmente imaginar que, en cuestión de pocos años, se habrían formado confederaciones o federaciones o incluso uniones totales.
Trasladándonos al oriente árabe y haciendo uso de un ejercicio intelectual similar, imaginen lo que habría sucedido si Siria y el Yemen, que se levantaron después de Túnez, Egipto y Libia, se hubieran convertido en democracias. La gente joven y educada del Reino de Arabia Saudí y del resto de los riquísimos principados del Golfo no se habría conformado con nada que no fuera, como poco, una auténtica reforma política. No es extraño que Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos y el Estado de Kuwait pagaran miles de millones de dólares para financiar el golpe del ejército egipcio contra el régimen naciente y para paralizar la transformación democrática no sólo en Egipto, sino también en Túnez, Libia y el Yemen.
Los Estados Unidos de Oriente Medio
Mirando hacia un futuro más lejano, si la transición democrática hubiera triunfado, podría concebirse la creación de lo que podría haberse conocido como los Estados Unidos de Oriente Medio, una potencia formidable con enormes recursos, tanto humanos como materiales, y con un considerable potencial.
El impacto de tal transformación no habría tenido precedentes. No habría sido menos significativa e histórica que las revoluciones francesa y americana. El surgimiento de tan magnífica potencia regional habría puesto fin de inmediato al expansionismo iraní y a las ambiciones imperiales en la región. No es de extrañar que Irán, que tiene actualmente un régimen que proclama haber sido producto de una revolución popular contra la tiranía, sea un feroz opositor de las revoluciones populares de la Primavera Árabe. La potencia emergente no sólo habría sido más auténticamente democrática sino que también habría sido sunní. Habría tenido el impacto inmediato de incitar a los pueblos oprimidos de Irán, muchos de los cuales son sunníes o chiíes árabes, a levantarse y buscar la emancipación de una teocracia chií disfrazada de cierto halo de «democracia».
El intento de Irán de autopromocionarse como modelo a seguir por los pueblos oprimidos de Asia Central, África y Oriente Medio habría sufrido un golpe fatal. La aparición de un modelo democrático sunní habría señalado el comienzo del fin del autoproclamado papel de liderazgo musulmán de la República Islámica de Irán.
En otro frente, la nueva potencia regional emergente, por primera vez desde que Israel se creó en Palestina en 1948, hubiera inclinado radicalmente la balanza del conflicto crónico palestino-israelí, o de lo que en los viejos tiempos solía llamarse conflicto árabo-israelí, en favor de los palestinos.
Los tratados unilaterales de paz árabes concluidos con Israel a expensas de los palestinos y sin el consentimiento de las poblaciones árabes deberían ser necesariamente revisados. No es extraño que Israel pareciera muy preocupado cuando el pueblo egipcio entregó el poder, a través de las urnas, a un dirigente perteneciente a la Hermandad Musulmana, y que se mostrara sumamente complacido cuando el ejército egipcio le derrocó mediante un golpe sangriento que casi aplastó mortalmente al grupo islámico.
El fin de un dulce sueño
Así pues, el éxito de los levantamientos árabes habría acabado finalmente produciendo un Oriente Medio libre de despotismo, libre de la influencia iraní, libre de división y libre de la ocupación israelí.
El golpe militar del 3 de julio de 2013 contra el primer presidente civil democráticamente elegido en la historia de Egipto puso fin a lo que parecía ser un dulce sueño. Desde entonces, Oriente Medio ha estado viviendo una pesadilla.
Podría hacer una lista de razones por las que las revoluciones de la Primavera Árabe terminaron en un caos. La razón más obvia ha sido la contrarrevolución. El Estado profundo, que representa los intereses de individuos y grupos que probablemente iban a perder como resultado de los cambios y las reformas, unieron fuerzas con los poderes y actores regionales como Irán, Israel, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, que estaban horrorizados ante la perspectiva de que la democracia triunfara en la zona, así como algunas potencias mundiales, como EEUU, la UE y Rusia, que temían la subida al poder de los grupos islámicos a través de las urnas. Aunque la actitud rusa no supuso sorpresa alguna, la traición de las principales democracias occidentales respecto a la democracia en Oriente Medio fue de escándalo.
Esta alianza no sólo paralizó la dinámica que prometía un futuro mejor; en realidad, contribuyó directamente al empoderamiento de los elementos más radicales dentro de las sociedades de Oriente Medio y a la radicalización de un gran número de mujeres y hombres jóvenes que aumentaron las filas del ISIS. («From Deep State to Islamic State, The Arab Counter-Revolution and its Jihadi Legacy», de Jean-Pierre Filiu; OUP, 2015).
