Traducido del inglés por Carlos Sanchis
Los resultados de las elecciones parlamentarias de la última semana en Israel sacaron a la superficie algunas de las frutas más podridas de un debate que ha estado continuando a lo largo de la existencia del estado: que la idea que un estado judío mono-étnico es factible, legítima y deseable. En otras palabras, refuerza la dificultad de las consecuencias morales y prácticas de la ideología estatal sionista.
En 1948, durante su guerra de fundación, Israel había expulsado de su territorio 750.000 palestinos; otros 250.000 fueron expulsados durante la guerra de 1967. Desde entonces, la división izquierda-derecha israelí ha estado marcada por el deseo de expansión territorial, promovida por la derecha, y la aspiración de una pureza étnica, propagada, curiosamente, por la «izquierda» sionista. Siempre ha sido la «izquierda» la que ha presionado por la «división» de la tierra y la «separación» entre judíos y árabes para afianzar una gran mayoría judía dentro de Israel. La derecha, históricamente, ha parecido bastante indiferente a las consecuencias de tener un gran número de palestinos viviendo bajo la ocupación de Israel, con tal de que ellos no consiguieran disfrutar de derechos ciudadanos (u otros derechos civiles). El Partido Laborista siempre ha tenido una pierna en ambos campos. Estuvo de acuerdo con la división de 1947, la vio como una oportunidad para conseguir tanta tierra árabe libre como fuera posible y reconocer la ocasión de limpiar étnicamente a la mayoría de árabes que quedaran durante la guerra siguiente. Sin embargo, fue el mismo Partido Laborista, responsable de la gran victoria de Israel en la guerra de 1967 el que llevó a la inmensa expansión territorial, y al mismo tiempo a la inclusión de millones de palestinos en los territorios bajo gobernación de Israel.
Una anexión de estos territorios, conocidos como la Franja de Gaza y Cisjordania, siempre ha sido inconcebible para el Partido Laborista y sus satélites a la izquierda, puesto que implicaría la concesión de ciudadanía a los palestinos que viven en ellos, comprometiendo así la mayoría de ciudadanos judíos en Israel. La derecha jugó con la idea de la anexión, pero se detuvo por el mismo dilema. La solución temporal fue seguir construyendo asentamientos en la Franja de Gaza y en la Cisjordania ocupada, mientras se esperaba que de algún modo, milagrosamente, los palestinos desaparecieran, o que una gran entrada de ciudadanos judíos inundara el país de algún modo e inclinara el equilibrio de una manera concluyente.
En los márgenes de la izquierda hubo siempre voces requiriendo un Estado Palestino viable junto a Israel. Más a su izquierda, había un grupo, aun más pequeño, invocando a lo que hoy en día puede describirse como la solución sudafricana: un estado, con derechos iguales para judíos y palestinos que vivan en él.
Esta última idea nunca fue popular entre los judíos israelíes, pero durante los últimos 10 años se ha convertido en una amenaza que frecuenta los sueños de todo sionista. La frase «el peligro demográfico» se convirtió en una parte legítima del discurso que requiere una solución de los dos estados. Lo que empezó como un apoyo izquierdista a la libre determinación nacional palestina se había convertido en este siglo en una herramienta para propagar el apartheid. Desde ese punto, fue fácil para alguien de la derecha, desde Ariel Sharon hasta Tzipi Livni y Binyamin Netanyahu , adoptarla, y para la administración de George Bush abrazarla. De acuerdo con ella, esa entidad oscura del «Estado Palestino» vendría a ser de fronteras inválidas que comprometerían su ya cuestionable viabilidad. Sería un bantustán (http://en.wikipedia.org/wiki/
Los ciudadanos árabes de Israel, tradicionalmente ignorados por la izquierda y la derecha sionistas como una minoría «apenas tolerable», personifican la imposibilidad y futileza del esfuerzo por lograr la pureza étnica por medio de la división. Unos años de creciente racismo en Israel convirtieron a sus ciudadanos árabes de «un peligro demográfico» a una «bomba de relojería», y desató ataques inauditos contra ellos por parte de la derecha, con pocas o ninguna respuesta de la izquierda sionista. Avigdor Lieberman ganó su sorprendente logro en las elecciones del martes subido a esta ola para su consecuencia natural. Su idea revolucionaria -rendir no sólo territorios en Cisjordania y Gaza sino incluso territorios del propio Israel para librarse de tantos árabes como sea posible – ha desconcertado y avergonzado a la izquierda sionista. También había quedado expuesto lo absurdo y moralmente inaceptable de toda la idea sionista, enfrentada a su única conclusión racional. Si tener un estado judío es la meta más deseable, librarse de los ciudadanos no judíos es la única manera racional de hacerlo. Y ¡eh!, todo ello teniendo lugar de una manera muy benigna: ni hablar más de «transferencias», sino una adopción de los lemas «izquierdistas» de división. Y todo ello bajo el nuevo y siniestro estandarte «Ninguna lealtad; Ninguna ciudadanía.»
El hecho de que Lieberman pueda reclamarse fácilmente ser un genuino sucesor del fundador de Israel, el laborista David Ben Gurion , debe ser una campanilla de la alarma en las orejas de cualquier liberal israelí. Es hora de que cualquier israelí con una imagen propia ilustrada se mire en el espejo y vea a Avigdor Lieberman mirándole fijamente desde atrás. Es tiempo para parar la dilación sobre la pregunta si Israel puede ser a la vez judío y democrático. Lieberman ha proporcionado la respuesta alta y clara: no puede. En este tiempo reciente, cuando la sombra del proto -fascismo sobrevuela la región, es tiempo de unir fuerzas con los ciudadanos palestinos en la batalla contra la pureza étnica y por una verdadera democracia. Es hora de dejar de estar inquieto, y admitir que el mono- etnicismo no puede ser un marco para valores liberales. Es tiempo para disculparse con el miembro de la Knesset , Azmi Bshara que fue embarrado como «nacionalista árabe» por los liberales israelíes debido a su llamamiento para «un estado de todos sus ciudadanos». Es hora de repensar el sionismo.
Fuente: http://www.guardian.co.uk/