Recomiendo:
0

33 años en las cárceles israelíes

Fajri Barguti, narrar una vida de lucha

Fuentes: Al-Akhbar English

Traducción para Rebelión de Loles Oliván

Es posible que tu navegador no permita visualizar esta imagen.Después de 33 años en cautiverio, Fajri Barguti regresó con su gente y con su familia el mes pasado en el marco del acuerdo Gilad Shalit. Ha compartido con Al-Akhbar los dolorosos recuerdos de toda una vida de pérdida, lucha, esperanza y resistencia.

Toufic Haddad (TH): ¿Cómo se involucró en el movimiento nacional? ¿Cuáles fueron los factores motivadores que le condujeron a elegir esta vida?

Fajri Barguti (FB): Nadie es en su origen un entregado [a la causa] nacional. No es algo que venga dado sino que sucede poco a poco a través de la acumulación de experiencias, cuando emerge a la luz la conciencia individual de la vida bajo la ocupación.

Lo que sembró la primera semilla en mi interior fue la muerte de mi hermano Ribhi [uno de los fedayines palestinos establecidos en Líbano que murió en el curso de la que se conoce como Batalla de Arqub, en 1970]. Por entonces, él había hecho planes para casarse con una chica de nuestro pueblo. La noche en que ella se iba para casarse celebramos la boda porque la mayoría de los de nuestro pueblo no podríamos asistir al casamiento real; en nuestra casa estábamos ocupados preparando los festejos para su partida.

Yo tenía 16 años en aquel momento. Al atardecer, llegó al pueblo en su camioneta un vendedor de verduras que portaba malas noticias pero se dio cuenta de que estábamos celebrando una boda. Sintió reparo de acercarse a nuestra familia directamente así que se dirigió a un pariente que vivía en una casa al lado de la nuestra y les dijo que nuestro hermano había sido asesinado y que debíamos de suspender la boda. No tenía sentido que la novia cruzase el puente a Jordania al día siguiente si su novio estaba muerto.

Esa experiencia ha permanecido grabada en mi memoria hasta hoy mismo: mi hermana se dio cuenta de que los vecinos no estaban actuando con normalidad y que no hacían más que susurrar entre ellos. Se les acercó y cuando estaba a punto de preguntarles qué pasaba, lo notaron y fueron ellos los que se acercaron. Entonces ella percibió que se trataba de algo que tenía que ver con nuestra familia, cuando una de las mujeres se armó de valor y se lo dijo.

Todavía puedo oír sus gemidos y su llanto. Fue una experiencia que pesó enormemente sobre nuestra familia. Mi padre, en particular, quedó destrozado. Obviamente, el tiempo transcurrió pero él nunca se recuperó de ese trance. Yo solía ayudarle en el campo y de vez en cuando le sobrevenía un arrebato de tristeza que le superaba. Yo tenía la sensación de que no podía hacer nada para contener el dolor de nuestra familia. Por entonces, tenía otro hermano en Líbano cuyo paradero desconocíamos, y se decía también que los israelíes iban a venir a destruir nuestra casa por la actividad militante de mi hermano, lo que vino a sumarse al ya sobrecargado corazón de nuestro padre.

En esa situación se encontraba mi familia, en una inestabilidad constante que comenzó a desarrollarse también dentro de mí. Empecé a sentir que de no haber sido por la ocupación israelí y por todo lo que nos oprimía -la forma en que se apoderaban de nuestras tierras, la forma en que detenían y asesinaban, cómo sus políticas afectaban a viejos y jóvenes por igual- nada de eso habría ocurrido. Así fue como tomé conciencia de la cuestión nacional y como llegué a considerarla como un medio para poder hacer algo al respecto.

Empecé a participar en diversas actividades nacionalistas a menudo relacionadas con conmemoraciones de acontecimientos nacionales, haciendo lo que podía. Tenía un pariente llamado Abu Assif [Omar Barguti] con el que crecí y al que me sentía muy unido. Él me ayudó a encontrar la manera de ir a Líbano y recibir algo de formación militar con uno de los grupos que allí estaban. Allí fue donde aprendí lo que necesitaba, y un año después regresé a Palestina con cierta experiencia y con una orientación más nítida para la tarea. Comencé a trabajar de manera más concertada en el plano social, creando asociaciones en coordinación con sindicatos y diferentes grupos.