Hasta ahora, el coste ha sido astronómico. La mayor parte de Siria está en ruinas y casi la mitad de su población internamente desplazada o forzada al exilio.
Los conflictos sectarios en Iraq y Yemen están empujando a ambos países hacia el abismo total. Libia está ya dividida y padeciendo su propia guerra civil «ligera», mientras que Egipto, arrastrado por las autoridades del golpe de un desastre a otro, nunca ha estado peor.
Los países que financiaron la contrarrevolución y contribuyeron al caos están también mostrando signos de tensión. Esto es especialmente cierto en el caso de Arabia Saudí, que despilfarró miles de millones en una serie de malaventuras desde Egipto a Yemen, obligándola a imponer medidas de austeridad a su propia población.
En efecto, el caos se impone hoy en día por toda la región y lo más probable es que, durante un tiempo, la crisis no haga más que profundizarse. De forma invariable, la guerra contra el terrorismo sólo ha servido para engendrar más terrorismo y está sólo destinada a generar más de lo mismo mientras no se produzcan reformas políticas y económicas. Todos los indicios apuntan a que Oriente Medio no será nunca el mismo.
Las próximas revoluciones
No obstante, en algún momento no muy lejano -quizá dentro de unos años o como mucho en una década o dos- se iniciará el próximo ciclo de revoluciones. Las revoluciones que cambian el curso de la historia vienen normalmente en ciclos y consiguen sus objetivos cuando sus sucesivos ciclos consiguen cambiar no sólo los equilibrios globales y regionales de poder sino también la mentalidad y actitud de las personas involucradas.
A pesar del duro golpe sufrido por los principales movimientos islámicos por todo el mundo árabe, especialmente la Hermandad Musulmana, continúan siendo los partidos políticos más creíbles y populares en Oriente Medio. Los grupos de oposición izquierdistas, nacionalistas y liberales que se identificaron inicialmente con la Primavera Árabe y se animaron cuando sus revoluciones estallaron una tras otra saltaron después enseguida del barco y se unieron a la contrarrevolución cuando se hizo evidente que los islamistas ganaban elecciones libres y justas en un país tras otro.
Las medidas represivas utilizadas para marginar o excluir a los islamistas sólo han tenido éxito brevemente. No pasa por lo general mucho tiempo antes de que vuelvan y se levanten una vez más. La Hermandad Musulmana en Egipto, que ganó las elecciones presidenciales y las parlamentarias en 2012, fue con anterioridad casi completamente aniquilada en dos ocasiones, en 1954 y en 1965, por el exdictador militar de Egipto Gamal Abd Al-Nassir. Al igual que se recuperaron varias veces antes, volverán a recuperarse de nuevo, sencillamente porque su persecución y su firmeza, junto con su interpretación moderada y tolerante del Islam, sólo aumentan su credibilidad y popularidad.
La contrarrevolución ha quedado ahora completamente expuesta por lo que es, incluso para muchos de los que fueron engañados por ella. Dondequiera que uno viaje hoy en Oriente Medio, nada, ni siquiera el terrorismo, desbanca la preocupación de la gente por el deterioro en las condiciones de vida y la profundización de la crisis a todos los niveles. Mucha gente considera el terrorismo más una consecuencia que una causa, porque creen que la fuente de todos los males es el despotismo.
Hay una razón obvia que hace que el cambio sea inevitable y que esté definitivamente en camino. La contrarrevolución ha hecho las cosas mucho peor de lo que solían ser cuando estallaron las revoluciones de la Primavera Árabe.
La olla a presión volverá a explotar de nuevo y una nueva generación de hombres y mujeres jóvenes tomará las calles para reanudar la dinámica. Al igual que antes, buscarán liderazgo y no lo encontrarán sino en quienes han sido leales a la causa, quienes pagaron con sus vidas y sus bienes para poder gestar un nuevo amanecer árabe.
Azzam Tammimi es un académico palestino-británico, presidente y editor-jefe de Alhiwar TV Channel. Entre los libros que ha publicado destacan: «Hamas: Unwritten Chapters» (Hurst, 2007) y «Rachid Ghannouchi: a Democrat within Islamism» (OUP, 2001)
Fuente: http://www.middleeasteye.net/columns/anticipation-next-cycle-arab-revolutions-1102642623
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