Hace ya algunos años que transita poco por las ciudades. Cuando lo hace, les da las gracias a los ciclistas con los que se cruza por un motivo muy simple: «Cada pedalada a la bicicleta en este mundo es un beso en el pulmón a cada uno de nosotros», afirma el naturalista Joaquín Araújo. «Son […]
Hace ya algunos años que transita poco por las ciudades. Cuando lo hace, les da las gracias a los ciclistas con los que se cruza por un motivo muy simple: «Cada pedalada a la bicicleta en este mundo es un beso en el pulmón a cada uno de nosotros», afirma el naturalista Joaquín Araújo. «Son gestos que suponen un mínimo esfuerzo personal». Se define como campesino y activista ambiental, lleva 40 años ejerciendo el periodismo, ha publicado un centenar de libros y plantado 24.500 árboles. Sobre la Cumbre Mundial del Clima, que tendrá lugar en París en diciembre de 2015, sostiene: «Lo mejor que podría haber ocurrido es que nadie participara en las Cumbres durante los últimos 40 años, ya que cada foro mundial que se celebra agrava la situación del planeta». Joaquín Araújo asistió a la primera Cumbre Mundial del Medio Ambiente, que se desarrolló en 1972 en Estocolmo.
Con la experiencia que acreditan más de 2.000 conferencias impartidas -la última en la Universitat de València, organizada por la Asociación por el Medio y contra el Cambio Climático-, el veterano periodista resume la que considera estrategia central de los ministros y los directivos de las corporaciones: «Ponen la basura debajo de la alfombra». Si salieran de la «atalaya» y miraran al medio natural, podrían comprobar «que estamos asesinando a la primavera, se están torturando los medios de vida». El cambio climático se puede verificar en las situaciones más cotidianas: «Ya no se ven abrigos en este país a finales de octubre». En la Sierra de Extremadura, donde Joaquín Araújo planta las tomateras, brotan las flores, algo que no ocurría desde hace 30 años. Hace más de dos décadas que el naturalista planta un millar de árboles todos los años: «Es otra forma de pedalear la bicicleta». Otro ejemplo de los cambios es el «palomazo», que los naturalistas definen como las concentraciones de palomas torcaces invernantes, que a la Península Ibérica llegaban hace algunos años por millones, y actualmente lo hacen con menor frecuencia, también en bandadas más reducidas.
El bosque es «servicial», «solícito», ofrece al ser humano medicinas y le dispensa «favores». Sin embargo, anualmente se talan 15.000 millones de árboles, según un estudio publicado en 2015 por la revista Nature. Las enfermedades en las especies arbóreas proliferan más que nunca, recuerda Araújo. «Estamos quemando nuestra farmacia, somos los verdugos convertidos en víctimas». Además, unas 250.000 toneladas de plásticos flotan en los mares, señala el Instituto Five Gyres de Los Ángeles, y el 20% de los arrecifes coralinos han desaparecido en los últimos 30 años (el 75% están amenazados). «Esto es de lo que se debería hablar en la Cumbre de París».
La expresión «cambio climático» se presta a equívocos, ya que los dos términos son prácticamente sinónimos, de hecho, el clima se define por los cambios. Pero a la velocidad que hoy se modifica, de la mano del hombre, «no hay refugio posible ni individualidad donde esquivarlo». El autor de «Eticas y poéticas del paisaje», «La sonata del bosque» y «El calendario de la naturaleza», entre otros textos, recuerda las mutaciones en el bosque mediterráneo, donde los robles y los quejigos tardan más de un mes en echar las hojas. Se está perdiendo aquella certeza que valoraba Goethe a principios del siglo XIX, durante el Romanticismo alemán: la seguridad en la repetición de los ciclos de la vida, que la naturaleza garantizaba. «Esa puntualidad se está desmoronando».
El clima es un gran «artista» y «artífice», recuerda Joaquín Araújo, es aquello que determina dónde se puede desarrollar la vida, y de ello se ha aprovechado el conjunto de los seres vivos a lo largo de los tiempos. «El ser humano no es más que una parte muy pequeña de algo infinitamente más grande y que lo hace posible», añade el activista ambiental y cultural. Frente a los 3.500 millones de años del planeta, «nosotros llevamos apenas cuatro horas», ahora bien, «la eficacia tecnológica del hombre está liquidando a la eficiencia de la naturaleza (y a todo lo viviente, incluido el ser humano)». «Eficacia» implica realizar un trabajo muy rápidamente, con gran empleo de recursos e inversión tecnológica. Por el contrario, la naturaleza actúa con «eficiencia», muy lentamente, sin despilfarrar recursos y deja una obra mucho mejor acabada. Esta es la visión general, panorámica, esencial que Araújo pretende transmitir, sin embargo, «nos llevan siempre a la especialización, a análisis parciales, fragmentados y de casos muy concretos».
