Recomiendo:
1

Encuesta después de que se metieran en política

Fuentes: Ctxt

La monarquía no goza de buena salud. Participa de la polarización social propuesta por culturas post democráticas. Pero para establecer una república son necesarios más objetos que una monarquía muerta

La Encuesta de la Monarquía 2.0 aporta pocas novedades respecto a la anterior, la 1.0, de 2020. Lo que suele comportar muchas normalidades y confirmaciones. La encuesta confirma así una normalización, una ya sólida opinión formada ante la institución. Es perceptible en todas las generaciones, pero brilla con luz propia en las más jóvenes y en las que empiezan a ser talluditas. Parece ser, en efecto, que en 2011 este país vivió un cambio de percepciones de amplio espectro. Y parece que ha vivido otro, por confirmar y dibujar, tal vez diametralmente opuesto al de 2011, en el confinamiento. Sorprende que las Fuerzas Armadas sean la institución más valorada por aquí abajo –un 6,2; poco, mucho en comparativa–. Tal vez por ser la institución que menos sale, estadísticamente, en la sección de sucesos. En 2020 había un 42,1% de encuestados que se declaraba más o menos satisfecho con la institución, un año después el porcentaje ha bajado cerca de 7 puntos, hasta el 35,7%. Mientras tanto, quienes se declaran nada satisfechos y la evalúan con un 0 o un 1 aumentan en casi tres puntos, del 26,5% al 29,1%. Siendo alta y mayoritaria, baja tres puntos la demanda de un referéndum. Lo que tal vez habla de cierta desconfianza, visto lo visto, hacia los referéndums simbólicos, sin fecha, líquidos, reiterativos, cansinos. Esos chicles que pueden inflacionar y devaluar buenas ideas y propósitos. El voto a favor de una república vuelve a vencer. Aún bajando, baja más la opción monárquica. Pero las dos opciones también polarizan a votantes de partidos. Hay partidos más republicanos y más monárquicos. Y, ojo, el votante PSOE se está republicanizando. Sube casi cuatro puntos, hasta el 49,8%, la percepción de que la monarquía no es sinónimo de orden y estabilidad, antaño su nombre artístico. Y sube, casi lo mismo, la percepción de que la monarquía es un ente propio de otro tiempo. Así lo piensa el 53%. Se dice rápido. Desciende casi un punto la idea de que la monarquía es un moderador de los nacionalismos periféricos –la gran inversión del reinado de FVI hasta ahora, el discurso del 3-O, se confirma como un error notorio–. Y sube dos puntos la percepción de que la monarquía es un objeto vinculado a la extrema derecha. Cat come aparte. 

La opinión global en Cat es de máximos republicanos. Lo que habla de una eclosión y normalización del republicanismo cat –un animal de compañía cierto y sincero en Cat; incluso históricamente–, pero también de la eclosión de un republicanismo conservador, adoptado por partidos y votantes que han accedido al republicanismo sin tradición alguna, y sin una idea clara de República, incluso de Democracia. Tal vez eso puede ser un fenómeno exportable al resto del Estado dentro de varias casillas. Si la situación empeora hacia el colapso –desde 2011 estamos en una crisis de Régimen formal y explícita–, ese tipo de republicanismo, enclenque, autoritario, vacío, puede esperar con los brazos abiertos a partidos conservadores españoles, cada vez más cercanos a cosmovisiones de la nueva extrema derecha, en el caso de que busquen inocencia y un volver a empezar.

La sensación es de agotamiento institucional. FVI se sobreexpuso mucho ante el tema cat, sin sobreexponerse, ni antes ni después, a ningún otro tema. Su discurso del 3-O inició una polémica ofensiva judicial. Eso es importante: solo tiene soberanía quién la ejerce. Y FVI la ejerció ante la Justicia, poniéndole las pilas –unas pilas que cuesta entender en Europa; a ver cómo acaba esto; no está en entredicho tanto la desautorización de la Justica esp, muy perceptiva a un rey fuera de su rol marcado en la CE78, como la de ese rol–. La gestión de los escándalos sentimental-económicos de su padre –que entrarían dentro del campo semántico delito, si no fuera por la irresponsabilidad de la figura del rey, y por la sobre-responsabilidad asumida por Fiscalía– supone otro jalón de desprestigio democrático. ¿Por qué se fue el rey emérito? ¿Por qué puede volver cuando la Fiscalía archive el caso? ¿Fue invitado a marcharse en previsión de una causa judicial en España? ¿Se apostó por un rey prófugo antes que por la transparencia de un juicio? Sin Gobierno que refrende discursos programáticos del rey, el rey apuesta él solo por su promoción. Viajes por las CC.AA. pandémicas y postpandémicas, no siempre repletos de inquebrantables adhesiones, no siempre lúcidos, comúnmente tristes. Y por la exhibición de su sucesora, en términos, iconografías y rituales severamente de otra época, y únicamente admirados y ponderados por una derecha y extrema derecha que ha asumido la monarquía como parte de la polarización social que propone. El no distanciamiento del rey respecto de esas derechas inquietantes le supone adentrarse en un juego peligroso. Tal vez con futuro, pero no a medio y largo plazo.

La monarquía no goza de buena salud. Si bien es cierto que no goza de ella desde el siglo XVII, y que no ha dejado de ensimismarse desde 1876 –cuando se instaló la cultura actual de la monarquía, más comprometida consigo misma que con otros valores, como los democráticos–. Es un ente vinculado a corrupción, nacionalismo y accesos de humor extraños –el 3-O es el botón–. Es un ente que participa –queriéndolo o no; o, al menos, no distanciándose– de la polarización social propuesta ya por culturas post democráticas. Pero para establecer una república son necesarios más objetos que una monarquía muerta, sin nada que decir y mucho que repetir.

Fuente: https://ctxt.es/es/20211001/Firmas/37521/encuesta-salud-monarquia-Cataluna-3-0-Felipe-VI-Guillem-Martinez.htm