Traducido por Manuel Talens
Una vez más asistimos a un esquema familiar: nuestros «progres» unidos -que son una auténtica sinagoga, un colectivo de grandes humanistas- prestan su apoyo a los oprimidos. Esta vez quieren liberar al «pueblo sirio», cuyo enemigo, obviamente, es Bashar Al-Assad.
Se trata de un esquema que a estas alturas conocemos demasiado bien. Antes de la guerra contra el terror fuimos testigos de años de intensas campañas progres de grupos feministas y gays a favor de los derechos de las mujeres en Afganistán. Los progres también condenan el estado actual de la revolución iraní. Con harta frecuencia insisten en que hay que liberar a los iraníes. Esta semana, de nuevo, asistimos a un frente común formado por Tariq Ali, Ilan Pappe, Fredric Jameson, Norman Finkelstein y otros tíos estupendos. Quieren claramente que «liberemos a los sirios». Han iniciado una campaña para derrocar al régimen de Bashar al-Asad. Hacen un llamamiento al «pueblo del mundo» para que presione al régimen sirio con el fin de de que éste ponga fin a la opresión y a la guerra contra el «pueblo sirio». «Exigimos», dicen, «que Bashar Al-Assad se vaya de inmediato y sin ninguna excusa para que Siria pueda iniciar una rápida recuperación hacia un futuro democrático». Y en ésas estamos.
Señores Ali, Jameson, Pappe, Finkelstein y compañía: a la luz de los recientes ataques israelíes contra Siria, ¿serían tan amables de aclararnos a quién apoyan? ¿De qué lado están, del de Al-Assad o del de Netanyahu?
Cabe preguntarse cómo es posible que los progres, a pesar de su buena voluntad y de sus credenciales humanistas, hayan terminado una vez más en la cama con Bibi Netanyahu. La respuesta es vergonzosamente simple. La filosofía progre es la más nueva y avanzada variante de la ideología del pueblo elegido. Es obvio que si uno se considera a sí mismo progresista tiene que haber alguien que sea «reaccionario». Se trata de una posición elitista de carácter intolerante y racista. El progresismo es el precepto ideológico del Tikun Olam (arreglar el mundo). Se basa en la idea de que los defensores de ideas progres «saben mejor que nadie» lo que es correcto y quién está equivocado. El progre sabe diferenciar entre Kosher y Taref. En este caso, las voces progres hacen la vista gorda ante el hecho vergonzoso de que en realidad es el ejército sirio, básicamente suní, quien está luchando contra los denominados «rebeldes sirios», una tropa variopinta de mercenarios extranjeros. Quizá sería mejor que nuestros intervencionistas progres leyesen más a menudo a Robert Fisk, que es acaso el único periodista fiable de habla inglesa en la región. «La palabra democracia y el nombre de Al-Assad no se combinan muy bien en gran parte de Siria», escribe Fisk, y continúa: «Yo más bien creo que los soldados de eso que oficialmente se llama el Ejército árabe sirio están luchando por Siria en vez de Al-Assad. Pero luchan, sí, y por ahora están ganando una guerra imposible de ganar.» Si tenemos esto en mente, cabría esperar que los intelectuales progres, que cuentan con respetados historiadores y politólogos, fueran un poco más sofisticados y se lo pensasen bien antes de dar luz verde moral a Israel para que ponga en marcha un nuevo conflicto global.
Creo que ya va siendo hora de que nuestros humanistas progres hagan un examen introspectivo de ética y aprendan de una vez por todas cuál es la base moral para cualquier tipo de intervención. Cabe la posibilidad de que antes de predicar el Tikun Olam y de arrogarse la misión de arreglar el mundo en nombre de la «sociedad civil» y del «Derecho internacional», decidan arreglarse antes a sí mismos.
Fuente original: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=9628