De las palabras del naturalista se extrae la idea de que un sistema de vida, y una civilización entera, se han construido de espaldas a la naturaleza y al clima. «Hemos empleado muchísimo dinero y talento en negar las evidencias, cuando lo cierto es que si uno se halla en la selva amazónica, todos los días llueve a las 17,00 horas». El escritor, naturalista y militar romano Plinio «el Viejo», autor de la «Historia Natural» en 37 libros, ya advirtió del error que cometían quienes pretendían que el cielo obedeciera a la tierra, en referencia a los agricultores que plantaban viñedos mirando al norte.
Pero en la «era industrial» y en las últimas décadas los cambios se han acelerado. Según Naciones Unidas, entre 1970 y 2000 se redujo el número y variedad de especies en el planeta en un 40%. La ONU señala que continúa el «consumo insostenible» de recursos, cuya demanda excede en un 20% la capacidad biológica del planeta. Si resultan evidentes las consecuencias sobre la biodiversidad de los comportamientos predatorios, también lo son sobre el cambio del clima. Así lo corrobora un análisis de Allianz Global Corporate & Specialty sobre inversiones empresariales. Entre 1980 y 1989 las aseguradoras pagaron de media por «fenómenos meteorológicos extremos» 13.561 millones de euros anuales, cifra que se elevó a los 63.287 millones de euros anuales en el periodo 2010-2013.
Galardonado en dos ocasiones con el Premio Nacional de Medio Ambiente, con el Premio Global 500 de la ONU y coordinador de ocho enciclopedias, Joaquín Araújo se expresa en términos claros y sencillos. Defiende el pensamiento ecológico, «una forma no violenta de estar en el mundo, que es la paz, la inclusión, el ser compasivo, como el clima que fecunda; somos pacíficos y estamos voluntariamente desarmados». También se considera un punto budista: «el agente histórico de cambio es uno mismo y sobre todo el pensamiento, que después se transforma en acción». ¿Cuál podría ser uno de estos pensamientos? «La naturaleza es la infancia común de la humanidad; quienes amamos la tierra, los bosques, las aves o los delfines vivimos con una ilusión casi infantil», de hecho, en algunos de los «mejores» periodos históricos del ser humano, «a éste prácticamente no se le podía distinguir del medio natural». Y «frente al raquitismo intelectual que nos embadurna», Araújo apuesta por acercarse a los libros esenciales de Astronomía, Química, Física, Historia o Literatura. En los tratados de iniciación a estas materias, «la naturaleza es lo esencial, lo que nos incluye».
Recuerda las palabras del filósofo Emilio Lledó, de 87 años, quien ha recibido el Premio Princesa de Asturias de Humanidades de 2015, y quien durante la recogida del galardón pronunció estas palabras: «Vamos aprendiendo a mirar, a asombrarnos de la naturaleza que nos rodea: los árboles, las nubes, la luz, el mar, la tierra, los frutos de la tierra; primero fueron los filósofos los que nos iniciaron en ese asombro y empezaron a especular, a teorizar, que es una forma de mirar sobre los principios fundamentales de la vida: el agua, el aire, la tierra». Sin embargo, Joaquín Araújo concluye que el BOE se refiere en muchas más ocasiones al vocablo «tecnología» que a las palabras «vida» o «árbol», al enunciar los contenidos obligatorios de la enseñanza primaria y secundaria en el estado español. Tampoco el diccionario -«ese asqueroso tacaño»- ni las 300.000 palabras básicas de la lengua castellana bastan para describir la vida, lo que existe. Para resumir su «alternativa», el naturalista escribe en una pizarra cuatro veces la palabra «Sol». Y subraya la «ese» inicial, de la que penden cuatro grandes principios: «Sol» (la vida); «Sol-ución»; «Sol-ventes» y «Sol-idarios»…
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