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España y Portugal: las clases en Terranova

Fuentes: Rebelión

A comienzos de los pasados años ochenta, se forjó una leyenda en mi memoria -una leyenda justa y justificada- sobre los gallegos que zarpaban del puerto de Vigo rumbo a Terranova, un caladero mágico donde, en tiempos, se largaba un caldero por la borda y se izaba lleno de bacalaos enormes. Cuentan los más viejos […]

A comienzos de los pasados años ochenta, se forjó una leyenda en mi memoria -una leyenda justa y justificada- sobre los gallegos que zarpaban del puerto de Vigo rumbo a Terranova, un caladero mágico donde, en tiempos, se largaba un caldero por la borda y se izaba lleno de bacalaos enormes.

Cuentan los más viejos que todo era llegar, largar el aparejo por la popa y llenar las bodegas como nunca se había visto. Yo había trabajado en algunos de esos arrastreros míticos -que en los ochenta ya habían sido expulsados del caladero canadiense- descargando sus bodegas en el puerto de Vigo cuando ya eran una leyenda cuesta abajo. Me imaginaba a esos marinos de Homero luchando contra las olas más frías del mundo, con el hielo tratando de hundir con su peso la cubierta antes de llegar a la colonia francesa de Saint-Pierre. Los que estuvieron allí y lo contaron dejan constancia de su dureza, una dureza que hizo multimillonarios a unos pocos que quedaban en tierra.

Más recientemente, durante estos últimos días he podido leer algo de su trabajo y charlar personalmente con Alvaro Garrido, un joven y eminente historiador portugués, director del Museu Marítimo de Ílhavo (Oporto), que durante años ha investigado la dramática historia de la pesca del bacalao en su país, especialmente en los tiempos de la dictadura de Salazar, en los que se obligaba bajo la amenaza de cárcel (era una cuestión de estado, como las levas medievales) a los marineros a enrolarse en los veleros de la desgraciada ‘Frota branca’. Una vez en el caladero, al que llegaban en un velero, los esclavos lusos eran puestos en unos pequeños botes individuales de remos (los doris) en los que pescaban a mano, con un anzuelo, durante 12 horas sobre las olas y el frío. Algunos morían de frío o se perdían en el océano, así hasta perder la cuenta de ellos. Compartieron aquel pedazo de mar con los primeros arrastreros gallegos de motor diésel.

Garrido ha escrito un interesantísimo trabajo de interpretación histórica en el sentido de centrar el estudio desde las víctimas y desde la política y la economía, de modo muy similar al gran historiador marxista C.L.R. James, que publicó el mejor libro escrito sobre la primera liberación de los esclavos negros, sucedida hace poco más de doscientos años en Haití.

Cuenta Garrido que el movimiento de los marineros portugueses -que acabó en una refriega del tirano Salazar- tuvo interesantes contactos con el comunismo español que en aquellos tiempos se oponía a la otra dictadura ibérica, la de Franco. No cuento todo esto por ser una historia tan oscura como interesante, sino porque a mí me gusta pensar que siempre hay alguien peor que nosotros y eso me impide caer en el victimismo, que es uno de los principales males de la sociedad actual. Cuando nos creemos el centro del universo -nunca lo somos- resultamos incapaces de ser solidarios.