Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
(En The Impossible Revolution: Making Sense of the Syrian Tragedy, con prólogo de Robin Yassin-Kassab, publicado por Hurst Publishers el pasado 27 de julio, Yassin al-Haj Saleh, la voz intelectual de la revolución siria, expone el impacto devastador del gobierno tiránico de los Assad. Yassin al-Haj Saleh es un disidente de izquierdas que estuvo encarcelado durante 16 años como preso político y que ahora vive en el exilio. Describe con precisión y pasión los acontecimientos que llevaron al levantamiento sirio de 2011, la metamorfosis de la revolución popular en una guerra regional y los «tres monstruos» que Saleh considera están «pisoteando el cadáver sirio»: el régimen de Asad y sus aliados, el Dáesh junto a otros grupos yihadistas y Rusia y los EEUU. Aunque las creencias convencionales pretenden que el ejército de Assad está ahora combatiendo a los fanáticos religiosos para recuperar el control del país, Saleh sostiene que el movimiento de masas democrático y emancipador que encendió la revolución aún existe, aunque acosado por todas partes. «La Revolución imposible» es una crítica poderosa y convincente de la catastrófica guerra siria, que ha transformado profundamente la vida de millones de sirios.)
Pregunten a cualquier miembro razonablemente bien informado del público europeo occidental o norteamericano con qué asocian más la Palmira siria. Si lo que encuentran no es una mirada perdida, lo más probable es que les respondan que la destrucción de sus invaluables ruinas arqueológicas por parte del autoproclamado Estado Islámico a partir de 2015.
Con todo lo indescriptiblemente repugnante y abominable que es la aniquilación de un lugar reconocido por la UNESCO como Patrimonio Mundial de la Humanidad, para muchos sirios no es eso lo que más horror les causa de Palmira. Esta macabra distinción está motivada por la prisión existente en la remota ciudad del desierto; durante muchas décadas, fue la más temida de las penitenciarías existentes en un Estado que, en el mejor de los casos, no se distingue por el pleno cumplimiento de las Reglas de Nelson Mandela. En junio de 1980, entre 500 y más de 2.000 presos fueron masacrados por los soldados con total sangre fría en un único día. El poeta sirio Faraj Bayraqdar, quien pasó cinco años en su interior, la denominó «reino de la muerte y la locura».
Otro de sus presos fue Yassin al-Haj Saleh, cuyos 16 años de reclusión incluyeron períodos en Tadmor (el nombre árabe de Palmira), así como en la prisión de Adra. Nacido en 1961 cerca de Raqqa, actual capital siria del «califato» del Daesh, al-Haj Saleh fue encarcelado en 1980, cuando aún era casi un adolescente, por ser miembro del Partido Comunista Sirio en su rama antirégimen y anti-Moscú. Ese partido había tenido muchos problemas por, entre otras cosas, protestar en 1976 contra la intervención militar de Hafez al-Asad en el Líbano (en contra de una alianza palestina de izquierdas, como la gente suele olvidar en ocasiones). No sería liberado hasta 1996, a la edad de 35 años.
Este no es el único aspecto por el que al-Haj Saleh está inusualmente bien situado para valorar la situación actual de su patria, como hace en su libro recién publicado The Impossible Revolution: Making Sense of the Syrian Tragedy. Los dos años y siete meses que permaneció en el país tras el estallido del levantamiento en marzo de 2011, le llevaron desde Damasco, bajo control del régimen, a Duma, bajo control rebelde, a Raqqa, ocupada por el Dáesh (donde se vio obligado, al igual que en Damasco, a vivir en la clandestinidad). Cuando no le quedó más remedio que marcharse a Estambul en octubre de 2013, su hermano Firas había desaparecido en Raqqa en manos del Dáesh por organizar manifestaciones contra los yihadistas. Su esposa, Samira , encontraría el mismo destino dos meses después en manos de una milicia islamista en la asediada Duma (ambos permanecen desaparecidos hasta este día). Cuando al-Haj Saleh habla de fascismo sirio, tanto en su modalidad «corbata» como «barbuda», puede decirse que habla por experiencia y que sabe lo que dice.
