Gregorio Morán (Oviedo, 1947) es uno de los últimos cronistas políticos chapados a la antigua. De esos que vivieron los tiempos en los que las oficinas de los periódicos olían al humo rancio de los puros y en los que los periodistas redactaban sus noticias acompañados por el ruido ametrallador del teletipo de la habitación de al lado.
Como antiguo partícipe de la oposición contra el franquismo, conoce de primera mano la historia de la Transición (1975-1982) y de los primeros años de la democracia. Ello le ha llevado a escribir algunos libros muy relevantes sobre el tema, incluyendo una biografía de Adolfo Suárez que el propio exmandatario valoró antes de su muerte como la mejor que se había realizado nunca.
A poco tiempo de terminar el año 2023, Morán vuelve a la carga con un texto inédito sobre otro de los líderes políticos más importantes del siglo XX en España: Felipe González. En esta entrevista podrán comprobar que el filo de su lengua es equiparable al de su legendaria pluma…
Su nueva obra narra la biografía política de una de las figuras institucionales más polémicas de la historia de España: la del expresidente del Gobierno Felipe González, que se mantuvo en el cargo durante 14 años consecutivos. ¿Cómo lo definiría?
Limitándome al periodo en el que estuvo al frente del Ejecutivo, lo compararía con un jugador de billar. Y después de 1996, el año en el que abandonó la presidencia, lo describiría mediante una metáfora que él mismo utilizó: la del jarrón chino.
Creo que es bastante acertada, ya que el antiguo secretario general del PSOE se convirtió en un gran armatoste al que nadie sabía dónde colocar. Y ahora ya ha adquirido el papel de una maceta, porque está opinando sobre la vida política a pesar de que, supuestamente, se había retirado de ella. Antes ni siquiera se le habría ocurrido hacer algo parecido por temor a ser indiscreto…
Por lo tanto, hay una pregunta importante que todos los españoles deberíamos hacernos: ¿Qué es lo que ha incitado a González a cambiar su papel de jarrón chino por el de maceta con raíces?
Creo que está bastante claro, pues el tema ha suscitado mucho debate estos meses: los últimos movimientos políticos de Pedro Sánchez. ¿En qué términos describiría la trayectoria gubernamental de su antecesor sevillano?
El de Felipe es un caso singular, ya que fue el primer dirigente del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en llegar al Gobierno respaldado por una mayoría absoluta de su propia formación en el Congreso. Recuerde que, desde su fundación en 1879 y hasta ese momento, la organización había formado parte de varios Consejos de Ministros, pero siempre en coalición con otras fuerzas políticas.
Además, el cierre de la Transición que él mismo protagonizó supuso una estabilización de la vida democrática. A partir de esta fecha, hubo varias etapas que yo intento señalar en la biografía.
Como jugador de billar, y no es una expresión frívola, sino auténtica, González tuvo que enfrentarse a las bolas que rodaban sobre el tapete. En algunas ocasiones lo hizo con una gran brillantez, y en otras con evidente torpeza. A veces, tuvo que jugar a la modalidad americana, teniendo que hacer desaparecer algunas bolas que ya no le eran útiles…
Sin ser demasiado específico, los 14 años en los que transcurrió su presidencia podrían dividirse en dos periodos: el de la década de 1980, en el que Alfonso Guerra fue su compañero de mesa, y el de los años 1990, cuando se vio forzado a jugar solo y con las bolas que tenía a mano.
De alguna manera, la presencia y la ausencia de su vicepresidente marcaron tanto la composición de los distintos Ejecutivos como la manera de actuar de González.
Los dos eran miembros de la facción «interior» del partido que, en el Congreso de Suresnes (1974), propició el derribo de Rodolfo Llopis y de los últimos dirigentes “históricos” de la formación. ¿Qué motivos tenían para ello?
Llopis era un viejo funcionario que había sido miembro de la masonería y director general de Primera Enseñanza durante la II República (1931-1939). Su estilo era el propio de una época que ya había caído en el olvido. Él representaba la traición, y los dirigentes más jóvenes tenían otras ideas. Si hubiera seguido siendo el secretario general, el PSOE nunca habría llegado al poder. Su destino habría sido similar al del comunista Santiago Carrillo.
González empezó a construir su «nuevo» partido en 1974, y terminó de consolidarlo el 15 de junio de 1977 con la celebración de las primeras elecciones democráticas del país desde el fin de la Guerra Civil (1936-1939). La ratificación absoluta de su éxito la obtendría el 28 de octubre de 1982, cuando ganó unos nuevos comicios con la mayoría absoluta que antes mencionábamos.
