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Fidel y el poder

Fuentes: Rebelión

Este es un fragmento del libro titulado: «Cuba va a la guerra», de la periodista Gloria Analco, quien vivió en Cuba en calidad de corresponsal del diario mexicano Excélsior, entre los años 1991 y 1997. El libro en cuestión será publicado próximamente por la editorial venezolana El Perro y la Rana.

FIDEL Y EL PODER

Fidel tiene mucho que ver con el poder, lo que hace muy controversial todo aquello que pueda decirse acerca de él.

Su grandeza histórica es consustancial a los episodios que ha protagonizado y a los enemigos que ha tenido que enfrentar.

Muchos de sus más poderosos enemigos han muerto o están fuera del juego político, pero ellos siempre contaron con un relevo que como freshmen retomaron la lucha que otros a su vez habían entablado en contra de lo que él ha representado.

Castro sobrevivió a personajes contemporáneos como Mao Tse Tung, Ho Chi Min, John F. Kennedy, Nikita Jruschev, Joseph Broz Tito y Olof Palme, entre otros muchos.

Ni el Departamento de Estado, ni la CIA, ni el Pentágono supieron evaluar quién era Fidel Castro, y de ahí se sucedieron toda una serie de hechos que van a conformar la historia de la Revolución y su confrontación con la nación más poderosa de la Tierra.

Fidel Castro consiguió sobrevivir a todos los avatares, incluida la hecatombe de la URSS, a pesar de que sus enemigos y algunos aliados le vaticinaron lo contrario.

Fidel, el día que cumplió 70 años, dijo en una entrevista por televisión que la Revolución Cubana «está hecha y no hay quién la deshaga», lo cual invita a un análisis más profundo.

En febrero de 1993, en tono muy convincente, Castro aseguró que no esperaba continuar en el poder «en cinco años más».

Esta declaración, hecha a la prensa extranjera por una pregunta en tal sentido, le dio la vuelta al mundo y tuvo muchas interpretaciones, pero la más comentada fue que uno de los factores que puede finalmente vencer a Castro, es el tiempo.

En tono mesurado y sopesando cada una de sus palabras, Fidel agregó que «hasta los corredores de maratón se cansan, y yo he corrido mucho más que 42 kilómetros en la pista de la revolución».

En esa ocasión dijo que lo que más le importaba eran las ideas que él ha defendido: la Patria, la Revolución y el Socialismo.

«¡Por ello estoy dispuesto a sacrificarlo todo!», dijo con gesto enérgico, y añadió estar dispuesto, como millones de sus compatriotas, «a sacrificar hasta la vida».

En aquellos momentos presentaba una apariencia saludable, se le veía entero, vigoroso y en condiciones físicas para sacar a Cuba de la más profunda crisis económica de su historia, cosa que conseguiría.

Los cubanos han hecho un aprovechamiento creciente de las posibilidades que se les han presentado, lo que les ha permitido asegurarse una larga sobreviviencia, incluso esto ya se refleja en los discursos de los principales dirigentes, por lo cual los estadounidenses se están empleado más a fondo para seguir una estrategia que sea capaz de crear inestabilidad política y cambiar el estado de cosas en ese país.

El esquema político que Cuba defiende en algún sentido se parece a una democracia directa por la relación que se entabló entre gobernantes y gobernados a partir del triunfo revolucionario.

En los actos públicos Fidel solía preguntar al pueblo ¿quieren elecciones? Y la respuesta era un ¡no! rotundo, porque la gente consideraba que ya habían elegido de buena manera, y porque las elecciones como recurso democrático estaban desprestigiadas.

Lo mismo que en la democracia ateniense, fue en un lugar público, la Plaza de la Revolución, donde se consolidó el diálogo entre los gobernantes y los gobernados.

Fue allí donde más de un millón de cubanos -de una población de siete millones- dijo sí a la Primera y Segunda Declaración de La Habana y donde Castro sometió a votación directa los principales capítulos del rumbo de su gobierno, los compromisos internacionales y las respuestas a las agresiones.

