Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
En Egipto, las paredes han tenido «oídos» a menudo, pero no es al Gran Hermano al que tememos desde 2011. Millones de Pequeños Hermanos han surgido de entre nosotros para vigilar cuanto decimos y pensamos.
Quienes tratan de deconstruir Egipto se fijan particular y frecuentemente en cuestiones clave como la economía, la política o la educación.
Pero en vez de enumerar las maneras con las que grupos como el Estado Islámico (EI) van avanzando por el Delta del Nilo, o cómo la inflación se ha disparado al 31% bajo el supuesto liderazgo de Fatah al-Sisi, nos dedicamos a profundizar en cuestiones que pueden parecer esotéricas. Necesitamos analizar un nuevo fenómeno: el estado mental que invade el país.
En Egipto tenemos una forma de terrorismo intelectual. Del pueblo contra el pueblo. No se trata únicamente del dominio del «Gran Hermano», una nueva forma de 1984 de George Orwell devorando el alma de Egipto. El daño lo causan millones de Pequeños Hermanos que van extendiéndose como un cáncer a través del cuerpo político egipcio, tanto dentro como fuera de sus fronteras.
El ejército no necesita entrar en las casas porque ya ha invadido las mentes del pueblo.
Imaginen este escenario
Cojan a un grupo cualquiera de egipcios que se reúnan en el trabajo para un proyecto. Podría tratarse de una sección representativa de la mano de obra egipcia: hombres y mujeres, musulmanes y cristianos, jóvenes y viejos, casados y solteros, politizados y apáticos…
Empiezan las conversaciones, algunas casuales y otras no tanto. Y varias de estas conversaciones abordan temas sensibles como la política y la economía.
Sin saberlo el grupo, alguien de entre ellos supera lo que el régimen y sus agencias de seguridad mejor saben hacer: informar a la policía y convertir una diferencia política en un acto de traición. Pero en este caso, esta persona no está informando a la policía, lo que trata de hacer es distorsionar -o más bien envenenar- el discurso.
En el Egipto moderno, las paredes tuvieron a menudo «oídos», pero en los días posteriores a la revolución de 2011, en las paredes -y entre nosotros- han aparecido millones de oídos. Los experimentos pueden fracasar o triunfar y las señales de fracaso abundan dentro de esta «microsociedad» y de Egipto.
Al haber elegido en un determinado momento de su vida convertirse en informante sin necesidad para conseguir algún beneficio personal o por un sentido equivocado del deber nacional, el antihéroe de ese grupo imaginario ha optado por no divorciarse de la mentalidad de Estado policial de Egipto. El régimen dice «a mi manera o de ninguna manera» y lo mismo sucede también con ese hombre o mujer.
Hombre o mujer, musulmán o cristiano, joven o viejo, cualquiera que critique al régimen es definido por esta mentalidad informante -con decidida certeza- como Hermano Musulmán o traidor. Para esas mentes, lo mismo da lo uno que lo otro.
Lo que nunca se le pasa por cabeza es la posibilidad de que haya otros grupos o subgrupos en la sociedad fuera del campo islamista que puedan ser incluso más críticos con el presidente egipcio; o con los múltiples grupos que por diversas razones le apoyan.
No menos peligrosa que esa lógica binaria reductora de o estás con nosotros o contra nosotros, está la necesidad instintiva de destruir o dañar al «otro». Aunque el informante no pueda encarcelarle o dañarle físicamente, su propósito es perjudicar la reputación social del elegido como objetivo, desacreditarlo y aislarlo dentro de esa microsociedad.
El objetivo es el silencio, la herramienta es el miedo y el resultado el terrorismo intelectual, un estado en el que la gente se lo piensa dos veces antes de discrepar de la mayoría.
Aquí, el pequeño hermano es tan grande como una roca encima de un par de pulmones, lista para aplastar todo el aire existente. En Egipto, y fuera de Egipto, el miedo al «pequeño hermano» está bien vivo porque el ejército y las instituciones de seguridad han hecho de su regreso una misión inquebrantable.
Haciendo callar al otro
Este fenómeno, parte esencial de la dinámica fascista más amplia que ha barrido Egipto y en grados diversos numerosos Estados, no se limita a los lugares de trabajo u hogares egipcios, sino que también se identifica como egipcio en el ciberespacio.
Abunda en Facebook y Twitter. Más que la violencia física, la brutalidad verbal se utiliza en todos los campos sociopolíticos para silenciar las voces alternativas.
Y no se limita únicamente al campo progubernamental. Revolucionarios, izquierdistas, islamistas, salafistas y laicos son igualmente culpables del complejo crimen de la «otredad»; injurias a aquellos con los que discrepas, insultándoles y atacándoles agresivamente en vez de debatir.
Aunque está presente en determinados círculos y en algunas formas, el discurso se ha convertido trágicamente en la excepción y no en la norma. Si los escritores que escriben sobre Egipto están en la oposición o han optado por la independencia, esperan encontrarse vitriolo en la sección de comentarios de cada artículo que escriben. A mí me pasa.
Cuando el nivel de crítica se convierte intencionada y sistemáticamente en tóxica -es decir, si el insulto y la amenaza se elevan al nivel de terrorismo intelectual-, no debe aceptarse en manera alguna.
Si escribes un comentario duro sobre el hombre fuerte de Egipto Abdel Fatah al-Sisi del estilo que atrae la atención, espera, observa y en cuestión de minutos una combinación de «patriotas» y «ejércitos electrónicos» de Sisi te ofrecerán el tipo de saludos mañaneros que censurarías si tus niños estuvieran presentes.