Esa organización ya era la de Felipe González. Pienso que los analistas, que suelen ser mucho más jóvenes que yo, no saben valorar que no es la misma que la de Pedro Sánchez. No obstante, tanto la una como la otra son poco descriptibles sin el peso del poder. Las dos tenían y tienen escasa viabilidad fuera de él. De ahí los esfuerzos que, cada uno en su momento, han hecho por mantenerlo.
Tras la «depuración», los «vascosevillanos» se dedicaron a transformar al PSOE en un partido socialdemócrata. En su libro, usted menciona al empresario Friedrich Karl Flick, al sindicalista Dieter Konecki y a la Fundación Friedrich Ebert como agentes clave en este proceso. ¿Hasta dónde llegó la influencia del socialismo alemán dentro del nuevo movimiento político español?
El segundo personaje que usted ha nombrado fue decisivo a la hora de modernizar la máquina política «felipista». Cuando González lanzó aquella intransigente frase de «o el marxismo o yo», el hombre que trabajaba en la sombra era Konecki.
Durante los primeros años de la Transición, Enrique Tierno Galván, que luego se convertiría en alcalde de la ciudad de Madrid, tenía aspiraciones de sustituir a González en el secretariado general. Pero el alemán le advirtió de que las deudas acumuladas por su Partido Socialista Popular (PSP), integrado dentro del PSOE, eran tan importantes que era mejor que se lo pensara con calma.
Tierno Galván entendió la advertencia a la perfección, así que se retiró del camino del que, tiempo después, llegaría a ser presidente del Gobierno. Había otros candidatos de menor cuantía, como Luis Gómez Llorente, aunque no tenían nada que hacer frente al andaluz.
¿Nicolás Redondo pudo haber dado un paso adelante?
No. Él no decidió rebelarse hasta la huelga general de diciembre de 1988, cuando el PSOE y la Unión General de Trabajadores (UGT) rompieron sus tradicionales relaciones. No tenía nada que hacer frente a la brillantez, la edad, la arrogancia y el talento político de González. Ni como orador, ni como «maniobrero». Estoy seguro de que Redondo habrá jugado al mus, pero no creo que se haya acercado nunca a un billar.
Como decía usted hace un momento, el tándem formado por Felipe González y Alfonso Guerra pasó a liderar al PSOE a mediados de los años 1970. El primero fue su «rostro» público durante dos décadas. ¿Qué papel tuvo el segundo dentro de él?
Consolidó el partido. Javier Solanita Solana fue el anzuelo que los socialistas utilizaron en aquellos años para atraerse a todos los elementos políticos situados a la izquierda del Partido Comunista de España (PCE). Sin embargo, Guerra se encontraba detrás suya. Fue el verdadero responsable de tejer los entramados de relaciones con otros grupos y de organizar el nuevo PSOE a escala nacional.
Tanto él como González recibieron la noticia de que habían ganado las elecciones generales de 1982 en una suite del Hotel Palace de Madrid. Hay una famosa foto que les hicieron asomados al balcón en el momento de la victoria. En ella, Guerra sostenía en el aire la mano del nuevo «Moisés».
Aquella pareja parecía indestructible. Aunque gobernar es muy difícil, y el desgaste de hacerlo le fue pasando factura a Felipe hasta que Alfonso se convirtió en otra bola con la que hubo de jugar.
Esto ocurrió en 1990. Ocho años antes, el dúo formó la cúpula de un nuevo Ejecutivo. Aun con su nuevo cargo, Guerra siguió siendo el «hombre» del Gobierno en el partido. ¿Por qué?
Porque, para bien y para mal de González, su mano derecha todavía era la que lo controlaba. La conocida huelga general de 1988 expuso algunas de las diferencias que acabaron por romper su relación, pero la fractura final solo se produjo en el año que usted menciona, cuando el presidente se vio obligado a prescindir de ella hasta en el propio PSOE.
La caída de Alfonso tuvo una consecuencia muy importante: el ascenso de Carlos Solchaga a la jefatura de la mayoría socialista en el Congreso de los Diputados. Este dirigente navarro pasó a ser el orientador, divulgador e incitador de las decisiones tomadas por el partido y su secretario general, y acabó convertido en todo un líder político.
Usted mismo afirma que Narcís Serra pasó a ser el «hombre de confianza» del presidente tras la marcha de Guerra. ¿Quién llegó a ser más importante dentro del Gobierno, Solchaga o el exministro de Defensa?
Serra nunca dejó de ser un político de oficina. Solchaga era un individuo con convicciones propias. Estas no eran precisamente socialistas, aunque eso era lo de menos. Para que entienda lo que quiero decir, le voy a explicar una anécdota personal.
