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Este fue el día

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión por Carlos Sanchis

18 de agosto de 2005 – un hito en la historia del Estado de Israel.

Éste fue el día en el que la iniciativa colonizadora vino a dar marcha atrás por vez primera.

Cierto es, que la actividad colonizadora en Cisjordania continúa a toda velocidad. Ariel Sharon piensa abandonar los pequeños asentamientos en la Franja de Gaza, para afianzar los grandes bloques de asentamientos en Cisjordania.

Pero esto no disminuye la importancia de lo que ha pasado: se ha demostrado que los asentamientos pueden y deben ser desmantelados. Y se han desmantelado, de hecho, asentamientos importantes.

El proyecto de los asentamientos, que siempre había ido adelante y sólo adelante, de cien maneras abiertas y ocultas, ha retrocedido. Por vez primera. (Yamit y sus asentamientos no estaban en Eretz Israel, y por consiguiente su evacuación en 1982 no constituyó una ruptura ideológica. Pero esta vez sucedió en «la Tierra de nuestros Padres».)

Un hecho histórico. Un mensaje para el futuro.

Éste fue el día en el que el mensaje del movimiento israelí por la paz finalmente se oyó. Una gran victoria, para verla todos.

Es verdad que no hemos sido nosotros quines la hemos realizado. Lo fue por un hombre que hace ya mucho fue quitado de entre nosotros. Pero, como dice el refrán hebreo: «El trabajo del justo es hecho por otros». Otros: significa aquellos que no son virtuosos, quiénes incluso pueden ser malvados.

Al principio de la actividad de los asentamientos, durante una de mis disputas con Golda Meir en la Knesset, le dije: «Cada asentamiento es un campo de minas en el camino a la paz. A su debido tiempo usted tendrá que quitar estas minas. Y me permitió decirle, señora, como antiguo soldado, que retirar minas es, verdaderamente, un trabajo muy desagradable.»

Si yo enfadado, profundamente triste y frustrado hoy, es debido al precio que todos nosotros hemos pagado por esta «empresa» monstruosa. Los miles de muertos a consecuencia de ella, israelíes y palestinos. Los centenares de miles de millones de Shekels que se han ido por los desagües. El declive moral de nuestro estado, el escalofriante embrutecimiento, el aplazamiento de la paz para docenas de años. Encolerizado con los demagogos de todas las estirpes que empezaron y continuaron aquel Marzo de Locura, de estupidez, ceguera, codicia, de embriaguez de poder y puro cinismo. Enfadado por el sufrimiento y la destrucción labrados en los palestinos, cuya tierra y agua fue robada, cuyas casas destruidas y arrancados sus árboles, todo ello por la «seguridad» de estos asentamientos.

Tengo también simpatía por la situación de los habitantes de Gush Katif que fueron seducidos por la dirección de los colonos y los sucesivos gobiernos israelíes para construir su vida allí – o seducidos por la demagogia mesiánica («Es la voluntad de Dios») o por las tentaciones económicas («un chalet de lujo rodeado de césped, ¿ dónde podría soñar usted con esto»?) Muchas personas de los municipios remotos del Negev, heridos por la pobreza y el desempleo, sucumbieron a estas tentaciones. Y ahora se termina, el sueño dulce se ha esfumado y tienen que empezar su vida nuevamente; aunque con una generosa compensación.

Las emisoras de televisión nos hicieron un gran favor cuando repusieron, entre las escenas de la evacuación, viejos cortometrajes de la fundación de estos asentamientos. Oímos los discursos de Ariel Sharon, Joseph Burg, de Yitzhak Rabin (sí, de él también), de Hanan Porat y de otros – toda la letanía de tonterías, engaños y mentiras.

Durante los últimos años, el campo de la paz ha sido tomado por una moda por la desesperación, el desaliento y la depresión. No me canso de repetirlo: no hay ninguna razón para ello. A la larga, nuestra tarea está ganando. Ahora debe enfatizarse: que el público israelí no habría apoyado esta operación, y Sharon no habría podido llevarla a cabo, si nosotros no hubiéramos preparado a la opinión pública expresando ideas que estaban muy lejos del consenso nacional y repitiéndolas innumerables veces durante años.

Éste fue el día en que la ideología de los colonos se derrumbó.

Si hay un Dios en el cielo, Él no vino a su rescate. El Mesías se quedó en casa. Ningún milagro ocurrió para salvarlos.

Muchos de los colonos estaban tan seguros que un milagro, ciertamente, sucedería justo en el último momento, que no contemplaron el problema de empaquetar sus pertenencias. En televisión uno podría ver casas donde alimentos intocados todavía estaban sobre la mesa y las fotografías familiares colgadas en la pared. Imágenes que yo recuerdo bien de la guerra de 1948.