Sin embargo, para alguien tan directamente afectado por la vorágine siria, una de las primeras cosas que llaman la atención en The Impossible Revolution es la objetividad con la que puede ser capaz de escribir. No se trata, desde luego, de un diario personal de las experiencias del día a día sobre el terreno (de forma similar, por ejemplo, a los recientes trabajos de Samar Yazbek). En cambio, se trata de una colección de ensayos académicos (traducidos del árabe por Ibtihal Mahmud) en los que analiza el sonido de los acontecimientos cotidianos, midiendo sus fuerzas subyacentes y descifrando en general cómo una nación social y culturalmente avanzada -como había sido Siria antes de convertirse en propiedad privada de la familia Asad en 1970) ha acabado donde se encuentra ahora. Que todos menos uno de estos diez ensayos se escribieran dentro de Siria, los convierte no sólo en una joya literaria del levantamiento sirio (y de la Primavera Árabe en un sentido más amplio) sino, sencillamente, en un modelo de compromiso intelectual y de integridad bajo el fuego. (Ahora podría haber llegado el momento de hacer una doble revelación: al-Haj Saleh es confundador de Al-Jumhuriya , y su editor en inglés es Hurst & Company, que va a lanzar también un libro de este comentarista a finales de año.)
Los ensayos, seleccionados entre los «casi 380» publicados desde 2011, abarcan temas que van desde la ética de militarizar la causa de la oposición a la etimología de la palabra shabiha [matones], el apodo de los escuadrones de la muerte prorégimen, responsables de gran parte de las primeras salvajadas perpetradas contra los pacíficos manifestantes y otros civiles. Con el humor negro que a menudo se aprecia en los supervivientes del totalitarismo, al-Haj Saleh consigue que la reflexión sobre este último resulte casi divertida, como cuando explica la derivación de verbos como salbata: «un término exclusivamente sirio que condensa en una única palabra las diversas formas en que se ejerce el poder en la ‘Siria de los Assad’: la amalgama de salb (saqueo o robo), labt (el acto de patear) y tasalut (tiranía)». De forma menos divertida, aborda el aspecto crucial de que las historias de horror de los shabiha , que se remontan a la década de 1970, son un elemento esencial -al igual que Tadmor y el resto de mazmorras- del trasfondo de 2011; las décadas de asesinatos, violaciones y torturas masivos, que palabras como «represivo» e incluso «brutal» no llegan siquiera a poder reflejar: esta inimaginable e inacabable humillación – tasbish, por utilizar la forma del sustantivo verbal («comportamiento estilo shabiha» )-, crea el barril psicológico de pólvora que un día estalla exactamente en la forma de detonación social ahora presenciada.
Entre las percepciones más originales de al-Haj Saleh, desarrolladas en diversos ensayos, está su concepción del régimen no como un gobierno nacional en algún sentido remotamente ordinario, sino más bien como una fuerza ocupante, incluso colonial. «El régimen ve en general al pueblo con desprecio y desdén, de forma no diferente a la visión que tiene una potencia colonizadora de los colonizados; esto […] reduce el valor de sus vidas de tal forma que acabar con ellas es un aspecto que no les crea gran preocupación». En efecto, una manera de pensar de una dictadura absoluta es como un Estado en el que todos los que quedan fuera de la minúscula camarilla gobernante son ciudadanos de segunda clase, o más bien no son ni siquiera ciudadanos. Recuerdo que una vez le pregunté a un sirio-palestino si era verdad, como en ocasiones afirmaban y afirman los apologistas del régimen, que los palestinos disfrutaban de igualdad respecto a los sirios con Assad. «Sí, éramos completamente iguales», fue su irónica respuesta. «Injusticia, corrupción, sometimiento y represión constituían el lote tanto de sirios como de palestinos».
Al-Haj Saleh muestra cómo esta crueldad leopoldina iba unida al cultivo de una forma extrema de clasismo por parte del régimen, fomentando que la pequeña clase media que surgió con Bashar sintiera horror y asco por las masas bárbaras de los suburbios y zonas rurales. Desde luego, todo esto superpuesto sustancialmente al sectarismo -los indeseables «retrógrados» ( mutajalifun ) castigados habitualmente en la propaganda del régimen a los que se consideraba universalmente sunníes, en contraste con los «civilizados» alauíes y cristianos-, pero también superpuesto al sectarismo, para que un sunní urbano de las zonas más acomodadas de Damasco o Alepo pudiera sentir más afinidad por sus vecinos no sunníes que por sus correligionarios de Daraa o Deir ez-Zor. Al-Haj Saleh sostiene de forma elocuente que esto agravó mucho más la división de clases que las creencias religiosas per se o cualquier ideología política, que fue y todavía es la falla esencial de la sociedad siria y el eje impulsor del levantamiento. Discreparía un poco con él sólo cuando sugiere que la doctrina religiosa no juega papel alguno en esta dinámica; que «está claro que la cuestión del sectarismo tiene más que ver con los privilegios políticos y sociales, no con una cuestión de identidad, cultura o religión». ¿No puede ser todo lo anterior unido? Es difícil aceptar que «el mundo de la fe, piedad, creencias, fanatismo y rituales» pueda ser tan fácilmente separado del «mundo de la política y el poder, la riqueza y la influencia», aunque uno pueda presentar un argumento convincente (como él hace) de que estos últimos son en definitiva el quid de la cuestión.
