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Salud mental

España sigue sin un plan de prevención ante el aumento de los suicidios

Fuentes: El Salto

Colectivos y profesionales de la prevención del suicidio impulsan un manifiesto para exigir al Estado la creación de una estrategia nacional que reduzca la incidencia de lo que ya es “la primera causa externa de mortalidad en España y uno de los problemas sociales más importantes en la actualidad”.

En España, más de 4.000 personas —4.003 en 2021, 4.097 según datos provisionales en 2022— se suicidan al año. Se trata de una estadística que, además, no ha parado de crecer, y que omite otra realidad: la de intentos de suicido. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que hay 20 intentos por cada suicidio, o sea, 80.000. Once suicidios al día, 220 intentos en el país. A pesar de eso, España todavía sigue sin un plan nacional para la prevención del suicidio, algo con lo que sí que cuentan otros países europeos como Dinamarca, Suiza, Noruega, Alemania, Austria o Escocia, entre otros. 

Las cifras implican que el suicidio ya se coloca como la primera causa de muerte externa en España. Sergio Tubío, bombero en Madrid y especialista en intervenciones en crisis suicida, lo corrobora en su trabajo. Hace balance y, de las no naturales, las muertes por suicidio son las que más ha visto en los 15 años que lleva en el cuerpo, dice. “Al principio, nadie te prepara para esto. Te imaginas rescates, accidentes de tráfico, incendios, pero luego te das de golpe con esta realidad”, resume. Tubío, que impulsó la creación de la unidad de intervención en tentativas de suicidio de los Bomberos de Madrid —que ya ha formado a más de mil profesionales en la materia— es uno de los 46 firmantes del manifiesto para la creación de un Plan Nacional de prevención del suicidio que, bajo el lema #HagamosUnPlan, reúne a numerosas asociaciones y profesionales de distintas disciplinas para exigir unas estrategias de prevención y sensibilización que aborde lo que catalogan como “uno de los problemas sociales más importantes en la actualidad”.

El plan insiste en definir el suicidio como algo “multifactorial” y define como un “error” el pensar que solo las personas “con problemas de salud mental” se suicidan. Para Fátima Masoud, miembro del colectivo Orgullo Loco, uno de los problemas del abordaje del suicidio en términos generales es la omisión de cómo intervienen en este fenómeno “los determinantes sociales y las opresiones del sistema”. “Creo que en general hay una tendencia a mandar al psicólogo o medicar a la población, cuando a veces el problema es que no puedes pagar tu casa o las violencias que sufres”, expresa. En cualquier caso, existe un punto de consenso de en qué momento se desarrollan la ideación suicida: cuando las situaciones vividas pasan a provocar “un profundo sentimiento de sufrimiento y desesperanza”, definido desde el ámbito sanitario este último como “el estado subjetivo en que la persona percibe pocas o ninguna alternativa o elecciones personales, y es incapaz de movilizar su energía en su propio provecho”.

La inexistencia de un perfil

La mayoría de las personas que mueren por suicidio (75%) son hombres. “Hay hipótesis para explicarlo, como un mayor grado de impulsividad o el hecho de que el nivel de letalidad de los métodos empleados es más alto”, explica Manon Moreno, psicóloga general sanitaria, investigadora y fundadora de DBT-Madrid. A ello que se podría añadir la relación sobre mandatos de género señalada por numerosos autores. Pero aunque hay más muertes por suicidios de varones, apunta la doctora por la Universidad Autónoma de Madrid, las mujeres lo intentan más —alrededor de tres veces más, se calcula—, solo que los métodos difieren entre ambos sexos.

Por grupos de edad, si bien las cifras más elevadas de muertes por suicidio se encuentran entre los 50-59 años de edad (867) y los 40-49 años de edad (793), en dos años la cifra de menores de 15 años se había duplicado. Ningún grupo de edad está exento: también los jóvenes se suicidan, y aunque los más mediáticos responden a casos de bullying que ahora, lejos de quedar en un espacio geográfico limitado —como puede ser la escuela— se trasladan también a las redes sociales, desde Orgullo Loco no descartan que el aumenta tenga que ver con el sentimiento de incertidumbre generalizado entre muchos jóvenes. Pero si se habla de edades, para Tubío, es necesario hablar de tasas de incidencia: por 100.000 habitantes, las personas mayores de 70 años presentan la mayor tasa de muertes por suicidio, lo que tiene que ver no solo con un tema de dolencias físicas o crónicas, sino también emocionales: “Hay mucha soledad, y eso también es un problema que debemos afrontar como sociedad”.

