Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
El hostigamiento al teatro Al-Midan nace de la envidia de nuestra capacidad como sujetos para superar la opresión, para pensar y crear, en desafío a la imagen que ellos tienen de nosotros como seres inferiores.
Soldados israelíes detienen a un palestino durante los enfrentamientos en el campamento de refugiados Jalazone en Cisjordania, 12 de junio de 2015. Foto Reuters
En nuestros hogares, nuestras calles y nuestros lugares de trabajo y de entretenimiento hay miles de personas que mataron y torturaron a otros miles de personas o supervisaron su tortura y asesinato. Escribo «miles» como un sustituto del más vago «innumerables», una expresión de algo que no se puede medir.
La gran mayoría de los que matan y torturan (incluso en este momento) están orgullosos de sus obras. Y su sociedad y sus familias se sienten orgullosas de sus obras, aunque por lo general es imposible y aún está prohibido, aunque sea posible, encontrar una relación directa entre los nombres de los muertos y torturados y los nombres de los que matan y torturan. También está prohibido decir «asesinos». Y está prohibido escribir «maleantes» o «gente cruel».
¿Yo cruel? Después de todo, nuestras manos no están manchadas de sangre, sólo apretamos el botón que deja caer una bomba en un edificio de 30 miembros de una sola familia. ¿Miserables? ¿Cómo podemos usar esa palabra para describir a un soldado de 19 años que mata a un niño de 14 años que salió a recoger una planta comestible?
Los asesinos y torturadores judíos y sus comandantes directos actúan con permiso oficial. Los palestinos muertos y torturados que han dejado atrás en los últimos 67 años también han hecho duelos por sobrinos y familias para quienes la pérdida es una presencia constante. En los pasillos universitarios, centros comerciales, autobuses, estaciones de servicio y en los ministerios del Gobierno los palestinos no saben cuáles de las personas con quienes se encuentran han matado, tampoco a quiénes y a cuántos miembros de su familia y su gente han matado.
Pero lo que es cierto es que sus asesinos y torturadores están caminando libres. Como héroes.
En esta competencia mórbida con los palestinos sobre el duelo y el dolor, nosotros, los judíos de Israel, no podemos ganar. Con nuestra fuerza aérea, nuestros cuerpos blindados, nuestra Brigada Givati y nuestras unidades de comando de élite famosas somos los perdedores en esta competición. Pero como somos los gobernantes incuestionables, falseamos los resultados del concurso y nos apropiamos de la dosis de duelo apropiado para nosotros mismos.
No estamos satisfechos con la tierra, los hogares y la conexión directa con los lugares que les hemos robado y destruido y que seguimos destruyendo y robando. No. Nosotros también rechazamos todas las razones, todo el contexto histórico y social de la expulsión, el despojo y la discriminación que ha llevado a un puñado muy pequeño de aquellos palestinos que son ciudadanos de Israel a tratar de imitarnos tomando las armas. Fueron crédulos pensando que las armas eran los medios propios de la resistencia o llegaron a un pico de furia e impotencia y decidieron tomar vidas.
Se arrepientan o no de ello, su engaño no anula el hecho de que tenían y tienen todas las razones para resistir la opresión, la discriminación y la maldad que forman parte integrante del régimen que Israel les aplica. Condenarlos como asesinos no nos convierten en víctima colectiva de esta ecuación. En lugar de reducir las causas de la resistencia sólo estamos intensificando y mejorando los medios de opresión. Y una forma de opresión es la venganza insaciable.
El ataque al teatro Al-Midan y a la obra A Parallel Time (Un tiempo paralelo) es parte de esta venganza. Y se trata de mucha envidia también. La envidia de la capacidad de los oprimimos para superar la opresión y el dolor, pensar, crear y actuar en desafío a la imagen que tenemos de ellos como seres inferiores. No bailan a nuestro son como debiluchos miserables.
Y como en una caricatura antisemita, para nosotros todo se centra en la financiación, en el dinero. No callamos a la gente, nos jactamos. Somos iluminados, sólo les cortamos su financiación. Nosotros los convertimos en una minoría en nuestra tierra cuando los expulsamos y no les permitimos que regresen. Y ahora el 20 % que se queda aquí debería decir gracias y pagar con su dinero impuestos para obras que ensalzan el Estado y su política. Eso es democracia.
Esta no es una guerra cultural o una guerra sobre la cultura. Es otra batalla -probablemente una causa perdida, como las batallas anteriores- sobre un futuro sano para este país. Los ciudadanos palestinos de Israel eran una especie de póliza de seguro para la posibilidad de un futuro sano: los llamamos un puente, bilingües, pragmáticos, aunque contra su voluntad. Pero tenemos que hacer cambios y tenemos que saber escucharles para que este seguro sea válido. Sin embargo nosotros, los gobernantes incuestionables, no estamos planeando escucharles y no sabemos el significado de cambio.
Una nota final: Los informes sobre el asesinato del residente de Lod Danny Gonen, en el manantial de Ein Bubin, cerca de la aldea de Dir Ibzi’a, estaban acompañados de enlaces a los recientes ataques previos: las personas heridas en un ataque terrorista vehicular cerca del asentamiento de Alon Shvut, el policía de frontera que fue apuñalado cerca de la Cueva de los Patriarcas en Hebrón. ¿Y lo que no se ha mencionado? Por supuesto, dos jóvenes palestinos asesinados recientemente por soldados del ejército israelí: Izz al-Din Gharra, de 21 años, asesinado a balazos el 10 de junio en el campo de refugiados de Jenin, y Abdullah Ghneimat, de 22 años, atropellado el 14 de junio en Kafr Malik por un jeep del ejército israelí.
Cada noche, en promedio, el ejército israelí lleva a cabo 12 incursiones de rutina. Para los palestinos cada incursión nocturna, que a menudo implica el uso de granadas de aturdimiento, gases y disparos, es un ataque terrorista menor.