En el momento en que escribo (noche del lunes al martes), casi ninguno de los principales diarios españoles había hecho referencia en sus ediciones digitales a la siguiente noticia o, si acaso, la habían incluido a hurtadillas: el Estado de Israel ha sido aceptado como miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo […]
En el momento en que escribo (noche del lunes al martes), casi ninguno de los principales diarios españoles había hecho referencia en sus ediciones digitales a la siguiente noticia o, si acaso, la habían incluido a hurtadillas: el Estado de Israel ha sido aceptado como miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE). Por unanimidad, lo que significa que España se encuentra entre los países que han votado a favor de su ingreso. Vale que la OCDE es un organismo conocido más bien por informes económicos y estadísticas que tal vez no interesen mucho a los responsables de las secciones de Internacional, aunque en su seno se hayan negociado cosas tan importantes como el fallido Acuerdo Multilateral sobre Inversiones. Y que hay muchas otras noticias en el candelero. Pero no deja de sorprender que este hecho haya pasado tan desapercibido.
Con su ingreso en la organización que incluye a algunas de las principales economías del mundo, tras veinte años de intentos frustrados, Israel despeja las dudas que podían quedar acerca de su posible aislamiento tras las masacres cometidas en Gaza entre los meses de diciembre de 2008 y enero de 2009. En los meses que precedieron a esta votación, Uruguay, Brasil y Paraguay habían ratificado el tratado de libre comercio entre Mercosur e Israel. Incluso aquellos países que apoyaron el Informe Goldstone en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, como Irlanda, México, Portugal, Suiza y Turquía, esta vez han votado a favor de la incorporación de Israel a la OCDE.
De nada han servido las peticiones para que se retrasara esta votación hasta que Israel no cumpliera con sus obligaciones internacionales más elementales. Israel podrá cooperar con el resto de miembros en la elaboración de estándares «en muchos ámbitos de la política como el medio ambiente, el comercio, la innovación y los asuntos sociales.» No hay que olvidar que Israel mantiene un brutal bloqueo sobre Gaza y que controla el comercio exterior de Cisjordania. Según el comunicado de la OCDE, Israel se ha comprometido a aportar datos estadísticos desagregados para los territorios ocupados, «sin perjuicio de su estatus bajo el derecho internacional». Las organizaciones que reclaman el boicot a Israel señalan que este país vulnera los «valores fundamentales» que comparten los demás miembros. Bueno, España es miembro fundador desde 1961, en pleno franquismo, por lo que no parece que la «democracia» haya sido nunca una de las grandes preocupaciones del organismo.
Es muy significativo que dicho comunicado mencione que Israel acogió favorablemente la revisión de su política social y del mercado de trabajo. Cómo no iba a hacerlo: en lugar de criticar la existencia de un auténtico apartheid, con la vigencia de una treintena de leyes que explícitamente discriminan entre judíos y no judíos (como denuncia el periodista Jonathan Cook en un excelente artículo), la OCDE se limita a constatar la creciente distancia social y laboral que existe entre los judíos ultraortodoxos haredim y la población árabe, mezclando dos casos distintos y, por lo que respecta a los palestinos, como si se tratara de un problema social y cultural que hubiera que resolver con las políticas «adecuadas» y no el resultado de políticas deliberadas de discriminación. Visto el enfoque adoptado, bien podría ser que, efectivamente, los gobiernos de los países desarrollados deseen aprender de las técnicas de segmentación y control desplegadas por los israelíes para aplicarlas, por ejemplo, a las respectivas poblaciones de origen migrante.
En Israel gobierno y prensa sí que le dan importancia a la OCDE. La noticia se ha recibido con júbilo, como si hubieran obtenido, por fin, un reconocimiento que hasta ahora se les había negado. Para celebrarlo, nada mejor que un bombardeo.