El año 2011 despertó una esperanza en la transformación social, en la participación activa de los pueblos para determinar su propia historia. En 2008 se había puesto de manifiesto la que posiblemente es la crisis más profunda de la historia del sistema capitalista y, con un retraso lógico, se abrió un ciclo político de revueltas […]
El año 2011 despertó una esperanza en la transformación social, en la participación activa de los pueblos para determinar su propia historia. En 2008 se había puesto de manifiesto la que posiblemente es la crisis más profunda de la historia del sistema capitalista y, con un retraso lógico, se abrió un ciclo político de revueltas sociales en una gran parte del mundo que respondía al ciclo económico abierto por la crisis de sobreproducción capitalista.
Los países árabes alumbraron la llamada primavera árabe, que formaba parte de una ola más amplia que tuvo su expresión en Europa, con el 15 M, o las movilizaciones en Grecia o en 2013 en Turquía. Unos años después el balance es guerra y destrucción, con miles de cadáveres sepultados en el mare nostrum. ¿Qué ha pasado, cuales son las claves de este conflicto?
Hablando de guerra, cualquier analista que se referencie en el marxismo, tendrá presentes unas coordenadas básicas, entre ellas creo que se destacan dos. La primera, es evocar la certera sentencia de Carl von Clausewitz: «La guerra es la continuación de la política por otros medios», y eso nos lleva a la segunda idea, la necesidad de entender la política, es decir: «Cherchez la lucha de clases». En un conflicto tan amplio, siempre, tendremos la confrontación de intereses de clase, al menos a dos bandas, el choque de la clase trabajadora, del pueblo, contra la clase dominante, y el enfrentamiento entre distintas clases dominantes por el reparto del control del mundo, dominio económico, militar o geoestratégico.
Si alguien albergaba alguna duda acerca del carácter profundo de la crisis de la izquierda, la ha podido disipar con el lamentable espectáculo en torno a la cruenta guerra de Siria, donde demasiados sectores, en lugar de recurrir al análisis materialista de la historia, buscan un bando en el que amortiguar su orfandad histórica.
Lo más llamativo es que una izquierda supuestamente antibelicista, incluso declarada pacifista, toma partido por una de las potencias imperialistas que desgarran el cuerpo vivo del pueblo sirio. Así, unos justificarían la intervención de Estados Unidos y sus aliados, para «frenar la locura yihadista». Por ejemplo, la aviación francesa habría hecho bien bombardeando, eso sí «con cuidado». Otros, ven en Rusia un aliado del progreso a base de bombazos, no se han enterado todavía de que en Moscú las ideas de Lenin están aún más embalsamadas que su cuerpo, que es un emblema del esperpento de la Rusia imperial y reaccionaria sobre la que reina Vladimir Putin.
Ambos sectores, que se declaran pacifistas los domingos en misa de diez, aplauden a unos u otros; hemos tenido declaraciones justificando la intervención del imperialismo occidental, por supuesto, pero también hemos tenido cantos laudatorios al paso hacia la paz que suponía la destrucción total de Alepo por el ejército de la dictadura siria, acompañada del Partido de Dios libanés (Hezbolá), de los muyahidines iraníes, y del nuevo imperio ruso.
¿Y el pueblo de Siria?
Es inevitable recordar a Bertolt Brecht:
«Los de arriba dicen: éste es el camino de la gloria
Los de abajo dicen: éste es el camino de la tumba.»
Por otra parte esa izquierda que, cuando en el mejor de los casos acude al marxismo, lo hace a una versión esclerotizada por el peso del eurocomunismo, no puede comprender algunas de las claves de interpretación de este proceso. Especialmente porque es necesario entender la época de la revolución colonial, el surgimiento de estados de bonapartismo a imagen del Estado estalinista de la URSS, que después han abrazado el capitalismo al perder su referente.
