Maestros de varias generaciones de estudiantes, profesores e investigadores reconocidos, Àngel Duarte Montserrat y José Luis Martín Ramos son dos grandes historiadores internacionalistas catalanes. Algunas de sus últimas publicaciones. De JLMR: Una introducción a Victor Hurtado, «Atlas de la guerra civil española. Las Brigadas Internacionales», Editorial DAU, Barcelona 2013-04-23 y Josep Tarradellas. A la guerra […]
Maestros de varias generaciones de estudiantes, profesores e investigadores reconocidos, Àngel Duarte Montserrat y José Luis Martín Ramos son dos grandes historiadores internacionalistas catalanes. Algunas de sus últimas publicaciones. De JLMR: Una introducción a Victor Hurtado, «Atlas de la guerra civil española. Las Brigadas Internacionales», Editorial DAU, Barcelona 2013-04-23 y Josep Tarradellas. A la guerra civil (1936-1939), Editorial DAU, Barcelona, 2013 (de próxima aparición). De ADM: El republicanismo. Una pasión política, Cátedra (colección La historia de…), Madrid, 2013, y «Pasqual Maragall, de la familia como patria», X. M. Núñez Seixas y Fernando Molina Aparicio (editores), Los heterodoxos de la patria. Biografías de nacionalistas atípicos en la España del siglo XX. Editorial: Comares, Granada, 2011.
***
¿Cuáles son los orígenes de la institución de la Generalitat? ¿Era en esos orígenes una institución estamentaria? ¿Qué significa estamentaria?
AD: La Diputación del General, o Generalidad, fue, en origen, un órgano de recaudación de tributos a mayor gloria del rey. Reflejo de lo que acontecía en las Cortes, la representación en esta institución fiscal era estamental y, durante siglos, expresión, en su brazo «popular» y como no podía ser de otra manera, de los intereses oligárquicos. Respondía, en cualquier caso, a la vieja jerarquía de los antiguos «órdenes» aunque en su seno, y uso explícitamente a Pierre Vilar, con el paso de los siglos se hizo evidente el papel creciente de la función social burguesa -y en esa misma medida una erosión, nada democrática (no anacronicemos), de la jerarquía de los «estados» propia del Antiguo Régimen.
JL. : El estamento es una modalidad de identificación en razón de la función social de un segmento de la población (los que guerrean, los que rezan, los que viven en las ciudades); más allá de esa definición clásica la organización estamentaria es aristocrática; en las cortes estamentarias no están representadas todas las partes de esos segmentos, sino sus cúspides. Por otra parte esas cortes dejan fuera de toda representación al campesinado. El papel creciente de la burguesía, imprescindible dado el objetivo fiscal de las Cortes, no alteró ninguna de esas condiciones en la institución.
¿Se puede hablar, consiguientemente, de una institución democrática casi milenaria (o milenaria sin el casi)?
AD: Eso es un anacronismo, en términos históricos, y una bobada, en términos políticos. Incluso, en este último punto, lo es particularmente desde una perspectiva que se diga de izquierda independentista y revolucionaria.
JL: Por desgracia esa falsedad es uno de los tópicos del nacionalismo historicista. Sin entrar a debatir cuáles han de ser las características de una democracia plena, creo que es indiscutible que la condición mínima es la el ejercicio universal del voto; incluso yo no considero una democracia mínima cuando esa universalidad solo se refería al voto masculino, por más que este ya era un avance en la buena dirección. Hasta el siglo XX no se ha generalizado esa condición mínima. Es habitual que el nacionalismo historicista confunda la democracia con la institución parlamentaria, sin pararse a considerar la representatividad real de ésta. Ni las Cortes medievales, ni los parlamentos modernos fueron democráticos; estos últimos, construidos sobre diversas formas de sufragio restringido, no lo fueron ni en el siglo XIX, como también se acostumbra a sostener. Forma parte de otra falsedad, la de equiparar liberalismo a democracia.
¿Otra falsedad? ¿El liberalismo no tiene vínculos muy estrechos con la democracia, aunque ésta pueda ser socialmente muy demediada?