En un momento dado decidimos pasar a otro nivel y participé en una operación militar en la que intervino una célula que mató a un oficial de inteligencia militar israelí cerca de la aldea de Nabi Saleh [próxima a Ramala]. El ejército cercó todo el pueblo y sobre él cayó todo el peso de la represión, pues nosotros nos habíamos escondido en la maleza de los alrededores. Pero a medida que se hizo de noche y como era enero y estaba lloviendo, pudimos escapar porque el ejército no pudo seguir nuestra vía de escape. Salimos y pudimos regresar a nuestro pueblo.

Después de seis meses y otros varios acontecimientos, nos detuvieron: a Abu Assif, Abu Nur [Nail al-Barguti] y a mí. Abu Assif fue condenado a cadena perpetua y a 48 años, mientras que a Abu Nur y a mí nos cayó una pena de cadena perpetua y otra de 17 años. Cuando fui detenido tenía 24 años [era 1978].

TH: ¿Puede describir cómo cambió su vida? ¿Pensó que podría pasar toda su vida en la cárcel?

FB: Todo cambió. Era una nueva vida, una nueva forma de pensar. La vida cotidiana se transformó en la preocupación de cómo sobrevivir en las nuevas condiciones que impone la prisión -la manera de mantenerse sano y la forma de ayudar a otros a enfrentar la situación. En tanto que presos políticos, necesitábamos ser capaces de permanecer unidos y centrados y no permitir que reinara el caos, especialmente entre los presos nuevos. No hay otra opción más que la de intentar mantenerse firme y preservarse uno mismo. Lo hicimos organizando sesiones educativas, estableciendo una rutina de ejercicios físicos y a través de una rutina social para poder conocer a los demás presos y escuchar sus inquietudes.

No hay persona que pueda sobrevivir en la cárcel creyendo que permanecerá en ella toda su vida sin tener esperanza. Si uno pierde la esperanza, o se despide del mundo colgándose del techo, o se vuelve loco. No hay otra opción. Por esa razón era imperativo conservarme, preservar mi estado mental, preservar mi sentido del equilibrio para asegurarme de no llegar a un estado de desesperación. Porque luchar por una causa no es algo que se haga en un par de días. Tampoco es algo que únicamente se pueda hacer desde un solo frente.

Cualesquiera que sean las circunstancias, si se tiene fe, uno puede seguir luchando a pesar de esas circunstancias. No es que al llegar a la cárcel la lucha se acabe. Aunque no hay duda al respecto: la cárcel es difícil. Imagínese lo que significa estar sin comer durante veinte días y que todo lo que se tiene es un vaso de agua. Así es cuando uno está en huelga de hambre, como nos vimos forzados a estar en muchas ocasiones. Esa es una de las cosas más arduas de afrontar para un ser humano -forzarse a sí mismo a no comer a pesar de que la administración penitenciaria te pone la comida delante. Es una forma de lucha mucho más compleja que la de estar en un frente activo donde se dispara o no. Esa ha sido nuestra vida y ha sido mucho más difícil que combatir en el exterior. Pero seguía siendo parte integrante de una lucha.

La cárcel en aquellos días resultaba muy dura porque aún no habíamos conseguido muchos de los derechos más básicos que los reclusos gozan hoy en día. Dormíamos en el suelo desnudo, sin mantas. Cuando nos trajeron mantas y almohadas no eran aptas ni para un perro. La prisión era muy fría y los presos cosían bolsas de nylon a su manta para tratar de mejorar su aislamiento. Cuando conseguimos el derecho a tener colchones -que en realidad no eran más que primitivas lonas de caucho- sólo tras una huelga de presos, nos sentimos como si nos hubieran traído una cama de matrimonio.

El derecho a fumar cada cigarrillo en la cárcel solo se obtuvo luchando. Hay que mantenerse firme. Uno necesita preservar su dignidad no importa lo que cueste. Porque si se pierde, la dignidad no es una mercancía que se pueda recuperar. Si se pierde la dignidad se pierde todo. Así que toda la existencia de uno en la cárcel se orienta a no quebrarse. Cuanto más intenten ellos quebrarte, tú resistes y preservas tu dignidad y tu honor. Gracias a Dios, creo que fui capaz de hacerlo así.

TH: ¿Puede hablarnos de las transformaciones que tuvieron lugar en la cárcel durante el largo período que permaneció allí? ¿Cómo era la vida antes y después del proceso de paz de Oslo?