Todas las jactancias y ventoleras de la pareja de líderes de los colonos, Wallerstein y Lieberman ( pareja que siempre me recuerda a Rosencrantz y Guildenstern, los dos bribones de «Hamlet») se convirtieron en humo. Las masas no tomaron las calles de Israel ni usaron sus cuerpos para bloquear a las fuerzas enviadas a vaciar los asentamientos. Los centenares de miles, incluyendo a los contrarios a la desconexión, permanecieron en casa, pegados a sus aparatos de televisión. La negativa en masa a obedecer órdenes de los soldados, prometida e incitada por los rabinos, simplemente no sucedió.

En el momento decisivo, la realidad que nosotros siempre supimos fue expuesta para que todos la vieran: la secta mesiánico-nacionalista, la dirección de los colonos, esta aislada. En su conducta y estilo, son ajenos al espíritu israelí. Los centenares de colonos que han sido vistos últimamente en televisión, todos los hombres vistiendo yarmulkes, todas las mujeres faldas largas, con su danza interminable y sus eternamente repetidos diez eslóganes, parecían los miembros de una cerrada secta de otro mundo.

«¡Parece como si nosotros no fuéramos uno sino dos pueblos: un pueblo de colonos y un pueblo que odia colonos»! Gemía uno de los rabinos cuando su asentamiento fue vaciado. Eso es exacto. En la confrontación entre las líneas de los soldados, extraídos de todas las capas de la sociedad, y las líneas de los colonos, eran los soldados, en esta situación única, quienes representaban al pueblo de Israel, mientras que los colonos encarnaban el lado negativo del gueto judío. Los ratos inacabables de llanto colectivo, las escenas meticulosamente organizadas y diseñadas para evocar imágenes de pogromos y marchas de la muerte, la imitación monstruosa del muchacho asustado con sus brazos en alto de la famosa fotografía del holocausto; todo esto eran reminiscencias de un mundo que nosotros pensamos habernos sacudido de encima cuando creamos el Estado de Israel.

En el momento de la verdad, los líderes de Yesha hallaron que ninguna parte de la sociedad israelí sacaba la cara por ellos, exceptuando las bandas de alumnos varones y mujeres de los seminarios religiosos que enviaron a Gush Katif. El manicomio que ellos crearon en el tejado de la sinagoga de Kfar Darom, cuando atacaron a los soldados salvajemente, acabó con sus esperanzas de ganarse el apoyo del público. Pero incluso antes de eso, para la opinión pública, los colonos habían perdido la batalla crucial cuando su propósito real fue revelado: imponer a través de la fuerza un régimen basado en la fe, mesiánico, racista, violento, xenófobo, de espaldas a la mayor parte del mundo.

Pero lo más importante, éste fue el día en que nacía una nueva oportunidad por lograr la paz en esta tierra torturada.

Una gran oportunidad. Porque la democracia israelí ha ganado una victoria rotunda. Porque ha sido demostrado que pueden desmantelarse los asentamientos sin que el cielo se caiga. Porque los palestinos tienen un liderazgo que quiere paz. Porque ha quedado probado que incluso las organizaciones palestinas radicales cesan el fuego cuando la opinión pública palestina lo exige.

Pero debe afirmarse claramente: esta retirada lleva consigo un gran peligro: si nos detenemos en medio del salto, caeremos en el abismo.

Si nosotros no progresamos rápidamente desde aquí a un acuerdo con el pueblo palestino, Gaza, ciertamente se convertirá en una plataforma para los mísiles; tal como Benjamín Netanyahu está profetizando (qué puede ser bien una profecía auto deseada). A los ojos de los palestinos, y el mundo entero, la retirada de Gaza es – en primer lugar – un resultado de la resistencia armada palestina. Si en las próximas semanas nosotros no hacemos ningún progreso hacia un acuerdo negociado, una tercera Intifada seguramente estallará, y todo el país arderá en llamas.

Debemos empezar negociaciones serias inmediatamente y declarar de antemano que en un tiempo determinado la ocupación acabará con el establecimiento del Estado de Palestina. Todos los principales elementos del acuerdo ya son conocidos: una solución para Jerusalén en línea con la propuesta de Clinton («lo que es árabe pertenecerá a Palestina, lo que es judío pertenecerá a Israel»), retirada a la Línea Verde con un intercambio acordado de territorios, una solución del problema de los refugiados de acuerdo con Israel.

Éste será el día que pasará a la historia como el día en el que una gran esperanza nació.

No el principio del fin de la lucha por la paz, sino ciertamente el fin del principio.

Un paso pequeño para la paz, un paso gigante para el Estado de Israel