Un informe sobre la ocupación israelí en Cisjordania durante los últimos siete años centra su atención en el sufrimiento y los abusos que los militares causan a los niños palestinos y, a menudo sin razón alguna, también a los adultos. El informe, que se hace público hoy en Europa, ha sido confeccionado por Rompiendo el […]
Un informe sobre la ocupación israelí en Cisjordania durante los últimos siete años centra su atención en el sufrimiento y los abusos que los militares causan a los niños palestinos y, a menudo sin razón alguna, también a los adultos. El informe, que se hace público hoy en Europa, ha sido confeccionado por Rompiendo el Silencio, una ONG israelí que desde hace años examina las actuaciones de los militares israelíes en los territorios ocupados.
«En el informe no hay nada sorprendente, puesto que todo lo recogido era previsible, especialmente para quien ha estado implicado con el Ejército», dice el ex sargento Yehuda Shaul, responsable de Rompiendo el Silencio, integrada por ex soldados israelíes. «Aunque lo que queda claro, sobre todo, es el hecho de que los soldados no distinguen a los niños de los adultos».
«El informe aspira a exponer ante la sociedad israelí las acciones que los soldados realizan con los niños, que no tienen nada que ver con la seguridad, y deben acabar cuanto antes. Cuando un Ejército se implica de esta manera en la ocupación, no puede ser moral», dice Yehuda Shaul en respuesta a los líderes israelíes que a menudo declaran que el Tsahal es el Ejército más moral del mundo.
Un sargento que estuvo destinado entre 2006 y 2007 en el área de Nablus, al norte de Cisjordania, cuenta en el informe el caso de un soldado que disparó una bala de goma contra un niño desde una distancia de diez metros, y explica que las balas de goma que se utilizan habitualmente son de racimo y constan de cuatro partes.
Si se dispara entero, el proyectil tiene un alcance limitado y una fuerza menor, de manera que los soldados suelen partirlos por la mitad y los disparan en dos ráfagas, de modo que salen con más fuerza y mayor alcance y precisión: sus efectos se multiplican y se vuelven más peligrosos.
El sargento, que pertenece a una unidad de paracaidistas, explica que la munición se parte en dos con el consentimiento de los oficiales. Este método «lo hemos ideado nosotros», precisa refiriéndose a la tropa, y no responde a órdenes de nuestros superiores, aunque «todo el mundo lo conoce en el Ejército», como también se sabe que se disparan estas balas desde muy escasa distancia, a veces contra niños, y habitualmente se apunta «al centro del cuerpo». Según un veterano ex militar, al partir en dos las balas de goma, se rompe la capa de nylon que las cubre y la munición puede tornarse «letal».
El informe recoge los testimonios de 47 soldados y suboficiales que han servido entre 2005 y 2011 en Cisjordania. Sus nombres no se revelan, pero el conjunto de las declaraciones descubre el panorama desolador que acompaña la ocupación, y el tratamiento que dan los soldados a los niños y adolescentes palestinos.
Otro sargento que estuvo destinado en Nablus en 2005 cuenta cómo se provoca a los niños en los pueblos de Cisjordania. «Una compañía completa entra a pie, en dos columnas, como en una marcha militar, por las calles (del pueblo), lo que causa disturbios y provoca a los niños. El comandante está aburrido y quiere quedar bien con el jefe del batallón a costa de sus subordinados. Busca más y más fricción con los palestinos, busca machacar a la población y hacer sus vidas más y más miserables…»
En estas situaciones es frecuente que los niños empiecen a arrojar piedras contra los soldados, lo que sirve de pretexto a los jefes militares para disparar contra ellos. El Ejército realiza este tipo de acciones al azar y con frecuencia con el único fin de castigar a la población local sin ningún motivo aparente.
Los castigos habituales que se aplican a los niños consisten en llevarlos hasta una instalación militar, esposarles las manos, taparles los ojos, y dejarlos durante horas en esa situación hasta que finalmente son liberados. En algunos casos, los niños son detenidos y encerrados sin que medie ninguna denuncia contra ellos. Las narraciones de los militares sugieren que a menudo las órdenes de perseguir a los niños -que a veces cuentan sólo con 9 o 10 años de edad, e incluso menos– se imparten de manera regular con el único objetivo de provocarlos y pasar el rato.
Un sargento que estuvo destinado en 2005 en Tulkarem, al norte de Cisjordania, cuenta que en esa época, es decir varios años después de que el Tribunal Supremo dictaminara la ilegalidad del llamado «procedimiento del vecino», los militares continuaban aplicándolo con frecuencia y eran muy pocos los soldados que se resistían a ponerlo en práctica. Este procedimiento consiste en obligar a los vecinos a registrar las casas de presuntos «terroristas», lo que en ocasiones ha terminado con la muerte del palestino obligado a hacerlo.
Otro sargento que en 2006 y 2007 estuvo destinado en Hebrón, al sur de Cisjordania, cuenta que es habitual que cuando los soldados se aburren provoquen a los palestinos, por ejemplo lanzando una bomba de sonido o una granada de gas en el interior de una mezquita donde hay musulmanes rezando, únicamente con el objetivo de provocarlos para que salgan fuera y así los soldados, que están buscando alguna aventura, se distraigan disparando contra ellos balas de goma. Otras veces «destrozan tiendas» o «dan palizas» a los palestinos sin ninguna razón aparente, añade el sargento, simplemente para combatir el aburrimiento.
Un sargento de la temida Brigada Kfir destinado en 2006 y 2007 en Hebrón cuenta que el nivel de violencia y crueldad que vio era difícil de creer y en gran parte lo cometían soldados drusos de la llamada Guardia de Fronteras. «Recuerdo que una vez apresaron a un árabe que estaba tirando piedras. Pusieron su rodilla contra el muro mientras él estaba extendido en el suelo y alguien saltó sobre su rodilla. Sin piedad».
Este tipo de acciones son conocidas por todos en Israel, incluidas las autoridades y los políticos. Sin embargo, el país trata de ocultar algo que sucede a diario mientras los responsables aseguran que el Ejército es «el más moral del mundo».