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España 1936 ¿Pudo evitarse la guerra?

Fuentes: Rebelión

Es conocido que la proclamación de la Segunda República fue la muestra de un repliegue momentáneo de las clases dominantes ocasionado por la presión popular y el fracaso de la monarquía. Esa conquista inicial no se tradujo en una victoria consolidad de las clases populares. En efecto, con el derrocamiento de la monarquía se produjeron […]

Es conocido que la proclamación de la Segunda República fue la muestra de un repliegue momentáneo de las clases dominantes ocasionado por la presión popular y el fracaso de la monarquía. Esa conquista inicial no se tradujo en una victoria consolidad de las clases populares. En efecto, con el derrocamiento de la monarquía se produjeron cambios notorios en la vida política española. Pero, como recordaba el dirigente comunista José Díaz el 6 de junio de 1936, los primeros meses de la política republicana, bajo los gobiernos de coalición, no dieron satisfacción a las exigencias fundamentales de los trabajadores, especialmente de los campesinos, y dejaron intactas las bases materiales de la reacción. Ésta fue precisamente, una de las causas que ayudaron al desarrollo del golpismo y del fascismo en España. En opinión de José Díaz en aquellas mismas fechas, a esta causa se sumaron, entre otras, cinco, más:

1) Los reaccionarios se apoyaron en las cooperativas católicas y los sindicatos agrícolas de crédito para influir sobre los campesinos en diferentes provincias de España. 2) Respaldados por la influencia económica y política de la iglesia, abusaron de los sentimientos religiosos de las masas, especialmente de la mujer con el fin de utilizarlas contra la República. 3) Contaron con ayuda financiera constante y abundante de los bancos, de los terratenientes y de los grandes capitalistas. 4) Se aprovecharon de la permanencia de la CEDA (Confederación española de derechas autónomas) en el gobierno para fortalecer sus posiciones dentro de los aparatos del Estado, principalmente en el ejército, la magistratura y la policía.5) Y además, el proletariado, que era el iniciador y dirigente de la lucha antifascista, no estaba solidamente unido ni en lo político ni en lo sindical.

La situación de insatisfacción popular y amenaza fascista que acabamos de describir, pudo haberse trucado a partir del 16 de febrero de 1936 con la victoria del Frente Popular. La constitución de dicho frente fue un importante paso en la unidad de acción del proletariado, el campesinado y los republicanos de izquierda. La aplicación integra de su programa permitía debilitar la base económica de los reaccionarios. Y, teóricamente, el gobierno estaba en condiciones de depurar los aparatos del Estado y reprimir legalmente a los golpistas.

No obstante, a pesar de que durante los meses inmediatos a la victoria electoral se hicieron realidad una serie de aspiraciones de las clases trabajadores, la mayor de las formaciones políticas que integraban el Frente Popular no fueron capaces de aprovechar aquella situación y cometieron errores de bulto. Por una parte, el gobierno, compuesto exclusivamente por republicanos burgueses, no tuvo la resolución ni la fuerza para enfrentarse eficazmente a los golpistas. Y por la otra, el PSOE se mantuvo a la expectativa, esperando que los republicanos se desgastasen, en vez de participar en el gobierno y aportarle la fuerza que le daba el ser el partido obrero mayoritario.

Mientras tanto, desde fuera del Frente Popular, los anarcosindicalistas, muy influyentes entre el proletariado y el campesinado, no superaron el apoliticismo y el individualismo que, entre otras cosas, los caracterizaban.

En cambio, el PCE, supo deshacerse de la mayoría de errores -izquierdistas y sectarios en su caso- que tanto daño le hicieron en los primeros años de la República. Gracias a ello pudo aplicar una política justa en lo fundamental:

En los meses y semanas antes del golpe, señaló la inminencia del mismo y la irresponsabilidad con que se estaba actuando, abogó por fortalecer la unidad popular, exigió al gobierno medidas enérgicas contra los conspiradores y los que ya se habían distinguido en la represión de la Comuna asturiana, movilizó a los trabajadores en la medida de sus fuerzas, y se opuso a los actos vandálicos y al terrorismo individualista.

Si se hubiese llevado ante los tribunales a los responsables de los crímenes cometidos en Asturias en 1934, quizás, el 18 de julio, Franco, Yagüe u otros militares no habrían gozado de libertad de movimiento para encabezar el golpe.

Apartando del ejército a los jefes más destacados por su beligerancia contra la República, la red conspiradora habría perdido capacidad de organizar en pocos meses el levantamiento, y se hubiese ganado un tiempo precioso para llevar a cabo otras medidas que debilitase la reacción,…

Pero los republicanos, con el gobierno en sus manos, pronto quedaron desbordados por los acontecimientos. Los socialistas, además divididos, sólo actuaron desde la calle. Y los comunistas carecían aún de suficiente capacidad e influencia, por lo que su intervención no pudo ser decisiva. Así se perdió una posibilidad excepcional.