Tampoco parece que comprendan la compleja interrelación dialéctica entre estructura y superestructura, no entienden por qué millones de seres humanos buscan desesperadamente vías de expresión religiosa. Karl Marx lo explicó hace mucho, la religión juega el papel del opio para el pueblo, donde una población desesperada busca el consuelo que no encuentra, la esperanza perdida. Y lo ha sido así en muchas revoluciones, empezando por la propia revolución rusa de 1905, el «ensayo general», como dirían Lenin, León Trotsky o Rosa Luxemburgo, de la revolución del 17. La fecha más destacada, el domingo sangriento, agrupo a las masas tras un cura, el pope Gapón, y terminarían estableciendo la forma más democrática jamás concebida, de representación de los oprimidos, los soviets. Siendo un revolucionario como Trotsky el presidente del soviet de San Petersburgo.
Nos puede ayudar una idea que formuló de manera magistral uno de los autores marxistas más desconocido y que tanto ha aportado al marxismo, Gordon Childe, cuando explicó que aun cuando han desaparecido las bases materiales que han creado las condiciones para el surgimiento de unas ideas en la sociedad, esas ideas pueden mantenerse durante mucho más tiempo tras haber perdido esa base que les dio origen.
Es decir, que la relación entre estructura y superestructura es más compleja de lo que puede parecer a un mecanicista, pues la historia pasada sigue influyendo en el presente, y cuando una revolución fracasa, el pensamiento humano retrocede buscando amparo en ideas caducas, y entre ellas, la religión siempre desempeña un papel destacado, junto con «la patria». No sólo eso, sino que como explicó Marx, las clases en contienda pueden llegar a destruirse mutuamente. Es, en definitiva, el camino de la barbarie, tal y como lo estamos viendo en Siria y es no sólo indigno, sino absolutamente reñido con la razón dialéctica, decir desde nuestra cómoda Europa que el pueblo sirio debe elegir entre la dictadura y la barbarie, que no tiene derecho a su propia revolución.
Y fue eso, una revolución, lo que intentaron los jóvenes trabajadores de Siria en 2011. El partido Baaz, en el poder desde 1963, mantenía una dictadura agobiante pero, al menos, las mejoras económicas habían supuesto una anestesia social lo suficientemente poderosa para mantener una estabilidad relativa en el país.
Pero todo eso se perdió en un proceso lento pero imparable hacia la destrucción del entramado social que se había construido en los años de la revolución colonial y el panarabismo. De una economía centralizada y estatalizada, se pasó a la privatización, la desatención de las necesidades básicas de la población, y los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional (FMI). La receta la conocemos: los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres.
Es comprensible que la primavera árabe se extendiese como un reguero de pólvora desde Marruecos a Túnez, Egipto… y llegó a Damasco. La respuesta de Bashar al Asad al levantamiento popular fue monstruosa: detenciones, torturas y asesinatos. La dictadura eligió la senda de la guerra contra su pueblo, el sistema entró en crisis, el propio ejército empezó a descomponerse y el pueblo respondió con las armas.
Teoría de la conspiración
Quienes sustituyen el materialismo histórico por las teorías conspirativas, lo atribuyen todo a «los servicios secretos de Israel y EEUU», que al parecer serían omnipotentes. En primer lugar, este análisis demuestra un profundo desprecio a la clase trabajadora y la juventud siria que serían fácilmente manipulables y conducidos a la muerte por un grupo de agentes secretos. Claro, en «la civilizada Europa», somos «mayores de edad», pero no podemos admitir la capacidad de las masas árabes para intentar tomar su destino en sus propias manos. No es casual que estos elementos que respaldan al imperialismo ruso, son los mismos que dicen que el 15M y Podemos son inventos del capital financiero y los medios de comunicación burgueses, lo que sirve de índice para establecer un percentil político penoso. Pero la terca realidad constatable desdice esta paranoia onírica, sobre todo porque este movimiento forma parte de una auténtica ola de movilizaciones que con carácter general respondía a la crisis capitalista por sus repercusiones en las condiciones de existencia de grandes masas de población, no era un proceso aislado.