Yo le conocí en Bilbao, más o menos alrededor del año 1978. Y observé que poseía una dualidad insólita que, quizá, nunca se ha señalado hasta ahora. Era el asesor de la UGT en Vizcaya y, al mismo tiempo, era el hombre del empresario Pedro Toledo en el Banco de Vizcaya. Esto puede parecer paradójico, pero, entonces, a nadie le alarmaba.
Por lo que dice, parece que Guerra era un hombre más izquierdista que González
¿Cómo se sitúa uno a la izquierda o a la derecha? En mi opinión, depende de si está o no en el poder. Hasta que llega a él, todo el mundo es mucho más radical. Fíjese en el caso de François Mitterrand, que es de manual…
Guerra se encargaba de las relaciones con los sindicatos y las bases del PSOE. Por ejemplo, comprobaba que los mítines de mineros que se celebraban todos los años en Rodiezmo de la Tercia, en las montañas leonesas y asturianas, no se les fueran de las manos a los dirigentes del Sindicato de los Obreros Mineros de Asturias (SOMA-FITAG-UGT) que los organizaban.
Por cierto, en aquella región residía un personaje de suma importancia en la historia de los últimos años del «felipismo», José Ángel Fernández Villa, que estuvo implicado en todas las tramas de corrupción habidas y por haber en la década de 1990.
La gente siempre piensa en el exdirector general de la Guardia Civil, Luis Roldán, cuando se le habla de los procesos judiciales por malversación de la época. Pero este señor era el típico trepa que sale de la nada y se convierte en multimillonario. En los años 1990, cuando empezaron a saltar los escándalos ya fraguados en los 1980, había muchos individuos como él. Cada comunidad autónoma tenía uno, como mínimo. Su caso formaba parte de un entramado general.
Ha aludido al PCE. Los comunistas españoles lideraron la lucha de la oposición democrática contra la dictadura franquista. Sin embargo, a pesar de la limitada actuación del PSOE en este mismo marco, el Partido Socialista fue la segunda fuerza más votada en las elecciones generales de 1977 y 1979. ¿Cómo fue posible la materialización de este «sorpasso» por la derecha?
Por un problema generacional. La cúpula del Partido Comunista no estaba dispuesta a asumir que personas como Carrillo o Pasionaria pertenecían a un pasado que la gente ni siquiera quería recordar.
A sus homólogos socialistas no les podía frenar ese obstáculo… Estaban mucho más cerca del imaginario del votante y del ciudadano. Aunque, en realidad, esto representaba una contradicción, ya que las bases del PCE siempre estuvieron mucho más implicadas con la sociedad que los escasos militantes del PSOE.
Toda esta cuestión tiene que ver con el peso del exilio. Santiago Carrillo creía que la mochila que llevaba encima desde que cruzó a Francia en 1939 sería fundamental para su supervivencia política cuando se implantara un régimen democrático en España. Las cosas no fueron como él las había previsto, y los socialistas le ganaron la partida porque estaban libre de esas cargas.
En octubre de 1982, la victoria de la formación de González sobre el resto de las organizaciones políticas fue total. ¿Por qué?
La Unión de Centro Democrático (UCD) de Adolfo Suárez se resquebrajaba por sus luchas intestinas. La derecha clásica española no tenía opciones, estaba hipotecada por completo. Y el Partido Socialista representaba la idea del cambio.
Ese último concepto no cuadraba con la escasa experiencia política de los nuevos gobernantes del país, quienes tampoco habían ideado grandes planes de transformación para él. ¿Cómo solucionaron esta falta de concreción?
Si tú tienes el poder en tus manos, puedes arreglar lo que sea. Lamento tener que recurrir otra vez al presente más inmediato, pero, ¿puede usted evaluar las promesas del Sánchez de 2014 comparándolas con las que hace en la actualidad? No, ¿verdad? Porque el único hilo conductor que hay entre ellas es el poder.
En política, este es el único elemento que consigue explicar lo inexplicable. Los medios de comunicación, e incluso los periodistas y tertulianos independientes, estarán dispuestos no solo a aceptar lo que tú propongas, sino a encontrar justificaciones que tú ni siquiera habías pensado para desarrollar tu plan.
Lo que más sorprendió al PSOE de Felipe González, y no digamos al de Sánchez, es que, cuando llegaron al poder, se encontraron con que podían hacer todo lo que quisieran porque siempre encontrarían a una mayoría de medios, ideólogos y juristas que explicarían cómo lo imposible se había vuelto posible.
En el libro, analiza usted el nombramiento de Miguel Boyer como ministro de Economía en el primer Ejecutivo de González. ¿Su designación marcó un desvío del programa socialdemócrata del PSOE hacia el ultraliberalismo?
