El viernes 2 de octubre comenzó oficialmente la campaña electoral en Turquía y la misma debería culminar el próximo primero de noviembre con la definición de un nuevo parlamento. Apenas han pasado cinco meses desde las últimas elecciones legislativas, unos comicios cuyos resultados no fueron del agrado del actual Presidente y «hombre fuerte» de Turquía, […]
El viernes 2 de octubre comenzó oficialmente la campaña electoral en Turquía y la misma debería culminar el próximo primero de noviembre con la definición de un nuevo parlamento. Apenas han pasado cinco meses desde las últimas elecciones legislativas, unos comicios cuyos resultados no fueron del agrado del actual Presidente y «hombre fuerte» de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, lo cual es el motivo de esta nueva cita electoral
Aunque pueda parecer complicado de entender a primera vista los hechos demuestran que tanto Erdogan como su partido (AKP) decidieron conscientemente conducir al país a un escenario de caos en busca de intereses políticos muy concretos. El resultado en los últimos meses de esta decisión de Estado han sido varios cientos de muertos, entre guerrilleros kurdos, militares, policías y víctimas civiles, a los que hay que sumar más de 1500 detenidos (esencialmente activistas políticos, militantes sociales y sindicales kurdos, y periodistas).
El Presidente y su guardia de corps, a manera de una versión moderna de antiguo sultán y sus jenízaros, concluyeron que realidad política, diversa y plurinacional, que reflejaron los comicios del 7 de junio de este año, no era de su gusto ni de su conveniencia y por lo tanto decidieron cambiarla. De poco ha valido finalmente que la población expresase en aquellas elecciones sus aspiraciones y deseos.
Una versión turca de la democracia disciplinada
La voluntad popular traducida en una diversidad de opciones políticas parlamentarias enviaron en aquella cita electoral señales claras: Mensajes contrarios a la instauración de una República presidencial (las urnas privaron a Erdogan de la mayoría absoluta imprescindible para cambiar la Constitución), al mismo tiempo que hablaban de una importante apuesta por la paz interna (el partido de izquierda impulsado por kurdos y progresistas turcos alcanzó un 13% de votos, rompiendo con holgura y por primera vez la barrera del 10% a nivel «nacional») , y apuntaban a un proceso de verdadera democratización de la sociedad turca y de oposición al régimen autoritario, prepotente y dictatorial encabezado por Erdogan desde hace ya tres legislaturas.
Sin embargo cuando la realidad no coincide con las nuevas reglas de la «democracia disciplinada» la opción del poder parece ser la de intentar cambiar las cosas, a fuerza de repetir hasta el infinito elecciones y plebiscitos (como se ha visto recientemente en Grecia y observamos actualmente en el cuestionamiento permanente por parte de España de los resultados en Catalunya), y es a partir de ese criterio que el actual Presidente, y sus acólitos, decidieron que los resultados electorales de las pasadas elecciones generales no servían, sin esperar tan siquiera a ver si era factible un Gobierno de coalición, por eso, a manera de un Golpe de estado de bajo perfil, el Gobierno en funciones (ya sin legitimidad parlamentaria) decretó la convocatoria a nuevas elecciones, al mismo tiempo que desataba un estado de terror, represión y guerra interna.
A las decisiones políticas del Gobierno provisional de Ankara le siguieron inmediatamente los hechos: Consecuentemente el cese el fuego unilateral proclamado por el PKK está literalmente muerto y la guerra es de nuevo protagonista principal en el Kurdistán turco, con ejemplos sangrantes y evidentes como pueden ser el asedio del Ejercito a la ciudad de Cizre, con más de 100.000 habitantes, que ha dejado más de 21 civiles muertos, o el ataque al pueblo de Silvan (aldea de Diyarbakir) con saldo de dos muertos y decenas de heridos civiles, precisamente ese mismo 2 de octubre que daba inicio a la nueva, y ya ensangrentada, campaña electoral.
Pero la política represiva y de inseguridad interna desatada por el Gobierno de Ankara va más allá de los supuestos frentes de guerra guerrilleros para adentrarse directamente en espacios socio-políticos, como ya se había visto en pasadas ocasiones. El mismo día del inicio de la nueva campaña electoral una ola de represión ha dado como resultado la detención y encarcelamiento de 44 personas, entre ellos uno de los directores del diario kurdo Ozgur Gundem, así como numerosos políticos y activistas, mientras que otros, como el conocido periodista Ahmet Akan, convalecen en el hospital después de haber sido atacado por 4 personas cuando regresaba a su casa en Estambul.
El eterno conflicto turco-kurdo como trasfondo
El Presidente del HDP (Partido Democrático del Pueblo), Selahattin Demirtas, señalaba en estos días que Turquía es como un barco navegando en aguas turbulentas, y afirmaba que «sin el HDP Turquía irá a la deriva», al tiempo que en medio del clima de violencia desatado por el Gobierno reiterabas que estaban comprometidos en seguir por el camino de la paz, subrayando los riesgos de celebrar unas elecciones en medio de una guerra donde la represión va a influir decisivamente en los resultados.