JL: El término liberal se utiliza en historia en dos sentidos, como identificador de una filosofía política y también económica y para caracterizar los regímenes en que ésta fue hegemónica entre mediados del siglo XIX y comienzos del XX, en Europa. Respecto a la filosofía no todos los liberalismos fueron democráticos; hay una gran variedad en ese sentido en el campo de lo que se etiqueta como liberalismo, no es lo mismo Herbert Spencer que Piero Gobetti. Pero sobre todo, ya que estábamos hablando de instituciones y sistemas, yo me refería a los denominados sistemas políticos liberales, que eran parlamentarios pero no democráticos ya que se basaban en la negación de la igualdad política, en el rechazo a la universalidad del derecho de voto, condición no suficiente pero sí absolutamente necesaria para la democracia. El otro día el director de La Razón, profesor de Derecho en mi universidad y por tanto con un supuesto conocimiento, en el programa de La Sexta Al Rojo Vivo volvió a afirmar que el Reino Unido – el dijo Inglaterra – de 1820 y 1830 era democrático; una absoluta barbaridad. La conquista del sufragio universal, por el que las clases populares luchan desde la Revolución francesa, no se consigue hasta la gran crisis de la «civilización» liberal de 1914-1918. Y, a pesar de todo, en Francia el voto a la mujer no se concederá hasta 1945.
Cojo el hilo anterior. ¿Qué sentido tiene entonces esa narrativa sobre los 129 presidentes de la Generalitat? ¿No se reúnen en el mismo taxón grupos muy heterogéneos?
AD: La de la creación de un panteón nacional. Del mismo tipo que crearon los Estados-nación burgueses en el siglo XIX. Algo old-fashioned, siendo generosos. Con la paradoja, graciosa, de que genuinos cleptócratas, que diríamos hoy -ahora soy yo el que me permito el anacronismo (la diferencia es que sé que lo hago)-, figuran en la nómina de próceres de la patria.
JL: No tiene ningún sentido histórico. Solo tiene una razón política. Y también abunda en otro proceso: el de la identificación de la nación como un todo homogéneo, en el tiempo y en el territorio, sin distinciones de clase, entre otras contradicciones que pondrían en cuestión esa homogeneidad.
Entonces, para entender mejor vuestras críticas, ¿a quienes se incluyen en esos 129 «presidentes»?
JL: Pues esos 129 «presidentes» son 121 aristócratas, patricios, clérigos, algún miembro de la pequeña nobleza encumbrado, elegidos por una parte muy menor de la sociedad, y 7 elegidos por sufragio universal, además con convicciones mayoritariamente democráticas y la mayor parte de ellos con alguna voluntad de reformismo social.
En cuanto al nombre de la institución, ¿qué origen tiene?
JL: El término «generalitat», como «generalités» en Francia, tiene un origen fiscal, identificaba un hecho tributario. A partir del acuerdo entre el rey y las Cortes, se designaba un «Diputat del General» para llevar a cabo la recaudación tributaria acordada. La costumbre abrevió el término de Diputació del General en la palabra «Generalitat». Subsistió su función ejecutiva, por cierto no fiscalizada desde abajo en su etapa medieval y moderna.
¿Cómo puede enlazarse, si es el caso, la Generalitat republicana con la Generalitat de siglos anteriores?
AD: La Generalitat republicana adopta este nombre como vía mediante la cual salir del cul-de-sac que supuso la proclamación de diversas repúblicas el 14 de abril de 1931. Probablemente, la combinación de la inteligencia política de dos reformistas como Fernando de los Ríos y Lluís Nicolau d’Olwer, ministros del Gobierno provisional -y erudito e historiador de nota el segundo- ayudó.
JL: Se enlaza sólo por el hecho de que fue una hábil argucia de Nicolau d’Olwer para proporcionar una salida digna a Macià. Me explico. El 14 de abril Macià proclamó la Republica Catalana, en la creencia y a la espera de que el nuevo estado español se constituyera como una federación de repúblicas; no como un acto de independencia, nótese que una de las principales decisiones de Maciá, tras esa proclamación, fue pedir, insistentemente, al gobiernos provisional de la República que nombrara como nuevo capitán general de Cataluña a López Ochoa. Nunca se planteó, entonces, una ruptura y por eso accedió tan rápidamente a la negociación que el gobierno provisional le propuso, por medio de Nicolau D’Olwer y Domingo: abandonar la proclamación de la República Catalana y aceptar el inicio de un proceso de definición territorial, compartido entre Cataluña y las Cortes de la República, que difícilmente podría desembocar en una federación de repúblicas. Pero «vender» ese cambio radical no era fácil -Maciá fue acusado de traidor por sectores independentistas de Estat Català y sobre todo por el Bloc Obrer i Camperol- y Nicolau d’Olwer le propuso un marketing extraordinario: envolver el cambio con la utilización de aquella denominación histórica, que no tenía nada que ver con el hecho político que se estaba produciendo en abril de 1931, pero que podía ser fácilmente deglutido por el nacionalismo. Esa especie de alibí fue tan exitoso que ha permanecido en el tiempo. Lo increíble es que el nacionalismo no se diera nunca cuenta del cambalache y lo elevara a la categoría de muestra de continuidad histórica.