FB: Hasta alrededor de 1990, la moral de los prisioneros era muy alta, lo que se medía por su dedicación a la causa y por su conciencia de seguir auto organizados. Pero cuando llegó Oslo y vino la dirección del extranjero y la situación política parecía abrirse, los prisioneros siguieron en la cárcel. Ello causó un fuerte impacto entre nosotros. Sentimos que, siendo nosotros quienes habíamos pagado el precio de su retorno, la dirección nos estaba abandonando.

Todo el mundo sabe que en situaciones de conflicto antes de que tenga lugar cualquier negociación tras el alto el fuego, la primera cuestión que se plantea es la de los prisioneros. Nunca se deja en segundo plano mientras se negocian las demás cuestiones. Lo que estaba ocurriendo contravenía todos los métodos conocidos de negociación para una solución política. Entendimos que se nos estaba subordinando a otra cosa, y nos hicieron sentir como si no tuviéramos valor -ni como individuos ni como personas que tenían familias, ni como miembros y representantes de organizaciones políticas que habían jugado un papel al enviarnos a nuestras misiones.

Ello tuvo un fuerte impacto negativo sobre los presos y sobre su interés por las organizaciones y por el juego político que se estaba desarrollando en el exterior. Al mismo tiempo, todos necesitábamos ser capaces de conservarnos a nosotros mismos y conservar la herencia política de la que procedíamos y a la que representábamos. Porque sin un marco político como parte de nuestra existencia en la cárcel, la vida se habría transformado en un infierno y hubiera sido muy difícil sobrevivir. Como se suele decir, «el caos no genera más que caos».

Estábamos pagando ya el precio del sacrificio, así que no podíamos permitir que los acontecimientos se sucediesen con tanta facilidad. Realizamos una labor paciente para tratar de calmar la situación entre los prisioneros y para mitigar la reacción que los acuerdos estaban provocando. Lentamente pero con firmeza, los presos empezaron a aceptar que las cosas llevarían su tiempo. Y Oslo trajo consigo algunas excarcelaciones -alrededor de 4.000 prisioneros. Sin embargo, ninguno de los liberados incluyó a los que [Israel] se refería en las negociaciones como «los que tienen las manos manchadas de sangre» [acusados ​​de haber participado en actos que causaron heridos o muerte].

Todo lo que quiere aquel que es detenido es volver a casa. Esa es la reacción emocional. Pero si uno piensa racionalmente con respecto a lo que sucedió con Oslo, nadie contaba con que los prisioneros iban a ser olvidados del modo en que lo fueron. Y no se trataba de que una o dos personas cayeran en el olvido. Había entre 10.000 y 12.000 personas encarceladas a finales de la primera Intifada, y la mayoría de ellas simplemente fueron marginadas e ignoradas.

TH: ¿Puede hablar de cómo la cárcel ha afectado a su familia personalmente?

FB: Me metieron en la cárcel cuando mi hijo mayor, Shadi, tenía 11 meses de edad y cuando mi segundo hijo, Hadi, estaba en el vientre de su madre. Cuando llegó el ejército para llevarme, registraron la cuna donde dormía Shadi y revolvieron toda la casa. La presión fue intensa desde el principio.

Los niños crecieron y Hadi se casó y tuvo dos hijos mientras yo estaba dentro. A Shadi lo he dejado en la cárcel. Los dos momentos más difíciles de mi vida fueron cuando vi a mis dos hijos en la prisión después de haber sido detenidos e internados en la misma celda que yo; y cuando tuve que decir adiós y dejar a Shadi atrás.

La verdad es que conocí a mis hijos siendo ya hombres y sólo después de que se unieran a mí en la cárcel, porque después de que ambos cumplieran los 16 años de edad la prisión no les permitió venir a las visitas familiares. Una mañana, a las 7.00, la administración penitenciaria se me acercó y me dijo que mis dos hijos me harían compañía a las cuatro de la tarde. Entre esas horas, el tiempo se paró. Algunos presos me preguntaban «¿cómo estás?», y yo no quería responder porque el dolor y la amargura eran demasiado intensos. Mis nervios estaban hiperactivos y mi cabeza daba vueltas. ¿Cómo iba a reaccionar? ¿Qué sentiría? Traté de controlarme a mí mismo pero no pude hacer nada porque los sentimientos me abrumaban.