Sin embargo en medio del clima de violencia y enfrentamiento imperante en la realidad turca los matices pueden resultar sumamente importantes a la hora de interpretar acontecimientos y hechos futuros por ello hay que resaltar las palabras del miembro del Consejo de la Presidencia del PKK, Murat Karayilan, quién en una entrevista muy reciente constataba que «el AKP está aumentando la represión y las acciones armadas de acuerdo con los resultados de los sondeos. Cuando ve que pierde consenso aumenta la represión. Es evidente que lo que quiere es llegar a las elecciones combatiendo porque la guerra le ofrece una doble posibilidad: Si en víspera del 1 de Noviembre no está convencido de ganar puede suspender las elecciones aduciendo problemas de seguridad…si los sondeos lo dan ganador a pesar de la guerra habrá votación y dirá que tiene mandato para acabar con el PKK».
A partir de esta constatación y ante la pregunta de si la actividad armada del PKK no beneficia finalmente las aspiraciones de Erdogan, Karayilan respondía con una lógica que va más allá de criterios electorales: «para nosotros un imperativo es perseguir la paz mediante métodos políticos, pero nosotros no hemos interrumpido el proceso de solución que comenzó hace dos años y medio, nosotros no hemos comenzado esta nueva guerra…la nuestra es una respuesta de auto-defensa. Tenemos que defender a nuestro pueblo y a nuestros guerrilleros. Escuchamos con la máxima atención a todos los que nos piden un alto el fuego unilateral pero hay que aprender también las lecciones del pasado. Desafortunadamente las decisiones unilaterales han demostrado que no sirven si ambas partes no están comprometidas seriamente en la búsqueda de una solución pacífica».
Las afirmaciones de este alto dirigente del PKK nos obligan directamente a revisar con algo más de profundidad la esencia de lo que de dilucida en el escenario turco, más allá del mero proceso electoral recién iniciado.
Apuntes sobre el nuevo Régimen de Erdogan y la rebeldía kurda
Efectivamente la llegada al poder del islamista AKP en el 2002 cambió radicalmente el escenario político de Turquía. Durante su primera legislatura Erdogan y su partido construyeron las bases de una estrategia a largo plazo, una estrategia que se definió como una «Revolución», con todo lo que ello implica.
Un cambio de fondo que fue tomando cuerpo durante el segundo Gobierno Erdogan con la introducción de la elección directa del Presidente, a pesar de los movimientos blandos de sectores uniformados kermalista y de las masivas movilizaciones populares. Pero aun con los cambios legales Erdogan no pudo transformar el sistema de acuerdo a sus aspiraciones de concentración de poderes (sistema Presidencial) aunque sí logró enormes cotas de poder personal al supeditar el sistema judicial el ejecutivo mediante un referéndum en el 2010, blindándose así tanto él como su entorno más cercano de acusaciones de corrupción y abuso de poderes (diciembre del 2013).
Durante su tercer mandato el AKP consiguió promover una educación más islámica a todos los niveles, mientras que en el ámbito económico consiguió articular una nueva elite económica, compuesta por fieles cercanos al partido, beneficiada directamente por el traspaso al capital privado de parte de las competencias del Estado, al tiempo que logró domesticar a buena parte de los medios de difusión y articular una política exterior propia (promovida por el actual Primer Ministro Ahmet Davutoglu) caracterizada por ideas neo-otomanas y neo-islámicas. Y finalmente integró al MIT (servicio de inteligencia) como parte sustancial a su proyecto de transformación islámica, dándole clara preponderancia frente a las otras instituciones armadas, el Ejército y la Policía.
En este senario el proceso de paz con los kurdos aparece constantemente como una escusa, donde el régimen de Erdogan juega permanentemente a un alargamiento, sin plazo fijo ni hoja de ruta precisa. Pero también es cierto que el pueblo kurdo no ha permanecido de brazos cruzados y ha conseguido en ese mismo tiempo construir un partido, a manera de movimiento socio-político (el HDP), en alianza con diversos sectores progresistas turcos, que hoy cuenta con una importante representación parlamentaria.
Al mismo tiempo el PKK y sus fuerzas guerrilleras mantuvieron su capacidad, mientras que su influencia se ha ido haciendo palpable en la resistencia contra el Estado Islámico, y buenas muestras de esta afirmación es su apoyo a la defensa de Kobane y la Autonomía de Rojava (el Kurdistán sirio).
Un crucigrama sin solución a corto plazo
Erdogan y el AKP finalmente han reactivado el conflicto kurdo al interior de Turquía, en medio de una escalada y redefinición del conflicto regional que asola el Medio Oriente, marcado por la muy reciente intervención directa de Rusia, que cubre desde las aguas el Mar Negro hasta las costas del Golfo Pérsico. Las decisiones del Gobierno de Ankara sin duda han cambiado las prioridades de las fuerzas políticas turcas y kurdas en un contexto fronterizo cada día más peligroso. Es imposible predecir cuales puedan ser los resultados de los comicios legislativos previstos para el próximo 1 de Noviembre, incluso si finalmente éstos tendrán lugar.
El islamista AKP, dirigido por el Presidente Erdogan busca una mayoría absoluta para poder completar los cambios que se ha propuesto como objetivos desde que llegó al poder, el HDP (pro-kurdo) probablemente mantendrá su presencia y peso electoral, más allá de la guerra y las «diferencias de opiniones» que reflejan realidades inter-kurdas más complejas, sin olvidar que en medio de tanto humo y ruido de combates la ultraderecha turca creció un 3% en las pasadas elecciones.
En cualquier caso el crucigrama turco y kurdo, con todas sus variables, internas y externas, parece destinado por el momento a seguir abierto pues ninguno de sus protagonistas parece acertar con los espacios en blanco y las palabras perdidas.
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