Aunque ya casi nadie presenta los hechos de mediados de julio de 1936 como un «alzamiento nacional», todavía se olvida o se quiere olvidar que aquello fue un golpe de estado protagonizado por unos militares que, burlando la soberanía popular y sus juramentos de fidelidad a la República, pretendían instaurar un régimen fascista.

Es cierto que en 1936 los españoles estaban divididos en dos posiciones antagónicas, pero esta división no tenía por qué degenerar en enfrentamiento bélico. Y menos aún, si se tiene en cuenta que los pequeños núcleos armados existentes eran del todo insuficientes para imponerse, o simplemente para desencadenar una guerra. Sólo el ejército podía hacerlo. Precisamente por esto los reaccionarios lo convirtieron en el centro de sus atenciones y en él encontraros receptores y a cómplices.

No podemos entender la actuación de los golpistas si olvidamos que desde el siglo XIX el ejército español se había distinguido, tanto por su tradición intervencionista en los asuntos políticos como por su actuación en las guerras coloniales y en la represión en el interior del país. La República, con las reformas de Azaña, intentó modernizarlo y someterlo a la voluntad del gobierno. Sin embargo, ni supo renunciar a la opresión colonial en África (forja de una casta de oficiales «africanistas» que, gracias a los rápidos ascenso ocupaban puestos clave), ni impidió que los militares desempeñasen de nuevo funciones represivas. De ahí que fuese África, donde se encontraban las mejores unidades (regulares y legionarios), el lugar escogido para inicial la sublevación. Como tampoco fue sorpresa que, al frente de ella, se colocaran militares que habían destacado por su brutalidad.

No obstante, sería erróneo ver tan sólo a un sector del ejército como responsable del golpe. Su ejecución fue posible gracias al estímulo y a la complicidad de una parte de las fuerzas políticas y sociales de la derecha que no estaban dispuestas a aceptar de ninguna manera la realización del programa democrático del Frente Popular.

No nos adentraremos, en esta ocasión, en el análisis de las repercusiones que tuvo en la guerra la situación internacional. Señalemos solamente que en 1936 el fascismo estaba en auge.

Ahora bien, mientras, en Italia y sobre todo en Alemania, la locura fascista arrastraba a masas, aquí, por el contrario, lo que predominaba era el sentimiento antifascista. Esta era precisamente la otra cara de la moneda.

¿Qué pretendían los insurrectos? Primero, controlar el Protectorado español de Marruecos y trasladar a una parte de las tropas a la Península. Segundo, sublevar las guarniciones españolas, la marina y la aviación. Y tercero, imponer en Madrid un gobierno tutelado por una junta de generales. A pesar de la ineficacia gubernamental, sólo lograron parcialmente sus objetivos. Se lo impidió el heroísmo de miles de obreros y campesinos, de los soldados y marineros, de los carabineros, oficiales, suboficiales y guardias civiles fieles a la República, y el de muchos otros sectores populares. Es fácil valorar la magnitud que tuvo la respuesta de las masas, si la comparamos con otros ejemplos españoles o extranjeros. ¡Fue excepcional!

Como recordaba el general Modesto, España fue rota en dos: El examen comparativo de las dos zonas daba un balance decididamente favorable a la España leal, tanto en territorio y población como en potencia industrial.

La sublevación fascista tenía una importante desventaja, al tener dividido el territorio ocupado en tres zonas: 1/ Marruecos, separado de la Península por el foso del Estrecho. 2/Andalucía occidental, donde por aquellos días eran dueños prácticamente del terreno que pisaban y nada más. 3/El Norte, donde a excepción de Navarra, Valladolid, Burgos, Zamora y Salamanca, la situación de los sublevados era tan precaria como en Andalucía. Por el desenlace, a favor del pueblo, de la sublevación en la Flota de guerra, la República tenía el dominio del mar y la posibilidad de impedir el paso del Estrecho por el ejército de África. Este era el principal problema al que se enfrentaban los republicanos. La ventaja de los sediciosos consistía en que la sublevación y las incidencias de la lucha en sus comienzos descoyuntaron las fuerzas militares en la zona republicana, hasta dejarla casi sin ejército. La mayoría de las fuerzas operativas quedó en manos de los generales y jefes que encabezaron el golpe.

Ocasionada esta división, era evidente que aquel golpe de estado fracasado se había convertido en algo más complejo: una guerra civil.