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Historias de la vida real bajo ocupación militar

Fátima

Fuentes: palestinalibre.org

Fue un día viernes del mes de junio del 2002, la fecha exacta se extravió en mi memoria. Fátima estaba parada frente al monumento de los Cruzados cerca de la entrada a la tumba de los Patriarcas en Hebrón. Su aspecto de mujer robusta parecía contradecirse con la fragilidad de su rostro, los parpados enrojecidos […]

Fue un día viernes del mes de junio del 2002, la fecha exacta se extravió en mi memoria. Fátima estaba parada frente al monumento de los Cruzados cerca de la entrada a la tumba de los Patriarcas en Hebrón. Su aspecto de mujer robusta parecía contradecirse con la fragilidad de su rostro, los parpados enrojecidos y los ojos húmedos. Ella se balanceaba de un pie al otro sin parar con los ojos perturbados.

En menos de media hora, soldados israelíes estaban frente a Fátima, ella sabía que así sería, nadie puede detenerse en la acera por un tiempo sin llamar la atención de ellos y ser arrestada. La mujer apretaba algo que llevaba en el pecho, hasta ahí nadie sospechaba. Fátima tenía miedo, de ese miedo que apenas lograba hilvanar sus recuerdos y que eran los motivos que la aferraban a lo que escondía entre sus ropas. Sabía que no podría llevar a cabo el plan. Que a pesar de lo vivido no podría hacer daño a nadie. Dudaba. Sentía rabia de si misma. Las imágenes que se repetían en su cabeza, como una secuencia interminable, lograban que se aferrarse a su idea de usar lo que llevaba entre sus vestimentas; su casa derrumbada por un buldózer, los escombros sobre el terreno, los doce miembros de su familia en la calle, mujeres, niños y ancianos cruelmente golpeados y vejados, mientras, el buldózer del ejercito israelí destruía por tercera vez su casa y ahora solo tenían la carpa que la Cruz Roja les dio.

Fátima fue arrestada. La interrogaron. Compró el cuchillo para protestar por todas las brutalidades sufridas por ella y por su familia.

Luego de una semana en la prisión de Kishon, fue llevada a la corte militar en Adurayim, cerca de Hebron imputándosele la intención de asesinar israelíes, lo que implicaría varios años de presión. El juez militar, consideró que este era un caso excepcional, debía tratarse con cautela ya que el caso trascendió a la prensa internacional. Fátima fue declarada inestable mental y liberada.

Hace dos años que su familia de doce personas vive en una carpa, debido a que los militares israelíes les destruyeron su casa levantada en su propio terreno y que la familia reconstruyo tres veces, ya que el «Gobernador Militar» nunca les dio un permiso de construcción.

Hace un año y medio los soldados vinieron al terreno para confiscar la mezcladora de cemento que utilizaban, y en esa oportunidad pegaron salvajemente a las mujeres de la familia que trataban de impedirlo; Fátima fue arrastrada brutalmente sobre las rocas y sus piernas sangraban mientras que continuaban golpeándola; los niños vieron como sus padres y hermanas mayores eran castigados al mismo tiempo que el buldózer del ejercito destruía por tercera vez la casa. Estos terribles eventos, naturalmente causaron traumas a todos los miembros de la familia. Desde entonces habitan la carpa donada por la Cruz Roja.

Estos últimos meses, con un verano muy caluroso, y las condiciones extremas en que vivían, inevitablemente se crearon tensiones dentro el seno de la familia. El marido se sentía desesperado e irritable; amenazo con abandonar su hogar. El matrimonio de la hija mayor fue atrasado debido a la tensión e inestabilidad que sufría la familia.

Cuando doce personas viven verano e invierno a la intemperie en situaciones inhumanas y condiciones intolerables, sumándose a ello los constantes enfrentamientos con los soldados, dejan no solo heridas físicas, sino que también mentales y sicológicas, lo que es peor aún que la destrucción física de la casa por tres veces.

La sensación de rabia e impotencia al ver como los asentamientos y enclaves ilegales continúan construyéndose a vista y paciencia del mundo sobre el terreno que les pertenece por siglos, todo ello, contribuyo a que Fátima comprara el cuchillo, el cual nunca pudo haberlo usado.

Lo que es claro es que las acciones de los militares israelíes inculcaron en cada miembro de esta familia la desesperación, el odio, la desesperanza y la sensación que ya no queda nada que perder impulsó a Fátima a actuar de esa manera.

Esta experiencia es similar a la de miles de jóvenes palestinos. Si no hubiesen sido tan brutalmente maltratados y vejados, todos ellos habrían tenido una vida normal, no tendrían las reacciones extremas y desesperadas.

La ocupación militar y las violaciones sistemáticas a sus mas elementales derechos les ha destruido la vida y les ha quitado toda posibilidad de vivir normalmente, por lo que esa madre trato con el cuchillo de atraer atención y reaccionar desesperadamente frente a la barbarie.

No se puede esperar que un pueblo bajo una brutal ocupación militar extranjera por más de 38 años no reaccione de una manera u otra en contra de la injusticia y la brutalidad a la que se le someten.

A Fátima se la vio deambular bajo el sofocante calor del mes de julio por su antiguo barrio mientras observaba como sobre su tierra se construían asentamientos israelíes para colonos provenientes de todos los rincones de la tierra.

*Esta historia es real, narrada por funcionario de la Cruz Roja Internacional, que hoy vive en Palestina.