Al hablar de fanatismo teocrático, al-Haj Saleh ve a un kilómetro de distancia que el problema yihadista, que Assad siempre ha sabido manipular, se metastatizaría cuanto más tiempo se le permitiera al régimen continuar con su masacre de la oposición democrática. «Si el régimen prosigue su escalada de violencia hasta el nivel de terrorismo de Estado, las circunstancias beneficiarán cada vez más la violencia terrorista de estilo yihadista». Esto lo escribió en abril de 2012, un año entero antes de la formación del Dáesh, y más de dos años antes de que se expandiera por Iraq hasta apoderarse de Mosul. Y un mes después: «Si el Ejército Libre Sirio se desintegra, la consecuencia será una mayor proclividad hacia al-Qaida y sus compañeros de viaje». Cuando volvió a su ciudad natal, Raqqa, pudo ver sobre el terreno con sus propios ojos cómo la culpabilidad del régimen era más que meramente implícita o indirecta: «En Raqqa, están surgiendo interrogantes respecto a la fuerza aérea del régimen. Por alguna razón, nunca lanzaron ataques aéreos sobre el cuartel general del Dáesh, a pesar del hecho de estar situado en el conocido Palacio Provincial local». Como dijo en una ocasión un desertor del Dáesh en The Daily Telegraph: «Siempre hemos podido dormir profundamente en nuestras bases».
En otras palabras, al-Haj Saleh muestra fácilmente cómo el régimen y los yihadistas han sido siempre los lados opuestos e iguales de la misma moneda y cómo la única esperanza de derrotar a ambos se halla en el movimiento democrático que ha sido siempre su enemigo común. Que tanto el Dáesh como al-Qaida tienen que ser derrotados es algo evidente para el autor (a propósito, ateo), pero no es menos evidente que al régimen que tanto hizo para provocar su aparición -y que mató a muchos más cientos de miles de civiles que ellos, por si alguien tenía dudas-, tampoco debe permitírsele ningún futuro. Que un hecho como este continúe al parecer escapando a la comprensión de los líderes del mundo después de más de seis años de conflicto, es una fuente lógica de perplejidad para él.
Su conclusión es que hay un contagio de «criminalidad en el corazón del orden internacional actual». En efecto, la crisis siria «no es ya sólo siria. Es una crisis del mundo». Este punto está muy bien captado en el prólogo del libro elaborado por el escritor y compañero sirio Robin Yassin-Kassab: «El espectro de los refugiados y/o terroristas sirios […] está moldeando la política interior de Estados Unidos y ayudando a desbaratar la Unión Europea. A la vez que se aplastan las esperanzas de libertad y prosperidad, se inyectan nuevas cepas en los viejos autoritarismos, y en el siglo XXI están echando raíces diversas formas de nativismo, al este y al oeste». Al-Haj Saleh propone algunas propuestas correctivas, incluyendo la revisión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que coloca vetos permanentes contra el progreso democrático en manos de dos abominables autocracias (y de tres democracias que no siempre votan de forma mucho más admirable). Más allá de esto, hay una necesidad de generar «nuevos principios y nuevas instituciones, comenzando con el principio de la responsabilidad global» en aras de la «democracia, que retrocede por todas partes tan pronto se detiene su progreso en algún lugar». En resumen, si nuestro mundo ha sido ya de hecho «sirianizado», como señala al-Haj Saleh, es mejor que todos empecemos a convertirnos en Sirios Libres.
Alex Rowell es un escritor y traductor británico que vive actualmente en Beirut y estudió Ciencias Económicas en la Universidad de Londres. @alexjrowell
Fuente: http://aljumhuriya.net/en/
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