No es de recibo, ni debe serlo, el tono imperativo con el que habló Hilary Clinton hace unos pocos días sobre la necesidad de formar una nueva estructura de liderazgo para la oposición siria, especialmente cuando quien está al tanto de la situación sabe que hay planes ya en marcha para algo así, según publicó […]
No es de recibo, ni debe serlo, el tono imperativo con el que habló Hilary Clinton hace unos pocos días sobre la necesidad de formar una nueva estructura de liderazgo para la oposición siria, especialmente cuando quien está al tanto de la situación sabe que hay planes ya en marcha para algo así, según publicó Foreign Policy hace poco. La situación ha provocado un gran revuelo en los círculos de los activistas y opositores sirios en los últimos días.
Las palabras de la Secretaria de Estado estadounidense son arrogantes en cualquier caso, y muy probablemente tendrán resultados negativos, pues si los opositores sirios no lo aceptan, concretamente el Consejo Nacional, se verán aún más debilitados y verán cómo se trabaja para dividirlos. Si lo aceptan, perderán su independencia y se debilitará su legitimidad, y ¿quién se morderá la lengua tras el primer tropiezo para no calificar a la nueva formación de ser estadounidense o sierva de los estadounidenses?
Según los datos de Foreign Policy (31/10/2012), los estadounidenses cancelaron una cita con los representantes del Consejo Nacional en el pasado mes de junio porque querían que el Consejo se reuniera primero con los rusos, algo que en efecto sucedió, pero que no dio fruto alguno. Un mes después parece que fue el Consejo quien canceló una reunión programada con EEUU. Esto puede estar relacionado con los conocidos intentos estadounidenses desde el inicio del verano pasado de doblegar al Consejo por medio del contacto directo con grupos políticos y líderes militares en Turquía y Egipto y con personalidades del propio Consejo que nunca ha sido una fuerza bien cohesionada.
Lo que puede sacarse de los datos e indicadores sueltos es que EEUU se acoge al Consejo principalmente en lo que respecta a su techo político, que está en consonancia con lo que dicen los revolucionarios sobre el terreno: derrocar al régimen. Quizá así parezca menos flexible desde la óptica estadounidense que permitir la aceptación flexible de las iniciativas políticas que pudieran presentarse.
La realidad es que la identificación con la revolución y el aferramiento al objetivo de derrocar al régimen son las únicas cualidades del Consejo Nacional Sirio, y si las pierde, no le queda nada. Puede achacársele al CNS su limitada efectividad y que su identificación con la revolución le impida ejercer un papel de orientador o de líder, pero lo que se opone a la identificación, en las condiciones macroscópicas en Siria, son las variaciones en la política reformista, la mejora del régimen y no su cambio.
No está claro qué esperan EEUU -a quien parece que lo que más preocupa es la aparición de grupos salafistas combatientes en Siria, según dijo la propia Clinton en las mismas declaraciones- que la nueva formación política haga en ese sentido. ¿Apoyarán, por ejemplo, a la resistencia siria armada con armamento desarrollado que ayude a reducir el tiempo de la lucha y ponga límite a las posibilidades de arraigamiento y expansión del yihadismo? Pero, ¿por qué es necesaria una formación política nueva para eso? O tal vez, al contrario, ¿están empujando a esta formación en la dirección del diálogo con el régimen como sospechan otros opositores en el Consejo y fuera del mismo? No es necesario que uno piense mal (y en política «pensar mal es buena intuición») para suponer tal posibilidad. Pero ¿puede una formación política formada por independientes que vienen de dentro y fuera del CNS, reunidos en torno a un hombre respetable como Riad Seif, llevar a cabo tan complicado encargo?
Parece que los estadounidenses están desarrollando una estrategia para Siria que gira en torno al enfrentamiento con los yihadistas y formaciones similares a Al-Qaeda, después de que no tuvieran una estrategia concreta, y necesitan dirigir la situación siria hacia la permanencia del régimen sin Bashar al-Asad, incluyendo al ejército y tal vez a los aparatos de seguridad. Esta política se contradice con la estrategia fundamentada en el derrocamiento del régimen, objetivo de la revolución y dirección adoptada por el Consejo Nacional. Parece que el pensamiento de los franceses no está lejos del de los estadounidenses. Esto puede entenderse de las declaraciones del ministro francés de Exteriores hace unos días, en las que aseguró la necesidad de mantener los aparatos del Estado sirio para que allí no pasara lo que sucedió en Iraq tras la ocupación estadounidense.
Tal vez desde esta perspectiva, la nueva formación necesite los esfuerzos de Riad Hiyab, el ex primer ministro sirio que dimitió, y que estuvo en una reunión de la Comisión de la Iniciativa Nacional en Jordania (Riad Seif e independientes) el primer día de este mes, y no esté lejos de necesitar a Manaf Tlass y otros como él.
La nueva estrategia estadounidense ha hecho realidad una de las peticiones de la revolución, que es la dimisión de Bashar al-Asad, y ha hecho realidad su petición de un Estado eficiente en materia de seguridad que se enfrente a los yihadistas. Pero lo más probable es que centre su interés en devolver la estabilidad frente a cualquier petición seria de abrir el régimen político de par en par y contra la consideración de una estructura que amplíe la revolución. Esto probablemente chocará de frente con sectores de la población revolucionaria a la que esta estrategia no le sirve de nada, a la que tal vez se enfrente con represión si no «se comporta».
El objetivo al que puede llegar esta política es salvar al régimen de sí mismo y no salvar a Siria de él, y ello por medio de la ampliación del círculo de las élites políticas y la reproducción del régimen, de forma que no suponga un perjuicio para las clases altas de la sociedad, ni para lo que los estadounidenses y las fuerzas occidentales consideran una postura hegemónica que facilita las interacciones dentro de la élite nueva expandida y en las políticas sirias en general.
Si estas consideraciones son correctas, como creemos, esta política es muy corta de miras, pues se centra en las paranoias estadounidenses y europeas y no en las necesidades de los sirios y sus peticiones.
Esta política se beneficia, sin duda, de los puntos débiles reales de la política de la revolución; ¿Qué hacer en lo referente a los grupos yihadistas? No basta que Abdel Basit Sida diga, comentando las palabras de Clinton, que la aparición de grupos religiosos extremistas es resultado del prolongamiento de la permanencia del régimen y su salvajismo, además del hecho de que la revolución siria carece de un apoyo serio de quien sea.
Después, ¿cuál es la situación del ejército? ¿Es una institución general que debe mantenerse como está? ¿Y cómo? ¿Y el Ejército Sirio Libre? ¿Y qué política seguir con las minorías? Ha quedado claro en este sentido que las políticas de los occidentales van en la dirección de «proteger a las minorías»; es decir, en la práctica, garantizarles unas circunstancias especiales, tal vez privilegiadas, y no una igualdad de derechos, ni política, ni social.
En cuanto a lo más peligroso con diferencia es la posibilidad de que los aparatos de seguridad, terroristas y experimentados, sigan aterrorizando a la mayoría de los sirios y protegiendo al régimen actual. Destruir estos aparatos es la diferencia entre derrocar al régimen y mantenerlo, sea cual sea el destino de Bashar.
Esto no funcionará y no es descabellado que provoque la destrucción del país, aunque sea de forma distinta al estilo ruso.