La realidad es que el régimen de la dinastía Al Asad era una dictadura, padre e hijo, ganaban las elecciones por porcentajes cercanos al 100% (por ejemplo 99,80% en 1985, o un 99,98% en 1991), algo que ante cualquier mente despejada prueba la existencia de una dictadura mal disfrazada. Denominar esa dictadura, que forma parte de los treinta estados más corruptos del mundo, como «gobierno legítimo del pueblo sirio», sería una variante de cretinismo diplomático.
Las condiciones materiales y políticas de existencia eran cada vez más miserables mientras un pequeño sector de la población se enriquecía, especialmente los círculos familiares del poder. Una realidad de una población que en 2011 estaba compuesta en más del 50% por jóvenes menores de 25 años, y con un 40% de desempleo, no necesita de agitadores, sólo necesita una chispa para prender la gasolina, y fue la represión brutal la que espoleó las luchas.
El movimiento popular de protesta creció como la espuma frente a la represión, llegó a organizar una huelga general «de la dignidad» que paralizó el país, y surgió un modelo revolucionario de organización desde los barrios y las ciudades, los comités de coordinación locales, como estructura de participación y auto organización popular. Estas organizaciones locales, dieron origen a consejos revolucionarios de ciudad o distrito, que a su vez se agruparon en consejos de comando de la revolución, estructurados en la ciudad o territorio, y por fin, una Comisión General de la Revolución Siria.
La represión de la dictadura alcanzó tal nivel que el conflicto adquirió rápidamente un carácter bélico, formándose un verdadero cuerpo de ejército laico con los desertores y las organizaciones de base, el Ejército Libre de Siria.
Conflicto regional y global
No es necesario argumentar el alto valor geoestratégico de Siria, algo que no pasa desapercibido para las fuerzas imperialistas con intereses directos en la zona. El choque entre EEUU, y la Unión Europea (UE), siempre como subalterna, y la Rusia de Putin, ha sido constante.
El imperialismo ruso tiene en Siria bases militares (en Tartus y Jmeimim), y fuertes intereses económicos y geoestratégicos, y no iba a dejar que se le escapase de las manos, sostuvieron la dictadura siria desde el primer momento del conflicto y se fueron implicando progresivamente. Hezbolá (el Partido de Dios) del Líbano envió tropas para respaldar a la dictadura siria desde el primer momento, así como el régimen teocrático reaccionario de los ayatolás en Irán, con sus muyahidines.
Por otro lado, los reaccionarios regímenes del Golfo, especialmente Arabia Saudí y Catar, vieron la oportunidad de reforzar su influencia en la zona, enviando armas y respaldando a los sectores yihadistas que iban creciendo sobre el terreno. Turquía, por supuesto, no podía perderse la fiesta, sobre todo para asegurar que, pase lo que pase, los kurdos son aplastados y, de hecho, ese ha sido su mayor interés en la guerra, hasta el punto de que ha pasado de pactar con EEUU a pactar con Rusia. Moscú le proporcionó a Erdogan toda la «información» de sus servicios secretos con la que procedió a una oleada de arrestos de todos los elementos de oposición y ahora le asegura que no dejará que los kurdos alcancen sus objetivos como pueblo. Y no podemos olvidarnos de Israel que, por supuesto, defenderá sus intereses y los del imperialismo occidental por todos los medios.
De esta manera, un conflicto de clase, una rebelión contra la dictadura de Assad por derechos democráticos y sociales, se fue corrompiendo en un escenario de lucha de las potencias locales y de las potencias imperialistas en un pulso de poderes capitalistas sobre el sufrimiento y los cadáveres del pueblo sirio. El dictador Assad, al reprimir a sangre y fuego a su propio pueblo, abrió una caja de Pandora que ha traído el desastre; sería un disparate tomar al verdugo por víctima.
