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Falacias en una «crítica» (impropia) de Gilad Atzmon

Fuentes: Rebelión

Es difícil o imposible no aprender de la mayoría de intervenciones de Gilad Atzmon [GA], un intelectual sólido y comprometido que piensa siempre con su propia cabeza. Pero, en sus últimas reflexiones político-culturales, tiende a psicologizar o psiconalizar en exceso y a pensar en términos de lógica y racionalidad bivalentes, causa probable de más de […]

Es difícil o imposible no aprender de la mayoría de intervenciones de Gilad Atzmon [GA], un intelectual sólido y comprometido que piensa siempre con su propia cabeza. Pero, en sus últimas reflexiones político-culturales, tiende a psicologizar o psiconalizar en exceso y a pensar en términos de lógica y racionalidad bivalentes, causa probable de más de un error de perspectiva o análisis. Su reciente «En la cama con Bibi» [1] es, en mi opinión, un ejemplo de ello.

Una vez más, señala GA con tono y estilo netamente mejorables, asistimos a un marco familiar: «nuestros «progres» unidos -que son una auténtica sinagoga, un colectivo de grandes humanistas- prestan su apoyo a los oprimidos». Esta vez, prosigue sarcásticamente arrojando a la basura política inutilizable conceptos como humanismo y progresismo, quieren liberar al «pueblo sirio», «cuyo enemigo, obviamente, es Bashar Al-Assad.»

GA denuncia el esquema político-cultural que en numerosas ocasiones merece y ha merecido críticas sustantivas y más que razonables. Antes de la guerra contra el terror, recuerda, «fuimos testigos de años de intensas campañas progres de grupos feministas y gays a favor de los derechos de las mujeres en Afganistán». De la misma forma, prosigue, «los progres también condenan el estado actual de la revolución iraní. Con harta frecuencia insisten en que hay que liberar a los iraníes». El punto no resuelto: que el paralelismo que GA da por descontado entre unos y otros pueda establecerse. No todo es uno y lo mismo aunque las formas aparentes pueden coincidir o asemejarse. Las críticas al estructuralismo de los años setenta deben enseñar a todos.

El frente común que GA critica está formado por Tariq Ali, Ilan Pappe, Fredric Jameson, Norman Finkelstein «y otros tíos estupendos» (tíos, el equivalente inglés, es una enorme aportación político-semántica del gran artista internacionalista; mis alumnos de ciclos también usan esa expresión con frecuencia). El frente común quiere ahora, prosigue GA, que «liberemos a los sirios» y han iniciado para ello «una campaña para derrocar al régimen de Bashar al-Asad». En esa campaña hacen «un llamamiento al «pueblo del mundo» para que presione al régimen sirio con el fin de que éste ponga fin a la opresión y a la guerra contra el «pueblo sirio». Exigen que Bashar Al-Assad se vaya de inmediato «y sin ninguna excusa para que Siria pueda iniciar una rápida recuperación hacia un futuro democrático». En ésas estamos, así concluye GA su presentación.

Tras la sesgada-muy-sesgada descripción, que bebe -atragantándose un poco- de las razonables críticas al humanismo intervencionista, GA se desliza hacia la más elemental de las falacias de matriz cristiana: «Señores Ali, Jameson, Pappe, Finkelstein y compañía: a la luz de los recientes ataques israelíes contra Siria, ¿serían tan amables de aclararnos a quién apoyan? ¿De qué lado están, del de Al-Assad o del de Netanyahu?» ¿De dónde esa disyunción excluyente? ¿Por qué es necesario apoyar a Netahnyahu o Al-Assad? ¿Quién nos ha conducido a ese terrible precipicio? ¿O A o B? ¿Por qué no C, D, E o MNO?

Pero no sólo es eso. GA disuelve él mismo la disyunción y conduce al grupo criticado donde él desea llevarlos: «Cabe preguntarse cómo es posible que los progres, a pesar de su buena voluntad y de sus credenciales humanistas, hayan terminado una vez más en la cama con Bibi Netanyahu». Pappe, Alí, Jameson, Finkelstein, ¿en la cama con Netanyahu? ¿Esto es una aproximación equilibrada? ¿Práctica contrastada del mesotes aristotélico?

La respuesta al interrogante también es de GA y, en su opinión, «vergonzosamente simple». La vergüenza criticada: la filosofía progre, una «filosofía» que GA está lejos de describir, «es la más nueva y avanzada variante de la ideología del pueblo elegido». ¿Hemos leído bien? Sí, hemos leído bien. ¿Por qué? Porque, en opinión de GA, «es obvio que si uno se considera a sí mismo progresista tiene que haber alguien que sea «reaccionario»». ¿Y quiénes se consideran progresistas? ¿No conoce GA las innumerables críticas que desde la izquierda se han formulado contra esa expresión y la cosmovisión que le subyace? Suponiendo, aunque no admitiendo, que fuera así: ¿por qué piensa GA en equívocos términos dicotómicos? Lo opuesto de progresista no es reaccionario sino no-progresista. Y, entre estos últimos, entre el taxón complementario, puede haber, reaccionarios, conservadores, centristas, radicales de izquierda, largo etcétera.

Y no sólo es eso. Para GA el «progresismo» es una posición elitista que es, además, intolerante y racista. «El progresismo es el precepto ideológico del Tikun Olam (arreglar el mundo)». Se basa en la idea «de que los defensores de ideas progres «saben mejor que nadie» lo que es correcto y quién está equivocado». La racionalidad bivalente le vuelve a jugar muy malas pasadas a GA en su crítica. ¿De dónde saca que los autores que cita creen saber mejor que nadie lo que es correcto y lo que no lo es? De hecho, puestos a aceptar este absurdo dictamen, esta simple y pueril disyunción, ¿no está presupuesta la misma consideración en la aproximación de GA? ¿No afirma él que lo correcto, lo ajustado, son las aproximaciones de Robert Fisk al tema (imprescindibles desde luego) o la lucha de los soldados del Ejército árabe sirio? ¿No es esa la posición correcta que él defiende? ¿También él es intolerante, racista y elitista?

La estocada final está a la altura de la nota. GA cree -¿por qué es lo correcto?- que ya va siendo hora de «que nuestros humanistas progres hagan un examen introspectivo de ética y aprendan de una vez por todas cuál es la base moral para cualquier tipo de intervención.» ¿Alí nunca ha realizado un examen retrospectivo de ética? ¿Tampoco Jameson? ¿Y de una vez por todas? ¿Para cualquier tipo de intervención? Cabe la posibilidad de que antes de predicar el Tikun Olam y de arrogarse la misión de arreglar el mundo en nombre de la «sociedad civil» y del «Derecho internacional», es el último golpe del combate emprendido por GA, «decidan arreglarse antes a sí mismos». ¡Vale! ¡Un Freud básico en el puesto de mando! ¿Y no podría GA, lamento hablar en estos términos, aplicarse a sí mismo esta consideración sobre arreglos personales?

De hecho, puestos en este extraño sendero, ¿quién está libre de una terapia de estas características y con esas finalidades? ¿Y qué más tras ella?

Nota:

[1] Gilad Atzmon, «En la cama con Bibi» (traducción de Manuel Talens), http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=9628

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.