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¿Está pasando ahora?

Fuentes: Rebelión

«La energía nuclear es barata y segura». La opinión de una persona informada y tan poco sospechosa de radicalismo izquierdista como Cristina Narbona, ex ministra de Medio Ambiente, es justamente la contraria y la acaba de publicar en la prensa. ¿Es barata? Pues sí… es barata a condición de que los costes sean asumidos por […]

«La energía nuclear es barata y segura». La opinión de una persona informada y tan poco sospechosa de radicalismo izquierdista como Cristina Narbona, ex ministra de Medio Ambiente, es justamente la contraria y la acaba de publicar en la prensa.

¿Es barata? Pues sí… es barata a condición de que los costes sean asumidos por el Estado o, mejor dicho, hasta donde el gobierno de turno logre saquear a los ciudadanos. Los costes se dividen en primarios -la construcción de la central- y en secundarios -los que causan la prevención de los accidentes y los accidentes mismos-. ¿Cuánto le va a costar a Japón el cuidado de los 416.000 nuevos enfermos de cáncer que fuentes científicas nada alarmistas han calculado que generará el petardazo en Fukushima? ¿Cuánto se gasta Japón en los cuidados paliativos de las malformaciones congénitas que, tres generaciones después, todavía surgen en Hiroshima-Nagasaki? Incluso en una comarca tan alejada de Ucrania como el norte de Suecia los casos de cáncer de tiroides -el más directamente relacionado con lo nuclear- aumentaron en un 10% después de Chernobil 1986. La lista de gastos indirectos sería interminable.

En cuanto a lo de «segura», baste decir que el accidente de la central nuclear gringa de Harrisburg-Three Mile Island (1979) ocurrió porque a un obrero se le cayó una llave inglesa -no es broma-. Como la lista sería igualmente interminable, es suficiente recordar que, en 1966, a los EEUU se le cayeron tres bombas sobre el pueblo almeriense de Palomares. La hiper-sofisticada Fuerza Aérea USA no encontraba la tercera bomba hasta que hicieron caso a un pescador local. Y lo que es peor: 45 años después, los gringos siguen negándose a limpiar la tierra contaminada -y muy contaminante-.

Algunos podrán decir que estamos mezclando los usos civiles con los usos militares. De acuerdo. Ahora bien, ¿sabrían decirme cuál de ellos es más seguro? ¿Hiroshima o Fukushima? ¿los muchos Palomares más o menos censurados que en el mundo ha habido o Chernobil?

También podrán decir que en España no hay usos militares de la energía atómica. ¿Está usté seguro? ¿Y los aviones que circulan por Rota, Morón y Zaragoza cargados con las armas de uranio empobrecido que dispararán en Irak, Afganistán y que, hoy mismo, están disparando en Libia?

Como todos los grandes negocios, las centrales nucleares sólo son rentables si se socializan los gastos y se privatizan los ingresos. Las empresas de lo nuclear ganan incluso sin invertir ni trabajar. Dicho de otro modo, se arriesgan con red. Que la inversión no alcance los colosales beneficios esperados no les quita el sueño porque saben que el Estado las compensará -es decir, que pagaremos los ciudadanos-.

Por ejemplo, los españoles estamos pagando el beneficio que (dicen) dejaron de obtener desde que se decretó en 1984 una moratoria sobre la construcción de nuevas centrales nucleares. Las empresas declararon muy serias que iban a perder 729.000 millones de pesetas [4.382 millones de euros] pero lo mismo hubieran podido decir el doble o el triple. Desde hace catorce años estamos pagando ese ‘lucro cesante’ o canon nuclear -mejor lo llamaríamos «impuesto contra-revolucionario». Hasta 2006, ese canon nuclear representaba el 1,72% del recibo de la luz y, desde ese año, sólo pagamos el 0,33%… y lo pagaremos hasta el año 2015 incrementado con recargos disimulados.

En cuanto a la riqueza que dejan las centrales nucleares en las comarcas donde se instalan, los beneficios se reducen a unos cuantos jornales mientras se construyen y después, unas pocas docenas de puestos de trabajo en las secciones de limpieza y de seguridad. Ah!, y el canon que pagan a los ayuntamientos más cercanos. Ahora bien, los miserables euritos de esa tasa van unidos a un protocolo que tiene una letra pequeña que nadie quiere conocer.

