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¿Está nervioso el PNV?

Fuentes: Gara

El PNV habla y habla de su decidida apuesta a favor de la apertura de un proceso democrático que traiga la paz y la solución del conflicto vasco. El PNV repite y repite su posición contraria a la dispersión de nuestros presos, a la Ley de Partidos y a la ilegalización de Batasuna. El PNV […]

El PNV habla y habla de su decidida apuesta a favor de la apertura de un proceso democrático que traiga la paz y la solución del conflicto vasco. El PNV repite y repite su posición contraria a la dispersión de nuestros presos, a la Ley de Partidos y a la ilegalización de Batasuna. El PNV proclama a los cuatro vientos su decidida defensa frente a Madrid del derecho a decidir de los vascos. Pero, una y otra vez, los hechos desmienten sus palabras, hasta el punto de que, traicionando por completo el espíritu de esa extraordinaria herramienta foral que era el contrafuero, la utiliza justo al revés y, en lugar del «se acata pero no se cumple», practica el «no se acata pero se cumple», y se dedica a cumplir escrupulosa- mente y con mano firme todas y cada una de las fascistas órdenes que le llegan desde Madrid, poniendo a su policía cipaya al servicio de la estrategia de guerra de PP-PSOE.

¿Tienen estas palpables contradicciones entre teoría y práctica alguna explicación? ¿Qué objetivo persigue la desmedida agresividad verbal que los dirigentes jeltzales exhiben últimamente contra la izquierda abertzale? ¿A qué corresponde la falta total de ética política en sus declaraciones, como, por ejemplo, las que realizó la portavoz del Gobierno Vasco Miren Azkarate (más que previsibles, por cierto) en torno a la jornada de paro y movilización convocada por LAB, que en la práctica justifican y apoyan el que desde la Audiencia Nacional llamen a declarar a Otegi, Olano, Barrena, Zulueta, Díez y Petrikorena? ¿Qué sentido tienen esas prisas de Ibarretxe por montar un «Consejo Político» con representantes del tripartito y esas amenazas con tomar las riendas del proceso a partir de setiempre, si, en su opinión, no se dan «avances significativos»? ¿Cómo es posible que se adivine una y otra vez la mano negra de EAJ en los repetidos intentos de boicotear cualquier iniciativa conjunta en la que no tiene presencia? ¿A qué viene ese empeño jeltzale en crear «clones infértiles» de organismos y proyectos impulsados por la izquierda abertzale para avanzar realmente hacia la territorialidad, el autogobierno y la solución del conflicto?

Quienes hemos seguido la trayectoria histórica del PNV y su práctica política de estos últimos treinta años de «democracia» sólo encontramos una explicación: el PNV está nervioso. Acostumbrado a ser el eje de la política institucional autonómica, y a apropiarse cínicamente, en base a su «centralidad», de los resultados de la valiente lucha política de la izquierda abertzale, la posibilidad de que se pueda ir generando un nuevo escenario en el que tenga que ceder protagonismo a otros actores le ha puesto en alerta.

En efecto. Un partido clientelista como el PNV no puede permitirse dejar de ser, como hasta ahora, «el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro», ni, dadas sus patentes ataduras con importantes sectores económicos privados, quedarse sin su enorme parte del pastel autonómico. Además, a un partido como EAJ, de derechas y, por tanto, autonomista a secas, le resulta peligroso que, después de cien años de engaño, pueda salir finalmente a la luz que su histórico «quiero pero no puedo» independentista no es (ni ha sido) sino un engañoso señuelo para pusilánimes, y que las prisas jeltzales por apuntarse a esa traición que fueron la «transición pactada» y el callejón sin salida estatutario se debieron no a un «alto ejercicio de responsabilidad política» sino, muy al contrario, a una gula desmedida por hacerse con parte del botín. Finalmente, una dirección política como la jeltzale, defensora institucional de los intereses neoliberales de la burguesía vasca, tiene como objetivo primordial convencer a sus representados de que la única vía política es esa «democracia representativa» que practican y en la que la única participación ciudadana consiste en votar (cosa que ni tan siquiera todos podemos hacer, por cierto).

Josu Jon Imaz y los suyos necesitan evitar a toda costa que la gente más honrada acabe comprendiendo que los avances que se den en Euskal Herria lo serán porque el sector más consciente del pueblo ha luchado sin cansancio durante largos años frente a los Estados español y francés y también, desgraciadamente, frente a quien tan fielmente les ha representado en la CAV: un siempre colaboracionista Euzko Alderdi Jeltzalea.

En historia se suele interpretar que, a veces, tras numerosos cambios cuantitativos, ocurre un cambio o un salto cualitativo que puede ser objetivo, pero también subjetivo. Desde esa perspectiva, es innegable la calidad de la respuesta a la convocatoria de paro y movilización organizada por la izquierda abertzale para el 9 de marzo, por lo que ésta representaba de novedoso y de cualitativamente diferente. No se trataba de hacer una huelga general en esos términos «anacrónicos» (plan años 70, como en la serie «Cuéntame») que «tan bien» nos describió Miren Azkarate. Se trataba de mostrar en el trabajo y en la calle que somos decenas de miles (y poco a poco, muchos más) los que consideramos nuestro deber mostrar nuestro frontal rechazo a la criminal política penitenciaria y de acoso contra la izquierda abertzale, y que es nuestro derecho tomar parte en la creación de un nuevo escenario. Y que, desde ese punto de vista, nos encontrábamos ante una jornada que subjetivamente considerábamos altamente positiva y democráticamente constructiva.

El PNV, claro está, la vivió de modo diferente, poniendo en evidencia con sus declaraciones y sus actuaciones antes, durante y después de la misma, que lo que le preocupa no es ir construyendo nuevas condiciones para poder avanzar, sino que pueda ir quedando al descubierto la intrínseca falsedad y la ineficacia práctica de su discurso y el hecho de que los jeltzales están dispuestos a lo que sea con tal de mantener sus cotas de poder y de protagonismo político.

Al PNV que, claro está, no es marxista, le cuesta comprender que no se puede detener a un pueblo en marcha ni a una potente fuerza política como la izquierda abertzale.