Un efecto relativamente positivo de esta crisis y de sus efectos sobre la legitimidad del orden político vigente en España es que las figuras políticas más notables se ven obligadas, o tal vez deseosas, de intervenir más que nunca en los medios. Hace unas semanas, Felipe González hacía por el PSOE lo que el propio […]
Un efecto relativamente positivo de esta crisis y de sus efectos sobre la legitimidad del orden político vigente en España es que las figuras políticas más notables se ven obligadas, o tal vez deseosas, de intervenir más que nunca en los medios. Hace unas semanas, Felipe González hacía por el PSOE lo que el propio partido no estaba siendo capaz de hacer (pensar y reaccionar) y les daba, en una entrevista concedida a El País, una hoja de ruta que, aunque incapaz de embaucar a quienes conservamos un poco de memoria política, por lo menos podría servir para permitir al PSOE entrar en la senda de la recuperación progresiva de la credibilidad perdida. También hemos leído, precisamente hoy, a Rubalcaba en El País, intentando enderezar el rumbo errático de un partido político del que sólo quedaba la marca y que, en las actuales circunstancias, hasta eso ha perdido. Y, por último, hemos podido leer a García-Margallo en La Razón, reflexionando sobre la situación en que se encuentra Siria e informando sucintamente acerca del papel jugado por España en el intento de gestión internacional de esta crisis política que se ramifica por todo Oriente Próximo.
Como mecanismo de rendición de cuentas, la redacción de artículos da sobrada cuenta de la población a la que se quiere llegar; la prensa escrita tiene, sea donde sea, un cierto regusto burgués, liberal en cierta forma, en la medida en que confía en la constitución de la «opinión pública» como producto del debate ilustrado cuando, en los tiempos que corren, la «opinión pública» ya funciona como técnica, como dispositivo de poder que conforma mentalidades a partir del trabajo mecánico sobre los receptores [1]. Medios más modernos como la radio, y sobre todo la televisión y el cine, son en cualquier caso mucho más efectivos y de alcance mayor que la prensa (más aún cuando se trata de artículos de opinión y no de consultar los resultados deportivos u ojear fotografías y titulares impactantes). El «receptor» ideal de esos artículos no es la gran masa; a esa la alcanza el bombardeo televisivo. Esto es para quienes necesitan ser convencidos (o cuyas opiniones necesitan ser formadas) a través de medios más sofisticados.
Pero leerlos tiene sus ventajas. Sobre todo porque nuestros políticos tienen poca experiencia en algo que los líderes políticos latinoamericanos (los que han dado institucionalmente la batalla en procesos de cambio social) dominan porque en ello les va el puesto: dar explicaciones. Fidel o Chávez han adquirido un dominio de la materia con el que Rubalcaba o Margallo sólo pueden soñar porque ellos jamás se han encontrado en la situación de lidiar con una opinión pública que realmente los pone a prueba; sólo conocen dos tipos de situaciones: aquellas en las que la opinión pública es un producto de las instituciones y está siempre a su favor; o aquellas (como la actual) en las que la opinión pública se hace ingobernable y entonces se encuentra la manera de gobernar sin ella. Dada esta falta de experiencia, y por tanto de maestría, los fallos son inevitables, y Margallo ha cometido uno en relación con Siria que, por supuesto, no nos revela nada que no sepamos, pero dice mucho sobre el trasfondo del resto del contenido del artículo.