Cuando se consideró plenamente consolidado el proceso revolucionario, se habían desarrollado sus propósitos institucionales y el gobierno contaba con una vasta experiencia de poder, se constituyeron, en 1974, los órganos del Poder Popular que fueron sometidos a prueba en la provincia de Matanzas y dos años más tarde, una vez comprobado su comportamiento, fueron establecidos en el resto del país.

El 97.7 por ciento de los cubanos mayores de 16 años votó a favor de la Constitución Socialista promulgada el 24 de febrero de 1976, después de haber sido debatida masivamente.

Impulsados por un estricto sentido de la disciplina ciudadana, pero no exentos de escepticismo, los cubanos volvieron a votar y a elegir a sus dirigentes políticos, al menos los de la base.

Nadie vio esto como una conquista personal, sino más bien como una necesidad institucional del Estado.

Hoy no abundan los cubanos con vocación electoral. Aun aquellos que son propuestos como candidatos y hasta elegidos delegados y diputados, consideran su rol de manera muy diferente a como lo hacían los políticos tradicionales hasta la década de los cincuenta.

Muchos cubanos todavía recuerdan aquellos pintorescos procesos electorales y los comparan con un gran show donde ocurrían sucesos tan lamentables como los de las urnas desaparecidas con la votación de todo un barrio o el empadronamiento de los muertos o el asalto a tiros de los sagrados colegios electorales.

Un cubano que recuerda bien esos tiempos me contó que la cédula electoral, documento de identidad que avalaba el voto, llegó a ser una moneda de cambio con la que se podía pagar la cama de un hospital o la fianza para sacar de la prisión a un amigo.

Los cambios deseados por la población, más bien necesitados de más reformas económicas, no tienen que ver con la sustitución de la alta dirección, entre otras razones porque piensan que no existen las personas fiables y calificadas para ocupar un puesto en la cúpula.

Las figuras políticas que han estado más cerca de Fidel son las que están familiarizadas con la población que ve en ellos, de alguna manera, la extensión del poder del máximo líder de la Revolución, pero también les atribuyen características propias y son los depositarios de la herencia histórica de un pueblo que tomó las armas para cambiar el estado de cosas.

Otra es la situación respecto de los dirigentes intermedios, muchos de los cuales están considerados, a veces sin motivo aparente, como ineptos o corruptos.

En cuanto a los opositores internos, éstos tienen poca presencia en la opinión pública, pero además esos opositores gozan de poca responsabilidad, pues son juzgados por la población de «oportunistas» más que de verdaderos opositores.

Ningún grupo opositor ha retomado en sus programas el contenido político de los últimos 48 años, que pretenda cuando menos darle cierta continuidad a la experiencia histórica cubana, sino que recogen doctrinas ajenas al proceso histórico de Cuba y que no han dado resultado en los países en desarrollo, a la vez que intentan borrar de un solo plumazo casi medio siglo de la historia revolucionaria, por lo cual sus posturas no son creíbles para una población que es sumamente crítica.

La exclusión de las organizaciones de cubanos en el exilio en las consideraciones locales, tiene su lógica en que Estados Unidos ha estado efectuando proyectos desestabilizadores contra Cuba desde el triunfo revolucionario que ha incluido la manipulación de los ex batistianos, los cuales se han prestado al juego de la «guerra sucia» contra el régimen cubano porque como premio iban a recibir el poder en la isla.

Las organizaciones contrarrevolucionarias de exiliados cubanos fueron conformadas, en su mayor parte, por los reductos de los batistianos, que tras ser derrotados en la guerra de liberación liderada por Fidel Castro, se marcharon a Estados Unidos.

La primera oleada que recibió Estados Unidos al triunfo de la Revolución, eran los peores criminales de guerra, torturadores, policías batistianos sobre cuyas conciencias pesaban miles de asesinatos sobre jóvenes sospechosos de pertenecer a la oposición, y trasladaron esos hábitos a la ciudad de Miami.

Los primeros en salir de Cuba fueron unas tres mil personas vinculadas a la tiranía, temerosas por las represalias del nuevo poder en la isla, las cuales se asilaron en embajadas o huyeron en yates, aviones o incluso fueron rescatadas con ayuda del exterior, básicamente de Estados Unidos.

