El paro se ha disparado hasta los 4,6 millones de personas, casi el 20% de la población. Es el gran lastre de la economía española.Las calles se derriten bajo el sol de julio pero Yaquelín Lugo, nacida en Bahía Honda (Cuba) hace 31 años, llega a la cita con aspecto impecable. El pelo bien sujeto […]
El paro se ha disparado hasta los 4,6 millones de personas, casi el 20% de la población. Es el gran lastre de la economía española.
Las calles se derriten bajo el sol de julio pero Yaquelín Lugo, nacida en Bahía Honda (Cuba) hace 31 años, llega a la cita con aspecto impecable. El pelo bien sujeto con dos pinzas moradas, el color del blusón que viste. Vaqueros decorados con flores, bolso de raso verde con bordados -«Sí, es de los chinos», dice despectiva- y una sonrisa casi desafiante.
No es para menos, si se piensa que en lo más profundo de la crisis económica ella tiene empleo fijo. Es cajera en un supermercado de Colmenar Viejo (a unos 30 kilómetros al norte de Madrid). Pero del paro sabe mucho Yaquelín Lugo, que en febrero del año pasado, fue una de las personas sin trabajo entrevistadas por El País, cuando las cifras de desempleo todavía no habían tocado fondo, pero se aproximaban ya a esos casi cuatro millones de parados registrados actuales.
Ella y Patxi, de 56 años, el español con el que lleva ocho años casada, eran dos nombres más en la lista de víctimas de la crisis económica. Su marido, despedido de una empresa de transportes en septiembre de 2008, sigue en el paro, y sin perspectivas de salir de él. «Tú me dirás, a su edad no encuentra nada. Ya cobra el subsidio de parados mayores de 52 años, 412 euros mensuales», dice Yaquelín. ¿Cuánto gana ella? «Ay, pues ni lo sé, porque ellos te contratan por un mínimo de 70 horas mensuales y un máximo de 140. Pero como unos días sólo se trabaja cuatro horas, y otros 10, hay meses que cobro igual 340 euros y otros hasta 900 euros».
Ese horario a la carta, tan tentador en teoría, fue un caballo de batalla de Yaquelín desde que obtuvo este empleo. «Claro, porque significa mucho debate con las compañeras. Todas queremos los mismos turnos». Unos días trabaja cuatro horas, otros 10. A veces el horario es seguido, otras partido. «Y cuando tengo horario partido me paso 12 horas fuera de casa». Yaquelín vive con su marido en Bustarviejo, en la sierra norte, a 60 kilómetros de Madrid. Ella, cubana combativa donde las haya, organizó el primer comité sindical en el supermercado donde trabajaba.
La empresa se agarró a la crisis -alegó una caída de ventas de un 30%-, para no renovarle el contrato, pero ella recurrió a la Magistratura de Trabajo, ganó el juicio, y recuperó su puesto. Esta vez con horas libres para atender asuntos sindicales. Aunque ha descendido la conflictividad laboral. «La gente está muy quieta. Hay mucho miedo a perder el trabajo». Cosas de la crisis.
Yaquelín tiene su propia opinión sobre lo que ocurre. «Solo hay crisis para los parados y para las pequeñas y medianas empresas. A las grandes les va mejor que nunca», dice, y da un pequeño sorbo a su coca-cola light. «Cuanta más crisis hay, más compra la gente». Si lo sabrá ella, que pasa por el lector de barras el contenido de centenares de carritos de comida al día.
«Yo querría irme a Cuba ya, y fijo que me voy, mi camino está allá. Eso está escrito en la Biblia, vamos, aunque no soy creyente». Y no es que no sea consciente de las dificultades que atraviesa su país. «Carencias tiene Cuba. Pero es mejor eso que la tortura de vivir en la abundancia de aquí sin acceso a ella», dice con un movimiento de cabeza que hace oscilar los aros de colores que luce en las orejas.
Detrás de su presencia colorida hay muchas preocupaciones, pero se viste con alegría porque es optimista de nacimiento. De momento, la pareja sobrevive gracias a que el alquiler del piso no supera los 400 euros mensuales. Aunque han tenido que renunciar a muchas cosas.
A tener hijos, por ejemplo.
Mientras ella trabaja, su marido lleva la intendencia de la casa, compras, limpieza, comida. Y le sirve de chófer, porque Yaquelín no tiene todavía carné de conducir.
En su casa de Bustarviejo vive entregada a la nostalgia de su país, aunque se queja de que no todos en el pueblo respetan sus símbolos patrióticos. «Hace poco me rompieron un cristal donde había pegado una bandera de Cuba con una foto del Che, se ve que no le gustó a alguien y lanzó un zapato, o una piedra, no sé», dice con gesto de desprecio. Si no fuera porque su marido tiene familia aquí, y una hija de otro matrimonio, seguro que ya estarían en Cuba de regreso. «Pero sé de todas todas que yo le convenzo».
Fuente: http://www.tiempo.com.uy/lecturas/55-lec/5205-qesta-escrito-me-vuelvo-a-cubaq