“No existe un perfil, existen factores de riesgo”, resume Manon Moreno. Alicia Álvarez García, directora asistencial y de investigación de la Unidad de Crisis de Barcelona (UTCCB) de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), corrobora esta afirmación y lo argumenta con los resultados de una investigación que elaboró hace algún tiempo cuando percibió que el perfil de muertes por suicidio estaba cambiando: la psicóloga se percató de que justo un año antes de que el Gobierno dijera que España estaba en crisis [en 2008], el número de suicidios se había incrementado exponencialmente y los rangos de edad habían pasado a ser mucho más variados: “Para mí esto es un indicador de que la población ya estaba sufriendo. Ya éramos conscientes de que había una crisis, aunque nadie lo hubiera verbalizado”. 

Más allá de la patologización

Lo que señala la psicóloga de la UAB guarda relación con la reflexión alrededor de los condicionantes materiales expuesta por Masoud. Uno de los factores de riesgo descritos por la literatura a la hora de cometer un suicidio es tener un trastorno diagnosticado, pero numerosos estudios apuntan que las personas de clase social baja presentan, a su vez, mayores índices de ansiedad y depresión. “Creo que se sigue favoreciendo un modelo biomédico a la vez que existe un claro desmantelamiento del estado de bienestar”, resume la integrante de Orgullo Loco, para quien la estrategia pasa por “algo mucho más estructural”, que no omita a colectivos con altos índices de ideación suicida —planes para acabar con la transfobia, protocolos útiles en caso de acoso escolar, víctimas de violencias machistas…— y que contemple la cuestión de “las violencias psiquiátricas que se ejercen sobre las personas que intentan el suicidio”.

Álvarez profundiza en la cuestión social: “Va mucho más allá de ir al psicólogo. Yo atiendo en consulta a personas que están pendientes de un desahucio, que tienen tres hijos, que no tienen dinero y prácticamente malviven. Esas personas están en plena crisis, y las intervenciones psicológicas en ese sentido son de contención. Puedes hacer un trabajo para que puedan gestionar mejor el estrés, para paliar las secuelas de una situación de violencia, pero la situación es la que es y eso no lo vamos a cambiar desde una terapia psicológica”, resume. Al hilo de esto, Moreno alude a una obligación: el abordaje de la ideación suicida debe sermultifacético, es decir, “no atajarlo solo desde un punto de vista médico, sino también a nivel social y económico”.

Para Teresa Santana, firmante del manifiesto y superviviente del suicidio, “la sociedad en la que vivimos está condicionando los índices de ansiedad y la depresión”. Sin ir más lejos, España es el país líder en consumo de ansiolíticos. Es una situación, prosigue Santana, “que creo que el covid ha agudizado muchísimo: las exigencias, la carga de trabajo que hay, está todo como más extremo, y vivir con factores estresores llevan a situaciones verdaderamente dramáticas y muy peligrosas a nivel a nivel mental”, resume. Tubío concuerda con estas reflexiones, pero matiza: “La conducta suicida se desarrolla por una serie de problemas que se vuelven insalvables con los recursos que una persona tiene. Es como una balanza en la que lo que te hace sufrir empieza a pesar más que los recursos que tienes en el otro lado. Hay muchos factores que están en un lado de la balanza y la desequilibran progresivamente, hasta que a menudo llega un precipitante que la desequilibra del todo”.

Por eso, dice el bombero, es importante incidir en que el suicidio es multicausal. Es decir, tener diagnosticado un trastorno mental no implica necesariamente la ideación suicida, del mismo modo que no todas las personas que se someten a un “evento estresante” —algún duelo, situación de maltrato, diagnóstico de una enfermedad, desempleo, acoso o explotación laboral, violencia machista, racismo, transfobia…— sufren intentos, pero sí son todos ellos factores que pueden ir a parar a esa otra parte de la balanza. “Ahí entran en juego condicionantes individuales como las estrategias de afrontamiento que tengas, los niveles de resiliencia que tengas en ese momento, la ayuda que te puedan brindar en ese momento, la calidad de la ayuda que te puedan brindar en ese momento…”, expresa Álvarez. 