La formación de un grupo que representaba a Al Qaeda, en enero de 2012, primero llamado Al Nusra, y después Fatah al-Sham, y el ascenso del Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS o Daesh), con su Estado islámico terrorista en 2014, representó la barbarie sanguinaria y retrograda, la sectarización yihadista del conflicto que fue haciendo retroceder a un segundo lugar a las fuerzas laicas y democráticas en el campo de los rebeldes, hasta casi monopolizar el terreno. La versión que intenta presentar el movimiento popular como algo controlado por el islamismo yihadista desde sus inicios es, sencillamente, mentira.
Un ejemplo bien ilustrativo es el de la ciudad de Raqqa: en los primeros días de marzo de 2013, una coalición militar del Ejército Libre de Siria (ELS) con los islamistas (moderados en ese momento) de Ahrar al Sham, y el Frente Al Nusra, tomaron la ciudad de Raqqa, expulsando a las tropas del gobierno sirio.
En abril, Al Nusra desató una ofensiva para controlar la ciudad, frente a sus antiguos aliados del ELS, y el 14 de enero de 2014, el ISIS se había hecho con el control total de la ciudad, a la que proclamó capital del Estado islámico.
Es decir que, por la parte rebelde, el yihadismo necesitó más de dos años de guerra para poder ir tomando el control, ya que les hacía atractivos su mayor eficacia de fuego, al estar abastecidos de armas y pertrechos por los gobiernos reaccionarios del Golfo y el imperialismo de EEUU, a diferencia de los sectores comprometidos con el movimiento popular, que eran aislados por todos los medios, en el terreno militar y en el diplomático con organizaciones fantasmas en el exilio.
No debiera ser tan difícil de entender, para quien se considere marxista, que con otros ritmos hemos visto procesos en que una revolución fracasada genera las condiciones para una contrarrevolución con apoyo de masas; es el caso del fascismo, del nazismo. Claro que para algunos la dialéctica es un libro cerrado bajo siete llaves y no comprenden que un proceso puede transformarse en su contrario, no sólo en un sentido progresivo, sino también en uno regresivo.
Cualquiera que conozca el proceso de la revolución en Irán que provocó la caída del Sha de Persia, y la posterior llegada del imán Jomeini, puede entender que una revolución sin cabeza desata un torrente que busca vías de expresión y, de forma ciega, puede acabar encontrando su dirección por los caminos más extraños. En Irán el ejército se deshizo como un azucarillo en el agua, pero ningún partido político de carácter socialista fue capaz de ofrecer una dirección, y los ayatolás dieron esqueleto a aquel cuerpo informe, con el apoyo del Partido Tudeh (partido comunista), gestando un régimen teocrático. Algo que estaba en las antípodas de lo que buscaba el movimiento de origen, pues una revolución, en sus primeros pasos, sabe lo que quiere destruir, pero aún no sabe qué quiere construir.
Los kurdos
Mención aparte debe ser hecha de los kurdos que han sido un pueblo perseguido, al que el régimen del partido Baaz ha negado sus derechos democráticos y han sido reprimidos, al igual que en Irak, Irán y Turquía, y sus reivindicaciones democráticas siempre han tenido un carácter progresista, tanto por su laicidad, (la llamativa participación de las mujeres en contraste con el islamismo) y sus reivindicaciones en el campo social.
En el año 2004, se produjo un levantamiento de los kurdos. La respuesta fue represión, en la que más de 2.000 activistas kurdos fueron detenidos y muchos tuvieron que tomar el camino del exilio.
Por supuesto los kurdos del YPG están enfrentados al régimen de Asad, pero su enemigo secular es Turquía, y en concreto el régimen de Recep Tayyip Erdogan, que ha sido aliado de «los insurgentes», aunque luego ha maniobrado negociando directamente con Putin.