Las nuevas leyes revolucionarias, la reforma agraria, las nacionalizaciones de las grandes empresas, la eliminación del latifundio y el programa de gobierno parcializado a favor de las capas de población hasta entonces marginadas, hicieron que se quebrantara la unanimidad de los primeros días de 1959, cuando cada cubano colocó en su puerta un letrero de «¡Gracias, Fidel!»

Unos 60 mil desafectos a la Revolución en 1959 y la misma cantidad en 1960 tiene mucho que ver con el desmantelamiento de las oligarquías y de las estructuras del capital financiero; personas vinculadas a esos «intereses creados» o poderes fácticos, a sectores corruptos del juego, la prostitución, el hampa y elementos sin vocación patriótica y sin disposición para priorizar el proyecto social por encima de las ambiciones personales.

Se marcharon convencidos de que no tardarían mucho en regresar, porque Estados Unidos estaba de su parte para poner las cosas nuevamente como estaban, y los que se quedaron, la inmensa mayoría de la población, percibieron por primera vez que un gobierno los privilegiaba.

Pero el tiempo fue un elemento adverso para los que se fueron, y la gran mayoría ha muerto sin ver cumplido su sueño de regresar a Cuba en plan de reconquista, y lo único que permanece sin cambios es el empecinamiento de Estados Unidos de destruir a la Revolución Cubana.

Cuando se fraguaron los planes del regreso para «recuperar Cuba», con un sentido de pertenencia que excluyera de los beneficios de la riqueza nacional al pueblo cubano, jamás se pensó que la Revolución iba a sobrevivir a todos los intentos de destruirla, y menos aún que iba a transcurrir casi medio siglo sin que sufriera una mella considerable, pese a todos los esfuerzos desplegados para socavarla.

En sus manifestaciones más obvias, la influencia de la Revolución en la nueva sociedad cubana se aprecia en sus valores, actitudes y costumbres, que pese a las dosis de capitalismo que últimamente están recibiendo, no han variado considerablemente, y curiosamente se refuerzan los valores inculcados en el proceso revolucionario en una población que observa con juicio crítico cómo son los menos quienes más se están beneficiando con los mecanismos de economía de mercado que se han introducido en la isla, como en los viejos tiempos del capitalismo.

El fenómeno que origina que algunas personas dispongan de más dólares o moneda convertible que otras, o que sólo tengan acceso a la moneda nacional, ha creado de hecho grados de distinción que podrían generar ineludiblemente diferencias de clase, lo cual ha empezado a ser rechazado por la población, y esto conspira contra los planes estadounidenses de volver a implantar el capitalismo en la isla.

Además ello es incompatible con los postulados marxistas que han dominado el panorama cubano desde el triunfo de la Revolución, y ya se hace evidente un traslado de las casas, autos, joyas, obras de arte y otros enseres que poseían algunas familias, a las manos de las personas que han tenido acceso al dólar en mayor cuantía, quienes podrían considerarse los nuevos ricos, entre los que no se encuentran paradójicamente los dirigentes del gobierno y miembros del staff de la alta oficialidad de los militares cubanos.

Durante mi estancia en Cuba era usual ver a los coroneles en bicicleta, no como producto de un comercial, sino como una penosa realidad que ellos aguantaban a duras penas y contra la que levantaban sus protestas sólo en círculos muy íntimos.

Entre los llamados nuevos ricos increíblemente podemos encontrar a cantineros, cocineros, camareras, taxistas, maleteros, etcétera.

También están los ejecutivos de las corporaciones, representantes cubanos de firmas extranjeras y otros que por su actividad están vinculados a la esfera de la moneda dura.

Estos personajes han desplazado por su nivel de ingreso a científicos, médicos, altos académicos, abogados, ingenieros y otros profesionales, así como maestros que por su esfera de trabajo no tienen acceso al peso convertible.

No obstante, el gobierno algo está haciendo para remediar esta situación, como la creación de un peso convertible que contribuye a controlar la tenencia del mismo por parte de quienes esquilman a las instituciones relacionadas con la moneda extranjera, así como expropiando bienes de origen ilícito, entre otras medidas.

