¿Cuál es el país más rico del mundo, con mayor presencia relativa de inmigrantes y con 1.200 trabajadores muertos por accidentes laborales desde 2010? ¿Dónde se trabaja siete días a la semana y se perciben los salarios (de miseria) cuando quiere el empresario de turno? ¿En qué lugar de la globalidad neoliberal no se celebran […]
¿Cuál es el país más rico del mundo, con mayor presencia relativa de inmigrantes y con 1.200 trabajadores muertos por accidentes laborales desde 2010? ¿Dónde se trabaja siete días a la semana y se perciben los salarios (de miseria) cuando quiere el empresario de turno? ¿En qué lugar de la globalidad neoliberal no se celebran elecciones generales ni existen partidos políticos ni sindicatos? Tómese su tiempo, la respuesta es difícil porque no existen referencias en portada ni análisis políticos rigurosos en los punteros medios de comunicación de masas. Dos pistas que pueden servirle de ayuda: no es Venezuela ni está relacionado con Putin.
La respuesta es Qatar o Catar, como usted prefiera. Una monarquía absoluta, amable y burdo eufemismo de dictadura medieval, bajo el yugo férreo de la dinastía familiar Al Zani desde el siglo XIX. El país se independizó de Gran Bretaña en 1971, siendo sus principales riquezas naturales el gas natural y las reservas de petróleo que pueden alcanzar un futuro estimado de 40 años más.
Para conseguir empleo en Catar es imprescindible un documento sui generis, visado o aval del patrono contratista, kafael o kafala, tanto para entrar como para salir del país, esto es, un salvoconducto hacia la esclavitud. La población no llega a los 2 millones de residentes, de los cuales solo 250.000 son ciudadanos de pleno derecho y un 85 por ciento extranjeros. La fuerza de trabajo foránea representa un 95 por ciento de la economía regular e irregular catarí.
En 2022, se celebrará en su territorio el Campeonato Mundial de Fútbol organizado por la FIFA, uno de los eventos más importantes de resonancia internacional. La construcción de estadios y otras infraestructuras, hoteles y hospitales, ha precisado de mano de obra barata y abundante desde 2010. Hasta hoy, 1.200 trabajadores inmigrantes indios y nepalíes se han dejado el aliento y la vida en las obras, aunque algunas fuentes elevan esa trágica estadística a 4.000 fallecidos.
Los datos son escalofriantes, pero no han ameritado ninguna censura contundente y sin paliativos de parte de la ONU, EE.UU. y la Unión Europea. Tampoco los mass media han mandado de urgencia enviados especiales a la zona. La esclavitud y los accidentes laborales, al parecer, no son entendidos como elementos fundamentales del sistema democrático ni de los derechos humanos, sobre todo cuando afecta a indios, nepalíes, iraníes y nacionales, mejor sería decir súbditos, procedentes de países norteafricanos, todos ellos colectivos inmigrantes mayoritarios en la tiranía de Catar.
Catar es un escenario ideal para rodar una película de aventuras, diminuto y desértico, casi sin manantiales de agua. Eso sí, se considera que posee la mayor renta per cápita a escala mundial, lo que tapa ideológica y mediáticamente sus profundas carencias democráticas, su régimen esclavista y sus desigualdades siderales. Lo que sí tiene en cantidades desorbitadas es pena de muerte, castigos punitivos a latigazos, detenciones arbitrarias por periodos de 6 meses, trabajo forzoso, trata de personas, explotación sexual de mujeres y niñas y un servicio doméstico de cerca de 300.000 empleadas sumergidas en tierra de nadie no regulado por normativas legales. Todo un ejemplo, como se advierte a primera vista, en materia de posmodernidad y desarrollo democrático. No como Venezuela y la Rusia del presidente Putin, of course.
Los vecinos aliados de Catar son Arabia Saudí, Baréin, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y Omán, países homologados por los mercados financieros como democracias capitalistas intachables y cuasi perfectas. Forman un bloque político reaccionario de presión, hegemónico en Oriente Medio, avalado por los intereses particulares geoestratégicos de Washington y Bruselas.
La diplomacia catarí juega a varias bandas y a la confusión permanente en su zona de influencia. Los petrodólares se invierten de modo táctico en varios frentes simultáneos y contrapuestos, alentando tanto a los extremismos yihadistas como a las cándidas y juveniles primaveras árabes de nueva hornada que conmocionaron emocionalmente hace nada a la poco exigente opinión pública de EE.UU. y Europa. Su finalidad es mantener en un equilibro inestable las inquietudes populares para así mejor manipular y radicalizar las contradicciones históricas y sociales en favor de sus propias metas y objetivos políticos y macroeconómicos, configurándose como la fábrica favorita de rebeldes para la OTAN y la CIA en misiones especiales y encubiertas dentro de Sudán, Libia, Siria, Malí y Argelia. Catar exporta rebeldes contrarrevolucionarios e importa ingentes cantidades de material bélico a países occidentales, un toma y daca consensuado entre bastidores que fortalece a las multinacionales y al capitalismo beligerante del caos y la catástrofe constante vigente en la actualidad.
La radiografía expuesta en breves rasgos invitaría a pensar que EE.UU. y la OTAN estuviesen organizando una operación quirúrgica militar contra el feudo catarí por aquello de exportar o restablecer la democracia occidental y los derechos humanos universales de manera altruista y desinteresada. Pero no, ahora mismo están muy ocupados en desestabilizar la revolución bolivariana en Venezuela y sus evidentes logros sociales y en convertir en monstruo diabólico a Vladimir Putin por los acontecimientos recientes de Ucrania. Las legítimas y repetidas victorias electorales de Hugo Chávez y Nicolás Maduro y el referéndum de Crimea no son actos políticos de genuina democracia para Obama, Merkel y sus adláteres de la órbita capitalista. Democracia es, única y exclusivamente, lo que digan que es Washington y Bruselas. Y, faltaría más, Catar es una democracia de pura cepa.
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