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Fría y caliente, paz y guerra

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Traducido del euskera por Daniel Escribano para Rebelión

Como las desgracias no vienen solas, Glenn Beck ha aterrizado este fin de semana en Israel, mientras en Beersheva, Ashdod y Ashkelon caían los misiles palestinos que no habían llegado en los últimos 30 meses. «Con «amigos» como éste no hacen falta enemigos», debió de pensar más de uno, sobre todo entre las decenas de miles de israelíes indignados que habían salido a la calle una semana antes. Y es que el liante estadounidense ─ modelo y maestro de los, más cerca de casa, Jiménez Losantos, C. Vidal y compañía ─ ha ido a expresar a Israel su total colaboración… aunque sea por encima de la lealtad que debería al gobierno de su país, como ha declarado estentóreamente. Si se tiene en cuenta la panda de negacionistas, ultraderechistas y antis de toda laya que tiene como compañeros de viaje para ese proyecto, no sé qué beneficio puede sacar el Israel presente o futuro de esa «colaboración»… como no sea la proliferación de enemigos.

Pero, a día de hoy, para Netanyahu y compañía, eso es lo de menos. Lo otro es mucho más grave. Lo que podía advertirse a principios de año, cuando prendieron las revueltas en los países árabes, se ha convertido en un hecho transparente seis meses después: en esas revoluciones, además de los grandes y pequeños tiranos locales, la gran perdedora ha sido la política exterior (¿e interior?) israelí. No, no fue casual la posición negativa mantenida por el gobierno de Tel Aviv ante los hechos de la plaza Tahrir y no es necia la cautela ilimitada con que sigue la crisis siria actual. Por no mencionar los altibajos de Jordania

El conflicto que ha estallado estos días en Sinaí y Gaza demuestra sin igual la mudanza de escenario. Aun siendo los hechos harto más graves que los pretextos utilizados para poner en marcha la matanza perpetrada en Gaza hace tres años, esta vez el gobierno de Netanyahu ha recurrido a fondo al aceite de la diplomacia, y no al plomo fundido. A pesar de que la opinión pública israelí más salvaje le pide eso mismo (pues no es fácil de admitir que también el Techo de Acero tiene agujeros y, peor, que los misiles pueden seguir cayendo, cada vez desde más lejos, encima).

La novedad, huelga decirlo, reside en Egipto. La revolución ha puesto en evidencia la indignación que entre los egipcios despiertan las atrocidades cometidas por Israel en los territorios ocupados y, en la medida en que la nueva autoridad política tenga que satisfacer a esa opinión pública, será cada vez más difícil rehacer las complicidades de antaño. Y, de ahí en adelante, también el juego de Israel quedará de todo punto limitado, porque es claro que el apoyo del guardaespaldas gigante estadounidense será cada vez más condicionado. Destruir totalmente el acuerdo de Camp David sería un atrevimiento demasiado grande incluso para el gobierno más impresentable que Israel ha tenido jamás. A pesar de saber que la desmilitarización del Sinaí entonces acordada tiene hoy más de perjudicial que de beneficiosa. La «paz fría» que Sadat y Begin acordaron, Mubarak aplicó y los EEUU han pagado es mejor para el Israel actual que cualesquiera de sus posibles sustitutos. Porque en todos ellos, cualquiera que fuera el adjetivo, el sustantivo que aparecería sería guerra.

Mikel Aramendi es periodista

Fuente:   http://www.gara.net/paperezkoa/20110824/286565/eu/Hotza-eta-beroa-bakea-eta-gerra