Independientemente de que el dólar no tenga ya curso legal, es un hecho que la economía dual sigue dominando el panorama cubano, ya que hay una esfera que se maneja en peso convertible y otra en pesos cubanos que en términos objetivos no tiene una equivalencia porque el gobierno todavía no ha decidido compatibilizar.

Precisamente detrás de esta economía dual se agazapan algunas de las principales contradicciones del panorama cubano y están acumuladas muchas de las dificultades para una eficiente gestión de negocios.

La economía dual encierra una gran contradicción que pervive en la psicología de los dirigentes cubanos, quienes todavía se debaten entre la incertidumbre de proyectarse como un funcionario comunista consecuente o un ejecutivo eficiente y creador.

Esto es parte de las realidades de este mundo que están confrontando los cubanos en su transición hacia la meta de convertir al revolucionario en un hombre productivo, proceso que corresponde desentrañar a los propios cubanos que radican en la isla.

En la sociedad prerrevolucionaria no existía una burguesía que actuara independiente del poder económico norteamericano, y para ganarse la vida gran parte de la clase media cubana dependía, directa o indirectamente, de Estados Unidos.

Al marcharse casi en su totalidad ambas clases sociales, en el exilio continuaron dependiendo económicamente del vecino país, por lo que la influencia norteamericana en sus vidas es considerable, especialmente en el tema político, las cuales en el vecino país se empatarían nuevamente con los ex batistianos más extremistas, y de estos grupos emanaría el nuevo gobierno si prospera la intentona estadounidense de poner fin a casi medio siglo de Revolución.

En Cuba se dio un proceso a la inversa, y los nuevos estratos de la sociedad van a recuperar un sentido de nacionalidad que se había vuelto confuso con la ostensible presencia norteamericana en 59 años de seudo república, dejando atrás la influencia cultural penetrante de Estados Unidos.

Un segundo rasgo importante de la actual sociedad cubana es la elevación de su nivel cultural, y ahora se encuentra excepcionalmente adelantada y se ha transformado en una sociedad instruida, en niveles incluso superiores que los que tenían en su conjunto las clases más pudientes de la vieja república, incluida la clase media.

Según un estudio de la UNESCO, realizado en 2004, Cuba lidera en Latinoamérica en educación primaria. «El desempeño de los niños cubanos de tercer y cuarto grado en Matemáticas y Lenguaje fue tan dramáticamente superior, comparado con el resto de las demás naciones, que la agencia de las Naciones Unidas que administraba este examen, regresó a Cuba y examinó a los niños de nuevo», escribió Christopher Marquis, en el diario The New York Times.

Lo más sorprendente fue que los alumnos cubanos, en todos los estratos, megaciudad, urbano y rural, obtuvieron resultados que casi duplicaron los de los países que más se le acercaron de escuelas privadas, no públicas.

En mis frecuentes visitas a Miami percibí en la comunidad cubana más adinerada que observaba al pueblo cubano como una clase inferior, con una relativa homogeneidad, y resaltaban el atraso material sin conceder valor alguno al desarrollo cultural, y con actitud despectiva decían que en Cuba sólo se había quedado la «chusma».

Algunos de los cubanos que conocí en la ciudad norteamericana, que vivían en las zonas habitadas por gente adinerada, habían tenido su origen en las clases baja y media baja de Cuba, pero con la nueva riqueza adquirida habían adoptado las mismas conductas y modos de la antigua burguesía cubana.

Esas mismas personas se quejaban de que a Miami estaba llegando mucha gente «lumpen», en referencia a mulatos y negros que conseguían llegar en balsa a las costas norteamericanas. «Ya es raro que venga un blanco en esos artefactos», me dijo una mujer que ahora se codea con las más altas esferas del mundo cubano en Miami.

Una de las cosas que los emigrados más recientes suelen resaltar a su llegada a Estados Unidos, es su nivel de estudios, en un esfuerzo por darse a valer en una sociedad donde el dios dinero es el que determina el trato a las personas.

En Cuba, con la Revolución, afloró una sociedad que en su conjunto tiene como su característica más común que se desplaza con un sentido de igualdad social, pero a la hora de que quieren imponer determinado respeto sacan a relucir lo que han aportado a la Revolución.

