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Entre Gaza y Washington

Fuentes: La estrella digital

Hubiera resultado de muy mal gusto, y también una desatención grave hacia su fiel, generoso y servicial patrocinador estadounidense, que Israel hubiese continuado la ofensiva contra Gaza, haciendo posible de ese modo que los noticiarios televisados de todo el mundo hubieran podido alternar las brillantes imágenes de los fastos de la toma de posesión de […]

Hubiera resultado de muy mal gusto, y también una desatención grave hacia su fiel, generoso y servicial patrocinador estadounidense, que Israel hubiese continuado la ofensiva contra Gaza, haciendo posible de ese modo que los noticiarios televisados de todo el mundo hubieran podido alternar las brillantes imágenes de los fastos de la toma de posesión de Obama en Washington (con las que todas las cadenas nos van a abrumar a partir de hoy) con otras imágenes obtenidas en Gaza, éstas sangrientas y siniestras, mostrando fuego y explosiones, viviendas incendiadas y destruidas, cadáveres despedazados de hombres, mujeres y niños, y familias en duelo, presas de la más absoluta desesperación.

El leal «amigo americano» es merecedor de estas atenciones y de otras muchas por parte del Gobierno israelí, consciente éste de que, si no fuera por la ilimitada ayuda de todo tipo que recibe continuamente desde EEUU, se vería incapaz de seguir aferrándose al principio de excepcionalidad, que fue tácitamente aceptado por muchos países -y rechazado con violencia por otros- desde que se creó el Estado de Israel. Este principio establece que un pueblo que ha sufrido el Holocausto en un mundo hostil está exento de cumplir con la legislación internacional siempre que le plazca. Hasta el momento, ningún organismo supranacional, incluidas las Naciones Unidas, ha sido capaz de derogarlo o de ponerlo en tela de juicio.

La operación Cast Lead (plomo fundido, este es su nombre en código), iniciada el 27 de diciembre y unilateralmente suspendida el pasado sábado, para no empañar las celebraciones washingtonianas, tendría un equivalente en la vida cotidiana de cualquier persona, lo que permite entender su naturaleza. Sería lo mismo que si un niño apedrease un automóvil, produciendo algunas abolladuras o rompiendo alguna ventanilla, y el conductor respondiese acto seguido empuñando una metralleta y aniquilando con varias ráfagas de disparos al autor del vandalismo y a los amigos que le rodeaban en ese momento. Aún más: recordando la destrucción de varias instalaciones de la ONU en Gaza, cabe imaginar que el airado conductor la emprendiese a tiros con las ambulancias que hubieran llegado para atender a los niños malheridos y las incendiara después. No es broma. Los ejemplos, como las parábolas evangélicas, pueden explicar un hecho mejor que su simple descripción.

No merece la pena repetir los viejos argumentos: el motivo principal del ataque israelí, más que en impedir el disparo de los cohetes palestinos está en la necesidad militar de resarcirse del fracaso del año 2006 en Líbano y de reafirmar el potencial bélico, disuasorio y aplastante, que allí quedó algo en entredicho. También han influido los intereses electorales de los dirigentes israelíes que pugnan por el poder y la conveniencia de presentar ante Obama un hecho consumado, para probar su reacción y tantear hasta dónde puede llegarse con el nuevo mandatario de la Casa Blanca. Los cohetes artesanales, al fin y al cabo, no son sino la respuesta a la verdadera causa del actual conflicto: la violencia israelí que se pone de manifiesto con el bloqueo de Gaza y con la prolongada opresión que viene sufriendo su población, carente de otros medios para hacerle frente que no sean los rayanos en la desesperación. No era necesaria esta invasión: el levantamiento del bloqueo hubiera detenido con toda seguridad el lanzamiento de los cohetes, como reconocen también numerosos analistas israelíes.

Quizá lo peor del caso no es su ilegalidad ni su brutalidad: es su inoportunidad. Una acción puramente militar podrá destruir materialmente la organización de Hamás, pero no arrancará sus raíces. Antes bien, las fortalecerá. Los palestinos de Gaza saben distinguir entre los que les han bombardeado indiscriminadamente y los que se vienen esforzando por aliviar sus penalidades cotidianas, como lo mostraron al acudir libremente a las urnas en enero de 2005 y dar el triunfo a Hamás. Una nueva generación de terroristas palestinos está formándose ahora entre las ruinas humeantes de Gaza. Todos podremos sufrir algún día los terribles efectos de su desesperación.

Israel -y en ello sigue los pasos de su aliado hegemónico- cree que todos los problemas tienen soluciones militares y que la fuerza es el mejor modo de resolverlos. Ahora, en Gaza, muestra que solo sabe aplicar la táctica para ganar una guerra (si este nombre es aplicable a la invasión del territorio) pero desdeña la estrategia que algún día podría conducirle a la paz. Su legendaria capacidad de maniobra política está ya desacreditada: combate los síntomas sin atender a sus causas profundas. Es la mejor fórmula para el fracaso a largo plazo.

El corresponsal de la BBC en la conferencia que reunió el domingo pasado en Egipto a varios dirigentes implicados en el proceso de paz, incluido el presidente del Gobierno de España, escribió: «Todos sabemos que si el proceso de paz gana nueva vida y se alza, como un ave fénix, desde las cenizas de la operación ‘Plomo Fundido’, la única persona capaz de lograrlo será Barack Obama». La ausencia de EEUU en dicha conferencia fue palpable. Y la conclusión final a la que obligadamente se llega es desoladora: si todo depende de una persona, en la que se han hecho recaer desmesuradas expectativas, las probabilidades de fracaso son muy grandes. No se encuentra, en el mundo de hoy, ni rastro de aquellas personalidades que hicieron posibles, en otros tiempos también difíciles, transformaciones beneficiosas para toda la humanidad.

* General de Artillería en la Reserva