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Derribo de la cárcel de Carabanchel

En la historia universal de la infamia

Fuentes: Rebelión

  Para el admirable luchador, maestro y camarada Marcelino Camacho, que conoció los muros de la cárcel.   Muy brevemente. Lo recordaba Juan Antonio Ramírez. Presos republicanos construyeron el denominado «Valle de los Caídos» y la cárcel de presos políticos de Carabanchel. El compañero de la hermana de mi madre, militante de la FAI y […]

 

Para el admirable luchador, maestro y camarada Marcelino Camacho, que conoció los muros de la cárcel.

 

Muy brevemente.

Lo recordaba Juan Antonio Ramírez. Presos republicanos construyeron el denominado «Valle de los Caídos» y la cárcel de presos políticos de Carabanchel. El compañero de la hermana de mi madre, militante de la FAI y de la CNT, fue uno de ellos. Le esclavizaron para la ocasión.

El día 21 de octubre, de madrugada, con la nocturnidad y alevosía que la ocasión exige, dos excavadoras abrieron dos enormes boquetes en lo muros de la parte posterior del recinto de Carabanchel. Diez horas más tarde, las máquinas seguían recogiendo las piedras y chatarra de lo que fue el edificio de mujeres.

Ese mismo día, mientras las máquinas hacían su trabajo, en la comisión de Interior del Congreso Diputados, IU, a pesar de contar con el apoyo del grupo mixto, de CiU y el PNV, no consiguió que fuera aprobada una proposición no de ley en la que se instaba al Gobierno (¿socialista?) a salvar el derribo de la prisión para instalar allí un Centro para la Memoria Histórica y la Paz. PP y PSOE unieron sus votos, una vez más, para rechazarla. Llamazares fue replicado por Juan Barranco, el antiguo alcalde Madrid, quien aseguró, con la voz tronante que la ocasión requería, que no se había iniciado ningún proceso de demolición. Recordemos a Carroll y su Alicia a través del espejo: «yo mando y las palabras significan lo yo quiero, ni más ni menos».

Al día de hoy, incomprensiblemente en mi opinión, y ante tamaño atropello, la izquierda sigue acudiendo a las instituciones, los sindicatos no convocan jornadas y acciones de repulsa, la ciudadanía no clama en las calles por una mínima decencia histórica. ¿Qué debemos esperar para gritar con Raimon que nosotros no somos de ese mundo?

Si alguien tenía dudas, si alguien vacilaba al reflexionar lo sucedido en la transición, aquí tiene otro ejemplo: la derrota cultural y política de la izquierda -en circunstancias, admitámoslo, nada fáciles, cuando el pulso temblaba al tomar decisiones y el fascismo campaba a sus anchas por las calles del Reino- es de libro, abisal e histórica a un tiempo. Los inteligentes planteamientos de la derecha política neofranquista, fáciles por otra parte en posición dada su fuerza aplastante pero sin duda contestada socialmente, es de obligado reconocimiento; las posiciones de la izquierda quizás no lo fueran tanto y la persecución (y acusación de demencia política izquierdista) de las voces y organizaciones críticas a los pactos (in)transitivos y a posteriores acuerdos monclovitas, miradas ahora, pensadas con sosiego, resultan injustas e inadmisibles, totalmente inadmisibles. La transición, la modélica transición política española, significó, admitámoslo, la entronización de los borbones, la conquista si duda de algunas libertades y la irrupción sin apenas réplica de un capitalismo salvaje y sin alma que privilegió aún más a los ya privilegiados. La lucha de clases toma esas formas y, como reconoció el mismísimo embajador usamericano en el Chile de Pinochet, es absurdo, literalmente absurdo, pedir a una clase dominante que se suicide pacíficamente. Los seres suelen persistir en su existencia.

Pasemos página si se quiere, no hurguemos en viejas heridas de la izquierda, no volvamos una y mil veces sobre lo que hicimos y podíamos haber hecho, pero aceptemos también que la historia no puede clausurarse y que nadie ha dicho que los pactos, con pistola cargada en la sien, de una generación obliguen a otras generaciones.

Los cincuenta inmigrantes rumanos que vivían en el recinto desde hacía dos años recogieron sus pertenencias esta última semana. Debían el cumplir el plazo de 24 horas dado por la policía franquista…, perdón, la policía nacional para que abandonaran el lugar. La infamia se acumula, la impiedad campa por doquier. La consistencia del atropello es ejemplo recomendable para clases de introducción a la lógica formal.

Unos vecinos del barrio se opusieron al atropello, jóvenes y maduras voces claman en diarios y en páginas de la red llenas de indignación. La esperanza sigue siendo un asunto poliético lleno de sentido.