Durante la guerra, los kurdos, se han aliado en algunos casos con el ELS, como en Alepo en la primera parte de la guerra, y han sido atacados por los islamistas, manteniendo contra ellos algunas de las batallas más feroces, en el enclave kurdo de Kovani, y en Raqqa.
Esperar que la dictadura de Asad, ofrezca una autonomía a los kurdos, supondría un abandono total del análisis materialista de la historia Irán, Turquía y la propia Siria se opondrán con las armas a esta opción. Por ello, cualquier socialista debe estar comprometido con el derecho de autodeterminación del pueblo kurdo, que puede optar por su autonomía o que podría optar por su independencia a la que tienen derecho.
Alzar los cadáveres
No hay ningún «bando al que apoyar» en un enfrentamiento que anuncia la barbarie en toda una zona del planeta. Las ambiciones imperialistas occidentales, unidos a los regímenes reaccionarios como Arabia Saudí, han provocado la reacción del imperialismo ruso que está obteniendo una victoria clara; primero fue Crimea, y ahora el avance en Siria.
Casi todo el movimiento revolucionario de 2011, como parte de la primavera árabe, fue enterrado bajo el islamismo conforme avanzaba la guerra civil, tanto como Alepo ha sido enterrada bajo los escombros.
Es cierto que el imperialismo occidental (USA, UE y sus aliados) han desatado una verdadera catástrofe que arroja a la barbarie a una zona del planeta, pero no es menos cierto que lo que permitió que una revolución de masas por transformaciones democráticas en Siria, se convirtiese en un infierno, fue la represión salvaje de Bashar al Asad y, por supuesto, lo que hoy se ha convertido en un factor objetivo en la situación: la ausencia de una organización que represente los intereses internacionales de la clase obrera y los pueblos oprimidos y esté dispuesta a luchar por el socialismo hasta las últimas consecuencias.
La geopolítica, las bases materiales, nos proporcionan los elementos para el análisis, pero nuestra posición sólo la determina un factor: nuestra clase, el pueblo que sufre, ese es nuestro aliado, y enfrente tenemos a los responsables de ese sufrimiento atroz: el gobierno sirio, en primer lugar, las fuerzas imperialistas y todos los monstruos, desde los yihadistas del ISIS y Fatah al-Sham , a las milicias de Hezbolá y de Irán, pasando por la brutal shabiha siria, y todos lo demás…
Cualquier análisis sobre esta guerra, debe poner en primer plano la crisis de los refugiados: ahí lo vemos todo, el contenido de clase, el sufrimiento del pueblo, nuestro único aliado, la responsabilidad del gobierno sirio, incapaz de defender a su pueblo, al revés, causante directo de su dolor, la vergonzosa política de la UE tratando como animales a quienes huyen de la guerra, mostrando su hipocresía, y la del imperialismo de Estados Unidos y Rusia, implicados directamente.
El fin de este horror no parece verse a corto plazo, y quienes esperen de quienes se sientan sobre los cadáveres una política favorable a su pueblo, tras la guerra, no habrán entendido que la sentencia de Clausewitz es reversible: la política es la continuación de la guerra por otros medios.
Y podemos decir con la gran revolucionaria alemana Rosa Luxemburgo:
«Cada día mueren desamparados individualmente, se quebrantan de hambre y frío, ninguna persona se da por enterada, sólo el informe policial…. Normalmente un cadáver es una cosa muda, de mal aspecto. Pero hay cadáveres que hablan más fuerte que trompetas y que alumbran con más claridad que las antorchas. Lo que toca hacer ahora con los desamparados, quienes son carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre, es alzarlos con millones de manos proletarias y llevarlos al nuevo curso de la lucha con el grito de: ¡Abajo el infame orden social, que da lugar a tales atrocidades! «
Alberto Arregui es miembro de la Coordinadora Federal de Izquierda Unida.
Fuente original: https://www.cuartopoder.es/tribuna/2017/01/26/es-la-lucha-de-clases-siempre/9659
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