Ella perdió a un familiar por muerte por suicidio, y se refiere a él como “una víctima más del covid”. No por el virus en sí, sino por todo lo que trajo a nivel social y económico; él tenía una pyme “y una de las cosas que más le atormentaban es que sus empleadas no estaban cobrando el ERE, había mucho más, claro, pero eso le atormentaba; fue un cúmulo de circunstancias que le llevó a tomar una decisión que yo no comparto para nada, pero que con el tiempo he aprendido a respetar”. La pandemia incrementó el número de suicidios, algo que en parte también se explica, recuerda la experta, porque todos los factores de resiliencia para afrontar una situación emocional dura —planes de ocio, apoyarse en el círculo familiar o de amigos, hacer deporte…— estaban prohibidos durante el confinamiento.

Cómo debe ser el plan estatal

Teresa Santana es una de las firmantes del manifiesto y, pese a que su trabajo como funcionaria interina de la administración de justicia de Gran Canaria pudiera parecer tener poco que ver —en realidad sí guarda relación— con la iniciativa #HagamosUnPlan, también ha acompañado a personas y familiares de personas con ideación suicida y es la impulsora de la web Seretuvoz.org. Su interés por acompañar a personas con ideación suicida parte de sus propia vivencia. Santana tuvo dos intentos: el primero en 2009, tras un aborto después de seis meses de embarazo. El segundo, el año pasado, cuando el diagnóstico de un ictus de su padre derivó en una situación familiar muy compleja. 

Para ella, sensibilizar acerca del suicidio es el principal punto para su prevención. El manifiesto lanzado por los 40 firmantes reúne diversos aspectos que responden a este análisis del suicidio como algo multifactorial: las demandas van desde sensibilizar a la población general, al comercio, a las grandes marcas y a los medios de comunicación hasta mejorar los estudios estadísticos y crear un Observatorio, pasando por generar medidas de contingencia destinadas a redes sociales, introducir la temática del suicidio en estudios de grado y posgrado, atender y cuidar la calidad de los servicios especializados de Salud Mental, potenciar la atención primaria y especializada en los servicios sociales  y promover programas de actuación comunitaria, entre otros.

Teresa Santana afirma que todos los puntos del manifiesto son importantes, pero reconoce que, quizás por su vivencia, el trabajo con la comunidad es el punto que le parece más urgente: “En algún momento puntual a todos nos puede venir alguien a decirnos que tiene ideaciones suicidas, y creo que sería bueno saber qué hacer, cómo escucharle o que debo, qué feedback darle a esa persona”. Por su parte, Sergio Tubío hace referencia a la necesidad de una “mayor dotación de recursos en el ámbito de la salud mental”, para no limitar el acceso a este tipo de atención a unos pocos. Mientras Manon Moreno incide en la necesidad de una mayor investigación que se traduzca en estrategias de prevención útiles —y señala el caso de Dinamarca, donde un abordaje multidisciplinar bien planificado redujo los índices de suicidio— y de asesorar los medios de comunicación, Alicia Álvarez se muestra más categórica: “Como es una cosa multifactorial, todos son súper importantes”, resume. Estas dos últimas investigadoras, además, apostillan: desde el punto de vista puramente económico, las estrategias de prevención, canalizadas a través de un Plan Nacional que fije unos mínimos para que las comunidades autónomas actúen en materia de prevención, intervención y posvención, supondría un importante ahorro para el Estado, dicen, más allá de las ventajas sociales. 

Las personas entrevistadas concuerdan en una cosa: la mayoría de veces, quien se suicida no busca tanto el hecho de morir como el de acabar con un sufrimiento insoportable, de poner fin a esa sensación de desesperanza total y absoluta. Por eso atajarlo implica abordar muchos ámbitos al mismo tiempo. Pero hay un primer paso, algo que debe tenerse en cuenta: hablar responsablemente del suicidio puede ayudar. ¿Por qué no se habla? “La ideación suicida o del propio suicidio no es más que una situación en donde las personas son a su vez víctimas de una sociedad que se oculta todo, en donde tenemos que estar siempre bien”, reflexiona Santana. Álvarez concuerda, y añade otra cuestión sociocultural: “Todavía existe mucho estigma sobre la salud mental y eso, sumado al tabú que hay alrededor de la muerte, no ayuda”. A lo mejor, dice, es el momento de cambiarlo.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/salud-mental/espana-sigue-plan-nacional-prevencion-aumento-suicidios