Verdades incómodas
Durante la pasada semana, por ejemplo, se supo que al expresidente Mohamed Morsi se le habían negado las visitas desde el momento en que fue arrestado, en duro contraste con Hosni Mubarak, quien ha recibido un trato de realeza en una suite de hospital estilo hotel de cinco estrellas, donde ha disfrutado de incontables visitas. El discurso sobre todo esto era, naturalmente, acusatorio.
El depuesto president Mohamd Morsi en la jaula de acusados durante su juicio en mayo de 2014 (AFP)
Que Mona Seif, una de las principales defensoras de los derechos humanos en Egipto y miembro de una de las familias más revolucionarias del país, defienda derechos humanos para todos, con independencia de su filiación política, no debería sorprender a nadie y sí agradar a todos.
Pero como lo que prevalece es la barbarie política, se lanzan insultos contra Seif al tiempo que se defienden violaciones vergonzosas de los derechos humanos, diciendo que ese debería ser el modus operandi con los «terroristas«.
Una cosa es tener diferencias de opinión y otra muy diferente cometer libelo y denominarlo libertad de expresión para deshumanizar al otro porque sostiene verdades que nos resultan incómodas.
La forma en que los egipcios conversan hoy es reflejo de la violencia que decenas de miles padecen en las prisiones, que cientos de miles experimentan a diario en el Sinaí, y que millones han sufrido, de una forma u otra, bajo el gobierno militar, especialmente desde que golpe influyó en todos y cada uno de los aspectos de la vida egipcia.
Una nación con muchos aspectos en los que de forma respetuosa y civil no se esté de acuerdo podría denominarse democracia. Pero una sociedad que limita y ataca la libertad de expresión dentro de ella misma equivale nada menos que a una sociedad que se inyecta voluntariamente heroína en las venas.
Cuando tu objetivo es la construcción de un claustro fascista que mantenga un poder absoluto ahogando cada respiración y cada opinión, cualquier conversación sobre las elecciones presidenciales de 2018 se convierte en una farsa. Si los egipcios no pueden mantener un punto de vista contrario sin temer niveles múltiples de represión, ¿cómo van a considerar incluso la noción inherentemente democrática de las elecciones?
Rescatándonos a nosotros mismos
Así pues, ¿por qué hablar de libertad de opinión y de ataques sistemáticos contra ellas ahora? ¿Se trata de publicar lo que se desea en las redes sociales? La respuesta debería ser tan obvia como el sol en agosto aunque tan serpenteante como la ruta de la seda.
Uno no puede confiar en salvar una nación del precipicio sin volver a la seguridad por el puente de la libertad de expresión. Egipto es una nación con problemas en múltiples frentes, opinión compartida incluso por su comandante en jefe, y sin un diálogo nacional trasparente entre sus ciudadanos, prensa, ONG, parlamento y gobierno, la esperanza en un cambio real seguirá siendo un espejismo, eso en el mejor de los casos.
Policía antidisturbios egipcio durante una protesta de periodistas pidiendo el despido del ministro del interior en mayo pasado tras un ataque policial contra dos periodistas (AFP)
¿A qué se arriesgan los egipcios? Un régimen que no tiene reparos en silenciar a la prensa y a los ciudadanos no va a detenerse ahí.
Continuar por el camino actual en el que se castigan los puntos de vista de la oposición supone socavar lo que muchos creen que es un sistema judicial que, como poco, se ha visto comprometido por sentencias politizadas tanto contra los revolucionarios como contra los Hermanos Musulmanes. Podemos mantener que Sisi está actualmente castigando al Consejo de Estado, la autoridad legal suprema de Egipto, por su papel al declarar que las islas de Tirán y Sanafir son egipcias.
«Los jueces están ahora amenazados con un proyecto de ley que daría al presidente autoridad discrecional para hacer algunos nombramientos judiciales clave», escribió este mes Nathan Brown, profesor de ciencias políticas y asuntos internacionales en la Universidad George Washington.
El régimen tiene en estos momentos bajo un telescopio amenazador al poder judicial. Si socavas al poder judicial, estás entonces atacando el último bastión que actúa en nombre de los ciudadanos, al menos en teoría.
En las últimas dos semanas, Egipto dio un paso de gigante para convertirse en la Corea del Norte de Oriente Medio, con 60 miembros del parlamento aprobando que se discuta un proyecto de ley que va a exigir que los egipcios se registren con el gobierno para utilizar las redes sociales. Si no fuera algo trágico, resultaría cómico.
Con cada día que pasa, el ejercicio continuado de terrorismo intelectual tanto por parte del gobierno como de la ciudadanía empuja a Egipto un paso más hacia la oscura cueva del autoritarismo.
Las dos sombras que ven sobre la mesa en Egipto son las sonrisas y muecas peligrosas de los que niegan al «otro». ¿Qué podemos hacer? Escucharnos unos a otros con la mente abierta. Cualquier otra cosa que no sea esta meta va a costarnos a los egipcios mucho más de lo que ya hemos perdido.
Amr Khalifa es un periodista y analista freelance que suele publicar en Ahram Online, Mada Masr, The New Arab, Muftah y Daily News Egypt. Twitter: @cairo67unedited .
Fuente: http://www.middleeasteye.net/columns/egypt-s-age-intellectual-terrorism-940558559
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