El desastroso resultado electoral obtenido por Izquierda Unida no ha merecido la rápida respuesta de la dimisión inmediata de su coordinador general, como la más elemental prudencia política parecería apuntar, sino que ha sido contestado con una fuga hacia delante y con el aplazamiento de la discusión y de la asunción de responsabilidades que el […]
El desastroso resultado electoral obtenido por Izquierda Unida no ha merecido la rápida respuesta de la dimisión inmediata de su coordinador general, como la más elemental prudencia política parecería apuntar, sino que ha sido contestado con una fuga hacia delante y con el aplazamiento de la discusión y de la asunción de responsabilidades que el calamitoso estado de la formación exige. A la manera de las avestruces africanas, buscando precarias justificaciones a una gestión que, en cuatro años, ha conseguido crear una situación de crisis extrema, Gaspar Llamazares pretende ahora gobernar el desastre con apelaciones a un futuro y a unas medidas terapéuticas que, sin embargo, el grupo actual de dirección de Izquierda Unida, prisionero de una confusa apuesta de futuro, no puede ofrecer.
Si, tras el clamoroso fracaso conseguido en las recientes elecciones generales de marzo pasado, Llamazares cubrió las evidencias del agotamiento político de la actual Izquierda Unida con el recurso al recurrente «voto prestado» al PSOE y con una desesperada petición de tregua a los críticos internos, a la espera de las elecciones europeas, ahora, arrasadas todas las trincheras donde el coordinador general de Izquierda Unida pretendía refugiarse, pide, de nuevo, tiempo, como si eso fuera posible. Es difícil creer en la recuperación de Izquierda Unida, pese a los esfuerzos realizados por el PCE, pero no hay duda de que, con la actual dirección de Llamazares, esa posibilidad es apenas una quimera.
Por si faltaran ingredientes en el drama, y en la alocada carrera hacia el desastre que se ha emprendido, un espejismo se ha convertido en talismán para el grupo que rodea a Llamazares: el supuesto y exitoso modelo impulsado por ICV en Cataluña, presentado como el bálsamo para todos los males que aquejan a Izquierda Unida. De manera que, en ese debate que Llamazares quiere abrir, la evolución reciente del espacio político de la izquierda catalana ha adquirido una sorprendente importancia, a la vista de lo que tiene de espejismo. Así, quienes apoyan a Llamazares, sostienen el supuesto caballo ganador de ICV -recordemos: el modelo de los tránsfugas que liquidaron el PSUC, el partido de los comunistas catalanes, que, ahora, se recupera con esfuerzo- como si fuera un ejemplo de eficacia y de sensata evolución política. Si ese modelo se había presentado en los últimos meses con timidez, ahora se enarbola como la solución a los problemas de Izquierda Unida, sancionando el camino que lleva desde el comunismo hasta los caladeros verdes de la más evidente confusión política, fronteriza con el oportunismo más descarnado.
Pero veamos ese modelo exitoso de ICV, aunque el lector tendrá que disculpar la prolija, y tediosa, sucesión de cifras. Para empezar, el supuesto éxito de ICV en las recientes elecciones europeas, que contrastaría con el evidente fracaso de Izquierda Unida en el resto de España, no es tal. En Cataluña, ICV-EUiA, ha conseguido 150.000 votos, mientras que, en las anteriores elecciones europeas, en 1999, ICV, en solitario, obtuvo 156.000 votos, y EUiA, también en solitario, 59.000. La suma de los dos contingentes asciende a 215.000 votos, que están lejos de haberse conseguido, en coalición, ahora. Parece lógico pensar, además, que una parte de esos 150.000 votos obtenidos en las recientes elecciones europeas han sido aportados por simpatizantes de EUiA, de manera que (pese a que algunos traigan a colación el aumento de la abstención para justificar el retroceso, cosa que, por otra parte, no ha afectado, por ejemplo, a Esquerra Republicana) debe concluirse que no hay tal éxito.
De igual forma, si comparamos los resultados de las elecciones europeas de junio con los de las generales de marzo, tampoco salen las cuentas. Los 233.670 votos conseguidos por ICV-EUiA en las elecciones generales de marzo de 2004, no resisten tampoco la comparación con los 150.000 votos conseguidos en las europeas de junio. Por arte de birlibirloque, un retroceso de casi 84.000 votos desaparece de los análisis que quienes especulan con el supuesto éxito de ICV (ahora, para sus propósitos, sin EUiA, como es lógico). Dicho de otra forma, y si comparamos las dos últimas convocatorias a las urnas, en Cataluña se ha producido, con relación a las recientes elecciones generales, una pérdida del 36 % de los votos conseguidos apenas dos meses atrás. Unos excelentes resultados, como ven.