¿Cuándo quedó abolida la institución? ¿Tuvo Catalunya alguna otra institución que la dotara de cierta autonomía?
AD: En 1714, con el Decreto de Nueva Planta se eliminaron las instituciones propias. Entre ellas la Generalitat. En un ejercicio de proyección futurista se suele afirmar que de mantenerse hubiesen evolucionado en un sentido democrático. Es un contrafactual, sin más. Puede que sí, puede que no. Vaya usted a saber.
JL: Voy a discrepar en eso con Ángel. La institución, por sí misma, nunca habría evolucionado en un sentido democrático, como no lo hizo ningún parlamento medieval. En todo caso será la sociedad que evoluciona, o se «revoluciona» en ese sentido democrático.
AD: Aceptada la precisión. Era la mía una concesión generosa al relato. Puede que sí, en el caso de que manteniendo la denominación hubiese sido tomada como instrumento de gestión de intereses comunes por parte de los de abajo, los excluidos. Cosa improbable, cierto.
Vosotros mismos me habéis recordado un paso que podía leerse en el suplemento del diario Avui, «Presencia», el domingo 21 de abril. Los primeros presidentes de la Generalitat, se afirma en un artículo, fueron los primeros demócratas; la Generalitat, se añade, «abarcaba al conjunto de la sociedad catalana» de la época. ¿Qué os parecen estas reflexiones históricas? ¿No recuerdan un poco, sólo un poco, algunas de las sesudas afirmaciones de la Real Academia (española) de la Historia?
AD: Lo decía antes a propósito del Panteón. Construir una nación política requiere de un relato del pasado. Requiere, en suma, del anacronismo -en ciertas dosis. Las afirmaciones anteriores no son nuevas. A principios de siglo XX un señor como Gabriel Alomar ya lo insinuó: o el fuero (el pasado), o la federación (el futuro). En rigor, me temo que triunfo el primero. Estamos ante el triunfo, en toda regla, de un relato neo-foral. El problema, ¿cuál es? Similares afirmaciones, en las Españas, generan anti-cuerpos. No muchos. Ni necesariamente exitosos. Aquí, entre nosotros, no hay anti-cuerpos, ni se les espera. La crítica histórica queda anulada por la potencia de la construcción nacional. No cabe más que el amén.
JL: Amén a lo que ha dicho Ángel. Sólo añado que ese artículo es una muestra de hasta que punto se puede llegar, no se si en demagogia o en empobrecimiento intelectual, para sostener que esas cortes estamentarias, en las que solo estaban representadas una parte muy menor de la sociedad -la que estaba en condiciones de aportar dinero a la corona- abarcaba al conjunto de la sociedad catalana. Supongo que los remensas, cuyas reivindicaciones fueron rechazadas por la Generalitat -puesta claramente de parte de los nobles y el patriciado urbano- no formaban parte de esa sociedad.
AD: En rigor, el proceso tampoco es tan lejano en el tiempo. Todavía recuerdo, con un punto de nostalgia, los tiempos del tardo-franquismo y la Transición. Sólo en este punto: por entonces la historia crítica era una actividad intelectual que rehusaba ponerse al servicio de nuevos amos. Es probable que en esto haya incidido, al margen de las hegemonías políticas y culturales, la quiebra de un materialismo histórico escolástico y no poco esclerotizado. Aunque a la vista de la calcificación a que da lugar la nacionalización del historiador de hoy, pues ese escolasticismo casi que era envidiable.
Continuo ahora con el punto que habíamos dejado pendiente.
De acuerdo, como te parezca.
Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.