Antes de pasar a ello, sin embargo, conviene decir unas palabras sobre la cobertura que los medios hacen del conflicto sirio y sobre su percepción en el seno de la izquierda española (asumiendo que de ambos asuntos podemos decir muy poco, casi nada, y sólo por aproximación). El retrato del conflicto político sirio se ha presentado desde el principio como una cuestión puramente moral; se ha retratado al «clan Assad» como un grupo humano abyecto y cruel, situado en esa delgada línea que separa a «la Humanidad» del «Eje del Mal». Las izquierdas españolas (como las árabes) [2] han tenido problemas para construir una posición homogénea, sobre todo por la vulnerabilidad ideológica de éstas ante el argumento moral: es difícil comprender, asumir, que el enemigo no tiene que ser malo para ser el enemigo; por lo tanto, es todavía más difícil construir una posición política que defina al enemigo desde el punto de vista del poder y no desde el punto de vista de la moral; y por eso es aún más difícil hacer ver que allí donde el enemigo se perfila sólo a través de argumentos morales (aunque existan los políticos) hemos de tomar posiciones con pies de plomo. La consecuencia de esto es que se ha generado una situación perversa en la que a ciertas izquierdas se las pretende obligar, como le ha pasado a la izquierda abertzale con ETA, a tener que someterse a un examen de moralidad que incluya, como correlato al «rechazo de la violencia», el «rechazo al régimen de Assad». Es una cuestión de dignidad política el no entrar en un juego que es por una parte inútil y por otra dañino: inútil si se trata de declarar explícitamente algo que va de suyo; dañino si evita que hagamos esa distinción crucial entre lo político y lo moral. Por suerte, la manifestación explícita de las diferentes tendencias y opiniones, así como la bendita existencia de un cierto sentido común, han hecho posible que el posicionamiento político explícito de la izquierda social haya sido cauto, extremadamente precavido. A pesar de todo, cuando nos remitimos a los hechos (a si hay movilizaciones o no las hay, a si son masivas o no lo son) parece evidente que no hay esfuerzo comunicativo que consiga «aclarar» el conflicto sirio (tampoco fue posible con el libio) hasta el punto de que sea posible una manifestación masiva y constante de malestar popular como sucede en el caso palestino, tantas veces traído a colación en un intento por comparar dos causas «moralmente justas» pero muy distintas desde el punto de vista del poder. Si el río suena, es que agua lleva.
De todos modos, la situación es suficientemente conflictiva como para que no baste con el posicionamiento sincero, de argumentos sólidos, pero (creemos) políticamente equivocado de una parte de la izquierda. Asociaciones y grupos de defensa del pueblo sirio han surgido como setas (apenas hay formaciones de largo recorrido y es curioso que sea así, visto el historial del gobierno de Assad que estos mismos grupos resumen cada vez); escriben manifiestos, conceden entrevistas y escriben artículos [3]. También opinadores de medios que se podrían considerar respetables escriben artículos que parten, pura y llanamente, de negar la realidad más evidente en lo que se refiere al tratamiento informativo del conflicto sirio [4]. Y aun así hay algo que se resiste, que no se doblega, en la mente colectiva de la re-politizada sociedad española.
Pero vamos, por fin, con Margallo. El Ministro, además de lamentarse de lo improbable que es que el Consejo de Seguridad consiga tomar una decisión vinculante que pueda ir, esos son los deseos del Ministro, desde la creación de corredores humanitarios y zonas de refugio hasta el establecimiento de una zona de exclusión aérea, nos regala un lapsus maravilloso. Hacia el final del artículo el Ministro quiere subrayar algo que ha dicho anteriormente, a saber, la necesidad de que los opositores sirios se pongan de acuerdo para constituir un grupo político de objetivos comunes que abogue por una transición «a la española» (inclusiva, dice), dejando fuera, claro, a los grupos que no renuncien explícitamente a la violencia (esos que se encarguen ahora del «trabajo sucio», por supuesto). El propósito, es, evidentemente, que a pesar de la sangre derramada sea posible un cambio de régimen y una reorganización político-territorial progresiva, controlada, que en Iraq y en Afganistán se va desarrollando a trompicones y con la molesta mediación de tropas de ocupación, que es siempre un riesgo molesto que correr.
