Mientras las fuerzas más oscuras sacan pecho en Europa, la ciencia con conciencia nos insta a reflexionar, a cuestionar la sociedad de consumo, la acumulación de bienes de baja calidad, el estilo de vida que nos ha inoculado el capitalismo
Mientras se preparaban las urnas para recibir en los países miembros los votos que decidirían, en parte, el futuro inmediato de Europa, un grupo de científicos y científicas de las organizaciones Scientist Rebellion, Growth Kills y Extinction Rebellion bloqueó las entradas a la Comisión Europea para llamar la atención, una vez más, sobre la emergencia ecológica y promover una economía del decrecimiento. Con el apoyo del Premio Nobel de la Paz Wolfgang Cramer, autor principal del sexto informe del IPCC (Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático), la ciencia con conciencia lanza una propuesta tan simple y necesaria como priorizar el bienestar de toda la ciudadanía frente a los beneficios de unas pocas empresas y las ganancias de unas pocas personas. Sus lemas son tan claros como sus conclusiones científicas: “El crecimiento verde es un mito”; “Prohibición del consumo excesivo”; “Midan el bienestar, no el PIB”; “Por la creación de asambleas ciudadanas”; “El futuro es el decrecimiento”.
Prácticamente ningún partido político que concurrió a las elecciones europeas llevó el decrecimiento económico entre sus propuestas. Al contrario: siguió primando el discurso que pone el foco en el crecimiento de la economía según los términos obsoletos que han acarreado el actual desastre medioambiental y que tendrá, tiene ya, consecuencias sociales catastróficas. En el peor de los casos –el caso de las formaciones de ultraderecha–, es un explícito discurso negacionista, que tacha precisamente de catastrofistas a la ciencia y a la sociedad con conciencia. Por desgracia, y sin llegar a los extremos, la inmensa mayoría de la sociedad es negacionista, como explica el profesor Jorge Riechmann. “La cultura dominante”, señala el filósofo, “está impregnada por la idea de que la economía puede o incluso debe seguir creciendo como si el planeta fuera capaz de reponer sus recursos indefinidamente”. En efecto, vivimos así.
La rebelión científica quiere abrir los ojos a la falacia del llamado “crecimiento verde”, que han querido vendernos los políticos y las empresas. O, como lo denomina Riechmann, el “capitalismo verde”: “Los problemas ecológicos son, esencialmente, asuntos sociopolíticos y culturales. Presentarlos como cuestiones técnicas –así lo hace sistemáticamente la cultura dominante– es un reduccionismo que trabaja a favor de la ilusión de un ”capitalismo verde“ –pero esa expresión es un oxímoron–. Hoy no necesitamos (prioritariamente) más avances técnicos, aunque algunos de ellos puedan ser bienvenidos, sino otra praxis social. Necesitamos construir movimiento social”. Qué interesante esta conversación del poeta con la periodista Marta Montojo, en línea con las cinco demandas que la rebelión científica exige a las instituciones de la UE: 1) Abandonar el PIB como índice de prosperidad; 2) Crear una asamblea de ciudadanías soberana para decidir entre todos y todas nuestro futuro común; 3) Hacer que las empresas paguen los verdaderos costes sociales y ambientales de sus actividades; 4) Poner fin al consumo excesivo y a la publicidad que lo impulsa; y 5) Tratar los recursos básicos como bienes comunes y gratuitos para toda la ciudadanía. Son demandas que apuntan a la “vida buena” a la que apela Riechmann.
Está demostrado que es materialmente imposible seguir consumiendo recursos naturales al ritmo frenético que lo hace la economía extractivista, seguir generando emisiones de carbono como si no hubiera un mañana (a este ritmo, no lo hay, y son muchas la voces autorizadas que aseguran que mañana, de hecho, ya no hay) y mantener la ilusión de sostenibilidad que defiende el pseudoecologismo neoliberal mientras la pérdida de biodiversidad se acelera cada día. ¿Por qué seguir considerando infinito el crecimiento económico? ¿Por qué no aceptar que el sistema está en grave crisis? ¿Por qué no queremos cambiar? El doctor en Física Sebastián Gonzato se atreve a considerar el negacionismo (ultra y no tan ultra) como “mera ideología que nos lleva directamente al suicidio colectivo”.
Por su parte, el Nobel Cramer recuerda que “el crecimiento económico es un concepto que fue útil hace casi cien años para ayudar a los políticos a superar el desastre de la crisis económica mundial de 1929. Hoy en día, se ha convertido en un leitmotiv para justificar la destrucción de nuestros recursos naturales y apoyar la redistribución de la riqueza entre los más ricos. Lo que necesitamos es un sistema económico que garantice el bienestar de todos, respetando los límites del planeta. Esto es totalmente posible si tenemos la suficiente voluntad política”. Pero, ¿de dónde sacar la voluntad política suficiente para cambiar el sistema económico? ¿En qué formaciones políticas está esa voluntad?
La ciencia en rebelión nos dice que con la pérdida de biodiversidad, el colapso medioambiental y la contaminación hemos traspasado seis de los nueve límites planetarios, lo que ha causado daños irreversibles en el planeta. La seguridad alimentaria y la seguridad del agua están seriamente amenazadas. El alcance de las migraciones climáticas humanas podría llegar a ser dramático. Pero este desafío medioambiental y social apenas ha sido recogido por los grupos políticos que han aspirado a formar el nuevo Parlamento europeo. Lejos de ello, las formaciones de extrema derecha, mano a mano con un conservadurismo también negacionista, desprecian el debate mismo sobre el colapso ecológico y social que conllevan la ideología económica que defienden.
En las actuales circunstancias políticas, Scientist Rebellion, Growth Kills y Extinction Rebellion demuestran la responsabilidad imprescindible con nuestro futuro, llaman a la desobediencia civil, a la democracia participativa y a la búsqueda del bienestar común Mientras las fuerzas más oscuras sacan pecho en Europa, la ciencia con conciencia nos insta a reflexionar, a cuestionar la sociedad de consumo, la acumulación de bienes de baja calidad, el estilo de vida que nos ha inoculado el capitalismo, esa alternancia entre el trabajo, la producción, y el gasto que nos roba el tiempo y destruye el tejido social. En estos días de avances de la oscuridad, la ciencia con conciencia no recuerda que debemos avanzar en la luz del decrecimiento.