El 17 de septiembre, Irán, Rusia y Turquía se ponían de acuerdo para establecer una zona desmilitarizada ruso-turca en la provincia de Idlib, considerada como el último bastión de la insurrección siria contra Bachar al-Assad. Si se puede comprender el alivio que se manifiesta entre la gente preocupada por las consecuencias potencialmente desastrosas de la […]
El 17 de septiembre, Irán, Rusia y Turquía se ponían de acuerdo para establecer una zona desmilitarizada ruso-turca en la provincia de Idlib, considerada como el último bastión de la insurrección siria contra Bachar al-Assad. Si se puede comprender el alivio que se manifiesta entre la gente preocupada por las consecuencias potencialmente desastrosas de la ofensiva de gran amplitud que se estaba preparando, sería apresurado concluir que algún tipo de vuelta a la calma en Siria, igual que en el resto de la región, se esté produciendo.
El acuerdo del 17 de septiembre trata sobre el establecimiento, de aquí al 15 de octubre, de una zona desmilitarizada de una anchura de entre 15 y 20 km, que debería servir de zona tampón entre las fuerzas del régimen y la insurrección. Rusia y Turquía habrían encontrado un acuerdo sobre el trazado de las fronteras de esta zona, que pasaría a estar bajo control de unidades del ejército turco y de la policía militar rusa. Las personas combatientes (y las armas pesadas) deberían evacuar la zona a fin, según las palabras de Lavrov, ministro ruso de asuntos exteriores, de «evitar que prosigan los disparos desde la zona de desescalada de Idlib sobre las posiciones de las fuerzas sirias y la base rusa de Hmeimim».
Nada está arreglado
El acuerdo, que Francia se ha apresurado a saludar, ha permitido quizás evitar provisionalmente un enésimo baño de sangre. Pero no está claro en absoluto, y las declaraciones de Lavrov lo confirman, un «compromiso» por parte del régimen. En efecto, no es porque este último nos ha acostumbrado a las peores atrocidades que la anulación (¿el retraso?) de la ofensiva sobre Idlib debe ser interpretada como un gesto de buena voluntad. Se trata en realidad, bajo la amigable presión del padrino ruso, de evitar una crisis diplomática regional, incluso internacional, cuando está ya claro para el conjunto de las grandes potencias que el conflicto sirio será arreglado conforme a las condiciones de Putin, es decir, con el mantenimiento del régimen de Assad.
Uno de los dignos representantes de ese régimen, el responsable de los servicios de información del ejército del aire Jamil al-Hassan, declaraba este verano, en una reunión ante varias decenas de oficiales, lo siguiente: «Una Siria con 10 millones de personas fiables, obedientes a sus dirigentes es mejor que una Siria con 30 millones de vándalos. […] Tras ocho años, Siria no aceptará la presencia de células cancerosas, éstas serán completamente extirpadas». Por su parte, el 25 de septiembre, el viceministro sirio de asuntos exteriores, Faisal Mekdad, declaraba: «Igual que hemos vencido en todas las demás partes de Siria, seremos ahí también victoriosos. El mensaje es muy claro para quienes esto concierne: iremos a Idlib, ya sea mediante la guerra o por medios pacíficos». Lo que viene a decir que a largo, incluso a medio plazo, nada está arreglado (sobre la política del gobierno sirio, ver el artículo que reproducimos más abajo ndt).
Reconstruir una solidaridad internacional
Basta, en efecto, con coger un poco de perspectiva y mirar el resto de la región para darse cuenta de que quienes quieren (hacer) creer en un posible retorno de la estabilidad por la fuerza bruta se engañan enormemente, y dan pruebas de un culpable y criminal desprecio por los pueblos de la región. Las injerencias extranjeras, el refuerzo de los autoritarismos y el clima de guerra fría entre Irán y Arabia Saudita son en efecto síntomas de una profundización de la crisis regional abierta por los levantamientos del invierno 2010-2011.
En Turquía, el nacionalismo autoritario de Erdogan no logra ocultar las fuertes contradicciones sociales que debilitan al régimen, cuyo ejemplo más reciente es la huelga obrera de las obras del tercer aeropuerto de Estambul y la solidaridad de la que ha disfrutado frente a la represión feroz del régimen. Además, y esto a pesar de la terrible ofensiva turca contra Afrin en enero pasado, las fuerzas kurdas de Rojava continúan siendo un elemento de desestabilización para los planes de Erdogan y sus aliados.
En Irak, país devastado por la invasión de 2003, la guerra civil que siguió y la incuria de las autoridades corruptas y que han jugado la carta confesional, se han desarrollado movilizaciones de amplitud, siguiendo el ejemplo de Basora donde las manifestaciones de masas contra la pobreza y por el reparto de las riquezas han derivado recientemente en disturbios, incluyendo el incendio del consulado de Irán, sin embargo considerado como quien mueve las bambalinas en Irak.
Del lado de Yemen, en fin, la sangrienta guerra llevada a cabo por la coalición dirigida por Arabia Saudita, que ha llevado a una catástrofe humanitaria sin precedentes, es un ejemplo trágico de la incapacidad de las potencias regionales para recuperar el control de una situación que se les escapa, de facto, desde 2010-2011.
En Siria como en otros lugares, los factores que provocaron los levantamientos de 2010-2011 siguen presentes y, si no se trata de caer en una visión mecanicista que pretendería que las mismas causas desembocaran siempre en los mismos efectos, no hay duda de que los pueblos de la región no han dicho todavía su última palabra. Y algo es cierto: la solidaridad internacional, aunque no esté forzosamente de moda, incluso en la izquierda, es una de las urgencias del momento, a fortiori en un país imperialista como Francia, cuyas responsabilidades son inmensas, entre otras y en particular debido a su papel de aprovisionador de armas a todos los carniceros de la región, en primer lugar de los cuales está Arabia Saudita que hace su guerra sucia contra Yemen por medio de armas y de tecnologías made in France.