Ese es el supuesto modelo exitoso de ICV. Pero las molestas evidencias pueden cubrirse con los efectos de la elevada abstención para explicar los porcentajes conseguidos por cada fuerza política, proclamando así (¡) que ICV está ganando adeptos, mientras que, quienes se resisten, como Izquierda Unida, a la transformación verde, pierden fuerza. Busquen los resultados, por favor. Si ICV ha celebrado como una victoria esos mediocres resultados -haciendo de la necesidad, virtud- ha sido por una exclusiva razón: con sus votos estrictos nunca hubiera conseguido un eurodiputado, como le ocurrió en 1999, y la obtención de un escaño en Europa, otorgado por Llamazares por el procedimiento de ceder a ICV el segundo lugar en la lista presentada por Izquierda Unida, ha sido recibido con la lógica alegría de quien recibe un regalo inesperado.
Pero no son los sólo los resultados los que desmienten el éxito de ICV: también lo hacen los comportamientos políticos. Hay que recordar que la extrema generosidad con que Izquierda Unida ha tratado a ICV no ha recibido el mismo pago. En Cataluña, donde EUiA ha puesto todo su esfuerzo, en los últimos cuatro años, para reforzar la coalición catalana con ICV, la federación ha recibido un duro trato, (a consecuencia, sorprendentemente, de la presión combinada de Gaspar Llamazares y de una deficiente negociación del acuerdo de coalición con ICV) que no deja de ser una lacerante constatación de unos vergonzosos usos políticos por parte de esos verdes de nuevo cuño: ICV ha acaparado casi todos los puestos de representación política, hasta extremos casi ridículos: de los 13 escaños conseguidos por la coalición ICV-EUiA (11 diputados: 8 en el Parlamento de Catalunya, 2 en las Cortes y 1 en el Parlamento Europeo, y 2 senadores electos), 12 escaños son de ICV; 1, de EUiA. Debe recordarse también que, para alcanzar los acuerdos de coalición, se tomaron como referencia las elecciones generales del año 2000, en las que ambas formaciones concurrieron por separado y cuyos resultados sirvieron para calibrar el peso de cada organización: en ellas, ICV obtuvo 119.000 votos, mientras que EUiA conseguía 75.000. La conclusión es indudable.
Al día siguiente de la celebración de las elecciones europeas, en una nueva vuelta de tuerca, ICV anunciaba la incorporación de su eurodiputado al grupo de Los Verdes europeos: era, según afirmaron sus dirigentes sin el más mínimo rubor, una forma de marcar distancias con Izquierda Unida. No tuvieron, al mismo tiempo, la elegancia de recordar que ese diputado lo habían conseguido, precisamente, por su alianza con Izquierda Unida. El mismo día, el presidente de ICV, despachaba el asunto con una ingenuidad que era todo un programa político y, al tiempo, una acabada muestra de oportunismo. Decía: «Creo que nuestro espacio político no se reduce a una clase social ni a un tipo de ideología pequeña, sino que el gran capital que tenemos como futuro de ICV es que un votante de CiU, del PSC, de ERC, nos puede votar tranquilamente y muy cómodamente.»
Aunque dejemos para otra ocasión el examen de las propuestas políticas de cada fuerza, una conclusión se impone: Gaspar Llamazares, atenazado por las urgencias, encerrado en el laberinto verde de quienes han iniciado un camino sin retorno, opta por un modelo, el de ICV, que pretende extender al resto de España, y que ya está recibiendo poco disimulados apoyos de los mismos medios informativos que, en su día, iniciaron una feroz campaña de desgaste contra Julio Anguita y, después, declararon todo su apoyo a los renovadores que se precipitaron hacia el PSOE. Porque, además, esa «reformulación sin límites» que propone Llamazares, con un atrabiliario lenguaje que no puede ocultar la extrema confusión de su proyecto, llega demasiado tarde, y apenas puede resumirse en el abandono de lo que hasta ahora ha representado Izquierda Unida (y el propio PCE, faltaría más) para forzar la conversión de toda la federación a una precaria identidad verde que, pese a los elogios y al supuesto éxito de ICV, no deja de ser un triste desenlace para náufragos de todas las derrotas. Ahora, enfrentado a la inocultable evidencia del fracaso, escuchando los interesados elogios periodísticos de quienes apenas pretenden otra cosa que enterrar cualquier expresión política a la izquierda del PSOE, Llamazares se precipita hacia el desastre, desacreditando a sus propios camaradas del PCE, desoyendo todas las alarmas, acompañado por pasajeros en quienes no confía, conduciendo a extraños en un tren de tránsfugas.