Está, repetimos, enfatizando que esa transición política ha de ser el objetivo último de los opositores sirios, cuando se le escapa un fallo: «En estos momentos, todas las opciones están abiertas. España apoyará las que en el marco de la legalidad internacional mejor sirvan para acabar con la violencia armada y poner en marcha un proceso político intrusivo que satisfaga las aspiraciones del pueblo sirio». Sí, sí, han leído bien: «intrusivo». Y con ese lapsus, el Ministro nos lo dice todo.
A partir de ahí, es posible reinterpretar todo lo que nos ha contado. Que España ha sido un miembro activo del Grupo de Amigos del Pueblo Sirio. Que España patrocinó junto con otros países la iniciativa de resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas (una resolución que, como dice Margallo, no es nada imparcial sino que carga evidentemente contra el régimen de Damasco). Que España, al haber hecho bien los deberes, forma parte del «Core Group» que reúne a los miembros más activos del Grupo de Amigos del Pueblo Sirio. Que España ha donado 400’000 euros «principalmente» a Cruz Roja para asistir a la población que sufre las condiciones de la guerra en el centro del país. Todo eso, hasta lo más incuestionablemente humanitario y razonable, tiene como propósito la apertura de un «intrusivo proceso de transición» en Siria.
¿Qué más queremos que nos diga el Ministro?
Notas:
[1] Los medios alternativos no funcionan, por desgracia, de forma muy distinta. Allí donde surge un tema «importante», y la «importancia» puede venir determinada por su relevancia previa en los medios convencionales (como el caso de las Pussy Riot) o por la necesidad de dar una perspectiva silenciada de la cuestión (como pueden ser las movilizaciones del 15M), la función de los medios contrainformativos termina siendo la de transmitir a sus lectores (muchos o pocos, convencidos o dispuestos a dejarse convencer) el mensaje, igual de machacón en esencia, normalmente mejor argumentado, que quieren lanzar quienes no pueden acceder a los medios hegemónicos. Así, cuando no es posible conformar una opinión suficientemente homogénea (como en el caso de Siria), el esfuerzo de repetición se bifurca y se hace menos efectivo (si cabe) frente a la maquinaria pesada de los grandes medios.
[2] Véase, por ejemplo, este artículo sobre los argumentos de la izquierda árabe que se resiste a dejarse llevar por la furia anti-Assad.
[3] Un caso paradigmático de esto es el artículo de Ussama Jandali publicado en Rebelión hacia finales de Julio. No solamente es que el texto permite al autor hacer un despliegue argumental ridículo (como el de pretender, yendo en contra del más simplista de los planteamientos estratégicos, que si de verdad hubiese planes de intervención en Siria, ésta se habría producido inmediatamente después del derribo del caza turco), sino que además no existe, no se encuentra fácilmente al menos, una página oficial de la Asociación de Apoyo al Pueblo Sirio, que se supone que preside. Las únicas referencias inmediatas son entrevistas e intervenciones concedidas en prensa a diestro y siniestro, La Razón inclusive; algo que dice mucho del criterio político de alguien que luego no sólo interpela a la izquierda española sino que además pretende dar la solución definitiva a uno de los debates políticos más intensos de los últimos años.
[4] Como el infame «Seamos sirios», donde el autor es capaz de afirmar, como si tuviera la mínima posibilidad de ser cierto (se cura en salud, al menos, diciendo que se trata de la opinión de «un amigo sirio»), que los medios occidentales «apenas cuentan nada (sic) sobre la ola de sangre que asola el país, el régimen genocida que tortura a los opositores hasta la muerte y masacra por centenares a mujeres y a niños». Si en vez de Siria fuera el Cáucaso, el autor habría añadido, para transmitir una idea todavía más nítida y emotiva de la maldad del clan Assad, que las embarazadas son arrojadas a los perros, una crueldad que figura en prácticamente todo relato o denuncia de las múltiples, variadas y terribles limpiezas étnicas que han tenido lugar en la región, desde Chechenia hasta Georgia.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.