Es decir, que lo que distingue a un ciudadano de otro no es el dinero, sino sus capacidades y el talento que han puesto en juego para irse ubicando dentro de un modelo colectivo que es lo que ha caracterizado a la Revolución Cubana.

Es por ello que la población es sumamente crítica con los arribistas y oportunistas, a quienes identifica con suma facilidad.

El concepto más amplio de «clase» no puede definitivamente aplicarse en algún sentido en la sociedad cubana, porque una posición económica y ocupacional no determina la diferencia de unos y otros, sino una específica conciencia colectiva y unos valores y actitudes compartidos.

Por tanto, el rasgo más distintivo de los grupos sociales es que con la Revolución desaparecieron las fronteras que suelen levantarse entre las diferentes clases sociales de los países capitalistas, y por el tiempo transcurrido desde que se instaló el nuevo modelo es extremadamente difícil que el pueblo renuncié al sentido de igualdad que por años ha caracterizado su relación con el entorno.

Los pilares del progreso y de la estabilidad económica de la Revolución Cubana descansan en las virtudes y en el espíritu de trabajo colectivo, pero ahora los dirigentes cubanos están obligados más que nunca a inculcar el interés empresarial, aunque con el distintivo de una identificación colectiva, para poner un freno al individualismo que pueda fragmentar a la sociedad cubana.

Por otra parte, la dirigencia cubana ha tenido serias dificultades en transmitir al conjunto de la población que en la medida en que contribuya a la expansión de la economía, mayores serán los beneficios para el colectivo, así se trate del puesto de trabajo más modesto.

En los estratos sociales actuales en Cuba pueden encontrarse una ideología común, un conjunto de virtudes o actitudes distintivas y un sentido colectivo de la vida, como resultado de haberse formado y crecido dentro de la Revolución, algo que surtió su efecto como en un Renacimiento.

Es decir, que la actual sociedad cubana no tiene semejanza alguna con lo que dejaron atrás los cubanos que se exiliaron a fines de los años cincuenta y principios de los sesenta, quienes van a conformar las organizaciones contrarrevolucionarias y, manipulados por Estados Unidos, se constituirán en una permanente molestia para dificultarle las cosas a Fidel Castro.

Dentro de la Revolución también se formó el relevo generacional de la clase política que emanó casi en su totalidad de los sectores populares, y que vienen a constituirse en los herederos legítimos del poder en Cuba, los cuales obedecerán a la dinámica que marquen los propios tiempos de un país que sí tuvo su revolución, lo cual, por lógica, no puede borrarse de la noche a la mañana con un simple toque de varita mágica, como pretenden hacerlo desde Estados Unidos, sin que se pague un alto precio por ello.

Con la Revolución se formó una clase política generacional con experiencia, información y acceso, algunos de historia militar y política de relieve, que se ganaron la tribuna y que son conocidos por el pueblo -de donde han emergido- por su gestión de gobierno, manejo político y probada honradez.

La Revolución Cubana sigue siendo un proceso joven, y sobreviven en ella algunos líderes históricos, pero a ese movimiento se han incorporado muchos otros de más reciente trayectoria

El proceso revolucionario cubano desde un inicio tuvo un corte eminentemente popular, por eso no se equivocó Camilo Cienfuegos, uno de los líderes más carismáticos de la Revolución, cuando dijo que el ejército rebelde era el pueblo uniformado.

Hay que entender que la Revolución rompió con todo el establishment de la vieja república, y nuevos personajes van a ocupar las altas esferas con el consenso general de la población.

A Fidel se le ha querido presentar como un dictador a la medida de Fulgencio Batista o peor aún, para convalidar que algunos cubanos del exilio, como él mismo lo estuvo en México, repitan sus mismos métodos, reúnan fondos en el exterior y regresen al país que los vio nacer para liberarlo de la «oprobiosa dictadura» de Fidel Castro.

Lo irónico, pero también absurdo, es que quienes han querido hacer las veces del propio Fidel, son aquellos contra los que él luchó y venció, y que ahora quieren perpetuar el batistato sin Batista, haciendo de cuenta que 48 años de Revolución nunca existieron.

Quizá lo que Fidel quiso decir con que la Revolución ya estaba hecha y no había quién la deshiciera, es que 48 años no han transcurrido en vano.