Lo diremos: el Protocolo de Emergencia en caso de Accidente Nuclear estipula que la población que se encuentre en un radio de equis kilómetros alrededor de la central, NO podrá salir cuando se averíe la Central. La Guardia Civil acordonará la zona. Los habitantes de los pueblos ‘canonizados’ que no consigan escapar en minutos, tendrán que recluirse en sus casas bajo la delirante recomendación de que tapen con cinta aislante las junturas de puertas y ventanas. Los que consigan escabullirse, serán perseguidos, detenidos, aislados en pabellones semisecretos y procesados por atentado a la salud pública. Los familiares de unos y otros tendrán prohibido el ingreso a la Zona de Máxima Radiación y la visita a sus deudos encarcelados.

A pesar de los gobiernos, las empresas y los medios de comunicación, todo ello se ha sabido con el tiempo. Lo que no sabemos hoy es hasta dónde nos están mintiendo. Sabemos que nos están engañando porque siempre lo hacen -prueba de convicción-. Además, si lo han hecho desde que se descubrió el poder del átomo -prueba histórica-, ¿porqué habrían de abandonar una costumbre que les da excelentes resultados?

Como una prueba más de los delirios a los que han llegado los pro-nucleares y, sobre todo, como indicio razonable de hasta dónde pueden llegar hoy en sus manipulaciones, vaya a continuación un ejemplo de cómo una revista pretendidamente rigurosa presentaba los ensayos nucleares que se hicieron dentro de los mismísimos EEUU. Está fechado en 1953 y, si creemos que las gentes de aquel año eran tan listas o tan tontas como ahora somos nosotros, extraeremos la inevitable conclusión de que hoy nos están tratando los pro-nucleares con el mismo desprecio con el que trataron a nuestros abuelos.

El reportaje en cuestión se tituló Nevada aprende a vivir con el átomo. Mientras que las explosiones enseñan a civiles y soldados cómo sobrevivir en la guerra atómica, el Estado de la Artemisa se toma con tranquilidad las espectaculares pruebas y fue publicado en la revista National Geographic en junio de 1953 (*) Informa -es un decir- sobre las bombas atómicas que estaban ensayando en el desierto de Nevada. Aunque es todavía más criminal, no reproducimos el texto porque las fotos del reportaje lo dicen todo.

Lo único que añadimos por nuestra cuenta es: ¡ahora está pasando lo mismo!

(*) «Nevada Learns to Live with the Atom. While Blasts Teach Civilians and Soldiers Survival in Atomic War, the Sagebrush State Takes the Spectacular Tests in Stride», págs. 839-850 en National Geographic , june 1953.

FOTO nº 1. Rueda de prensa para informar sobre las maniobras. Obsérvense las líneas y siglas en el gráfico que el militar señala con un puntero:

GZ (Ground Zero, arriba drcha.) es el lugar del impacto de la bomba nuclear.

LD (Line of Departure), la raya horizontal que corta el gráfico a media altura, es la línea de trincheras desde donde, inmediatamente después de la explosión, saltarán 850 soldados para avanzar «contra el enemigo»; LD se encuentra a tres kilómetros del lugar del impacto.

News Nob (abajo, con círculos concéntricos), es donde alojan a los 600 periodistas, ocho kilómetros detrás de las trincheras y, por tanto, a once kilómetros de la explosión.

No nos dejemos engañar por lo ridículo, infantiloide y hasta cutre del decorado. Ahora lo visten de seda, como a la mona, pero su objetivo es el mismo: engañar al ciudadano.

FOTO nº 2. Pie de foto del National Geographic (NG): «Las paredes reforzadas de esta trinchera resistieron el estallido que se produjo a sólo tres kms. La mayor parte del relámpago hirviente y del polvo pasaron por encima de nuestras cabezas sin causarnos daño». Era la prueba atómica nº 22. La trinchera era realmente tan improvisada como vemos en esta foto. El «refuerzo» más sofisticado consistía en cartón de embalar -apenas visible en la foto-. Al solo tener metro y medio de profundidad, los soldados y los periodistas tuvieron que agacharse para evitar la primera onda explosiva: ¿cuántos lo hicieron?, ¿a cuántos les pudo la curiosidad y permanecieron de pie? El redactor del NG escribió que «nos machacó el sonido, instantáneo, sólido como un puñetazo; la trinchera parecía saltar entre convulsiones». Cuando todavía no se había apagado el estruendo, el reportero oye una voz tranquilizadora: «Ahora ya puede incorporarse y mirar». Entonces mira y entra en un éxtasis esteticista ante los colores que cubren el cielo y la tierra. Les ahorramos la diarrea de rosáceos, lavandas, púrpuras y azules verdosos -siempre en tonos pastel-.