Boyer se incorporó a la organización en el último momento. Él había sido uno de los pocos militantes de la Agrupación Socialista Universitaria (ASU) en los primeros años del franquismo tecnocrático. Sus posturas derechistas le hicieron abandonar la militancia socialista y afiliarse al Partido Socialdemócrata de Francisco Fernández Ordóñez, de donde le recuperó González tiempo después. De todo ello se deduce que el exministro siempre se encuadró en el espectro ideológico de la socialdemocracia.
Junto a Carlos Solchaga, representó una de las dos patas en las que se apoyó la política económica del «felipismo». Tuvo que dejar su cargo cuando intentó echarle un pulso al presidente con el objetivo de sustituir a Guerra. El que años después sería jefe de la mayoría del PSOE en el Congreso acabó reemplazándole a él por su atrevimiento.
González y Guerra no tenían ni pajolera idea sobre economía, al igual que gran parte de mi generación. Éramos tan ingenuos que pensábamos que la lucha ideológica era más importante que la económica… Boyer y Solchaga nunca tuvieron ese problema.
La política neoliberal se importó a España después de que ocurrieran dos acontecimientos internacionales de suma importancia: la ascensión de Reagan a la presidencia de EE UU en 1981 y la ruptura del Gobierno de unidad izquierdista de Francia en 1984. El presidente Mitterrand cambió la orientación progresista de sus políticas porque las clases medias que le habían apoyado hasta entonces se estaban disolviendo.
El giro del Partido Socialista Francés fue imitado en toda Europa. Le siguieron sus homólogos italiano, portugués, griego y español. Se puede reflexionar sobre si había alguna otra opción en aquel momento… Pero me parece que esta es una pregunta muy conservadora, porque sí la había. Si no, todos los habitantes del continente hubieran votado a los partidarios de la aplicación de programas neoliberales.
La conversación nos lleva de nuevo al papel del poder como engranaje esencial de la vida política…
Claro. Lo único que uno necesita es ganar las elecciones. Y, perdone, pero, en los comicios de 1986, González se vio consolidado. De hecho, cuando perdió ante Aznar diez años después, lo hizo por un margen mínimo. Es verdad que el PSOE se dio un castañazo en las europeas de 1994. Sin embargo, allí se puede votar en conciencia. En las generales, solo se puede hacer por interés.
La cartera de Interior fue ocupada por José Barrionuevo, quien, junto con su subsecretario, Rafael Vera, y el general de la Guardia Civil Enrique Rodríguez Galindo, fue uno de los grandes planificadores de la «guerra sucia» contra ETA. Usted describe al ministro como a un hombre que no reunía las condiciones para el puesto que le habían dado…
Había sido el responsable político de la Policía Municipal de Madrid. Ese era su único haber en aquel siniestro mundo. No deberían haberlo colocado en esa posición.
Los escándalos sobre la colaboración de su ministerio con los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) surgieron en 1988 y se extendieron a lo largo de los años 1990. ¿Hasta qué punto estuvieron implicadas las instituciones en sus crímenes?
No tuvieron necesidad de participar en ellos de manera directa. Los que los ejecutaron siempre fueron otros. No obstante, tuvieron una actitud más que benevolente hacia los miembros del GAL. Los jurisconsultos dicen que el silencio no significa ni sí ni no… Yo no comparto esa opinión. Para mí, el asentimiento es una forma velada de afirmación.
Usted asegura que la exposición de los GAL ante la opinión pública fue uno de los motivos por los que el PSOE perdió las elecciones de 1996. Hubo otros: las escuchas ilegales del CESID; la huelga general de 1988; el cambio de postura respecto a la entrada en la OTAN… ¿Cuál fue la gota que colmó el vaso?
Todo ello se fue sumando, pero el propio Felipe fue quien expresó la razón fundamental de su fracaso. «A nosotros nos derrotó la corrupción», dijo en su última intervención como secretario general del Partido Socialista.
Según lo que expone en la biografía, para encubrir todas sus contradicciones y fallos, González y su equipo se aseguraron de establecer un férreo control de los principales medios de comunicación de nuestro país. ¿Cómo lo hicieron?
A través del intercambio de favores. Usted solo tiene que buscar la historia de Jesús Polanco y del grupo Prisa para entenderlo. Es bastante obvio. No se regalaba nada. Todo se cobraba de diferentes maneras. Los miembros de la cúpula socialista y los propietarios de los media se hicieron ricos.
Entonces, ¿la cuestión se reducía a una mera transacción empresarial?
Claro. Con perdón, pero, en política, hay que apelar siempre a la famosa frase de El Padrino: «No es nada personal, solo negocios».
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/politica/entrevista-gregorio-moran-libro-felipe-gonzalez