Cuando dieron las cuatro y oí a los guardias abriendo la primera puerta, fue mi corazón el que se abrió con ella. Cuando abrieron la segunda puerta, mis nervios cedieron y me desplomé perdiendo toda posibilidad de controlarme a mí mismo. Sentí que estaba en medio de un charco de agua porque goteaba sudor. Los otros prisioneros trataron de tranquilizarme pero fue en vano. Todos los presos de nuestra división se echaron a llorar. Nadie podía soportar la situación. Fue muy, muy difícil. No me gusta hablar de ello, ni siquiera ahora, porque personalmente creo que me afecta negativamente… Antes de ese momento, no había visto a ninguno de los dos en los seis años anteriores, cuando les dejaron venir a visitarme.

Cuando llegó el momento de salir de la cárcel, yo sabía que tenía que dejar a Shadi allí [Shadi cumple el octavo año de una condena de 28 años, y está acusado de haber participado en un plan para capturar un soldado israelí a fin de utilizarlo en un intercambio de prisioneros; Hadi había sido liberado previamente después de tres años y medio de detención]. Fue como si las cosas, en lugar de empezar de nuevo por el principio, estuvieran comenzando por el final.

Cuando estaba a punto de ser puesto en libertad y llegó el momento de decirle adiós quería acabar de una vez rápidamente para poder mantener el sentido del equilibrio. Así que intenté abreviar y él se puso a caminar conmigo los últimos 150 metros. No quería que caminase conmigo pero lo hizo. Traté de mantenerme fuerte hasta que llegamos a la puerta por la que tenía que salir. Ese fue el momento más difícil de mi vida. Se puso de rodillas y comenzó a besar mis pies…

Cuando llegué por primera vez a la cárcel podía verlos de vez en cuando en las visitas que les dejaban hacerme mientras eran pequeños. Después los vi estando en la cárcel conmigo. Pero cuando estaba a punto de salir sentí que no volvería a ver a Shadi nunca más porque sabía que se me prohibiría visitarle. Temí que esa pudiera ser la última vez que lo veía… [llora].

Cada ser humano tiene su punto débil… La esencia del ser humano es seguir sintiendo. Si uno no puede sentir por la familia y por las personas más próximas, ¿cómo puede sentir por los demás? Si una persona permite que le quiten su capacidad de sentir, entonces deja de ser humano.

TH: ¿Cómo se sintió la primera vez que oyó hablar de la operación militar por la que la resistencia pudo capturar a Gilad Shalit con vida? ¿Sintió que su tiempo de prisión acabaría pronto?

FB: Durante muchos años me dije a mi mismo que sabría que había salido cuando volviera a casa. Pero no quise ponerme en esa tesitura por no vivir en un estado de inestabilidad ponderando el destino del acuerdo Shalit y si yo iba a salir o no. Lo había hecho antes y resultó en vano. Por supuesto, todos los presos hablaban e intercambiaban la información que sabían acerca de quién estaba en la lista de los presos a ser liberados y quién no. Pero yo solo oía y lo dejaba pasar. No les decía «no me habléis de eso»; lo único que decía era «vale». Pero no dejé que el asunto me preocupara hasta que estuvo resuelto.

Justo antes de que se cerrara el acuerdo recibí la noticia de que se había decidido mi destino y el de Abu Nur. Ellos [Israel] querían que fuésemos expulsados ​​[de Palestina]. Pero al parecer, en las negociaciones se hizo gala de una firme determinación para que se garantizara que podríamos volver a nuestro pueblo, gracias a la voluntad de los negociadores de Hamas y a los intermediarios egipcios. La verdad es que no sabía qué creer…Y desde que estoy en libertad aún no me he convencido de que lo estoy.

TH: La prensa occidental e israelí se ha centrado esencialmente en la persona de Gilad Shalit. ¿Qué opina de que se haya prestado tanta atención a él, mientras que no se presta una atención comparable a los prisioneros palestinos?

FB: El pueblo palestino está bajo ocupación. No me sorprende que los medios de comunicación no se hayan planteado la cuestión de los miles de presos y presas que están en prisión. Nunca nos han valorado ni nos han tenido en consideración. Shalit era el oprimido. Él fue el que pagó el precio. Todo el mundo ha hablado de Shalit. Pero ningún pueblo puede ser victorioso por siempre si no respeta el valor de un individuo. Hasta ahora, nosotros no representamos ningún valor para la comunidad internacional: son los occidentales los «valerosos».

Lamentablemente, nosotros tenemos algo de culpa porque no nos atrevemos a plantear estas cuestiones en las organizaciones internacionales; incluso en las negociaciones que tienen que ver con los presos todas estas cosas se ignoran porque consideramos que es algo normal que la gente vaya a la cárcel. Si hubiera más respeto por el valor del individuo en nuestra sociedad, no sería posible que esto ocurriese.

