En política, las amistades y enemistades responden normalmente más a cuestiones estratégicas que a filias y fobias de carácter inamovible. Y en Medio Oriente, en materia de alianzas, todo es posible, por muy disparatado que parezca. La profunda amistad entre Arabia Saudí e Israel es un claro ejemplo de ello, aunque por mucho tiempo haya […]
En política, las amistades y enemistades responden normalmente más a cuestiones estratégicas que a filias y fobias de carácter inamovible. Y en Medio Oriente, en materia de alianzas, todo es posible, por muy disparatado que parezca. La profunda amistad entre Arabia Saudí e Israel es un claro ejemplo de ello, aunque por mucho tiempo haya sido negada, tanto por sus protagonistas, como por los analistas de cabecera de los principales mass media del mundo. Una cosa es el discurso que se explícita públicamente y otra lo que se mueve entre bambalinas en las cancillerías y embajadas de toda la región.
El caso de la relación entre Bashar el Assad, presidente de Siria, y Recep Tayyip Erdogán, presidente de Turquía, es especialmente paradigmático. Antaño amigos y aliados, en el presente parecen acérrimos enemigos enfrascados en una sangrienta guerra no declarada… ¿por cuánto tiempo? Hay señales que ambos líderes podrían volver al punto de partida, a convertirse en aliados estratégicos muy pronto, si es que no lo han hecho ya.
Posiblemente, todo se aclare durante la segunda quincena de septiembre en una reunión que van a celebrar en Moscú, -¡cómo no!- con Putin como maestro de ceremonias. Pero, de momento, hay algunas señales que apuntan a movimientos dignos de la enjundia de la tectónica de placas que pueden cambiarlo todo, si es que no lo han hecho ya.
Turquía ha invadido con sus tanques el norte de Siria, eso es un hecho conocido por todos. Pero ¿a nadie le ha sorprendido la tibia reacción diplomática de la alianza antiterrorista liberada por Rusia, incluida la propia Siria? ¿Qué está haciendo Turquía allí? Por un lado, lo que todos dicen que hacen: enfrentar al Daesh. Pero, por otro, luchar contra las YPG, las fuerzas kurdas que, a su vez, combaten contra el Daesh apoyadas por Estados Unidos incluso a través de un despliegue militar -ilegal- sobre el terreno y, más recientemente, contra el ejército sirio.
Bashar el Assad debe estar, en su fuero interno, encantado. El Daesh ha perdido ya el contacto físico con Turquía; los kurdos de las YPG (esos revolucionarios imperialistas..) también han tenido que hacerlo y han acabado por retirarse más allá del Eufrates. El único problema para Siria es que, en su lugar, los otomanos han colocado a sus peones del Ejército Libre Sirio, aliados de al Qaeda y tan poco «moderados» como ellos. Pero, sin duda, es un tema secundario, habrá tiempo de eliminarlos cuando Daesh no sea un peligro. La pequeña zona de Alepo aún en poder de los terroristas está sitiada por el ejército; los convoyes que tratan de llevar ayuda y suministros bélicos a los yihadistas, son destruidos durante el trayecto por la aviación rusa y siria y es posible que Alepo quede liberada en breve.
Como en ocasiones anteriores, los terroristas y sus aliados, en franca retirada, fían su suerte a la actuación de occidente, por eso organizan coordinadamente campañas de propaganda que denuncian supuestas muertes de civiles y ataques simulados con bombas químicas, con el objetivo de detener la ofensiva final. Pero no parece que vayan a surtir el efecto deseado. Son ya demasiadas mentiras desveladas en los últimos 6 años.
Que todo esto sea fruto del azar no es verosímil. Que Erdogán le esté sacando las castañas del fuego a Assad en un momento tan crucial, cuando ha optado siempre por su derrocamiento inmediato, no puede ser casual. Es posible que se deba a un ejercicio de realismo: no hay otra alternativa al actual gobierno de Siria que los yihadistas. Rusia no va a dejar que Assad caiga bajo ningún concepto y la coalición puesta en marcha con Irak, Hezbollah e Irán no deja de afianzarse más cada día que pasa.
Pero todo indica que hay algo más, mucho más, bajo el trasfondo público. Erdogán, aunque sea voluble como pluma al viento, está explorado otros caminos diplomáticos de la mano de Rusia. Las relaciones entre los dos países se han restablecido tras el derribo del SU-24 en la frontera con Siria, las sanciones se han levantado, el gasoducto Turkish Stream tiene de nuevo una fecha de entrada en funcionamiento no muy lejana. La retórica antinorteamericana se ha recrudecido. Sea o no cierto, se ha hablado incluso de la retirada del armamento nuclear estadounidense de la base turca de Incirlik…
Rusia se está asegurando de que las intenciones de Erdogán le son favorables mediante políticas progresivas de acercamiento comercial. Putin no va a soltar la mano de pronto, no es fácil engañarlo. Pero la prueba del algodón la tendremos tras la reunión tripartita de Moscú. Cuando conozcamos sus conclusiones, se podrá conocer con certeza si el cambio de rumbo es fijo, si sólo ha sido un bandazo para aprovechar una racha de aire favorable o si ha sido una llamada de atención a su aliado norteamericano para demandar apoyo.
Por de pronto, la oposición política al gobierno sirio, ya acepta a la figura de Bashar el Assad durante el periodo transitorio que marcaban los acuerdos de Ginebra, algo que jamás admitieron ni los milicianos ni sus mentores occidentales o saudíes. O todos están practicando ejercicios de realismo o es que se están moviendo vigorosamente las placas tectónicas que soportan el suelo eurasiático. Algunos analistas comienzan a hablar en términos de rendición de Erdogán ante Assad, pero conociendo al personaje, no creo que sea lo más ajustado a la realidad. Lo que es cierto es que, para Erdogán, Assad va en el mismo paquete con Putin.
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