FOTO nº 3. «Listas para el combate, las tropas ‘atacan’ entre el polvo y el humo» (pie de foto del NG) Atrincheradas a 3 kms. de la diana atómica, estos soldaditos salieron de sus refugios pocos minutos después del bombazo para avanzar sobre un supuesto enemigo situado más allá del hoyo producido por la explosión. Según el NG, «les preceden monitores de seguridad radiológica quienes certifican que el carbonizado desierto puede ser cruzado sin riesgo por los soldados».

Según reconoce el reportero, «no se ve a más de 30 metros». Toda la vegetación ha desaparecido. Dos horas después del bombazo, los «técnicos» visitan durante 15 minutos una de las casas radioactivazas. Su protección: cinta aislante para cerrar las mangas de sus monos.

FOTO nº 4. La cajita que mantiene en vilo el copiloto es un contador de radioactividad. Los tripulantes no llevan casco ni protección alguna en el pelo. Tampoco han sellado sus mangas con cinta aislante. Es evidente que el helicóptero no puede volar a gran altura. Y lo que hoy nos parece inaudito: el pie de foto informa que, cuando baje un poco la radiación, los expertos visitarán por tierra el área radiada. Eso sí, en un jeep.

El texto del reportaje añade: esta parte del desierto de Nevada alberga 60 diferentes tipos (kinds) de animales y más de 175 especies de pájaros. Como ven, un modelo de rigor taxonómico. Pero, ¿cómo entender eso de tipos de animales? ¿significará «60 especies de mamíferos»? En cuanto a esas 175 especies, ¿es que las aves no son animales?

Pero lo peor del apartado zoológico del artículo viene después, cuando leemos que «después de la primera explosión atómica, un biólogo estudió cuidadosamente el área desde un helicóptero. Informó que no había visto daño alguno. Las explosiones no habían expulsado a los animales de su entorno natural ni tampoco se habían visto alterados sus hábitos». Y concluye con un chistecito: «Un puma al que se creía empujado a Las Vegas por las explosiones resultó ser un gran danés paseando por la mañanita». ¡Qué perrito más simpático, qué anécdota mas graciosa! -en inglés, so cute!-

FOTO nº 5. La familia que vive más cerca de Yucca Flat, uno de los lugares de ensayo nuclear, observa el resplandor de una de las muchas explosiones. Viven a 30 kms. de distancia. Uno de los fogonazos fue visto en Montana, 1.250 kms. al Norte. Si hemos de creer al NG, la vida de las familias más próximas a los bombazos, «ha cambiado muy poco» desde que empezaron los ensayos nucleares.

FOTO nº 6. «La Casa de las Botellas, a menos de 80 kms. del estallido, sobrevive intacta», así reza el pie de foto que el National Geographic endilgó a esta idílica escena. Una (supuesta) demostración de que las bombas atómicas eran poco más que cohetes de feria. Como si, por tener cientos de botellas incrustadas en sus paredes, la casa fuera extremadamente frágil y aun así no la afectaran los bombazos nucleares.

El pueblo más cercano a las explosiones era Beatty, un pueblo sólo de indígenas Paiute. A sólo 50 kms. está la comarca más cercana que, ¡oh, casualidad!, era la reserva india del Moapa River. Por lo tanto, las bombas atómicas estallaban entre indígenas. Pero no pensemos en racismo o, si pensamos, la lectura del NG nos tranquilizará. Según su reportero, en esos andurriales «los techos están rajados pero es sólo por el ruido de las explosiones». Y los lugareños aseguran que «el aire está limpio». Ya.

FOTO nº 7. Mecánica recreativa: el NG titula esta foto «Muñeco intacto demuestra cómo un simple chamizo puede salvar una vida humana» y agrega que un rudimentario paravientos como éste lo puede construir por 40 US$ cualquier manitas.

FOTO nº 8. En septiembre del 2010, sesenta y tres (63) años después de que los fotógrafos obtuvieran permiso para asistir a las detonaciones nucleares, el periódico The New York Times publicó esta foto. Estos camarógrafos se encuentran a menos de tres kilómetros de la explosión; la mayoría murió de cáncer pocos años después. De las 6.000 películas que filmaron a lo largo de dieciséis años (entre 1947 y 1963), hoy sólo pueden verse oficialmente dos: Countdown to zero y Nuclear tipping point.