El ser humano debe ser elevado al más alto valor. La tierra permanecerá incluso aunque edifiquemos sobre ella. Pero el ser humano y los cambios que experimenta tienen mil aspectos: los de la edad, los psicológicos, los físicos… y todos se desarrollan en un período de tiempo limitado, el período de su propia vida en la tierra. Así que tenemos que aprender a valorar más a nuestro pueblo.

A pesar de todo, la cálida bienvenida que recibimos por nuestra liberación es edificante y sentimos que fue realmente sincera. Hubo lágrimas y las sonrisas eran radiantes. Todo se mezcló. Uno se siente feliz pero al mismo tiempo tiene ganas de llorar. De hecho, en el autobús que nos llevaba lejos de la prisión, la mayoría de los presos lloraron en el camino a Ramala. Lo mismo ocurrió cuando entramos en nuestra aldea. Sentimos que la fiesta y la celebración de bienvenida eran algo por lo que llevar la cabeza bien alta. Nos produjo una sensación de apoyo que nos respaldará durante muchos años. Uno sentía que a pesar de los problemas, de los errores y del olvido de nuestro movimiento, para la mayoría de nuestro pueblo, el precio de Palestina vale la pena.

TH: El mundo árabe e islámico, junto con gran parte del «tercer mundo» apoyan en gran medida la causa palestina. Pero Occidente no sabe mucho de la gente de aquí. ¿Cuál es su mensaje para ellos?

FB: No nos van a contentar con palabras vacías. No basta con que el mundo árabe e islámico se solidarice con nosotros en las palabras. La lengua no libera nada. Y la lengua también tiene muchas dobleces. Queremos una posición de los Estados árabes y del pueblo árabe en general que respalde los principios claros, originales e históricos de nuestro movimiento como una causa árabe e islámica, y que comprometa su responsabilidad en este sentido.

Los regímenes árabes de hoy están todos preocupados por mantenerse en el poder y destruir a sus opositores -y eso no tiene nada que ver con tomar cualquier posición respecto a nuestra causa, ya sea sobre una base nacionalista, islámica o moral. Pero al final todos acabarán expulsados. Esperemos que lo que llaman la «primavera árabe» lo logre.

En cuanto a los regímenes occidentales, no hay nada peor. Porque ellos saben la verdad, y no es como si fueran ignorantes. Mire Gran Bretaña: son conscientes de lo que ha estado ocurriendo aquí y de que ellos son la causa original de nuestra situación. Estados Unidos también conoce al milímetro lo que pasa aquí, incluso mejor que los propios palestinos. Pero son ellos los que tienen interés en que la situación permanezca invariable.

Por supuesto, a todos aquellos que hablan de civilización y de derechos humanos, y a quienes piden que se ponga fin a la injusticia en el mundo, les pedimos que estén con aquellos cuyas tierras, cuya nacionalidad, y cuyos recursos les son robados cada día. Les pedimos que se unan a nosotros con el propósito de liberarnos de esto. Porque somos el último pueblo de la tierra que está bajo ocupación. Tienen que escucharlo y posicionarse firmemente para poner fin a esta situación.

(El pasado 14 de noviembre, 25 días después de su liberación, y en el transcurso de una incursión antes del amanecer, las fuerzas israelíes allanaron las casas de los siete presos liberados en virtud del acuerdo ‘Gilat Sahit’, según la agencia de noticias Maan. Fajri y Nail Barguti estaban entre los otros cinco ex detenidos que fueron citados para ser interrogados por la inteligencia israelí después de que soldados israelíes registraran sus casas en Kober. Las tropas israelíes se apoderaron de sus carnés de identidad y les exigieron a ambos que comparecieran a declarar en el cuartel militar israelí de Ofer en esa semana. Tanto Nail como Fajri pidieron la inmediata intervención de los mediadores egipcios que negociaron el intercambio de prisioneros para que se ponga fin a esta política de acoso a los ex prisioneros, según informa Palestine News Network).

*Toufic Haddad es co-autor y editor de Between the Lines: Readings in Israel, the Palestinians and the US ‘War on Terror’ (Haymarket Books, 2007). Actualmente es candidato a Doctor en Estudios del Desarrollo en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de Londres.

Fuente: http://english.al-akhbar.com/content/fakhri-barghouti-recounting-lifetime-struggle